Watteau y la fiesta galante
La fiesta galante de Watteau no es una interpretación realista de la sociedad en sus actividades cotidianas, es solamente una imagen poética del espíritu. En estas atmósferas encantadas, pintadas con tonos cálidos y una especial sensibilidad en el tratamiento de la luz, se pone de manifiesto una plenitud existencial teñida de infinita melancolía, que hará de Watteau un artista muy querido por los pintores románticos, y poetas como Baudelaire. «Gérard de Nerval y más tarde, Verlaine, admiran la elegancia, la gracia y el potencial estético en lo espontáneo, en lo indeciso, en «este no sé qué» de la pintura de Watteau. Baudelaire considera a las «bulliciosas y elegantes princesas» de los «paisajes de fantasía» de Watteau como figuras familiares, como almas gemelas de la intensidad y de los abismos de la psiquis de las grandes ciudades modernas. El género de fiestas galantes ilustra temas aparentemente triviales: recepciones aristocráticas, bailes, parejas de enamorados, bailes de máscaras, espectáculos teatrales, juegos amorosos, con personajes de tamaño mediano o pequeño en un paisaje. En la poesía Los faros, Baudelaire describe así la pintura de Watteau: «ese carnaval donde tantos corazones ilustres, como mariposas vagan centelleando. Decorados frescos y ligeros iluminados por arañas que vuelcan la locura en este baile giratorio». La vida proyectada sobre la sociabilidad artificial de las fiestas galantes queda así marcada por una extrema melancolía y las emociones que suscita son tan características como ambiguas.
Uno de los lugares donde se desarrollaban estas fiestas galantes era Venecia, ciudad en la que Watteau se inspiraría para algunos de sus cuadros. En este lienzo, algunos críticos ven un autorretrato de Watteau en el hombre que toca la gaita. El pintor se muestra en un contexto imaginario, aparentemente de forma irónica.
Esa languidez pensativa que se desprende de la joven que está de pie delante de un estanque, parece como si fuera dirigida a la estatua de Venus que se divisa en la otra orilla.
El rococó es también un nuevo estilo de vida aristocrático basado en la elegancia, la futilidad de los sentidos, en el amor, las frivolidades, los juegos y las diversiones galantes. Aquí, la estatua de Venus y Amor asume una función dramática, esencial para la acción. Es de ella que emanan los impulsos que animan a las parejas.
En la obra de Watteau, ya se trate del mundo galante o de juegos pastorales, los diferentes niveles estilísticos se manifiestan también por medio de la música y del baile, cómplices del amor. El canto, junto con la música de los instrumentos de viento y cuerda, acompañan e interpretan el desarrollo de las emociones.
Sobre un fondo de paisaje destaca la magnífica figura impregnada de teatralidad de un músico tocando un instrumento de cuerda. El hombre vestido de rojo y apoyado en una columna es un retrato del pintor flamenco Nicolas Vleughels, amigo de Watteau.
Las fiestas galantes para niños visualizan también el talante musical del desarrollo de sus emociones: a medio camino entre la infancia y la edad adulta, la graciosa joven que mira al espectador parece atenta al sonido de la flauta que toca el niño sentado en la hierba.
Jean-Antoine Watteau (1684-1721), uno de los pintores más precoces de la «pintura galante» europea, nació en la ciudad flamenca de Valenciennes, y estudió a una edad muy temprana la pintura del Norte de Europa (Rembrandt y Rubens). En 1702 y con sólo dieciocho años se estableció en París, familiarizándose con las obras maestras del palacio de Luxemburgo y del Louvre. Conoció a coleccionistas y trabajó en el taller de Claude Gillot. Su aguda percepción de la evolución histórica y social sugiere a Watteau la elección de su estilo y de sus temas. En 1717 ingresó en la Academia donde había presentado el cuadro Peregrinación a la isla de Citerea, que va a constituir la consagración oficial de un nuevo «género» que él mismo creó: las «fiestas galantes». Watteau realizó también escenas de género, cuadros mitológicos, desnudos, figuras aisladas y retratos: todas estas obras ofrecen un repertorio iconográfico y estilístico que marcará uno giro fundamental en la pintura europea. La figura discreta, incluso misteriosa de Watteau, ha suscitado un gran número de interpretaciones por parte de la posteridad. Su muerte prematura (murió de tuberculosis en Nogent-sur-Marne, cerca de París) lo vincula a grandes figuras como Rafael.
En torno al debate sobre la primacía del dibujo o del color en pintura que se producía en aquella época en la Academia francesa, los modelos de las dos partes eran Rubens y Poussin. Watteau había estudiado el ciclo pintado por Rubens para Maria de Médicis, entonces en el palacio de Luxemburgo. Este lienzo es un homenaje al pintor flamenco que trató a menudo este tema mitológico en su obra.
Citerea: nostalgia de una isla feliz
Las pequeñas siluetas que Watteau disemina entre paisajes frondosos y parques umbríos, se mueven con gracia, evocadas, más que descritas, a base de pinceladas ligeras cargadas de luz. El cuadro que lleva por título Peregrinación a la isla de Citerea o Embarque para Citerea (existen dos versiones, una en el Louvre y otra en Berlín), gracias al cual Watteau consigue su admisión a la Academia, es la obra símbolo del deseo de huir de la realidad para refugiarse en el sueño arcádico de una mítica tierra de amor. El cuadro presenta una secuencia que se lee de derecha a izquierda. El punto de partida es una estatua de Venus (a la cual es consagrada Citerea), decorada con rosas. Una pareja de enamorados está sentada ante la estatua, otras parejas se levantan para descender la pendiente que conduce al embarcadero. Un grupo de amorcillos revolotean en el cielo, esperando a los amantes que van subiendo a la grácil góndola dorada que parte para la isla. Sus preciosas y resplandecientes indumentarias de tonos irisados, no son la expresión de una nobleza aristocrática, simbolizan el estado de ánimo de unos personajes cuyo universo solo está hecho de belleza y felicidad.
En un paisaje ideal que se disuelve en los lejanas brumas azuladas del cielo, las pequeñas figuras de Watteau se mueven pausadamente para dirigirse hacia la nave que las llevará en peregrinación a la isla griega de Citerea, la isla sagrada de Venus, diosa del amor, cuya estátua préside el paisaje.
Watteau y el mundo del teatro
Aunque toda la obra de Watteau se situa bajo el signo de la «teatralidad», el teatro y el mundo de las máscaras como desapego del mundo real, y haciendo referencia a una dimensión diferente y más íntima, permanecen emblemáticas en su obra hasta el cuadro que lleva por nombre Pierrot. Gran aficionado al teatro, Watteau conoce las reglas del disfraz, de la ficción, de los registros formales: el mundo de las máscaras de la Commedia dell’ arte se convierte en el teatro de las inquietudes, de las ambigüedades, de los sentimientos efímeros y precarios. La presencia enigmática del payaso, del excéntrico, siempre acosado, solitario e incomprendido, atormentaba la imaginación de Watteau que tal vez se identificaba con él. Si se observan atentamente sus cuadros, se descubre en ellos una nostalgia, una profunda melancolía que se insinua hasta en las escenas aparentemente más superficiales.
Bajo un cielo nuboso y en primer plano aparece la figura de Pierrot. LLeva su habitual disfraz que le queda demasiado grande, cortado en tela de satín blanco muy tupido. El personaje, antaño llamado Gilles, expresa una aplastante y dolorosa soledad. Ante este paisaje que parece un decorado de teatro y en el camino situado debajo, tres comediantes vestidos con ropas y sombreros extravagantes, tiran de un asno montado por un jovial Crispín que mira al espectador, como lo hace también el ojo del animal.
En París existía todo un abanico de géneros dramáticos representados por compañías especializadas: la tragedia y la comedia francesa, el teatro italiano surgido de la Comedia del Arte, el ballet y la pastoral, y, finalmente, la ópera que agrupa el teatro, la música y la danza. Se interpretaban las tragedias de Corneille, de Racine y de otros autores, y la comedia francesa cuyo protagonista indiscutible continuaba siendo Molière. Las representaciones públicas de los «comediantes italianos» habían sido prohibidas en su propio teatro del faubourg Saint-Germain por haber ridiculizado en una función a Madame de Maintenon, la amante de Louis XIV, aunque sus comedias eran toleradas en la feria de Saint-Germain. Los actores también representaban sus piezas en forma de pantomima. En 1716, después de la muerte del Rey Sol, la troupe de los comediantes italianos fue rehabilitada por el regente y pudo actuar nuevamente de forma regular.
En el escenario y delante de un decorado que representa una galería porticada, aparecen las figuras de actores vestidos lujosamente, representando sin duda una tragedia francesa, quizás de Racine o Corneille, recitada de forma paroxística, como era habitual.
Máscara patética de la Commedia dell’arte y desdichado en amor, Mezzetino se ha reunido aquí con dos jóvenes sentadas en un banco de jardín, situado ante un pedestal de piedra coronado con un gran jarrón. Los tres personajes se giran hacia un anónimo Pierrot que acaba de llegar, quien domina la composición. Representado de espaldas, no se puede distinguir lo que expresan los rasgos de este personaje inventado por Watteau, el espectador se ve obligado a adivinar esta parte del mensaje visual. Con el sombrero descaradamente inclinado sobre la oreja derecha, tal vez está haciendo alguna pícara proposición a las damas. El título del cuadro, tal como aparece escrito en la época de Watteau, La Partie quarrée (la partida cuadrada) se refiere a que la escena se juega entre cuatro personas.
Los diálogos de la popular Commedia dell’arte eran improvisados, solo se seguía un guión trazado a grandes líneas. Los actores inventaban el diálogo que correspondía a cada tipo de personaje: el comerciante Pantalón, el Doctor, los astutos criados Arlequín y Brighella, el presumido Mezzetino, caracterizado con un vistoso traje y su típica gorra rallada, su rival Pierrot, siempre vestido de blanco, la joven Silvia y muchos otros. El teatro francés debió de adoptar algunas de estas figuras y desarrolló otros personajes de este estilo, sobre todo Colombina, la joven criada enamorada, figura central de las pinturas de Watteau. Los personajes del teatro francés e italiano aparecen en muchas de las obras de este pintor.
La escena, fuertemente iluminada, muestra varias parejas vestidas con sus más bellos trajes, entre los cuales figuran varios disfraces de teatro. Apoyado en un pilar, un personaje con aspecto de dios Baco ciñendo hojas de viña, extiende su vaso para brindar con un joven, cuyo sombrero empenachado lo designa como un personaje de teatro. Por el carcaj y las flechas podría tratarse de una pantomima de Cupido. La mujer con un extravagante vestido, mitad verde y mitad amarillo, que está en medio de los dos, es Colombina, engalanada con un chal adornado con cascabeles. Podría tratarse de una alusión a la ópera cómica «Las fiestas de Amor y Baco» del gran Lully, compuesta en 1672, que se representaba todavía a la época de Watteau. La mujer vestida con tonos oscuros levanta su vestido con un gesto natural y gracioso para esbozar un paso de baile. Su caballero vestido de rojo y un sombrero de paja con un lazo, gira sobre sí mismo con las manos a la espalda. A la derecha, y acompañadas de sus respectivos galanes, dos mujeres con aspecto de muñecas, vestidas en tonos pastel, miran a los bailarines.
Un grupo de actores se han reunido en el claro de un bosque, solo iluminado por una tímida luna y por la antorcha del orgulloso Mezzetino. A la izquierda del cuadro se observa a dos primeras actrices, en el centro y en primer plano se encuentra Pierrot tocando la guitarra, a la derecha, los viejos vestidos de negro son los personajes de Doctor, Pantalón y Scaramouche, y en el plano posterior se encuentra Scapin y un asustado Arlequín que tiene miedo del resplandor de la antorcha.
Cuatro personajes sentados rodean la figura de Pierrot, de frente, las piernas ligeramente separadas y las manos puestas simétricamente sobre sus muslos. A su izquierda, una mujer vestida de rosa y amarillo se inclina hacia él mientras toca la guitarra y un hombre vestido como Mezzetino, con un disfraz color ciruela con rayas azules, se gira para escucharla. A su derecha, otra mujer vestida de verde oliva y azul, se toca el mentón con un abanico mientras mira a Mezztino; su compañero, en gris y amarillo anaranjado, está sentado en el suelo y apoya familiarmente su brazo en las rodillas de la mujer. En el plano posterior, un cielo nuboso perfora el sombrío bosque, y entre los árboles, detrás de Pierrot, se yergue la estatua de un fauno.
Las escenas de la vida militar
Desde finales del siglo XVII, este tipo de escenas galantes eran especialmente apreciadas por los coleccionistas franceses. El cuadro El recluta que va a reunirse con su regimiento (1709) parece que fue la primera de las escenas de la vida militar pintadas por Watteau en sus comienzos. Con las sesenta libras que recibió por este cuadro pudo viajar desde París a su ciudad natal de Valenciennes. Debido a las campañas militares de Louis XIV en el norte, durante el camino pudo ver a los soldados y contemplar su modo de vida. Su estancia en Valenciennes fue breve y si algunas de estas escenas fueron pintadas allí, la mayoría fueron ejecutadas probablemente hacia 1710, después de su regreso a París, y según los croquis tomados durante su viaje. Estos cuadros ilustran momentos de la vida militar – marchas de soldados y escenas de campamento, en las cuales el humo sale más a menudo de un caldero que de un cañón. Lejos de las representaciones de escenas de guerra contemporáneas, solo se trata de cuadros de gabinete que interesaban a los amateurs de arte de la época. La relación entre los soldados y las damas vestidas de seda que visitaban el campamento, es decir, la escena galante transportada a la vida militar, respondía al gusto de los coleccionistas. Watteau tenía ante la guerra la misma delicada actitud que ante el amor.
En medio de un campamento improvisado, dos damas ricamente ataviadas conversan entre ellas, una de ellas que sin duda acaba de llegar, se levanta discretamente la falda de su vestido para no mancharse con el barro. Tal vez es la compañera del oficial con coraza de metal que vigila la descarga de los equipajes. La campesina sentada con un niño apoyado en su espalda, introduce una nota más grave a la escena. Un soldado duerme al pie del árbol, otros fuman, levantan su vaso o se interesan por la mujer de amarillo, sobre todo el soldado herido que está a la derecha. Al fondo, detrás de los carros de abastecimiento, se encuentra la cocina.
Hasta en París, Watteau sufrió las funestas consecuencias de la guerra – uno de sus amigos, su futuro biógrafo Antoine de la Roque, había perdido una pierna en la batalla de Malplaquet. Además, en 1708-1709, las tropas extenuadas habían sufrido los rigores del invierno lo que condujo a situaciones de crisis en muchos lugares de Europa central y occidental. Fue en este contexto histórico que fueron creadas las pinturas militares de Watteau, sin que se trate en modo alguno de escenas de guerra reales.
En el otoño de 1710, cuando Watteau vuelve de su ciudad natal, Valenciennes, ésta se encontraba en zona de guerra. Esta composición y los grupos de figuras han sido sacados de una serie de grabados de Stefano della Porta. El blasón de piedra, arriba a la derecha, fue reemplazado por un escudo con flores de lis ya que los soldados llevan uniformes franceses.
La enseña de Gersaint
A partir de 1717 Watteau observa la vida bajo un punto de vista más realista, donde el sentido de lo concreto prevalece sobre el artificio. Su última gran obra La enseña de Gersaint se orienta hacia una sagaz observación de la vida social, representada con una cierta ternura pero velada por un simbolismo secreto con connotaciones biográficas. Este cuadro fue realizado en los últimos años de su corta vida, cuando ya estaba tocado por la enfermedad que debía llevárselo en menos de un año. De una anchura de más de tres metros (una dimensión totalmente insólita para una pintura de género) y construido con un gran rigor de perspectiva, es considerado como una de las obras maestras más emblemáticas de la pintura del siglo XVIII. Fue concebido modestamente para decorar la entrada de la tienda de antigüedades llamada El gran monarca, propiedad de su amigo Gersaint, marchante de arte. La tela ha sido objeto de diferentes lecturas e interpretaciones: testamento espiritual y estilístico de Watteau, símbolo de un pasaje testimonial entre diferentes épocas de la historia y del arte o, más simplemente, viva y vibrante imagen de un nuevo modelo pictórico y de la evolución del mercado artístico abierto a la alta burguesía. Toda esta multiplicidad de significados es característico en la obra de Watteau, y también este punto de desencanto, de sutilidad agridulce que se insinúa en un asunto aparentemente realista y en una situación que puede parecer banal.
Se han formulado muchas hipótesis sobre la identidad de los compradores, expertos y coleccionistas que examinan los cuadros. Con una ligera ironía, Watteau nos presenta una imagen de la alta sociedad de su época. Dos coleccionistas de arte provistos de gafas observan atentamente un gran lienzo oval que muestra ninfas desnudas bañándose, ejemplo del estilo galante que se difundía en el rococó francés. Detrás del lienzo, Gersaint en persona hace un elogio de la calidad de la pintura, como madame Gersaint que muestra un pequeño cuadro a un grupo de clientes que no pueden disimular un poco de aburrimiento.
Los temas y los cuadros expuestos en la galería atestiguan los gustos artísticos de comienzos del siglo XVIII, paisajes y escenas mitológicas. Todos estos lienzos tienen en común la futilidad o ligereza y los colores claros del siglo XVIII. Los severos retratos con colores oscuros pertenecen al siglo precedente. Hay también cuadros de inspiración religiosa, pero casi todos ellos se encuentran relegados a las filas más altas, las menos visibles.
Casi en el centro de la composición, un joven caballero (tal vez un autorretrato de Watteau) invita con un gesto galante a una dama a entrar en la galería. Los reflejos de la luz sobre el vestido rosa plateado enfatiza el movimiento elegante de la mujer, que traspasa el umbral de la tienda y se gira hacia la izquierda para observar la «deposición» del retrato de Louis XIV en una caja.