Boucher y las pastorales idílicas
Gracias al gran crítico de arte que era Diderot sabemos como se percibía el arte de François Boucher (París 1703-1770) en el siglo XVIII. Para Diderot, que resume sus impresiones frente a una obra pastoral (Salón 1761), este artista practica un arte sensual ficticio, poco realista en el colorido y moral en la elección de los temas. El filósofo crítico, que predica una idea moral de la naturaleza y los sentimientos cívicos, se enfurece al observar el genio mágico de un pintor virtuoso al servicio de temas anodinos. Pero es precisamente esta adecuación entre la profesión superior del artista, su libertad de invención y los temas idílicos que sitúa en una naturaleza alegre, inventada con ternura y humor, lo que aman los protectores de Boucher.
En el siglo XVIII, la pastoral es un tema a la moda que se incorpora a las artes decorativas – a la tela de Jouy y al papel pintado, a la decoración de la porcelana y al biscuit de Sèvres. Al contrario que la efímera fiesta galante que recurre a la fantasía y a la introspección a partir de imágenes casi inmateriales, la pastoral describe el tema galante con un convencimiento que ratifica el espectador (bajo Luís XV, las pastorales de Boucher se insertan en los revestimientos de madera que cubren los salones). De la misma manera que la evocación de los paisajes idílicos de la Arcadia se apoya en la poesía bucólica, la pastoral es un reflejo de la literatura sentimental con temas campestres que se puso de moda a finales del siglo XVII.
La pintura decorativa de mediados del siglo XVIII fue creada principalmente por Boucher y Tiepolo. Pero comparando sus obras, es fácil darse cuenta de la diversidad de estos dos «rococos» (uno francés, el otro veneciano) , tanto más diferentes que las exigencias de sus protectores no eran las mismas. En Boucher, sobre un telón de delicioso paisaje sacado de la bucólica Arcadia, lejos del paisaje ideal de los clásicos del siglo XVII, se mueven pequeñas marquesas y sus gentileshombres disfrazados de campesinos, ocupados en juegos voluntariamente ingénuos. Estas escenas van relacionadas con el melodrama pastoral que se está desarrollando paralelamente.
La heroína de esta escena es Silvia huyendo del lobo al que acaba de herir. El tema está sacado del drama pastoril de Torcuato Tasso «Aminta» que fue traducido al francés en el siglo XVIII por Pecquet. En torno a la nota de color del carcaj rojo, se enrolla una lujosa espiral de seda y la figura de la heroína delante de un paisaje todavía realista, por donde asoma la cabeza del lobo entre unos matorrales. Esta refinada pintura oval constituye una de los mejores logros de Boucher en el género pastoral. Pintado a instancias del duque de Penthièvre para su hotel de Toulouse, pertenece a una serie de cuatro, de los cuales dos se encuentran todavía en el lugar de origen. Esta composición fue grabada por Lempereur y presentada en el Salón de 1779.
Boucher y las mitologías
El reinado de Luís XV se caracterizó por la pintura galante, particularmente adaptada a la atmósfera de la Corte y reflejando los gustos del rey y de Madame de Pompadour. Boucher y otros pintores célebres de esta época, Natoire, Vanloo, De Troy, entre otros, todos contemporáneos de Tiepolo, pintan temas mitológicos de marcada sensualidad jugando con gamas de colores que van desde los tonos más cálidos, como en la pintura flamenca, hasta los más ácidos, pero cuyos contrastes son mitigados por tintes más claros y a menudo con un toque vibrante. François Boucher, el pintor favorito de Madame de Pompadour, es de toda evidencia el más competente de los artistas que fueron sus rivales en el Salón del Louvre. Con Diana o Venus, inventa un tipo femenino esbelto con formas graciosas elegantemente definidas, en cuyas nacaradas carnaciones se intercalan toques de un rosa intenso en las extremidades. En 1734 Boucher había presentado como prueba de admisión en la Academia, su cuadro Rinaldo y Armida, inspirado en la obra de Lemoyne, lo que le valió importantes encargos de la corte y de la aristocracia (decoración del hotel de Soubise, en colaboración con Natoire, 1737-1740).
Se trata de un cuadro mitológico en el cual el artista muestra su incomparable maestría: la luz y la alegría se derraman a raudales en esta composición caracterizada por un rico cromatismo y refinadas tonalidades. Espléndidas figuras femeninas varadas sobre las rocas pueblan la escena, con la misma placidez que la damas de la aristocracia en la intimidad de sus boudoirs.
Mientras que en la pintura de Watteau los dioses antiguos solo aparecen bajo la forma de estatuas que decoran los jardines, su frecuente presencia en la de Boucher se explica por su tradicional aptitud en ilustrar el tema de la imagen misma. En Venus y la paloma no falta ninguno de los atributos de la diosa de la belleza y del amor: las palomas blancas que se utilizaban en el culto a la diosa, las flores, las conchas y las perlas que recuerdan su nacimiento de la espuma del mar, y finalmente los amorcillos que son, en uno cierto sentido, una triple encarnación de su hijo Cupido. Y sin embargo este cuadro no tiene un carácter divino, evoca más bien una composición de «arte mundano». Con sus encantadores colores nacarados, Boucher ha pintado una mujer de la alta sociedad sentada en un diván, abandonándose a sus sueños y a sus frívolas ocupaciones. Representa un mundo quimérico, pero más caprichoso y sensual que el de Watteau, exento de ese toque melancólico que transmiten los cuadros de este último.
Después de la caza, Diana descansa, asistida en su baño por una ninfa. Boucher otorga al personaje un aspecto elegante, utilizando este tema mitológico para dar su visión personal de la belleza.
Escenas de la vida diaria
En las escenas de género, Boucher muestra una más grande espontaneidad creativa que en otros temas. Ello es perceptible en las miradas furtivas que se intercambian las figuras en los ambientes domésticos burgueses, salones, habitaciones o alcobas, donde Boucher llega a plasmar, incluso con un ligero voyeurismo los aspectos más íntimos y secretos de las escenas cotidianas. El encanto de Boucher es fácil e inmediato. En La toilette del Museo Thyssen, una de las obras más seductoras del pintor, el dibujo a la vez ligero y preciso, los sabios toques y los variados matices en los drapeados caracterizan esta composición. La desmesura en los detalles, los gestos íntimos y espontáneos crean una situación de intensa complicidad. En cuanto a la identidad de la modelo existen opiniones diversas. El historiador Sterling dice que fue Madame Boucher quien posó para este cuadro. Según Diderot y otros autores contemporáneos, el pintor hacía posar a su mujer Marie-Jeanne Buzot, para los temas mitológicos y para otros más osados, así como para las escenas de género. Otros autores rechazan esta suposición, pues la mujer del cuadro no guarda ningún parecído con los retratos que el pintor hizo de su esposa, uno de ellos en la Frick Collection. El cuadro fue encargado por el conde Charles Gustave Tessin, embajador de Suecia, amigo y protector del pintor, el cual, en 1745, le había encargado una serie de cuatro cuadros con el título genérico La jornada de una elegante.
Una dama elegante, sentada cerca del fuego procede a colocarse sus medias. Va vestida con un sencillo «déshabillé» blanco que llevaba mientras su sirvienta la maquillaba y le empolvaba los cabellos. La sirvienta se gira y le muestra el tocado que le pondrá y espera su aprobación. Su exquisita pose es puesta de relieve por los elegantes pliegues verticales de su vestido de color malva pálido, quizás la parte más bella del cuadro. El ojo del espectador se pierde en la profusión de detalles, el pintoresco desorden de la habitación y todos los accesorios de una vida cómoda y placentera.
Detrás de un biombo chino decorado con pájaros sobre fondo amarillo, aparece un retrato al pastel, posiblemente de Rosalba Carriera. En el cuadro también se observan varias telas de tafetán y sedas arrugadas: la cortina detrás de la puerta vidriada, el drapeado en torno al espejo y la capa negligentemente arrojada sobre la silla. En el suelo, un fuelle, una escoba, un abanico pintado y el gato que juega con una bola de lana, una bolsa de costura está colgada del parafuegos de la chimenea y espera. En la repisa de la chimenea hay un sinfín de objetos dispares. Sobre una mesita puesta al lado de la dama hay una tetera humeante con sus tazas y sus platos. Con el cuadro que lleva el mismo título «La toilette», el pintor holandés Jan Steen contribuyó seguramente a la difusión de este tema en la pintura francesa del siglo XVIII.
Sin duda inspirada de la pintura holandesa del siglo XVII, esta agradable composición representa la familia del artista en un instante de apacible intimidad. Llama la atención la descripción meticulosa del mobiliario, la ropa y los objetos, todo ello del más puro estilo rococó.
Pintor favorito de Madame de Pompadour, Boucher recibe numerosos encargos oficiales: en 1735 realiza pinturas en grisalla para la habitación de la reina en Versalles; en 1741 la decoración del Gabinete de Medallas; en 1753 encargos para el castillo de Fontainebleau, de Choisy etc. Su actividad se extiende rápidamente a todos los ámbitos de la creación artística, incluyendo ilustraciones para libros (obras de Molière en 1734); es nombrado decorador de la Ópera, cargo que ocupa entre 1742 y 1748 e inspector de la real Manufactura de los Gobelinos en 1755; trabaja también para la Manufactura de Sevres. A la muerte de Carle van Loo en 1765, en nombrado primer pintor del rey. Mariette, un contemporáneo de Boucher, definía así el talento y la personalidad de Boucher: «ha nacido pintor; se puede decir que ha nacido con el pincel en la mano.»
Amante de Luís XV, y personaje esencial en la difusión del arte de su tiempo, ambiciosa comitente de obras de arte y mobiliario, Madame de Pompadour fue la protectora más importante de Boucher. Su fastuoso mecenazgo, en particular en la creación de la manufactura de porcelana de Sevres, es inherente al desarrollo del estilo rococó.