El arte del retrato
En el siglo XVII, las vibrantes interpretaciones barrocas de Rubens, se contraponen al realismo de Caravaggio o Velázquez, mientras que en Holanda, Franz Hals proponía una muestra inagotable de tipos y caras de la burguesía. En las pinturas del siglo XVIII y durante el período rococó, sonrientes rostros de aristócratas alternan con grandilocuentes poses clásicas, pero también escritores, intelectuales, sabios, artistas, musas y aristócratas fueron los protagonistas del retrato francés, mostrando al modelo ocupado en alguna actividad: escribiendo, leyendo, tocando un instrumento, paseando o conversando en un taller. De Boucher a David, de Desportes a Greuze, la mayoría de los grandes pintores, desde los retratistas renacentistas, han practicado este género, algunos de ellos con intrepidez, sinceridad y prodigalidad. Especialistas del retrato como Duplessis, Drouais, Latour, Vestier, Roslin, Vigée-Lebrun, presentaban sin disfraz ni disimulo el estado de ánimo de cada modelo. Como el inglés Thomas Gainsbourg que se hizo célebre pintando a sus modelos en su entorno social o escogiendo previamente una escena: sus fondos de paisaje parece que vayan asociados con el carácter del personaje representado. La técnica del pastel fascina a pintores como Etienne Liotard, Jean-Baptiste Perronneau, Chardin al final de su carrera, y sobre todo al gran especialista que era Latour. Todos ellos van a utilizarla en sus retratos.
El personaje manifiesta una sutil ironía en la expresión que le da un halo de superioridad, y su pose aparentemente espontánea se vuelve impenetrable. El frío color del pastel introduce al modelo en un mundo hermético, precioso y artificial, que en ningún momento ofrece un punto de encuentro con el espectador. Cuando Latour realizó este retrato era ya uno de los más solicitados retratistas de la época.
Hija de Luís XV y Maria Leszczynska, la joven mujer aparece representada según la tipología del retrato en horizontal. En esta encantadora imagen, el pintor muestra que conocía los usos y costumbres orientales aprendidos durante sus viajes, sobre todo en los detalles y en la representación ambiental.
París ejerció un gran poder de atracción sobre los artistas europeos, entre ellos el pintor sueco Alexandre Roslin, admitido en la Academia en 1753 y artista muy admirado por sus retratos de intelectuales y artistas. El modelo del retrato, Marmotel (1723-1799) era un historiador y escritor francés que fue miembro del movimiento enciclopédico.
La dama del retrato es la madre de Alexandre Lenoir, fundador del Museo de los Monumentos Franceses. En este cuadro destaca la virtuosidad en la representación de las diversas materias como la tela de satin y el encaje o el papel marbreado de la cubierta del libro.
Como se pone de manifiesto en este retrato, Lépicié fue muy influenciado por Chardin, al que imitó en numerosas escenas de género.
Perronneau fue uno de los retratistas más conocidos y más solicitados de su época. Colorista hábil y delicado encuentra su medio de expresión en la técnica del pastel. Los personajes retratados pertenecen generalmente a la alta burguesía, como esta elegante dama que fue tal vez la esposa de un concejal de la ciudad de Rouen.
Este retrato fue probablemente comisionado por Madame Lavoisier, ella misma pintora y ex alumna de David. Aquí destacan los gestos naturales y la minuciosidad en la descripción de los instrumentos de química, en los cuales el matrimonio estuvo profundamente interesado. Lavoisier era un eminente físico y químico, miembro de la élite intelectual liberal que recomendaba reformas políticas moderadas. Fue guillotinado en 1794 por haber ostentado el cargo de recaudador general.
Jean-Marc Nattier
Jean-Marc Nattier (París 1685-1766) fue admitido en la Academia en 1717 como pintor de historia presentando una composición de tema mitológico. Sin embargo el artista tendría éxito con el retrato, un género que no estaba muy bien considerado en los círculos académicos. Sus competencias en esta modalidad se hallan reflejadas en los comentarios que nos ha dejado su primer biógrafo, su hija, casada con el pintor Louis Tocqué, cuando un joven Nattier presenta a Luís XIV un dibujo para un retrato del pintor Rigaud, obra que fue muy admirada por el monarca. Los numerosos encargos recibidos de la burguesía o de la aristocracia, y especialmente del zar Pedro el Grande, fueron el origen del gran éxito de Nattier, quien a partir de 1740, trabajó para la corte de Luís XV. Sus mejores obras son los retratos femeninos, en los cuales las imágenes sacadas de la realidad o llevadas a un contexto mitológico, fueron pintadas con gracia y elegancia utilizando colores claros y brillantes, extremadamente desleídos. Por la espontaneidad de las expresiones y la riqueza de los atuendos, los retratos más logrados de Nattier son los de las damas de la corte (retratos de las hijas de Luís XV, como diosas de las Estaciones o de los Cuatro Elementos).
La mirada embelesada, las mejillas encendidas, y el gesto afectado de la niña acariciando a su perrito, nos recuerda la imagen de una muñeca.
Nattier se muestra en cambio poco preocupado por la verdad psicológica de sus modelos, y se decanta por el halago. Los modelos de Nattier posan en lujosos ambientes decorados con suntuosos cortinajes, objetos y muebles raros, con flores o animales de compañía, cuyo brillante colorido y sus efectos luminosos se reflejan en los elementos que conforman la imagen. Sus retratos, últimos testimonios de una pintura todavía clasicista que recuerda a Domenichino y Albani, toman aquí un valor emblemático, símbolo de una sociedad, un entorno y un estilo de vida caracterizado por el gusto por la belleza ficticia y una afectada elegancia.
Para el retrato de esta dama, momentáneamente transformada en la diosa Diana, Nattier ha escogido colores fríos en consonancia con el personaje y como fondo un paisaje, en el cual el cielo ocupa casi todo el espacio pictórico. La figura aparece sentada y señala con el índice de su mano izquierda algo que está fuera del campo de visión del espectador. Su túnica blanca colocada artísticamente, deja entrever un seno. El arco, las flechas y el carcaj, pero también la piel de leopardo, son los atributos de Diana, diosa de la Antigüedad que simboliza la caza. La minuciosidad en los detalles y la dulzura en la expresión del personaje caracterizan la pintura elegante y a menudo halagadora de Nattier. Madame Bouret, de origen portugués, se había casado en 1735 con Michel Etienne Bouret, recaudador de impuestos (fermier général) un cargo muy lucrativo en aquella época.
Élisabeth Vigée-Lebrun
Hija y alumna de un pintor pastelista, Elisabeth Vigée-Lebrun (París 1755-1842) adquirió una gran celebridad en los medios aristocráticos europeos con sus graciosos retratos al óleo y al pastel. Vigée-Lebrun fue esencialmente una autodidacta precoz, con talento. Fue introducida en la sociedad mundana y aristocrática parisina por su marido Jean-Baptiste Lebrun (pariente lejano del pintor Le Brun), que ejercía la profesión de comerciante de cuadros, lo que le permitió estudiar los maestros de las distintas escuelas pictóricas. Su primer éxito como retratista fue en 1778, cuando hace el primer retrato de Maria Antonieta, destinado a su madre la emperatriz María Teresa de Austria, y es nombrada pintor oficial de la reina (en diez años realizó más treinta retratos de ella, sola o con sus hijos). Al estallar la Revolución y como personaje que se codeaba con la realeza, tuvo que emigrar a otras cortes europeas. Durante los doce años que duró su exilio, Vigée-Lebrun viajó por Italia (1789-1792) Viena y San Petersburgo. Esta larga estancia confirmó su talento como retratista de corte y de la aristocracia cosmopolita, sobre todo en Nápoles. En 1808 Vigée-Lebrun regresó a Francia pero continuó viajando al extranjero: en Suiza pintó el retrato de Madame de Staël como Corina (1808). Los últimos años de su vida los dedicó a escribir sus Memorias (1835-1837).
Pintado en Bruselas, este encantador retrato atestigua la admiración que Vigée Lebrun sentía por una célebre obra maestra flamenca «El sombrero de paja» de Rubens. El vivo reflejo producido por la luz exterior directa ha sido cuidadosamente reproducido, como en el cuadro de Rubens. Madame Vigée se ha representado al aire libre, delante de un cielo azul manchado de nubes. A la vez pintor y modelo, la figura parece encarnar el arte de la pintura. Lleva un sombrero de paja coronado con flores silvestres recién cortadas, y como en el retrato de Rubens, su sombrero está adornado con una pluma. Mientras Suzanne Lunden, la modelo del pintor flamenco, cruza modestamente los brazos y mira por debajo del ala de su sombrero, Madame Vigée brinda al espectador una franca mirada de amistad sin afectación ni artificio.
Con sus retratos, la artista lanza un nuevo estilo. Se pusieron de moda porque se prescindía precisamente de detalles barrocos como columnas, ampulosos drapeados y poses afectadas. Sus modelos iban vestidas con ropas más simples de inspiración clásica llamados «a la griega», mostrando actitudes y sentimientos naturales, anticipándose al neoclasicismo de David.
El amor materno y la ternura infantil son temas recurrentes en los cuadros de Vigée-Lebrun, como en los retratos de su hija Julie. Aquí las dos damas muestran a sus hijos con ternura y orgullo, libres de convenciones mundanas. Los tejidos han sido reproducidos con toques ligeros, líquidos, con un brillo más marcado en las zonas donde se refleja la luz, como en la banda dorada que lleva atada a la cintura la dama de la izquierda. Por la dulzura del dibujo y la libertad y soltura de las pinceladas, la cara del niño apoyado en la rodilla de su madre anuncia las obras de los pintores impresionistas.
En el gran sombrero de plumas se halla reunida toda la elegante gama cromática del cuadro, en tonos grises, azules claros y lilas, que se repite en el lazo de seda. El manguito de piel es una amalgama de toque suave y aterciopelado. Estos detalles estilísticos y otros demuestran la brillante exhibición técnica de la artista. La dama del retrato era una actriz muy conocida de la Comedia Italiana en París, fue pintada por Madame Vigée-Lebrun antes de que la Revolución la obligara a emigrar. La artista captura el movimiento de la modelo, como si la hubiera pintado en plena carrera, lanzando una sonrisa fugaz, justo antes de salir por la izquierda del cuadro.
Los retratos al pastel de Latour
Maurice Quentin de Latour (1704-1788) adoptó la técnica del pastel, tal vez siguiendo el ejemplo de Rosalba Carriera. Sus retratos expresivos y penetrantes lograron un gran éxito en el ambiente cortesano y en los círculos intelectuales. En los dibujos preparatorios ya se evidencia la habilidad técnica del artista y en los estudios, los rostros expresan su más íntima esencia. En 1746, Latour entra en la Academia Real como «pintor de retratos al pastel». Este tipo de técnica permite realizar correcciones con gran facilidad y puede repetir las sesiones de posado. Fascina por la fragilidad de su materia que está hecha basicamente de polvo aunque esté solidificado, por la rapidez de ejecución y el resultado de los efectos cromáticos obtenidos a partir de centenares de tizas de colores, desleídos con agua clara y secados.
Henry Dawkins (1728-1814) fue diputado de Southampton. A juzgar por la edad que aparenta el modelo, este retrato al pastel se puede fechar aproximadamente en 1750.
Toda la obra de Latour nos muestra un diálogo tranquilo pero directo entre el artista y su modelo, una meditación sobre los tipos y las expresiones psicológicas – ya se trate de Luís XV, de la reina, de Madame de Pompadour, del mariscal de Sajonia, o de otras más «humildes» personalidades: retratos de Jean-Jacques Rousseau, d’Alembert, sus Autorretratos. Su rival Jean-Baptiste Perroneau, cuya técnica es todavía más vigorosa o Jean-Etienne Liotard, y Chardin, al final de su vida artística nos han dejado los más bellos retratos al pastel de todo el siglo XVIII. Antes que ellos, la célebre pintora veneciana, Rosalba Carrièra (1675-1757), se había distinguido en ese género.
Madame de Pompadour jugó un papel muy importante en la vida artística e intelectual del siglo XVIII. Jeanne-Antoinette Poisson, nacida en 1721, en el seno de una familia burguesa ligada al mundo de las finanzas, gozó de una excelente y refinada educación. Frecuentaba los salones donde encontraba a la élite intelectual de la época, Diderot, Marivaux, Rousseau, Voltaire. Presentada a la Corte, se convirtió en la amante oficial de Luís XV en 1745, y recibirá el título de marquesa de Pompadour, así como diversas moradas prestigiosas, como el hotel de Evreux, actual palacio del Elíseo. En 1751, el rey la repudia como amante pero la conserva como amiga y consejera. Protectora de las artes, se rodea de todos los grandes artistas de la época, como el pintor Boucher, y de los mejores artesanos que trabajan en los Edificios del rey (Bâtiments du roi).
En este retrato oficial, la marquesa se encuentra en un gabinete de estilo rococó, rodeada de los atributos que simbolizan la literatura, la música, la astronomía y el grabado: una partitura de Guarini, la «Enciclopedia» y otros libros como «Del espíritu de las leyes» de Montesquieu, «La Henriada» de Voltaire, una esfera, y diversos grabados. Detrás de ella, hay una silla en la que se ha depositado una guitarra y diversas partituras. Como signo ostentoso, la marquesa lleva un suntuoso vestido de corte llamado «a la francesa» cuya moda aparece hacia 1750, pero en cambio hay que destacar la ausencia de joyas. Con este cuadro, Latour puso al servicio de la marquesa todo su dominio técnico y su sentido del análisis psicológico, a pesar de los problemas encontrados durante su realización, por de los deseos cambiantes de esta mujer que reinó casi más que el rey.
Otro pintor pastelista fue Jean-Etienne Liotard, quien en el delicioso cuadro La bella chocolatera realizó algunas curiosas experiencias: desde un punto de vista estrictamente técnico, se trata de un pastel sobre pergamino, pero tiene las dimensiones de una tela y la apariencia esmaltada de una pintura sobre porcelana. La figura de la joven sirvienta con su aspecto atento y vivaz parece anunciar el espíritu de personajes análogos en las obras de Mozart.
La joven que camina mientras sostiene una bandeja con una taza de chocolate y un vaso de agua, se dispone seguramente a depositarla sobre una mesita para la persona que tomará su chocolate en solitario. Esta obra maestra fue muy alabada por sus contemporáneos, por la perfección técnica alcanzada por el artista en la utilización de la pintura al pastel y por su verosimilitud. De una gran finura cromática, restringida a los tonos grises, rosas y ocres, sobre los cuales destaca el blanco del delantal, colores que encontramos en la decoración de la taza. El cuadro fue comprado en Venecia por el conde Algarotti para las colecciones reales de Dresde.