Paul Gauguin: el exilio voluntario
La agitada vida de Paul Gauguin y su concepción del arte están estrechamente relacionados. La fuerza de su impulso creativo encuentra su mejor ejemplo en el exilio voluntario que este genio de la pintura emprendió en paraísos remotos de los mares del Sur. Hijo de un periodista, Paul Gauguin nació en París en 1848 y murió en las Islas Marquesas en 1903.
De madre peruana, pasó los primeros años de su vida en Lima, donde su padre tuvo que emigrar por razones políticas. La vida en los trópicos durante el período más impresionable de la infancia tuvo que dejar una huella indeleble en el joven Gauguin. Cuando tenía siete años, su madre lo trajo de vuelta a Francia para cursar sus estudios; dos años más tarde, con un hatillo lleno de arena atado al extremo de un palo, ya intentó explorar nuevos horizontes. A los dieciséis años (1865), dejó la escuela y se alistó en la Marina de Orleans. A su regreso a París (1871), se puso a trabajar en la oficina de un corredor de bolsa, y en 1873 se casó con Mette Sophie Gad, una joven danesa de familia acomodada. Pasaron los años; la llegada de cinco hijos y un monótono trabajo de oficina dejaban poco espacio a la fantasía, pero sin embargo, y en su tiempo libre Gauguin se dedicaba a una ferviente actividad de pintor aficionado (paisajes tradicionales, retratos de niños, esculturas) A los 28 años, logró exponer un cuadro en el Salon de Paris de 1876 y conoció a Pissarro y a los demás impresionistas sintiéndose cautivado por su pintura que empezaba a ser conocida por aquel entonces. Su estilo, muy parecido al de Pissarro, fue probablemente el origen del lazo de simpatía que se creó entre ambos artistas (Gauguin expuso sus obras junto a los impresionistas en 1880, 1881, 1882 y1886). En 1883, siguiendo su vocación, deja su trabajo de oficinista y le dice a su esposa que ha decidido dedicar todo su tiempo a la pintura. Cuando los ahorros familiares se agotaron, Gauguin se trasladó con su familia a Copenhague donde vivía la familia de su esposa. No queriendo vivir a sus expensas, trató de ganarse la vida como agente comercial, pero su carácter fuerte e irascible era poco adecuado para ese tipo de trabajo. Una sensación de fracaso, el pensar que estaba perdiendo un tiempo precioso en busca del pan de cada día, le iba amargando la vida, de tal manera, que no perdía ocasión de incomodar y ofender a aquel entorno burgués con sus modales de bohemio. Finalmente, en 1885 regresó a París, llevándose a su hijo Clovis, de seis años de edad y de salud frágil, dejando a los otros cuatro con su madre. En París, la vida de Gauguin se hizo más y más difícil. Se vio forzado a malvender sus telas para vivir, y tuvo que ponerse a pegar carteles para ganar el sustento y alimentar a su hijo. A partir de entonces, el fracaso económico y familiar lo lleva a permanecer largas temporadas lejos de París. Luego de estar en Rouen y en Copenhague, vuelve a Francia en junio de 1885 y comienza sus viajes de París a la Bretaña atraído por el paisaje y después a Panamá y a las islas de la Polinesia.
El personaje del cuadro es Clovis el tercer hijo de Gauguin, nacido en 1879. El estilo de esta pintura tiene muchas afinidades con las obras de otros impresionistas, desde la falta de expresividad del niño dormido hasta la espléndida naturaleza muerta encima de la mesa, la disposición de la luz y el reparto de los colores.
Propenso a la aventura y a la sinceridad, Paul Gauguin tiene una visión de París muy diferente a la de los impresionistas. Para él, la Ciudad de la Luz es una prisión asfixiante de la que debe escapar. Sera pues en la región «salvaje» de la Bretaña donde Gauguin pintará sus primeras obras importantes. En julio de 1886, dos meses después de haber participado en la sexta exposición impresionista, viaja a Pont-Aven donde se había formado una escuela de pintura en busca de nuevos motivos de inspiración.
Gauguin y el período bretón
Atraído por los acantilados y playas salvajes de Finisterre y la perspectiva de una vida más barata, se instala en Pont-Aven alojándose en la pensión de Marie-Jeanne Gloanec, modesta pero muy acogedora, donde paga sólo setenta y cinco francos al mes. La elección de este lugar no es casual: en los últimos veinte años, este pequeño puerto atraía a numerosos pintores. Durante su estancia, Gauguin se dedica a pintar paisajes y a mujeres bretonas con sus trajes tradicionales, resaltando su belleza sencilla, muy alejada de las sofisticadas modelos parisinas que solían frecuentar los talleres de los pintores, y, al final del día, cuando la luz ya no le permite pintar al aire libre, entama largas conversaciones con los amigos y clientes de la pensión. El encuentro con Bernard en 1888, durante su estancia en Bretaña, fue decisivo en su evolución teórica y estilística y le hizo romper con los últimos lazos naturalistas del repertorio impresionista. Trabajar con Louis Anquetin y Emile Bernard, abierto a múltiples influencias (Pissarro, Van Gogh, Puvis de Chavannes) que asimiló con sorprendente rapidez, pero sometidas a su propia visión, que lo llevará a lo que se ha dado en llamar sintetismo: Gauguin se inspira en los calvarios bretones de Finisterre y en los grabados japoneses. Este nuevo estilo (La visión después del sermón 1888) tendrá una influencia directa en el desarrollo del simbolismo y el expresionismo. Se trata de su época más clásica, con composiciones equilibradas realizadas a base de grandes masas de color, donde prescinde del aspecto patético, dándoles una dimensión más mística (Cristo amarillo, 1889).
Émile Bernard juega un papel muy importante en la amistad que se fraguó entre Van Gogh y Gauguin: recibe las confidencias de ambos artistas y procura mitigar el carácter áspero de los dos pintores, intentado mediar en muchas querellas. En señal de amistad, intercambian autorretratos en los que se esfuerzan en desnudar su alma y carácter.
Yéndose a la Bretaña para encontrar « lo salvaje y lo primitivo» y «el tono inmutable, opaco y potente» que buscaba en pintura, Gauguin se dejará seducir por el juego de la emulación compitiendo con la obra de Bernard. Las telas de éste último Bretonas en la pradera (1888) y El trigo negro, podrían haber precedido a la tela de Gauguin La visión después del sermón como un modelo que lo animara a continuar en su búsqueda de un radicalismo sintético de las formas.
El cuadro Danza de cuatro bretonas es el más significativo de Gauguin durante su primera estancia en la Bretaña, por la perspectiva inusual de la composición y las innovaciones estilísticas que el artista introduce, como el uso decorativo que hace de las tocas y del colorido de las faldas. Los colores delicados, casi en colores pastel, sin sombras ni claroscuros, despojan a la escena de cualquier profundidad. Los personajes pierden así su connotación realista y se convierten en meros elementos decorativos que sobrepasan la estética impresionista y abren el camino a las representaciones complejas y sofisticadas del Art Nouveau.
En 1887, Gauguin acompañado de su amigo artista Charles Laval, viajó a Panamá donde se llevaban a cabo los trabajos de perforación del canal, lo que podía proporcionarles una forma de ganar dinero. Durante semanas excavaron el suelo rocoso doce horas al día, incapaces de pensar en la pintura. Finalmente el crac financiero de Panamá los liberó y se fueron a Martinica donde los dos hombres se vieron afectados por las fiebres tropicales, obligándoles a regresar a Francia. De vuelta a París, sin hogar y sin dinero, Gauguin tuvo la oportunidad de vender algunas pinturas y objetos en gres que había realizado en Martinica, tras lo cual regresó a Pont-Aven. Sus ideas iban tomando forma y las exponía a sus amigos y seguidores que escuchaban con interés creciente sus célebres frases: « El artista no debe copiar la naturaleza, sino tomar sus elementos y crear un elemento nuevo ». « El único feliz es el que está libre, pero sólo es libre el que es lo que puede ser, es decir, lo que debe ser ».
En esta imagen, lo real se confunde con lo imaginario: la historia bíblica de la lucha entre Jacob y el ángel toma la misma realidad física que el grupo de personas en oración. Los campesinos acaban de salir de la iglesia donde han escuchado la lectura de un episodio del Génesis, como una metáfora de la naturaleza humana y sus luchas internas. Realizado durante su estancia en Pont-Aven para una iglesia de la zona, el cura lo rechazó.
En esa época, Gauguin y su esposa Mette ya vivían definitivamente separados. Ella en Copenhague, y él se disponía a viajar a Arles invitado por Van Gogh después de un intenso intercambio de cartas entre los dos artistas. Van Gogh soñaba con crear una especie de hermandad de pintores. Finalmente el 23 de octunbre de 1888, Gauguin llega a Arles y se instala en casa de Van Gogh, pero la armonía no duró mucho; unas semanas más tarde se disputaron y Vicent, el desequilibrado, después de amenazar a Gauguin con una navaja de afeitar, terminó por cortarse una oreja en un arrebato de remordimientos. Gauguin regresó a la Bretaña, donde continuó su intenso trabajo de artista.
En Pouldu, una pequeña localidad de la Bretaña, Gauguin se hospedaba en una posada regentada por Marie Henry, de la que hizo un retrato, y se rodeaba de numerosos amigos. Pintaba de memoria o basándose en apuntes rápidos realizados durante sus paseos y en observaciones que anotaba cuidadosamente. No trataba de copiar la naturaleza, buscaba un medio de comunicación con el misterio de las cosas. Para él como para Van Gogh todo tenía un sentido; el color y el dibujo servían como mensaje visual mediante sugerencias, en lugar de representaciones directas. Esa fue también la finalidad de los poetas simbolistas que formaban parte de su grupo de amigos.
En 1890, durante su estancia en la posada de Marie Henry Gauguin pintó varias versiones de este paisaje, caracterizado por formas muy definidas y colores sólidos que prefigura su estilo sintetista. Como fondo, ha reproducido bajo una forma simplificada, su obra simbolista «La pérdida de la inocencia», realizada en París durante el invierno de 1890-1891.
A unos meses de su primer viaje a Tahití, Gauguin realizó su Autorretrato con Cristo amarillo como si fuera su manifiesto autobiográfico puesto que revela diversas facetas de su personalidad y resume toda su experiencia estética. Gauguin se representa entre dos obras realizadas en la misma época y de las que se sentía especialmente orgulloso. Ilustran su doble naturaleza, espiritual y salvaje. A la izquierda se encuentra el Cristo amarillo, su color fetiche e imagen del sufrimiento, al que Gauguin atribuye sus propios rasgos. A la derecha, encima de una estantería, el pintor ha colocado el Jarrón autorretrato en forma de cabeza grotesca, un jarrón antropomorfo que el pintor describía como una «cabeza de Gauguin el salvaje».
En el otro extremo del mundo en busca de la pureza
Después de una nueva estancia en París, donde vendió algunas telas que había realizado en la Bretaña, Gauguin, tras numerosas gestiones, obtiene una subvención del Ministerio de Educación Pública y Bellas Artes para viajar a Tahití a cambio de una serie de cuadros con escenas de la vida en la Polinesia. Llegó a Papeete el 8 de junio de 1891. Alquiló una choza de bambú con una cama de hojas, oculta entre la vegetación tropical frente a una laguna azul. Allí conoce a una joven mestiza llamada Titi, que pronto sustituye por Tehamana, una adolescente de trece años (él tenía cuarenta y tres) con la que se casa según el rito tahitiano. En abril de 1893, Gauguin volvió a París enfermo y sin recursos. Afortunadamente, un tío suyo fallecido le había dejado una herencia de 9000 francos, con los que pudo pagar sus deudas y vivir de su pintura sin preocupaciones. Gracias a los buenos oficios de Degas, la galería Durand-Ruel organizó su primera gran exposición individual, desde el 4 de noviembre hasta el 1 de diciembre de 1893. Las cuarenta y cuatro telas exhibidas – seis realizadas en la Bretaña y treinta y ocho en Tahití – además de dos esculturas, despertaron reacciones encontradas: entusiasmo entre los jóvenes Nabis y una opinión favorable por parte de Mallarmé, pero la mayoría de los críticos y el público no comprendía aquel tipo de pintura y se mostró insensible y escéptico. En París, Gauguin quería sorprender a toda costa mediante una actitud desenvuelta y excéntrica: transformó su taller en un lugar exótico, decorado con pinturas y fruslerías de la Polinesia; vivía con Annah, una mestiza javanesa de trece años, escandalizando a los bienpensantes y alejando a los pocos coleccionistas fieles que le quedaban. En la primavera de 1894 regresó a la Bretaña, donde se vio involucrado en una pelea en la que se rompió un tobillo; el 23 de junio amargado y decepcionado, abandonó París para siempre y en el puerto de Marsella se embarcó con destino a las islas del Pacífico, donde pasó los últimos años de su vida.
En septiembre de 1895, Gauguin desembarca por segunda vez en Tahití. Sus últimos ocho años de su vida se vieron marcados por diversas hospitalizaciones: secuelas de su fractura de tobillo, problemas cardíacos, una erupción cutánea y el abuso del alcohol, todo ello junto con la temible sífilis. Fueron, sin embargo, años de extraordinaria creatividad durante los cuales realizó buena parte de sus mejores obras. Nuevamente, convivió con varias muchachas tahitianas, entre ellas, la joven Pahura que le dio una hija que murió al poco de nacer. En agosto de 1901, Gaguin marchó a las islas Marquesas y se estableció en una de las islas del sur, entonces llamada Dominica. Compró un terreno donde construir lo que sería su última choza a la que llamó Casa del Placer y decoró con paneles de madera esculpida. Fue allí donde realizó sus últimas obras El Hechicero de Hiva Oa (1902), Cuentos bárbaros (1902) y Girasoles sobre una silla (1901). Su obra maestra y su testamento artístico y espiritual fue la gran tela ¿De dónde venimos? ¿Quienes somos? ¿Adónde vamos? en la que Gauguin logra una síntesis entre su pintura y su propia visión del mundo. En el otoño de 1898, se expuso en la galería Vollard de París, impresionando a la crítica por sus concepciones artísticas innovadoras y su profundo simbolismo. La obra fue interpretada como una metáfora de la vida humana, una oposición entre naturaleza y civilización, el instinto y la razón.
La obra expresa el temor místico que habita en el corazón sencillo del indígena permitiéndole acercarse al misterio de sus creencias. La silueta inquietante del espíritu de los muertos viene a atormentar muchas composiciones de Gauguin. Esta tela fue presentada en las tres grandes exposiciones que dieron a conocer las primeras obras que Gauguin realizó en la Polinesia. Primero fue en Copenhague, en la primavera de 1893, en París en la galería Durand-Ruel, en noviembre de 1893 y en Bruselas en la Libre Esthétique, en el invierno de 1894.
Las telas del período tahitiano muestran ritmos sosegados, una gama de colores intensos, la expresión a la vez tierna y enigmática de las figuras refuerzan su carácter misterioso e intemporal (Y el oro de sus cuerpos de 1901; ¿De dónde venimos? ¿Quienes somos? ¿Adónde vamos? de 1897). En una carta dirigida a su amigo Monfreid, Gauguin cuenta el proceso de elaboración del lienzo: « He de confesarte que mi decisión estaba ya tomada para el mes de diciembre. Pero entonces quería, antes de morir, pintar un gran cuadro que llevaba en la mente y, durante todo el mes, he trabajado dia y noche con un ardor inaudito ». Gauguin se dedicaba también a la actividad de ceramista con obras de gran originalidad, donde recurría, como en el caso de sus pinturas, al primitivismo (Vaso antropomorfo de 1889). Realizaba tallas en madera y grabados sobre madera.
Las formas simplificadas, los contornos geométricos y sintéticos, los fuertes contrastes de luz y sombra se refieren a un mundo simple y misterioso, despojado de todo conformismo.
Las obras realizadas durante los largos años en que Gauguin vivió en las islas del Pacífico, muestran a la vez la imagen de mundos lejanos y la expresión simbólica de una presumible pureza natural y moral. Los colores fuertes e inusuales de la naturaleza, los cuerpos desnudos y cobrizos de los indígenas, la riqueza de una vegetación exuberante, constituye una decoración insólita para los europeos. El eco de esta epopeya a través de los océanos, en busca de una especie de mítico Edén, a veces ha distorsionado la imagen de su primitivismo, que es en realidad un exotismo culto. En 1901, el pintor siente llegar el final de su vida y medita sobre el misterio de la muerte. En el cuadro El vado, Gauguin representa a un personaje montado en un caballo blanco, color asociado al luto en las islas y que evoca a un «tapapau», un demonio de la Polinesia que guía en su viaje al más allá al joven montado en el caballo negro, con el que el artista probablemente se identificaba. En esta tela, los críticos han descubierto muchas similitudes con El jinete, la muerte y el diablo, el conocido grabado de Durero, del que el pintor poseía una reproducción que había pegado en la tapa posterior de su diario cuyo título era Antes y después.
La obra artística de Gauguin adquiere cierto reconocimiento a partir de 1898. Crucial para los Nabis y para el nacimiento del fauvismo, el artista se anticipa a una generación en el interés por el primitivismo de los expresionistas alemanes y los cubistas, y permite conocer las primeras obras de pintores como Hodler, Jawlensky y Kupka.