Fragonard, el placer del pintar
Junto con Watteau, Chardin o Boucher y con el trasfondo de la Ilustración, Jean Honoré Fragonard (1732-1806) es uno de los pintores más significativos del período rococó. Catalogado como pintor frívolo, lo cierto es que Fragonard desarrolló una intensa actividad en el ámbito de la pintura mitológica y religiosa, el retrato y el paisaje. Su sed de conocimientos en el arte del pintar es sin duda una de las razones de la diversidad de estilos que presentan sus cuadros. Francastel decía de él que pintaba de lo mismo que respiraba. Se formó con Chardin, Van Loo y sobre todo Boucher, con quién debutó con pinturas de temas galantes plasmados con una alegre gama cromática. Durante su estancia en Italia (1756-1761), en Roma estudió a los grandes decoradores barrocos como Pietro da Cortona, a la vez que se dedicaba junto con el pintor Hubert Robert, a los aspectos más encantadores del paisaje italiano que fijó en bocetos de una gran importancia para el desarrollo de elementos paisajísticos en obras ulteriores. A la búsqueda de nuevas experiencias, viajó a los Países Bajos, contribuyendo al gusto por la pintura holandesa con una serie de escenas pastorales que se inspiran de Van Ruysdael, pero se interesó sobre todo en Rembrandt y Franz Hals, utilizando los audaces efectos de luz del primero, y del segundo, la fluidez de sus pinceladas, lo cual modificó su estilo a partir de los años 1770.
Precioso y emocionante momento de intimidad, este cuadro es uno de las más célebres de la segunda mitad del siglo XVIII. La gama cromática que utiliza Fragonard parece anunciar Renoir.
Artista de una gran cultura figurativa, pero no ecléctica, con una confianza ilimitada en los medios que ofrece la pintura, Fragonard desarrolló una técnica de virtuoso que al mismo tiempo le mostró sus límites. En la misma época que Boucher, Jean Honoré Fragonard retoma ciertos elementos del siglo XVI. Como Tiepolo, reanuda con la antigua tradición de la pintura veneciana de la cual conserva los colores brillantes y el pincel nervioso. Por la sola fuerza de la evocación, de la sugerencia, crea atmósferas delicadas e insinuantes.
En la época de Fragonard el tema de Diana y Endimión era muy popular. La belleza del joven que cayó en un sueño eterno hizo volar la imaginación de poetas y artistas como símbolo de belleza intemporal que es también «la promesa de gozo eterno».
En Roma en 1760 el pintor encuentra al llamado abad de Saint-Non, un rico personaje con el cual viajará por diversos lugares, y, en concreto, a Tívoli, a la villa d’Este. En estos jardines aterrazados, donde la densa vegetación había creado un desorden monumental propicio a los juegos sutiles de la luz, se evidencian las cualidades de Fragonard como arquitecto de la naturaleza. Las masas imponentes que forman los árboles, la simetría de las sombras y el juego acentuado de las luces, anuncian una nueva sensibilidad en la obra del pintor.
Después de haber intentado por última vez que su talento fuera reconocido por las instituciones públicas exponiendo en el Salón de 1767, Fragonard desapareció prácticamente de la vida artística oficial mientras duró la monarquía: trabajó casi exclusivamente para comitentes privados, muchos de ellos amigos suyos. Ello le permitió pintar con total libertad y expresar de una forma más personal el sentimiento que le inspiraba la naturaleza y el mundo picante y erótico de las escenas galantes. Asimismo, Fragonard concede una gran importancia al uso y a la forma del pincel; sus pinceladas son a menudo anchas y nerviosas, como si quisiera fijar rápidamente, de improviso, un pequeño instante de felicidad. Su arte anuncia el impresionismo del siglo XIX, y especialmente Renoir, quien amaba la pintura de Fragonard y del cual decía sentirse muy cercano.
Se habla de un Fragonard indigente a su regreso de Italia y obligado a pintar para amateurs de pintura erótica. La desnudez de las figuras evoca la pintura de su maestro Boucher y los cuerpos robustos de las mujeres de Rubens. Pero en esta escena de una sensualidad aparentemente gratuita, se descubre la riqueza del vocabulario formal de Fragonard que expresa con el dinamismo de sus pinceladas.
Esta pintura ilustra el extraordinario dominio de la técnica y de los efectos de luz. Vestida a la moda de la época, la joven lleva un elegante vestido azul y una bonita cofia que esconde en parte un peinado muy elaborado. Está sentada delante de su escritorio al lado de un spaniel blanco, ambos mirando al espectador. El nombre que figura como firma en la carta que acaba de escribir ha dado lugar a varias interpretaciones sobre la identidad de la modelo. Una de ellas, es que podría tratarse del nombre Cuvillere, hija de François Boucher, que en 1773 se había casado con un amigo de su padre, el arquitecto Charles Etienne Gabriel Cuvillier.
Se desconoce con exactitud la fecha de realización de esta pintura. Tal vez se trata de una obra de juventud que quedó inacabada o de un boceto realizado en los últimos años de su actividad artística. El tema del profesor de música cortejando a su alumna fue tratado ya por los maestros holandeses como Vermeer. Aquí la escena transcurre en una atmósfera de sueños de amor.
A partir de 1770, Fragonard se volcó en escenas llenas de vivacidad o picantes de una singular modernidad destinadas a burgueses o a la pequeña nobleza, y en las que el componente erótico se obtiene gracias a una elección cromática de tonalidades muy vivas o con toques rosas o nacarados. Pero progresivamente, y como los demás artistas franceses, Fragonard va abandonar los temas sensuales y se decantará por la representación de sentimientos más delicados y románticos.
A primera vista, esta pintura parece pertenecer a la misma vena de ligereza y erotismo de los temas que tanto gustaron a Fragonard a lo largo de su carrera. Sin embargo, la intensidad de los efectos de claroscuro y la fuerza dramática de la composición en diagonal dan un cierto aire de gravedad a la escena.
El columpio
Las escenas de juegos y recreación son una temática recurrente en la pintura de Fragonard. Muy influenciados por Boucher, los cuadros El columpio así como su gemelo La gallina ciega fueron probablemente realizados por Fragonard cuando éste se encontraba todavía en su taller del Louvre. Constituyen magníficos ejemplos del estilo del pintor en sus comienzos, que aunque muy marcado por su maestro, anunciaba ya sus cualidades originales. Con una exuberancia y una vitalidad casi inaccesibles para Boucher, el pintor nos muestra el dinamismo de estas deliciosas criaturas que continúan jugando mientras la caída es casi inevitable. En El columpio, la mirada perpleja del chico que mira a la muchacha, junto con el entusiasmo general de las figuras por sus juegos infantiles, anuncian las escenas burlescas pero también enternecedoras, de las series posteriores como Los progresos del amor (Nueva York, Frick Collection) o Los felices azares del columpio (L’escarpolette), esta última más artificial (Londres, Wallace Collection). En esos cuadros los colores parecen ya más luminosos y la luz más dorada, aérea y ligera que en la pintura de Boucher. En su origen, estas dos obras eran grandes composiciones murales que fueron reducidas y transformadas en cuadros de caballete. Cuando más tarde, Fragonard se dedique a la realización de grandes lienzos, reducirá el tamaño de las figuras para dar mayor importancia al paisaje.
En esta escena destaca la presencia enternecedora de dos niños que parecen asustados y a los que el mayor protege con su cuerpo. Con un encanto muy diferente de los remilgados amorcillos de Boucher, las figuras de Fragonard desprenden este calor familiar lleno de ternura que más tarde será característico en la obra del pintor.
Este lienzo, junto con el que lleva por título «La gallina ciega», formaba parte de un vasto programa decorativo que incluía escenas de jardín. Ambos cuadros fueron concebidos para ser colocados en el revestimiento de un salón. Se trata de grandes y pintorescos jardines donde las figuras han sido reducidas al máximo. En un entorno frondoso y exuberante, hombres, mujeres y niños, lujosamente vestidos, se dedican a todo tipo de actividades: juegan a distintos juegos, pasean, conversan o comen. Estas pinturas merecen un puesto destacado entre los paisajistas franceses del siglo XVIII.
Fragonard vuelve a poner de moda el género de las fiestas galantes, pero sustituyendo la delicada melancolía de Watteau por una licencia audaz y divertida. El tema del cuadro relanza el clásico asunto del triángulo amoroso. Mientras el marido inconsciente tira de las cuerdas del columpio, el amante furtivo se esconde en la maleza para observar a la joven mujer desde un punto de vista privilegiado: en medio de un revoloteo de faldas, y el escarpín que se escapa del pie, Fragonard añade una nota más de frivolidad a esta escena.
Fragonard y la escena de género
Los gustos de Fragonard en pintura iban dirigidos a las escenas de género: al principio de su carrera se trataba de escenas de amor tiernamente sensuales cuyo erotismo no era de carácter equívoco ni vulgar – «la ligereza y su decencia» ; exquisitas escenas familiares llenas de humor y de delicadeza realizadas a raíz de su encuentro con Marie-Anne Gérard, con quien se casará en 1769 y le dará dos hijos. La pintura holandesa ejerció sobre Fragonard un incontestable y profundo atractivo. En las gruesas pinceladas y en el claroscuro que presenta el cuadro «La cuna» se evoca el arte de Rembrandt, del cual en su juventud el artista había copiado «La Sagrada Familia» que se encontraba en París, en la colección Crozat. El conjunto de su obra, su tierna atención por el mundo infantil, su predilección por los juegos del amor, y la vitalidad que se hace evidente en todas sus obras, nos describen a Fragonard como una persona afable y sosegada. Durante sus dos estancias en Italia, tanto en 1756 como en 1774, prescinde de la pintura mitológica tradicional y prefiere una pintura libre, rápida, que presenta a personas corrientes ocupadas en sus tareas cotidianas.
Se trata sin duda de un cuadro ejecutado después de su primera estancia en Italia (1756-1761); el artista utiliza muy a menudo el tema de las lavanderas que sitúa en un marco natural. En este caso, Fragonard parece retratar una imagen de la vida cotidiana en la Roma de aquella época.
Este cuadro representa un muchacho tomando como prenda un beso de una de las dos chicas que acaba de perder a las cartas. Fragonard ha descrito con total maestría este interior rústico y los tres adolescentes que hacen la apuesta: la espontaneidad del ganador, el sobresalto de la perdedora y la envidia de su amiga; incluso el mantel que resbala bajo el movimiento de contracción de los brazos, y las cartas que caen al suelo.
Los progresos del amor
Bajo la influencia de Watteau, Fragonard renovó la tradición de las «fiestas galantes», y tomó como pretexto temas como el juego o el galanteo para organizar divertidas coreografías que transcurren en parques y jardines. En 1771, fue encargado por madame Du Barry, última amante oficial de Louis XV, de realizar un ciclo de pinturas para su pabellón de Louveciennes. Pintó cuatro escenas sobre el tema del «Amor despertado en el corazón de una joven», representadas sobre un fondo de árboles. El tema es el amor y los subterfugios que utilizan los amantes para alcanzar sus fines. Pero a pesar de ser un tema que correspondía muy bien al carácter de la comitente, la Du Barry rechazó las cuatro cuadros y llamó a otro artista. Tal vez las creaciones de Fragonard eran demasiado directas y hacían demasiado hincapié en los instintos? O bien porqué fueron ejecutadas en un estilo rococó que ya estaba pasado de moda. Tal vez porqué en ellas se podía reconocer al rey y a su amante…? Los lienzos evocan «cuatro instantes del amor»: La sorpresa o El encuentro, El amor-amistad, El cortejo y El amante complacido. Finalmente fue Joseph Marie Vien, un pintor que pertenecía a la nueva tendencia de inspiración clásica, quien realizó la decoración para madame Du Barry.
Se trata de uno de los cuatro lienzos encargados a Fragonard por madame Du Barry. Se cree que su fuente de inspiración es el teatro. Representa un encuentro secreto detrás de una balaustrada en un agradable rincón de un jardín. Vestida de blanco y amarillo la joven adopta una pose teatral. En su mano derecha tiene una carta sellada. Sus cabellos están adornados con rosas, flor asociada al amor y representada abundantemente en este cuadro. La estatua de Venus y Cupido representa un sainete: Venus se niega a entregar sus flechas a Cupido. Fragonard conocía el mito de esta escultura gracias a los cuadros de Watteau entre otros.
Vestido con un hermoso jubón rojo rosado, el joven ha utilizado una escalera para subirse a la balaustrada. Como la mujer, su mirada observa un punto lejano invisible para el espectador.
En esta pintura, una de las más bellas y «modernas» del artista, las frágiles y elegantes figuras de jóvenes son conducidas por la preciosa barca hacia ese torbellino de agua que engulle la frondosidad que domina ostensiblemente el espacio. Con esta obra, Fragonard parece querer indicar cuán frágiles e inciertos pueden ser los sentimientos.
Aunque el gusto de la clase aristocrática cambiaba muy rápidamente, Fragonard permaneció como el principal representante del estilo rococó ya en decadencia, realizando algunas de sus obras más emotivas como las «Alegorías», las figuras de fantasía y los retratos de Diderot y del abad de Saint-Non. No fue hasta los años 1780 que Fragonard intentó un tímido acercamiento al nuevo estilo neoclásico, lo cual es evidente en cuadros como La Fuente del amor. Paralelamente, trabaja con temas de la vida rústica o de la infancia y adolescencia: una temática que suscitaba un gran interés en esta época y que encuentra en Fragonard un intérprete amable, alejado del radicalismo ético de Rousseau, evidente sobre todo en el cuadro La lectora (ver más arriba), en el cual Fragonard supo representar el mundo cotidiano de una forma directa y humilde, sin excesos pictóricos.
Figuras de fantasía
En 1769 Fragonard realiza catorce «figuras de fantasía», de las cuales, ocho están construidas a base de grandes líneas oblicuas y realzadas con toques de pintura en zigzag de radiante cromatismo. Hoy en el Louvre, estos retratos fueron pintados según modelos o inventados, con caras muy coloreadas a base de anchas pinceladas, donde predominan los colores rojo y oro, representando la visión de un inspirado poeta que captura la esencia de un tema: apasionado en el retrato de Diderot, o el deseo de gustar y ser admirada de mademoiselle Guimard (1743-1816), una famosa bailarina. Fragonard realizó para la Guimard la decoración de su hotel parisino construido por Ledoux. En sus retratos, Fragonard puede ser comparado a Franz Hals o Rembrandt, porque sus iniciativas artísticas fueron alimentadas con un alto y muy inhabitual nivel cultural.
Célebre bailarina y actriz que formaba parte de los círculos libertinos, Marie-Madeleine Guimard (1743-1816) protegió a varios artistas, entre los cuales destaca Fragonard; El cuadro la música es un retrato de M. de La Bretèche, controlador general de finanzas y hermano del abad de Saint-Non, y es una de las «ocho figuras de fantasía» que se conservan en el Louvre.
El retrato de Saint-Non, fiel admirador de Fragonard, llevaba una etiqueta en el dorso del cuadro, precisando que el retrato había sido realizado «en tan solo una hora», lo que deja entrever el vigor impetuoso del pincel, magnificado por la audacia del colorido.
El descalabro que sufrió el mercado del arte durante la Revolución francesa, obligó Fragonard a retirarse a Grasse, su ciudad natal, pero fue atraído a la política por el profesor de su hijo, el pintor David. En sus obras tardías, intentó conformarse, a veces con escaso éxito, con la austeridad neoclásica del «estilo republicano» de David.