Los orígenes del rococó
El término rococó proviene de rocaille palabra que designa un tipo de ornamentación a base de conchas y de pequeñas piedras en las arquitecturas de las grutas y pabellones de recreo en los jardines. Después del declive del movimiento barroco, esta nueva tendencia artística nacida en Francia en los últimos años del reinado de Louis XIV, se consolidó durante el reinado de Louis XV y se difundió por toda Europa. Cuando en 1715 Felipe de Orleans asumió la regencia en nombre del joven Louis XV, y sustituyo el cérémonial solemne y riguroso de Versalles por la atmósfera más intimista, refinada e intelectual de los salones y de los hoteles particulares o palacetes, la nueva orientación artística estaba ya instaurada. Entre 1730 y 1745, el estilo rococó se consolidó con los artistas que realizaban la decoración de interiores como el hotel de Soubise, considerado como la obra maestra en este estilo, y los espacios para fiestas y representaciones teatrales de la corte. Las pinturas sobre lienzo ilustran encantadoras escenas mitológicas o pastoriles, que describen el espíritu y los ambientes frívolos de la época, espejo de una sociedad aristocrática poco antes de la debacle. Carl van Loo, Charles Coypel, François Boucher, Jean-François de Troy, satisfacen innumerables encargos reales y privados. Sutiles dibujantes, inspirados por los maestros rubenianos de finales del siglo precedente, admiradores de Correggio y de los grandes pintores venecianos (Tiziano, Veronese), evolucionan entre un ideal hedonista y un naturalismo discreto, donde las formas ligeras se inscriben en un paisaje imaginario subordinado al movimiento de los cuerpos desnudos y al de los sedosos drapeados. No obstante, a partir de mediados de siglo, el neoclasicismo naciente se opuso con éxito al estilo rococó al que se puede considerar, al menos en Francia, finalizado poco después de 1760.
Considerado como uno de los más bellos ejemplos del estilo «rocaille» francés, la decoración del hotel de Soubise todavía intacta, fue realizada por François Boucher, Charles-Joseph Natoire, y Carle van Loo, entre otros. Encargada por Hércules Mériadec de Rohan, príncipe de Soubise con ocasión de su matrimonio con Marie Sophie de Courcillon, el programa de la decoración seguía el espíritu de la moda rocaille. La rebuscada iconografía y la refinada ejecución de estas pinturas celebran, por medio de alegorías, las virtudes y el prestigio de la casa de Rohan.
El rococó pone todos sus medios al servicio de la alegría, de la gracia y de la fantasía. Antoine Watteau, aunque muerto en 1721, va a imprimir a todo el siglo un sello imborrable hasta tal punto que aparece a veces como el representante más auténtico. En sus «fiestas galantes«, expresa su profunda melancolía y un gusto por la naturaleza que traduce en admirables y vaporosos paisajes. Sus alumnos Jean-Baptiste Pater y Nicolas Lancret buscarán a imitarlo aunque sin comprender del todo su lección. Su obra circunspecta e íntima se puede comparar a la de Jean Simeón Chardin. Haciendo gala de una extraordinaria libertad, el ingenio de Jean Honoré Fragonard, aunque más brillante, reside menos en la inspiración que en la ejecución.
El mundo de Watteau es un mundo de fantasía. Pero esta visión fantástica se inserta al mismo tiempo en la realidad de la vida aristocrática de la época, con sus fiestas al aire libre, junto a una naturaleza modelada por el hombre, sus personajes vestidos a la moda, sus teatrales «juegos de rol» que regulan las relaciones sociales.
Es tal vez en el retrato francés donde la pintura del siglo XVIII se ha expresado mejor: retratos cortesanos en los que triunfa la virtuosidad de Nicolas de Largillière y de Louis Tocqué en la representación de telas suntuosas; los encantadores retratos de Jean-Marc Nattier, de François Hubert Drouais, de Jean-Baptiste Greuze y de Elisabeth Vigée-Lebrun, esta última permanecerá para la posteridad como el pintor de Maria Antonieta; y sobre todo pasteles, cuyo técnica rápida permite pintar las expresiones más huidizas de una fisonomía, cuyo representante más ilustre, Maurice Quentin de Latour, nos ha dejado obras de una extraordinaria intensidad de vida interior, donde ha sabido representar con nitidez la psicología de los personajes más célebres de su tiempo.
En este elegante retrato, que lleva como fondo un paisaje, las figuras adoptan las expresiones y los gestos afectados de los salones parisinos.
El rococó, un estilo de vida
Además de una tendencia artística, el rococó fue un verdadero estilo de vida, fundado sobre el placer refinado de los sentidos, sobre la inteligencia en sus aspectos más escépticos y más penetrantes, queriendo hacer de la existencia una continua experiencia estética. En los edificios, se cuida sobre todo la arquitectura y la decoración de los interiores con la aparición de los salones, de pequeños salones, salas de conversación, gabinetes de estudio, antesalas, alcobas (boudoirs), etc. En estos espacios, las distintas artes se funden con una sorprendente ligereza. Son de hecho los protagonistas del nuevo estilo. En las pinturas triunfan los colores brillantes y los delicados cromatismos (rosas, verdes y amarillos). En lugar de las solemnes alegorías barrocas, se desarrollan los aspectos maliciosos y frívolos de la mitología galante, donde reinan Venus y Pan, así como los temas de la vida en Arcadia, con improvisadas parejas de pastoras y pastores (entre los autores más representativos, Boucher, Nattier y Fragonard). En cuanto a los demás países europeos, la contribución italiana fue muy importante con la decoración al fresco (Tiepolo) y en estuco, así como por las «arquitecturas pintadas» (vistas y caprichos con ruinas), cuyos pintores más importantes fueron Giovanni Paolo Pannini, Marco Ricci, Bernardo Bellotto, Canaletto y Francesco Guardi.
Al mismo tiempo, aparecieron nuevas clases sociales surgidas del clero o de las altas finanzas. Gracias a sus matrimonios, los hijos de esta rica burguesía, pudieron penetrar en el mundo cerrado de la aristocracia, hasta entonces celosamente replegada en sí misma. Se establece entonces una verdadera osmosis entre estas diferentes categorías sociales, y en los salones parisinos mujeres de letras como madame Deffand o madame Geoffrin reciben la élite intelectual de Europa. Se desarrollan más que nunca las relaciones sociales y la vida mundana adquiere una importancia capital: en toda Francia, tanto en París como en provincia, en los nobles hoteles de invierno y en los castillos de verano, se reúne una sociedad brillante, espiritual, que alía el prestigio de la inteligencia con el deleite de la más exquisita cortesía. Por sus ideas audaces como por su gusto por el lujo, esta sociedad va a ejercer una influencia decisiva sobre la evolución de las artes. Porque en el siglo XVIII, Francia da verdaderamente el tono a toda Europa.
A partir de entonces París se convirtió en capital de la moda. Los fabricantes de seda de Lyon y de Tours, los encajes de Alençon, de Valenciennes y de Chantilly, los bordadores, los joyeros, todos aportan su savoir faire en la elaboración de aquellas pequeñas obras maestras que eran un traje de hombre y un «vestido a la francesa». Las pequeñas muñecas vestidas a la última moda de París que cada año se enviaban a las damas elegantes de las principales ciudades de Europa, contribuyeron a extender la influencia del gusto francés.
En la intimidad de un «boudoir», madame Marsollier prueba a su hija adornos para el pelo, mientras contempla el efecto delante del espejo. Jean-Marc Nattier especialista del retrato, supo reproducir todos los matices psicológicos, sobre todo en las mujeres, cuyo papel en la sociedad iba creciendo. Madame Marsollier era hija del abogado de Luís XV.
El ajetreo de carrozas, portadores de sillas, caballeros y carretas que obstruían la circulación, era típico de este puente. Este cuadro ofrece con todo detalle el aspecto y el ambiente de París en el siglo XVIII.
La época también se presta a la imitación de Versalles. Tanto en las pequeñas cortes alemanas como en las grandes capitales, Berlín, Viena, San Petersburgo, Turín, Nápoles o Madrid, los nobles se hacen construir palacios en el campo donde los placeres de la caza, del juego, y de las fiestas estimulan la libertad del poder. No obstante, esta sociedad tan brillante sufre de un mal profundo que acabará por causar su ruina: fundada sobre las desigualdades sociales, se extinguirá por no haber querido realizar los cambios imprescindibles que reclamaba la evolución del pensamiento y las costumbres.
Conversaciones galantes, intrigas amorosas, la caza es pretexto para una comida al aire libre. Encargado por Luís XV para el Gran comedor de sus apartamentos en el castillo de Fontainebleau, este cuadro se encontraba al lado de «La muerte de un ciervo» (desaparecido) y de «Descanso durante la caza» de Van Loo, pintado el mismo año.
El Salón de pintura y escultura
El término francés Salon designa las exposiciones oficiales de obras de arte francesas abiertas al público, organizadas a partir del siglo XVIII, con una periodicidad variable, bajo los auspicios de la Academia. En 1667, la Academia Real de pintura y escultura había organizado una primera exposición, abierta solo a sus miembros. La experiencia fue renovada de manera intermitente en la Gran galería del Louvre, después se convirtió en anual y se organizaba en el salón Carré, de donde procede su nombre. Fue puesta bajo el control de los profesores de la Escuela de Bellas Artes, quienes constituyeron un jurado que decidía la admisión de los artistas. La pintura de historia era considerada el género más importante, seguido del tema mitológico; el paisaje y la naturaleza muerta eran considerados como géneros menores. Este tratamiento por los medios oficiales y académicos fue muy discutido y dio lugar a vivas protestas por parte de los pintores rechazados a causa de la gran severidad del jurado. El Salón se interrumpió entre 1704 y 1737, y a partir de esta fecha se celebró cada dos años. A partir de 1791, a causa de la Revolución, los artistas ya no estuvieron obligados a formar parte de la Academia para poder presentar sus obras al público.
Se trata de un documento muy importante que permite conocer la disposición espacial de las obras durante los días que duraba la exposición. El Salón era inaugurado por el rey el día de San Luís, el 25 de agosto, y permanecía abierto durante veinte días. Se imprimía el catálogo junto con el precio de cada obra, y los nombres de los artistas por orden de importancia, en primer lugar el pintor del rey, acabando por el último pintor admitido.
Diderot redactará las actas de las exposiciones. Entre 1759 y 1781, y con un estilo entusiasta «escribirá» nueve Salones para la Correspondencia literaria de su amigo Grimm. Convencido de la función moral del arte y del desarrollo del buen gusto, en estos escritos Diderot ataca la inspiración «corrupta y antinatural de Boucher«, y alaba la pintura de Chardin, de Greuze, de Joseph Vernet y de Hubert Robert, antes de descubrir en el joven David, al futuro restaurador del «gran género» a lo antiguo (el neoclasicismo). Las críticas muy libres y sin concesiones de Diderot, con agudas observaciones sobre el color y la luz, fueron recopiladas en vida del escritor en el libro Los Salones. La importancia de estos escritos ha sido ampliamente reconocida, y Diderot es considerado como uno de los creadores de la crítica de arte.
Presentado al Salón de 1759, en el Libreto de Diderot figura esta descripción: «Dos pequeños cuadros de un pie de altura, sobre siete pulgadas de ancho. Uno representa un joven Dibujante: el otro una Joven, que trabaja en un tapicería.» Existen varias versiones de esta obra.
Las Academias de bellas artes
Cuando Diderot elaboraba un Plan de Estudios para una universidad, comenzaba por un elogio a la instrucción, conforme al espíritu del Siglo de las Luces: «Instruir a una nación, es civilizarla, ahogar conocimientos, es reducirla al estado primitivo de barbarie.» Las numerosas instituciones culturales, científicas y literarias que proliferan a lo largo del siglo XVIII, pierden gradualmente su carácter elitista, para convertirse en escuelas públicas. Este fenómeno se puede aplicar al ámbito del arte, con la fundación o reestructuración de nuevas academias de bellas artes (en 1720, existían diecinueve Academias en Europa; en 1790 más de un centenar). La Academia real de pintura y escultura, fundada en París en 1648 (financiada por el rey), tuvo un papel determinante: a través de concursos y exposiciones periódicas, se presentaba como el único eslabón entre los artistas y los comitentes. Su influencia fue rápidamente preponderante en Europa y apareció el nombre de «bellas artes» que fue utilizado universalmente. Esta forma de oficialización acabó de romper la todavía tan fecunda relación con el Renacimiento, entre las «artes mayores» (a partir de ahora bellas artes) y las «artes menores». El periodo más prestigioso de las Academias se sitúa en el siglo XVIII con la consolidación y la difusión del mensaje de las Luces por una cultura laica, enciclopédica y universal.
El estudio de la figura humana exige la precisión en el dibujo, el respeto de las proporciones y la variedad en la expresión de los caracteres. Aquí, el pintor muestra con orgullo su excelente dibujo, como aquel que ofrece una prueba de sus aptitudes, practicadas con el estudio de la anatomía.
En París, así como en Berlín, Bolonia, Londres o Madrid, las lecciones puramente teóricas se generalizan en la segunda mitad del siglo. Por ejemplo, entre 1766 y 1768 el escultor Felipe Castreño, con el apoyo de Rafael Mengs, obtuvo la introducción de la enseñanza de la geometría, de la perspectiva y de la anatomía en la Academia de San Fernando de Madrid, mientras que en la Royal Academy de Londres, el pintor Joshua Reynolds consagraba sus conferencias al ideal clásico.
En 1726, sin duda provisto de una bolsa de estudios de la ciudad de Toulouse, Subleyras viaja a París. Al año siguiente compite por el Gran Premio de la Academia que logra conseguir, el cual le abre las puertas de la Academia de Francia en Roma. Utilizando el tema de este cuadro (la barca de Caronte atravesando la laguna Estigia para conducir las almas hasta el Infierno), Subleyras respondía en primer lugar a las exigencias de la Academia que reclamaba a los jóvenes artistas un perfecto dominio en el tratamiento del desnudo y de los drapeados.
En la época revolucionaria y napoleónica, las academias de arte (al igual que las instituciones análogas de índole científica, literaria y filosófica) se multiplicaron en toda Europa y, en Italia, no sólo en las grandes ciudades, sino también en los pequeños centros. Aparte de su rol tradicional en la formación de los artistas, la academia de la época de las Luces y de la época napoleónica desarrolló una actividad de promoción a través de exposiciones periódicas y concursos, como los Salones o el Gran Premio de Roma; y también de conservación del patrimonio artístico, con la creación de pinacotecas y de colecciones de arte.
Hubert Robert pasó once años en Roma. Aunque no obtuvo el Gran Premio de Pintura, vivió con los pensionistas del palacio Mancini donde encontró al joven Fragonard. En este cuadro, el artista representa a los visitantes que circulaban por la galería de esculturas antiguas del Louvre y a una joven alumna dibujando. En el extremo derecho se puede ver la «Diana cazadora» de la Sala de las Cariátides.
El Grand Tour
Una de las características de la cultura del siglo XVIII es el deseo de conocimiento directo, por medio de itinerarios culturales e intercambios internacionales. El Grand Tour (gran vuelta) es un viaje educativo por las principales ciudades europeas (sobre todo italianas) que efectuaban los aristócratas y los burgueses en el siglo XVIII, y que estimuló un floreciente mercado artístico. Se efectuaban largos recorridos a través de todo el continente, a menudo difíciles, pero estimados indispensables para la formación del «buen gusto». El principal destino de los viajeros ingleses, franceses y alemanes del Grand Tour, que duraba meses o años enteros, era Italia, pero algunos no vacilaban en ir más lejos, hasta Rusia y su espléndida y nueva ciudad, San Petersburgo. Las indicaciones de los primeros guías turísticos y los consejos de hombres cultivados, imponen poco a poco una serie de etapas «obligatorias». El apogeo del Grand Tour se situa entre 1760 y 1780, periodo en el cual se ha cifrado en cuarenta mil los extranjeros que pasaron por Roma.
Como tanto otros extranjeros llegados a Italia para efectuar el Grand Tour, el protagonista del cuadro, un elegante aristócrata, adopta una pose desenvuelta, vestido con su ropa de viaje, el tricornio y el bastón de paseo en una mano, rodeado de ruinas romanas. En la otra mano lleva un plano de Roma. Al fondo del cuadro aparecen el Castello Sant’Angelo y la basílica de San Pedro.
Los dos turistas, uno de ellos con un carnet de dibujo bajo el brazo, admiran el Coliseo y las ruinas de Roma. El primer encuentro entre Hackert y Goethe tuvo lugar en Nápoles en 1787. El escritor admiraba mucho a este pintor, sobre todo su capacidad de representar la naturaleza y la rapidez de su dibujo. Goethe escribirá la biografía Hackert en 1811.
En Italia, los destinos importantes acabaron por crear un itinerario preciso de lugares de obligada visita. Pero en el siglo XVIII, algunas veces se aborda el viaje a la Península con un espíritu diferente. Aunque en ciertas ciudades la vida social era brillante, con recepciones principescas y suntuosas representaciones teatrales, Italia sufría de una crisis que se agravaba de año en año, tocando a los sectores más diversos, y los monumentos se encontraban en un estado lamentable. Hasta entonces se iba a Italia para estar al día de las novedades de un país a la vanguardia del arte; a partir de ahora se visita un bellísimo país, pero atrasado, guardián en parte ignorante de los tesoros del pasado, sumergidos en el decorado y en la luz de conmovedores paisajes. Los extranjeros encontraban así excelentes ocasiones para comprar obras de arte: no sólo cuadros y esculturas recientes (entre las más solicitadas, los lienzos de los vedutisti venecianos, Canaletto o Guardi), pero también numerosas colecciones de obras maestras vendidas por arruinadas familias de la antigua nobleza.
Anticuario y coleccionista inglés, Charles Townley (1737-1805) aparece representado en su biblioteca, rodeado de su colección de esculturas y acompañado por tres amigos: el político y aficionado de arte Charles Greville, el paleógrafo conservador del British Museum, Thomas Astle y del anticuario Pierre de Hancarville, sentado delante de una mesa. En aquella época, la colección de Townley era considerada como una de las más importantes atracciones de Londres, y fue comprada más tarde por el British Museum.
La museología en el Siglo de las Luces
El nombre de «museo» proviene de la palabra griega mouseion que se refiere a la institución pública cultural creada por Ptolomeo en Alejandría en el siglo III a.C., en estrecha relación con la famosa biblioteca: era un lugar de reunión y de estudio para los hombres de letras, los científicos, los filósofos, y entre sus funciones estaba la de reagrupar y de presentar las obras de arte. A través de la mediación de la cultura humanista, ese ilustre modelo ha rodeado al museo de una aureola sagrada (el museo como templo de las Artes o de las Musas) que será revalorizada al mismo tiempo que la concepción global y universal de la cultura del Siglo de las Luces o Ilustración en España. La concepción moderna del museo es un hecho relativamente reciente, ya que no es hasta mediados del siglo XVIII, durante la consolidación y reivindicación de la cultura de las Luces, cuando emerge y se formula de modo consciente. Hay que distinguir entre la historia del museo y la más extendida en el tiempo, la del coleccionismo, término utilizado preferentemente para designar las diferentes formas de acumulación o de colección de obras de arte. En la Europa de las Luces, el paso de lo privado a lo público se realizó de diversas maneras, paralelamente a la consolidación del patrimonio artístico como bien de la colectividad. El decreto por el cual la Asamblea nacional transformó (1793) las colecciones reales del Louvre en Museo Central de las Artes, simboliza la entrada de una nueva era en la historia de los museos, aunque el Louvre no fue el primer museo europeo abierto al público.
Pintor de arquitecturas reales o imaginarias, animadas con pequeñas siluetas, Hubert Robert que vivió y trabajó en el Louvre hasta 1806, participó en la comisión del futuro Museo desde 1778. La Revolución devuelve el patrimonio artístico visible a los ciudadanos y el Louvre se convierte en museo.
Realizado en Florencia, el cuadro representa la Tribuna de la Galería de los Oficios de Florencia, que fue uno de los primeros museos del mundo, donde se exponen las obras más prestigiosas de los Médicis. Sin embargo, Zoffani nos muestra aquí obras que no estaban expuestas como la Virgen de la silla de Rafael, la Venus de Urbino de Tiziano y obras de Rubens como Los cuatro filósofos. En el cuadro se reúnen varios grupos de expertos para admirar esculturas antiguas como la Venus Médicis. Abajo, a la izquierda, se puede ver la Quimera de Arezzo estatua etrusca descubierta en 1553 en Arezzo, bajo el reinado de Cosme I de Médicis.