La pintura de Géricault
Théodore Géricault (Rouen 1791 – París 1824), se formó en París en los talleres de Carl Vernet (1808) y Pierre Guérin (1810). Para completar su formación artística copia las obras de Rubens y de Caravaggio en el Louvre y presenta en el Salón de 1812, su primera gran obra Oficial de cazadores a la carga una inusual escena de batalla que le valió un éxito inmediato. Géricault emprende un viaje a Italia (1816-17), visitando Florencia y Roma donde descubre las obras de Miguel Ángel y Caravaggio. Allí siente aun más la necesidad de ignorar la armonía y el equilibrio formal que había aprendido para expresar de forma brutal la energía de sus sentimientos. En 1818, emprende una gran composición sobre un suceso contemporáneo, el hundimiento del barco francés «La Medusa». Esta escena de desesperación, lucha y dolor de unos hombres apiñados sobre una balsa de fortuna, suscitó pasiones, tanto en Francia como en el extranjero (en 1820-1821 viaja a Inglaterra donde se entusiasmó con la pintura de los paisajistas románticos Constable y Turner). En sus retratos de locos o maníacos, Géricault expresa de manera magistral el tormento psíquico. Con el cuadro Coracero herido saliendo del fuego de 1814, ilustra la desesperación que se apoderó de toda una generación a la caída del Imperio. Fascinado por la fuerza y fogosidad del caballo, utilizó su valor expresivo para dar mayor relieve a la imagen de la derrota.
La obra de Géricault, interrumpida de forma brutal por su muerte prematura, llevaba consigo las grandes tendencias que iban a atravesar toda la primera mitad del siglo XIX: el culto a la gran tradición clásica reinterpretada en un sentido contemporáneo, el dinamismo de la forma que corresponde al imaginario romántico, y el interés por la actualidad de los realistas. Pintor de la fuerza controlada, adepto de la composición «en friso», Géricault pinta en Roma cinco esbozos neoclásicos de una carrera de caballos en el Corso (conocido como el Corso dei Barberi), durante el carnaval. Géricault, que era un gran aficionado a los caballos, y sentía fascinación por esta fiesta, sobrepasa el carácter pintoresco y lo convierte en un símbolo de la lucha del hombre contra la naturaleza y una alegoría política del pueblo que busca liberarse de sus yugos. En el cuadro del museo Thyssen Carrera libre de caballos, el pintor presenta una de las fases finales de la exhibición, donde un joven vestido a la manera tradicional romana, pasea al caballo vencedor.
Un icono del romanticismo
Artista de la desesperación y del sufrimiento, Géricault pinta escenas encendidas con el fuego púrpura de las batallas o la sangre roja de los dramas. En el cuadro La balsa de la Medusa, al mostrar la exasperación enajenada de los supervivientes del naufragio de la fragata francesa «La Medusa», ocurrido el 5 de julio de 1816 ante las costas de Mauritania, Géricault rompe con el neoclasicismo y escribe una nueva página de la pintura de historia. El gran claroscuro que rompe con la luz racional de las composiciones de David, da a la escena este clima lóbrego y dramático. En 1819, Delacroix fue fuertemente impresionado por el cuadro, para el cual había posado para la espalda del personaje que en el primer plano se agarra a una traviesa. La composición discontinua, la separación estricta de los registros, la yuxtaposición abrupta de las figuras aisladas se encuentra en Dante y Virgilio en los Infiernos de 1822. Al conocer la muerte de su casi amigo, Delacroix citaba a Miguel Ángel: «LLega ya el curso de la vida mía, por agitado mar, en fragil barca».
Cerca de 150 personas subieron a una balsa construida con los restos de la fragata navegando a la deriva en condiciones espantosas; solo sobrevivieron quince náufragos. Impresionado por este episodio dramático, que parece una metáfora de la caída desastrosa de Napoleón, Géricault realiza un cuadro de dimensiones considerables y de una gran fuerza evocadora.
Según Arnold Scheffer, La balsa de la Medusa de Géricault había simbolizado «el comienzo de la nueva escuela»: lo sublime se convertía en una alternativa al ideal de belleza, en el contexto de una pintura de historia contemporánea tratada a escala monumental; la calidad de la representación ya no se medía solamente con el concepto de perfección formal, sino con el de grandeza y fuerza. El desnudo masculino, piedra de toque de este género desde David, encontraba a partir de ahora un nuevo sentido político; el heroísmo de las potentes musculaturas inspiradas de Miguel Ángel servían todavía de modelo a pesar de la verosimilitud de los cuerpos consumidos por un largo ayuno.
La mayoría de pasajeros había perecido ya en el momento elegido por el pintor para abordar la tragedia: la sed, el hambre y el miedo habían provocado motines y terribles episodios de enajenación y canibalismo.
El realismo de Géricault
Géricault nos ha dejado una serie de inquietantes estudios de enajenados, y sus retratos de monomaníacos, que tal vez fueron pintados para el doctor Georget del Hospital de la Salpêtrière de París. En ellos se manifiesta el interés del artista por las últimas teorías psiquiátricas,y, partiendo de una observación realista del individuo, sumergirse en los abismos del alma. En su galería de personajes, identificables por los síntomas de sus patologías, propone una interpretación inédita del retrato, donde el modelo, anónimo, ya no es representado en una situación que lo valoriza o lo individualiza, sino como un individuo que manifiesta la lucha de la voluntad contra la locura. Con El horno del yeso o El mercado de bueyes, Géricault pinta la realidad cotidiana. Sus litografías – escenas de género inglesas, temas ecuestres, ilustraciones de Byron – lo muestran como un atento observador y dispuesto a adoptar esta nueva técnica en la estampa recientemente introducida en Francia.