Hacia la modernidad
La obra de Jean-Auguste Dominique Ingres (1780-1867) ha sido interpretada como el símbolo de la perfección formal del clasicismo académico, opuesto a las experiencias románticas de Eugène Delacroix. En Francia, el debate entre neoclásicos y románticos fue muy encendido. Ingres se encuentra dividido entre dos valores contradictorios: la elección del impulso creador personal y la obligación de someterse a las reglas clásicas. A menudo presentado como un dogmático partidario de la doctrina académica, en realidad, desde 1806 Ingres fue vivamente criticado por los neoclásicos por su estilo seco e irregular que convierte sus cuadros en «ininteligibles». Obtiene el Gran Premio de Roma en 1801 con Los Embajadores de Agamenón. En 1806 viaja a Roma y desalentado por la mala acogida que tenían en París sus envíos sucesivos de obras, permanece en Italia hasta 1824. Veinte años mayor que Delacroix, fue el primero en comprender la importancia de experimentaciones formales originales, pero demasiado temprano para un público anclado todavía en la tradición neoclásica. De su último envío de Roma, el cuadro Júpiter y Tetis (1811), se ridiculizó el arcaísmo antiquizante y la línea serpentina. En el Salón de 1819, Ingres había puesto las bases de su estilo exponiendo La gran Odalisca, pintada en 1814 para Carolina Murat junto con otro desnudo, hoy desaparecido, que le valió la reprobación de la crítica. La audacia suprema residía tal vez en el hecho de presentar en el Salón un desnudo femenino desprovisto de todo pretexto mitológico o histórico, y además de gran formato.
Consciente de enfrentarse a la historia, Ingres propone su versión de un tema tratado numerosas veces en pintura, el de la mujer desnuda recostada. Sus modelos son: la «Venus de Urbino» de Tiziano para la idea general; la pose de «El Día» en la tumba de Juliano de Médicis de Miguel Ángel, pero también la gracia y la expresión de «Madame Recamier» de su maestro David. Por otro lado, Ingres tiene en cuenta la creciente fascinación del público por el exotismo oriental, tema que se había puesto muy de moda. Pero mientras Delacroix hace del desnudo un tema romántico, Ingres mantiene en él una noble pureza clásica. El pintor goza del favor de un crítico como Théophile Gautier pero también de la hostilidad de un Théophile Thoré, reprochándole «haber buscado solo la belleza en sí misma, sin ningún tormento social, sin preocuparse de las pasiones que agitan a los hombres, ni del destino del mundo.»
Obsesionado por el emblemático Rafael y por el arte antiguo, defensor del predominio de la línea sobre el color, Ingres se había liberado desde hacía mucho tiempo de la influencia de su maestro David por medio del recurso a los arcaísmos, explorando los jarrones griegos, los mosaicos bizantinos, los frescos del Trecento y del Quattrocento, las miniaturas medievales o las pinturas de Van Eyck, dando a sus fuentes de inspiración (sobre todo a sus escenas históricas) una extraordinaria amplitud. Por todo ello, en los años 1820-1830, su arte presentaba una asombrosa e inaccesible versatilidad. En Florencia, donde reside desde 1820 à 1824, Ingres se inspira todavía más de Rafael, y en 1824 envía una gran pintura de historia El voto de Luís XIII: opuesta por la crítica a las Masacres de Scio de Delacroix del mismo año, la obra fue bien acogida por la Academia y tuvo un gran éxito de público, lo que decide Ingres regresar a París y crear un taller donde van a formarse varios artistas.
Esta obra fue encargada en 1820 por el Ministerio del Interior para la catedral de Montauban, ciudad natal de Ingres. En un tema que relaciona el mundo real con la visión celestial, el artista se inspira claramente de Rafael, que representaba para Ingres la alianza perfecta entre realismo e ideal. La composición, estructurada en dos registros, evoca «La Madonna de Foligno» y «La Madonna Sixtina«, pero aquí la dulzura de las Vírgenes de Rafael es sustituida por una nobleza un poco altanera no desprovista de voluptuosidad, de una Virgen moderna físicamente presente pero a la vez distante. Lo colores densos, con estridentes rojos y amarillos, sugieren la influencia de pintores manieristas florentinos como Pontormo.
Dentro de la tradición clásica, Ingres continua a ejecutar obras para el Estado francés. Con La apoteosis de Homero, para el techo de una de las salas del Museo Charles X y presentada en el Salón de 1827, Ingres hace un intento de síntesis de Rafael y arte antiguo. La interpretación austera y heroica que hace de este tema clásico revela sin embargo la influencia de su maestro David; la presencia en el fresco de personajes como Rafael y Mozart subraya el estrecho vínculo entre la Antigüedad clásica y la civilización europea moderna.
Rafael y la Antigüedad clásica eran los grandes modelos del artista. Con esta obra Ingres quería rivalizar con el gran maestro y su fresco «La Escuela de Atenas«. El catálogo de la época lo describía así: «Homero recibe el homenaje de todos los grandes hombres de Grecia, de Roma y de los tiempos modernos. El Universo lo corona, Herodoto quema incienso. La Iliada y la Odisea a sus pies. En la parte inferior, se encuentran los artistas y los autores contemporáneos como si establecieran un vínculo con la época clásica. A la izquierda, el pintor Nicolas Poussin; detrás figuran Corneille y un personaje que podría ser Mozart. Se puede reconocer también a Shakespeare y a Tasso. A la derecha, Molière sostiene una máscara que simboliza las artes de la escena, y detrás de él, Racine vestido de azul muestra una hoja de papel donde figuran los títulos de sus obras. Sentados a los pies del trono hay dos personajes que representan los textos que han inspirado el cuadro: a la izquierda, la Iliada viste de rojo, llevando una espada que simboliza la guerra de Troya; a la derecha, la Odisea, exhibe un remo roto que evoca el arduo viaje de Ulises. Escrito en griego en los peldaños se lee: si Homero es un dios, que sea reverenciado por los mortales / si no lo es, que se le tenga por uno.»
En este gran cuadro, Ingres se enfrenta a la violencia y al movimiento de la muchedumbre. Lo violento de la escena recuerda «La matanza de los Inocentes» de Guido Reni; las imponentes musculaturas y los audaces escorzos de algunas figuras se basan en el Juicio Final, la obra de Miguel Ángel tan admirada por los románticos. Los perfiles abstractos y los volúmenes simplificados ponen de manifiesto la afición de Ingres por las esculturas y los vasos griegos.
La mala acogida que tuvo el Martirio de san Sinforiano incita a Ingres a marcharse a Roma como director de la Villa Médicis, consagrándose casi totalmente y por razones financieras, al retrato.
La burguesía triunfante
Si sus cualidades como pintor de historia no fueron muy apreciadas, Ingres fue reconocido como uno de los más grandes retratistas de su tiempo. En los Salones en los que participó en la década de 1820, el artista velaba, y no solo para razones de «publicidad», en introducir retratos, incluso a veces ejecutados varios años antes. La abundancia de retratos en su obra, es su manera personal de considerar el tema moderno, porque pone de manifiesto la creciente diferencia entre los criterios de la pintura de historia y la necesidad vital de representación que tenía la sociedad burguesa. Con el tiempo, y especialmente en sus retratos femeninos, Ingres reflejará la opulencia y los fastos del Segundo Imperio y su mundo lujoso y materialista. En sus retratos, Ingres proporcionaba a sus clientes el rango de nobleza del que carecían y que tanto ambicionaban, pero también profundamente realista, el artista partía de una observación precisa de su modelo, concebido como un todo que englobara su expresión, su postura y su atuendo. Con el retrato de Monsieur Bertin, Ingres quiso realizar una réplica del retrato de Baltasar de Castiglione de Rafael. Si el retrato de Castiglione había conseguido encarnar a los ojos de la posteridad la idea del humanismo y del Renacimiento, el de Louis-François Bertin, influyente director del periódico Journal des débats, tenía que simbolizar el poder de la gran burguesía moderna y el de la prensa.
En 1799, después del ascenso al poder de Napoleón, Louis-François Bertin, periodista y escritor, fundó con su hermano el «Journal des débats» con el fin de defender las ideas conservadoras. El periódico tuvo un inmenso éxito, sobre todo gracias a la colaboración de escritores como Chateaubriand. En el retrato se pone de manifiesto la energía y la inteligencia de Bertin. En las gafas del modelo y también en el respaldo de la silla, se puede ver el reflejo de una ventana, un reflejo de luz como el que el pintor había visto en los cuadros de Rafael y en la pintura holandesa.
Esta pintura representa a la joven modelo delante de un paisaje – el único retrato de Ingres pintado en plena naturaleza. La pose denota una cierta rigidez. Lleva un vestido de un blanco virginal, unos guantes amarillos demasiado grandes y una estola de piel, Mademoiselle Rivière mira el espectador con una triste sonrisa apenas esbozada. La joven murió algunos meses después de la realización de este retrato.
Los objetos que hay sobre la mesa – un libro de Rousseau, partituras de Mozart y un grabado con la «Virgen de la silla» de Rafael – caracterizan a Rivière como un hombre de una cierta cultura.
Ingres ha representado el personaje en su intimidad. Los suntuosos jarrones de Sèvres, el terciopelo de la chimenea, los gemelos de teatro, las porcelanas, las pasamanerías, hasta el reflejo de la joven en el espejo, todo es representado con una penetración visual casi maníaca. El cuerpo de la dama forma un ancho arabesco vertical, que coincide con el dibujo ondulante del tapete de la chimenea y la estricta verticalidad del marco del espejo. El color dominante es el azul del vestido, del terciopelo y de los jarrones realzados con toques de color rojo, en las flores y el lazo en el cabello.
Charles Marcotte de Argenteuil fue enviado a Roma por Napoleón como Inspector de Aguas y Bosques. En esta época, Ingres comenzaba su cuarto año como pensionista de la Academia de Francia en Roma. Allí realizará tres retratos de Charles en los cuales se evidencia su habilidad como retratista y un agudo sentido de la observación. Convertido en su agente y mecenas, Marcotte de Argenteuil encarga igualmente a Ingres el retrato de algunos miembros de su familia.
En sus retratos, Ingres no busca representar un ideal de belleza, solo busca la expresividad «allá donde se pueda resaltar un elemento de lo bello». Baudelaire, seducido por la pintura de Ingres considera que «una de las cosas que distinguen el talento de Ingres es su admiración por la mujer.» En el retrato de Madame Moitessier, Ingres desplaza ligeramente el reflejo en el espejo para mostrar el perfil griego de la modelo, indicando así que su físico corresponde al canon clásico de belleza femenina descrito por Baudelaire. La absoluta perfección técnica y estilística de la pintura de Ingres es la marca evidente del academicismo del siglo XIX. Expresa una búsqueda de valores superiores, no transitorios, y se sitúa en la tradición clásica y rafaelesca de las cuales Ingres presiente el peso de la herencia.
Representada como una diosa sin edad – cuyo perfil griego se refleja de manera inverosímil en un espejo paralelo a su nuca -, pero vestida con toda la opulencia del Segundo Imperio, con un lujoso vestido de chintz estampado de flores y joyas ostentosas, que cubre un cuerpo voluminoso de contornos curvos, cuyas carnaciones presentan el aspecto liso y luminoso del alabastro. La pose, con el índice apoyado en la cabeza, se inspira de un mural antiguo y simboliza su modestia de matrona. Pero las fórmulas «clasicisantes» son compensadas por la representación meticulosa y realista de las telas, de las joyas a la moda, de los marcos y de la porcelana oriental. El equilibrio entre el efecto del conjunto y los detalles, entre grandeza intemporal y ostentación burguesa, entre languidez y rigor pictórico, es propio de Ingres y lejos de un neoclasicismo que ya se había agotado.
Ingres, concentrado en su trabajo, exigía de su modelo largas horas de inmovilidad, tanto es así que el vestido fue cambiado más de una vez. El pintor había comenzado este cuadro en 1847; en 1849 la muerte de su esposa lo sumergió en una gran desesperación sintiéndose incapaz de pintar durante largos meses. Retomó las sesiones de posado en 1851 y acabó otro retrato de Inès Moitessier (Washington, National Gallery), representada de pie y vestida de negro. Esta versión fue retomada en 1852. Cuando acabó la obra cuatro años más tarde, la modelo tenía ya treinta y cinco años.
Ingres representa a su amigo el escultor Lemoyne, que formaba parte del círculo de estudiantes que el artista frecuentaba en Roma. Lemoyne había realizado el busto para el monumento funerario de Nicolas Poussin en la iglesia San Lorenzo in Lucina. En este retrato destaca el blanco deslumbrante de la camisa y el dibujo perfecto de los pliegues.
Variaciones sobre el tema del desnudo
Los desnudos femeninos de Ingres representan la culminación de la experimentación formal que el artista llevó a cabo a lo largo de su carrera, encaminada a expresar la belleza ideal. Las imágenes de belleza idealizada, las poses estáticas y la composición rigurosa y racional son rasgos característicos del estilo neoclásico de Ingres. Los cuadros El baño turco y La gran odalisca atestiguan de la fascinación que el Oriente ejerció sobre la pintura del siglo XIX. De su obra de juventud La bañista de Valpinçon, realizada cuando era pensionista en la Villa Médicis (se trata del primer desnudo femenino visto de espaldas realizado por Ingres), retomó varias veces el desnudo visto de espaldas, en concreto, cincuenta y cuatro años más tarde en El baño turco. El cuadro La gran odalisca fue presentado junto con La durmiente de Nápoles (en las tres versiones conocidas cambia la posición del brazo derecho), y el motivo es retomado en Odalisca con esclava de 1839 (con ambos brazos levantados) y en Júpiter y Antíope de 1851, en el Museo de Orsay (brazo derecho levantado, brazo izquierdo levantado y replegado).
Citando a Baudelaire, quien decía que la pintura de Ingres era «difícil de comprender y de explicar», «misteriosa y compleja», el escritor encuentra la famosa fórmula según la cual la «impresión» que causa su pintura evoca «los desvanecimientos que produce el aire enrarecido, la atmósfera de un laboratorio de química, o un ambiente fantasmagórico». Baudelaire, Salón de 1846
Los desnudos que aparecen en «El baño turco» (1859-1863) de Ingres, fueron inspirados por el dibujo de Rafael y su concepto del desnudo (y como en ciertos cuadros de Rafael, Ingres ha escogido un formato circular en forma de tondo). Lejos del clasicismo davidiano, Ingres sitúa sus composiciones fuera del tiempo por la ausencia de modelado y de profundidad, el uso de colores estridentes y la incoherencia de las anatomías. Si Ingres trata poco los acontecimientos contemporáneos, crea sin embargo un orden pictórico autónomo, un universo abstracto y a la vez poético: la simplificación de los medios empleados, la armonía de la línea serpentina, las elegantes combinaciones de colores, la atmósfera cristalina y sensual, son esos componentes ambiguos los que han hecho designar al artista como «un chino perdido en Atenas». Por otro lado, lucha con Delacroix para que sea suprimido el jurado del Salón (1848) y aborda, también como Delacroix, los temas dantescos (Paolo y Francesca) y orientales, siendo precisamente con el célebre cuadro El baño turco que termina su producción artística.
El taller de Ingres
La influencia de Ingres en la pintura francesa e internacional resultó especialmente intensa y duradera. El taller del artista en París estuvo abierto desde 1827 a 1834; y en Roma, dirigió la Villa Médicis desde 1834 a 1840. Las enseñanzas de Ingres se basan principalmente en dos principios: el cuidado meticuloso en la imitación de la naturaleza y el color subordinado al dibujo. Un ejemplo literario de esta atmósfera artística se encuentra El taller de Ingres de su discípulo y biógrafo Amaury Duval, obra fundamental que nos permite comprender el estilo ingrista. Otro discípulo de Ingres fue Théodore Chassériau (1818-1856) quien terminó orientándose hacia un exotismo de inspiración romántica (El baño de Esther de 1841, París, museo de Louvre) con un estilo bastante pintoresco por el exceso de joyas con las que se adorna la figura, o la temprana Venus Anadiomena de 1838, son admirables testimonios del orientalismo en pintura. Chassériau fue también un delicado retratista a la manera de Ingres; en 1846, después de un viaje a Argelia, realizó obras célebres próximas de la sensualidad colorista de Delacroix. Fue también un refinado decorador realizando frescos para la escalera de la Cour des Comptes, hoy perdidos en gran parte. Hippolyte Flandrin (1809-1864) amigo y discípulo favorito de Ingres, viajó a Italia donde estudió los frescos del Quattrocento y del Trecento, descubriendo su gusto por la pintura mural: reanuda esta tradición y la introduce en Francia hasta el punto de ser nombrado «el nuevo Angelico» (pinturas murales de la Abadía de Saint-Germain-des-Prés). Su producción de retratos es bastante importante. Flandrin intentó adaptar la concepción hedonista de la belleza formal al desnudo masculino. El cuadro Desnudo masculino sentado al borde del mar de 1835-1836, revela la enseñanza de Ingres.