Henri Rousseau: pintor naif.
La vida y la obra de Henri Rousseau (Laval 1844 – París 1910) se sitúan entre la realidad y el sueño, entre la verdad y la ficción. Sin formación artística formal, durante muchos años, tras dejar el liceo y cumplir el servicio militar, trabajó como oscuro empleado de aduanas en la prefectura del Sena, lo que le valió el apodo (no del todo exacto, por cierto) de «El aduanero». Durante años expuso en el Salón de los Independientes, donde fue admitido sin selección, indiferente a las críticas y burlas del público, que señalaba sin piedad sus evidentes carencias técnicas, la falta de perspectiva y proporción, el uso arbitrario del color y las extravagancias de sus cuadros, en los que conviven elementos extraordinarios y fantásticos. El propio artista rodeó su vida de misterio y leyendas, las más de las veces inventadas, como su presencia en México durante la expedición francesa de 1860-1862. Sus selvas, tan irreales como improbables visiones oníricas, fueron apreciadas por Apollinaire, los simbolistas y los pintores que frecuentaban el estudio de Picasso en el Bateau-Lavoir y le veían como un precursor de las vanguardias del arte moderno, el padre de todos los pintores naif. Sus cuadros de paisajes urbanos y escenas de la vida burguesa influyeron considerablemente en la pintura naif (El carro del padre Junier, 1908); Los jugadores de fútbol (1908).

Nueva York, Guggenheim Museum.
El primer cuadro de Rousseau que lleva por título Sorprendido! e inspirado en la jungla, fue presentado por primera vez en el Salón de los Independientes de París de 1891. La desconcertante estética del pintor, su «petulancia e ingenuidad infantil», advertidas por el joven pintor Félix Vallotton, sólo pudieron imponerse lentamente gracias a su particular decorado. Los simbolistas encontraron en Henri Rousseau la esencia mítica del color y, más tarde, en el Salón de Otoño de 1905, Picasso y Gauguin, fascinados por su figuración primitiva y exótica, vieron en las obras de Rousseau un retorno a los orígenes y la liberación del inconsciente.

Simbolismo y antinaturalismo
En la representación de La Guerra de 1894, un gran cuadro también conocido como La Cabalgata de la Discordia, Henri Rousseau alcanza una dimensión mítica, desarrollando una vision inquietante y grotesca del tema. La tupida trama de fragmentos de cuerpos en el suelo, es verdaderamente lúgrube. Unos cuervos sedientos de sangre, presentando una combinación de negro y blanco, acompañan a la Furia de la guerra: la figura de un niño o una joven con vestido blanco de flecos llevando la antorcha y la espada, cabalga sobre la tierra y los muertos, montada sobre un fantasmal corcel. La rama rota del árbol seco es un claro símbolo de la muerte y la destrucción causadas por la guerra. El cuadro lleva el siguiente pie de imagen: «Ella pasa aterradora, dejando por doquier desesperación, llanto y ruinas». Se puede considerar que obras como La balsa de la Medusa de Théodore Géricault y La Libertad guiando al pueblo de Eugène Delacroix, le hayan servido de inspiración para el cuadro La Guerra, aunque Henri Rousseau parece recrearse con la crueldad del tema como un pintor medieval. El drama representado presupone ciertos acontecimientos históricos y refleja el estado de ánimo de la época. El pintor seguramente no había podido olvidar la cruenta guerra civil de 1870/71, entre el régimen monárquico y la Comuna de París cruelmente sofocada. Las estructuras de piedra y los baluartes de madera que aparecen en el cuadro, parecen recordar la encarnizada lucha de barricadas.

En la época que Henri Rousseau comenzó a pintar el cuadro La guerra, fue descubierto por el joven poeta Alfred Jarry, vinculado al círculo de los simbolistas como los hermanos Natanson de la Revue Blanche o Rachilde y Valette del Mercure de France. La desconcertante figura de un Jarry, cínico y agresivo, descubridor del personaje de Ubú rey y del Doctor Faustroll, vio que a ese pintor ingenuo pero implacable se le podía utilizar como punta de lanza de las «anticivilizaciones» que los simbolistas invocaban contra la vision racional del mundo. Jarry sostuvo que para él, Rousseau expresaba la fuerza original de la fantasía. Para dar a conocer su obra artística, utilizó metáforas poéticas y la ilógica de la poesía en prosa, rechazando así de forma clara el pensamiento naturalista.

En 1897 Henri Rousseau había presentado en el Salon des Indépendants La gitana dormida, un cuadro tan asombroso que, descubierto años después (1923) por el crítico Louis Vauxcelles en un comercio de carbón de París, desató fuertes controversias acerca de quién fue el autor. Hasta circularon rumores de que era una falsificación y que Picasso era el autor. La forma de la mandolina y del recipiente para el agua pintados sobre un plano, entre otros elementos, son precursores del cubismo. Es precisamente la magia de estos objetos que hace del cuadro un paisaje soñado en el sentido del simbolismo y del antinaturalismo. Aunque aquí no se da el «encuentro casual entre un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección», que el conde de Lautréamont había proyectada como método presurrealista del subconsciente. El encuentro del león con la gitana quizás es más enigmático, pues el acontecimiento ilógico se concreta en formas hiperrealistas de cosas, y esa realidad escapa nuevamente a la aprehensión racional, permaneciendo ambivalente.

Según André Breton, el cuadro pone al descubierto «el efecto de la casualidad mágica». Pero la descripción más bonita la hizo Jean Cocteau en 1926: «Pienso en Egipto, que podía dormir con los ojos abiertos en la muerte, como si estuviera bajo el agua». Esta obra clave del arte fantástico supera incluso el simbolismo de su época y en consecuencia puede considerarse como precursora de la pintura metafísica de Giorgio de Chirico.
Primitivismo en la selva
Los temas orientales o exóticos y sobre todo el paisaje de la selva, desarrollan el tema del primitivismo tal como los había calificado Joseph Drummer, quien además de grabados en madera japoneses y esculturas africanas, coleccionaba trabajos «primitivos» y comerciaba con ellos. A Henri Rousseau se le pueden atribuir veinte y seis variaciones del tema de la selva. Como el pintor define con precisión cada detalle, el realismo de las escenas adoptan una estructura abstracta-concreta que, desde Seurat, tenían que resultarles interesantes a las vanguardias del arte moderno. Rousseau había descubierto de manera intuitiva, paralelamente al cubismo primitivo de Picasso y Braque, el método por medio del cual se podía representar en el plano – el espacio absoluto – la pluralidad de aspectos de una cosa. El tema «selvático» le abrió al Aduanero de manera definitiva las puertas del éxito. Mientras Picasso y Matisse buscaban orientación en las esculturas africanas, Rousseau pudo ser entronizado al fin como primitivo contemporáneo por artistas, intelectuales, literatos y mecenas de la época. En 1906, Jarry facilitó el contacto entre Guillaume Apollinaire y Rousseau. El mismo año, el joven Robert Delaunay buscó al «Aduanero» con el fin de conocerlo. A través de él, su influyente madre, la mecenas, Comtesse de Delaunay, le encargó el significativo cuadro La Encantadora de serpientes. El famoso galerista Ambroise Vollard, el escultor Joseph Drummer, Wilhelm Uhde y Robert Delaunay adquirieron cuadros.


Lo que siguió, solo se puede describir como una reacción en cadena de los círculos elitistas de París. Henri Rousseau pudo invitar a las veladas que organizaba desde 1907 en su estudio de la Rue Perrel a celebridades como Apollinaire, Marie Laurencin, Francis Picabia, Maurice Utrillo, Constantin Brancusi, Jules Romains y Félix Fénéon. El banquete que ofreció Picasso en honor del Aduanero en noviembre de 1908 en el Bateau-Lavoir, se volvió legendario. Existen muchas historias sobre aquella turbulenta noche en la que el mundo de la bohemia celebró el reconocimiento social de Rousseau como figura de la cultura.

El «Aduanero» se adentró de una manera fascinante en el viaje al infinito del mundo de los ensueños, que unía Las flores del mal de Baudelaire con la nostalgia que el siglo XIX tenía por la naturaleza y la existencia salvaje. Desde un punto de vista psicológico, Rousseau no fue el «buen salvaje» que ha vivido ingenuamente una época pacifica y dorada en consonancia con la naturaleza. Fue más bien el «rudo primitivo», que ya Homero y Hesiodo habían descrito como una forma de salvaje.
Bibliografía
Cornelia Stabenow. Rousseau. Taschen, 1992
Natalia Brodskaïa. Le Douanier Rousseau. Editions Prisma, 2018
Guy Cogeval. Le Douanier Rousseau. L’innocence archaïque. Hazan, 2016
Gilles Plazy. Le Douanier Rousseau. Paysages. Evergreen, 2006