El primero de los impresionistas
La primera experiencia pictórica de Claude Monet (1840-1926) tuvo lugar en El Havre, donde se había instalado su familia: allí conoció a Eugène Boudin y a Johan Barthold Jongkind, que le enseñaron a pintar al aire libre. Igualmente importantes fueron sus compañeros de la academia de Charles Gleyre –Renoir, Bazille y Sisley– con los que pintó paisajes en el bosque de Fontainebleau. En 1865, debutó en el Salón con dos marinas, que fueron bien recibidas: durante este periodo, se inspiró en Delacroix y Courbet, el maestro del realismo. Fue uno de los principales precursores de las exposiciones del grupo impresionista, que debía su nombre a un cuadro suyo, Impresión sol naciente. En la década de 1870, su situación económica era a menudo crítica y pintaba gracias a la ayuda de sus amigos pintores. En 1883 se trasladó a Giverny, un pueblecito en la confluencia del Epte con el Sena, y allí pasó gran parte de su vida. Los marchantes y los coleccionistas, como Durand-Ruel, comenzaron a interesarse por sus obras y le procuraron cierta seguridad económica. En los últimos años de su vida, a pesar de los problemas de vista, pintó numerosas series, como la catedral de Rouen, los Álamos, los Pajares y los famosos Nenúfares, preludio de la abstracción.
El cuadro, Las amapolas de Argenteuil, es uno de los primeros paisajes impresionistas, pintados al aire libre. El par de figuras que representan la mujer y el hijo del pintor, se repite dos veces: sus rasgos no están definidos, porque Monet no se preocupaba de hacer un análisis psicológico de sus personajes. Los consideraba sólo como formas coloreadas.
La obra de juventud de Monet, La urraca, pintada a los veintiocho años durante una estancia cerca de Étretat, es una demostración de virtuosismo pictórico. Utiliza un número muy reducido de colores, sobre todo el blanco, que reproduce perfectamente las sombras del muro circundante en la parte inferior del cuadro y los efectos de la nieve entre los árboles en la parte superior. En un paisaje tan frío y desolado, la urraca, que da título al cuadro y a la que el pintor atribuye quizá un valor simbólico, es la única presencia viva.
Durante la guerra franco-prusiana y como tantos otros artistas Monet marchó a Londres. En 1871, tras conocer la noticia de la muerte de su padre, regresó a Francia. Con la ayuda de Manet, encontró una casa en Argenteuil, a orillas del Sena, donde vivió con Camille, con quien se había casado un año antes, y su hijo Jean. La dote de su esposa y el apoyo de Paul Durand-Ruel les permitieron llevar una vida tranquila, libre de dificultades económicas, pudiendo dedicarse a la pintura y a la jardinería, una de sus pasiones. Recibía regularmente a muchos amigos, entre ellos Renoir, que lo representó durante una de sus visitas.
Toda su vida, Monet se interesó por el reflejo del cielo en el agua. El tema de los barcos en el Sena, cerca del puente de Argenteuil, se repite en varios cuadros, entre ellos, El puente de Argenteuil, de 1874, y otro muy similar del mismo año, que se conserva en la National Gallery de Washington. Aquí Monet utiliza tonos más intensos y cálidos. Además, para representar mejor los efectos de la luz, descompone la superficie pictórica en pequeños toques aplicados de forma irregular.
Terraza en Sainte-Adresse
La obra Terraza en Sainte-Adresse fue pintada en el otoño de 1866 o en el verano del año siguiente, durante la estancia del artista con su familia en Saint-Adresse, un pueblo de Normandía. La escena se desarrolla en el piso superior de la casa de un tío del pintor, con una magnífica vista del mar. Las dos figuras sentadas, admirando el panorama y disfrutando de un hermoso día de sol, son Adolphe Monet, el padre de Claude, y Sophie Lecadre, una tía del pintor. Frente a ellos, una prima del artista, Jeanne-Marguerite Lecadre, y un amigo de la familia. Todos los elementos de la pintura impresionista están ya presentes en esta composición: el gran cuidado puesto en la difusión de la luz, el uso de colores vivos y brillantes, repartidos en pequeños toques irregulares, que dan vivacidad y espontaneidad a la escena: los personajes no están posando, parecen sorprendidos en algún momento del día. Esto explica que el ambiente sea tan tranquilo y relajado, dando al espectador la impresión de ser partícipe de esta vida serena y pacífica. En este suntuoso escenario, el artista no sólo se interesa por los personajes, sino que también contiene la promesa de futuras obras. Da un gran protagonismo a otros dos temas que son y serán preferidos por el artista, el del mar y sobre todo el del jardín, su gran pasión.
«Estoy en el seno de la familia… tan feliz, como sea posible… He trabajado mucho, tengo una veintena de cuadros en marcha, marinas extraordinarias y figuras y jardines, y de todo, en fin…». Monet tenía veintiséis años cuando, en una carta a Bazille, daba ya las principales premisas de su arte y expresaba la pasión que sentía ante el caballete.
Figuras y jardines
Ya sean públicos o privados, los jardines fueron sin duda la pasión de los impresionistas: Monet más que ningún otro, pero también Caillebotte, Renoir, Pissarro, Morisot y Cassatt les dedicaron gran parte de sus cuadro. Había dos razones por las que amaban los jardines: la primera era el sentimiento por el color y la luz, que captaban magníficamente en la infinita variedad de tonos y matices de las flores, que destacaban sobre la vegetación. El segundo aspecto, quizá aún más importante, es el ambiente de paz y recogimiento doméstico de los jardines, donde se reflejan su filosofía de vida y sus estados de ánimo. En la obra de Monet, encontramos estas delicadas situaciones en muchos cuadros. En efecto, durante la década de los sesenta, Monet se interesó por la inserción de la figura humana en el paisaje: las figuras son tratadas a tamaño natural en Déjeuner sur l’herbe de 1866 (del que se conservan dos fragmentos en el Museo de Orsay), así como en Mujeres en el jardin del año siguiente, donde la esposa del artista, Camille Doncieux, sirve de modelo para las cuatro mujeres dispuestas asimétricamente alrededor de un árbol. Este cuadro, ejecutado en Ville-d’Avray, y el Jardín de flores, pintado en la misma época en Sainte-Adresse, anuncian uno de los principales temas de la obra de Monet, que se mantendría constante a lo largo de los desplazamientos del pintor.
El cuadro Femme au jardin del Museo del Hermitage representa la síntesis y la culminación de los trabajos del joven Monet sobre los efectos de la luz en los colores. Fue pintado en junio de 1867 en Sainte-Adresse, cerca de Le Havre. La escena se desarrolla en el jardín de la casa de Paul-Eugène Lecadre, primo y anfitrión de Monet. La mujer es su esposa, Jeanne-Marguerite Lecadre. Las radiografías del cuadro muestran que el artista había añadido originalmente dos figuras masculinas, quizá para hacer un retrato de familia, pero que luego las tapó, para dar más relieve a la vegetación y a los múltiples tonos de verde de las hojas.
En Camille Monet y su hijo en el jardín de Argenteuil de 1875, el fondo de este cuadro muestra parte del jardín de la casa de Argenteuil donde el pintor cultiva las rosas aquí representadas con una extraordinaria variedad e intensidad de color, que destacan sobre los innumerables tonos de verde del césped. La actitud tranquila y relajada de la esposa del artista produce en el espectador una impresión de paz interior que atestigua un momento especialmente sereno y feliz para Monet.
Varias composiciones muestran el jardín de las dos casas ocupadas sucesivamente en Argenteuil: el pequeño Jean Monet juega delante de La casa del artista o se entretiene en la mesa en El almuerzo, mientras que Camille está representada en Descanso bajo los lilos (Orsay) o entre Los gladiolos. Más tarde, antes de abandonar su casa en Vétheuil, Monet dedicó varios cuadros al jardín que desciende suavemente hacia el Sena en El jardín del artista en Vétheuil.
Cuando no estaba ocupado cuidando su jardín, que cultivaba con gran pasión, Monet pasaba largas horas, solo o con su mujer, en su «barco taller», donde realizó decenas de vistas del Sena. Esto le permitió variar los puntos de vista, dar nuevas perspectivas a sus creaciones y estudiar los efectos de la luz con mayor precisión.
El paisaje marino
En todas las épocas y latitudes, el mar ha estimulado la imaginación y la creación de los artistas. En 1862, Monet permaneció en El Havre, donde había pasado largas temporadas de su juventud, entre los cinco y los diecinueve años. Allí conoció a Boudin y a Jongkind, con quienes pintó varias marinas y otros paisajes, y aprendió a utilizar colores claros y luminosos para transmitir la idea de movimiento y profundidad del mar. Los primeros paisajes marinos de Monet fueron pintados en Étretat, Honfleur y, por supuesto, en Sainte-Adresse y Le Havre. Quizá sea una coincidencia, pero el cuadro que dará nombre a todo el movimiento, Impresión sol naciente, revelado en la exposición de 1874, es una vista de la costa de El Havre. De vuelta a París, Monet compartió sus descubrimientos con los artistas impresionistas, que, sin embargo, se dedicaron a este tema de forma marginal. Recordemos en particular las vistas del Golfo de Marsella que Cézanne pintó en l’Estaque, o los paisajes marinos pintados por Gauguin en 1887 en el Golfo de Panamá o durante sus largas estancias en la Polinesia. El cuadro de Monet El puerto de Le Havre con mal tiempo (hacia 1867), realizado durante su estancia en Sainte-Adresse, un pueblo de pescadores cercano a Le Havre, todavía está marcado por el claroscuro monocromo, muy cercano al estilo de Courbet. Los colores han desaparecido casi por completo y la atención del espectador se centra en las figuras que están de pie en el muelle y en el gran velero del centro del lienzo. En la parte inferior izquierda se lee la dedicatoria y la fecha: A mi amigo Lafont, periodista y político, con motivo del matrimonio entre el pintor y Camille, celebrado el 28 de junio de 1870.
En una de las numerosas versiones del mismo tema pintadas por Monet con pocos meses de diferencia, Regatas en Argenteuil, el artista utiliza colores muy vivos y brillantes, en particular el naranja intenso de las casas de la derecha, el verde de la vegetación y el blanco de las velas. Es de destacar también la habilidad con la que ha plasmado los reflejos del paisaje en el agua del río, mediante trazos gruesos aplicados irregularmente, para transmitir mejor la idea de movimiento.
Esta atracción por el mar llevó más tarde al pintor a abandonar Giverny durante un tiempo para volver a la costa de Normandía y visitar de nuevo los acantilados de Étretat, Pourville y Varengeville. En Bordighera, en 1884, y en Antibes, en 1888, descubrió el Mediterráneo.
Ambientes parisinos
Aunque Monet se sentía atraído por los jardines públicos de París (las Tullerías y el Parque Monceau), representó principalmente el aspecto animado de París. En el Boulevard des Capucines, la gente que se agolpa en esta gran avenida ha sido dibujada con rápidos trazos de pintura. De este modo, el pintor quiso transmitir visualmente la idea de movimiento y el ambiente frenético, que parece contrastar con la calma y la paz de la vida en el campo, en contacto con la naturaleza. A finales de 1876, Monet proyecta realizar una serie de vistas de París en un día de niebla; lo discute con un amigo crítico, pero sus objeciones lo desaniman. Sin embargo, al mismo tiempo le llama poderosamente la atención el humo de las locomotoras en las estaciones de trenes. Con el acuerdo del director, instaló su caballete en Saint-Lazare, una de las siete estaciones de París, que ocupa una gran superficie en el barrio de Batignolles. Allí pintó una docena de lienzos, con diferentes puntos de vista y efectos de luz. Presentó siete de ellos en la tercera exposición impresionista y luego los vendió al marchante Paul Durand-Ruel.
Al interesarse por la estación de Saint-Lazare, testigo de esta nueva arquitectura de cristal y metal, Monet se muestra como un hombre de su tiempo, atento al auge del ferrocarril. La elección de este tema no es tan sorprendente para un pintor al aire libre, ya que la estación, «puerta de entrada a la ciudad», alberga las líneas con destino a los puntos álgidos del impresionismo situados alrededor de París y en la costa de Normandía.
Con La calle Saint-Denis y La calle Montorgueil, Monet repite en 1878 la experiencia de los «efectos de muchedumbre» en una vista de pájaro, previamente realizada desde la columnata del Louvre o desde una ventana que da al Boulevard des Capucines. Y es en esta última imagen de calles engalanadas, donde el artista abandona definitivamente los temas parisinos.
Monet puso entonces en práctica las ideas que había expresado a Bazille desde Étretat: «No te envidio por estar en París… ¿No crees que se puede hacer mejor solo con la naturaleza? Estoy seguro de ello…». El pintor optó por continuar su estudio del paisaje bajo diferentes luces repitiendo incansablemente sus motivos, de ahí el nacimiento del método de «series» previsto en los años anteriores. A los Pajares les siguen los Álamos, las Catedrales y las vistas del Támesis. Finalmente, «sus» jardines de Giverny, con los parterres de flores y el estanque de nenúfares, se convirtieron en su única fuente de inspiración.
Los Nenúfares: el epílogo del impresionismo
Entre todas las plants que cultivaba, a Monet le gustaban especialmente los nenúfares, que le permitían combinar en sus cuadros dos temas que le eran muy queridos: las flores y sus reflejos en el agua. Comenzó a integrarlos en sus cuadros en 1895, cuando ya había experimentado con éxito su nuevo método de trabajo basado en «series» de obras dedicadas a un mismo tema. Fue en Giverny donde Monet descubrió que la realidad nunca es idéntica a sí misma, que un mismo tema puede cambiar según el clima, las estaciones y la hora del día en que lo observamos. También en este caso, el pintor reconoció su deuda con las estampas japonesas y es probable que se inspirara en el famoso conjunto de Treinta y seis vistas del Fuji de Hokusai. Así nacieron las series de Pajares y de la Catedral de Rouen y otras, que encuentran su culminación y su perfecta realización en este grupo de cuadros dedicados a los Nenúfares. Estas obras son tanto el epílogo del impresionismo como las raíces del arte moderno; de la abstracción al action painting, del minimalismo al arte conceptual. La idea misma de crear una secuencia de cuadros sobre un mismo tema, cuadros que no deben considerarse por separado, sino como un todo y en sus relaciones recíprocas, es muy moderna. Fue retomado y utilizado por numerosos movimientos artísticos y por las vanguardias del siglo XX.
El 6 de mayo de 1909, en las salas de la galería Paul Durand-Ruel de París, se inauguró la exposición «Nenúfares: una serie de paisajes acuáticos de Claude Monet», con cuarenta y ocho cuadros. Tanto la crítica como el público apreciaron la forma en que el pintor utilizó los colores, representó los efectos de la luz y creó una atmósfera emocional especial, tan llena de poesía.
Bibliografía
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Decker de, Michel. Claude Monet. Pygmalion, 2009
Nicosia, Fiorella. Monet. Gründ, 2004
Crepaldi, Gabrielle. Petite encyclopédie de l’impressionnisme. Solar, 2002
Welton, Jude. Claude Monet. Gallimard, 1993