La fascinación por lo antiguo
En Francia, como en los demás países europeos, el arte del siglo XVIII se caracteriza por dos estilos muy diferentes: el rococó y el neoclasicismo. El rococó es el triunfo de la fantasía y de la imaginación sobre la razón. Pero es en nombre de la razón que a mediados de siglo se nota una reacción contra la exuberancia del barroco y los excesos del rococó, proponiendo de forma contundente un regreso al estudio de la Antigüedad, que viene estimulado por las campañas de excavaciones arqueológicas que se llevan a cabo en Italia, Grecia y Egipto. Estos hallazgos confirman la grandeza de las civilizaciones antiguas y ofrecen nuevos modelos figurativos a admirar. El gran teórico fue J.J. Winckelmann, quien defendió el principio de que el arte debía transmitir racionalidad y equilibrio, elegante precisión y serenidad, sin excesos decorativos ni expresiones apasionadas: «sencillez en la grandeza». Entre los primeros pintores neoclásicos hay que destacar al alemán Raphael Mengs, cuya actividad como teórico fue igualmente importante. Se recurrió a los modelos de la Antigüedad para expresar las aspiraciones de renovación ética, social y política propias de este periodo histórico. El artista que mejor supo interpretar esta visión fue el francés Jacques Louis David, pintor al que estudiaron al menos dos generaciones de artistas europeos. David fue el pintor de la Revolución y en sus cuadros se inspiró también de acontecimientos históricos.
Por primera vez los principios del neoclasicismo se expresaban con fuerza en una pintura, gracias a la sobriedad de la representación, a la elocuencia solemne y a la tensión dramática y civil. Se trata de una escena desnuda, desprovista de todo ornamento. La representación viril de los guerreros que se unen para combatir, tiene como contrapunto la escena del dolor femenino.
Los tres Horacios prestan juramento a su padre de luchar por Roma y matar a sus rivales, los Curiacios. Vestida de blanco, Camila, prometida a uno de los Curiacios, llora desconsolada la pérdida de su enamorado apoyando su cabeza en el hombro de Sabina, esposa de un Horacio, mientras que la madre de los tres hermanos consuela a sus nietos. El cuadro fue presentado en el Salón de París de 1785 y tuvo un éxito inmediato, por el mensaje moral que lanzaba y el novedoso planteamiento que proponía: el sobrio realismo, la rigurosa desnudez, el tono heroico y viril servirán de modelo a toda la pintura posterior.
Durante su larga estancia en Roma, el pintor coincidió con el comienzo de las excavaciones en Pompeya y Herculano. Paralelamente al estudio de la obra de Mengs, estos nuevos descubrimientos reforzaron su afición por el arte neoclásico que desarrollará más tarde su alumno, el pintor David. Para este cuadro, Vien se inspiró de un grabado publicado en el libro «Pitture antiche de Ercolano» que representaba la escena de una pintura al fresco. El pintor ilustra poéticamente el estilo de vida de la Antigüedad clásica, un tema muy de moda. Diderot hizo un encendido elogio de esta pintura en sus comentarios del Salón de 1763.
Alabado por los intelectuales ilustrados, el neoclasicismo se extiende rápidamente por toda Europa. En Roma, Pompeo Batoni (1708-1787), muestra un talento de retratista que halaga a los viajeros británicos del Grand Tour. El milanés Andrea Appiani (1754-1817) se convierte en el pintor oficial de Bonaparte a su llegada a Milan en 1796. Realiza la serie de frescos conmemorativos de los fastos napoleónicos como «El Triunfo de Napoleón» de 1808 en Tremezzo. Pero la obra de Appiani cobra sentido como su conquista personal de un lenguaje neoclásico ligado a Rafael y a la Antigüedad. Su fase «napoleónica» no constituye más que un breve episodio en su investigación artística. Pintores que formaban parte del círculo de Mengs y Winckelmann, el escocés Gavin Hamilton, el americano Benjamin West, junto con la pintora suiza Angelica Kauffmann (miembro fundador de la Royal Academy de Londres), introdujeron el clasicismo en la escuela inglesa. El español José Aparicio e Inglada (Alicante 1770 – Madrid 1838), residió en París donde frecuentó el taller de David; durante su estancia en Roma (1808-1816) ingresó como académico en la Academia de San Lucas. A su regreso a España, fue nombrado pintor de cámara de Fernando VII. Se hizo célebre con sus representaciones de temas patrióticos relacionados con la Guerra de la Independencia como El hambre en Madrid. Todos ellos formaron parte de la escuela davidiana que dominó en Europa durante mucho tiempo.
Esta escena está sacada de Tácito, el gran historiador de la Roma imperial, muy popular entre los pintores neoclásicos. Germánico, sobrino e hijo adoptivo del emperador Tiberio, murió en Antioquía en circunstancias misteriosas, siendo Tiberio el sospechoso del asesinato. Su esposa Agripina acompañada de sus hijos, entre los cuales se halla Calígula, el futuro emperador, y la joven Agripina la futura madre de Néron, lleva sus cenizas a Roma. La popularidad de Germánico como general, así como de su mujer, famosa por su legendaria virtud, atrae a multitud de seguidores para saludarla cuando desembarca en Brindisi. Las representaciones moralizantes, como la dignidad y el coraje de Agripina, querían inspirar virtudes similares al espectador. Esta tela fue encargada a West por Jorge III, durante la estancia del pintor en Londres. Benjamin West pasó progresivamente de la representación de temas clásicos a acontecimientos contemporáneos, inaugurando así la pintura de historia moderna, en un estilo próximo al romanticismo.
Pintora de fama internacional, culto y políglota, frecuentó los círculos intelectuales y artísticos neoclásicos. Sus cuadros con temas mitológicos e históricos estaban destinados a una clientela culta y cosmopolita, que seguía las nuevas tendencias neoclásicas difundidas por David y Flaxman. Gozando de un talento extraordinario como retratista, Kauffmann representa a dos amigas como musas de la tragedia y de la comedia: Melpómene, que sostiene la máscara de la tragedia, es Domenica Morgen, hija de un grabador veneciano; Thalia, la musa de la comedia, es Maddalena Volpatto, casada con un fabricante de porcelana romano.
Este cuadro evoca un episodio de la Divina Comédia de Dante «Ugolino y sus hijos» del pintor inglés Henry Füssli, cuyas obras se conocían a través de grabados.
Winckelmann y la historia del arte
El escritor y arqueólogo alemán Johan Joachim Winckelmann (1717-1768) es considerado como uno de los fundadores de la historia del arte. Fue en Dresde donde descubrió el arte antiguo, sobre todo gracias a la impresionante colección de moldes de esculturas antiguas que poseía esta capital alemana; entró en contacto con los círculos artísticos de la ciudad y escribió su primer texto importante: «Consideraciones sobre la imitación de las obras griegas en pintura y escultura» publicado en 1755. Este texto es el primer manifiesto del neoclasicismo y atestigua, no sólo de un cambio histórico, sino también de una verdadera pasión, un mito de belleza ideal, caracterizado por «una noble sencillez y una tranquila grandeza». En 1755 fija su residencia en Roma, ciudad en la que desarrollará toda su carrera. Protegido por el cardenal Albani, fue contratado como bibliotecario y conservador de su colección de obras antiguas, una de las más importantes de Roma; en 1764 es nombrado intendente de las antigüedades de Roma y finalmente bibliotecario del Vaticano. Junto con Piranesi, propugna por un enfoque experimental del pasado. El resultado de las excavaciones de Herculano, las cada vez más numerosas colecciones de esculturas y vasos pintados, el descubrimiento de la pintura griega, constituyen la base de sus numerosas obras, escritas en una prosa poética donde manifiesta su admiración por el arte antiguo.
«Para nosotros, el único camino de ser grandes y, si es posible, inimitables, es imitar a los antiguos». Es así como Winckelmann expresa su doctrina en su obra más importante Historia del arte de la Antigüedad (1764). Este texto fundamental cambió el curso de la historia del arte, proporcionando el primer proyecto para un desarrollo histórico del estilo a través de la elaboración de categorías estéticas. En vez de la tradicional historia de los artistas o de las escuelas, Winckelmann define, a través de la idea de los estilos, el conjunto de características que corresponden a cada periodo. El estudio de los objetos o de las obras de arte va ligado al estudio de las costumbres y a la evolución histórica de la sociedad, influenciada por su contexto, cultural, geográfico, religioso.
Mengs: del Grand Tour al neoclasicismo
Durante el siglo XVIII, los monumentos antiguos suscitan dos clases de sentimientos a los viajeros del Grand Tour: la nostalgia ante tanto esplendor en ruinas, o un interés puramente cultural. En la pintura académica, muy apreciada por aquellos viajeros, domina el control formal e intelectual de una elegancia sobria. Estos conceptos fueron retomados y desarrollados por Anton Raphael Mengs (1728-1779) originario de Dresde, pero perfectamente integrado en el contexto romano. Mientras que Winckelmann aborda el arte clásico con un espíritu clasificador, Mengs estudia una esquema que contenga las diversas referencias pictóricas. Hacia 1770 se llega a la elaboración de una norma muy severa en la elección y adaptación de los temas y de los modelos: es el comienzo de la época neoclásica. Estimulado por los vínculos de amistad y por el intenso intercambio cultural con Winckelmann, Mengs difundió los nuevos ideales a través de sus clases en la Academia Capitolina de Roma y les dio forma, con el fresco convertido en manifiesto del neoclasicismo El Parnaso, terminado en 1761, para la bóveda de la Galería Principal de la Villa Albani, claramente inspirado de otro tema análogo tratado por Rafael y en los principios estéticos de Winckelmann. Sus Reflexiones sobre la belleza (1780) sobre los fundamentos del antiguo y del nuevo clasicismo, es su obra teórica más importante. Mengs, gran admirador de Goya, su actividad como pintor (frescos para el Palacio real de Madrid) engloba también los retratos, muy apreciados por la alta sociedad internacional y las cortes europeas, lo que le permitió una amplia difusión de sus teorías.
Considerado como el manifiesto de la pintura neoclásica, este fresco fue concebido en estrecho contacto con las teorías de Winckelmann y gracias al mecenazgo del cardenal Albani. El nuevo estilo nació en Roma, ciudad donde el cardenal atesoraba sus colecciones de arte antiguo. El fresco está inspirado en fragmentos de pinturas de Herculano. Proscribiendo el énfasis barroco, Mengs representa el Parnaso como un bajorrelieve antiguo donde los personajes, estáticos y situados fuera del tiempo y del espacio, no manifiestan ni emociones ni pasiones. Toma como modelo el Apolo del Belvedere en la pose clásica de «El Parnaso» de Rafael. Para las musas, Mengs se ha inspirado en Rafael, Guido Reni y Domenichino.
Fiel imitador de las pinturas antiguas de Herculanum, el fresco «Júpiter y Ganímedes» de Mengs fue confundido por Winckelmann con un original, en una época donde eran muy corrientes las imitaciones de obras clásicas. Con esta obra, es posible que Mengs quisiera demostrar su profundo conocimiento de la Antigüedad y su habilidad en el arte de la imitación. El joven Ganímedes acaba de escanciar el vino a Júpiter que se aproxima para besarlo, pero el joven rehuye su mirada y parece reticente al beso.
Antonio Canova
El maestro de la escultura neoclásica europea es Antonio Canova (1757-1822). En Roma, entra en contacto con los apasionados círculos internacionales que habían hecho de esta ciudad el centro de una nueva y coherente teorización del clasicismo. La obra de Canova se puede separar en dos grandes ámbitos. El monumental, que comprende las tumbas de los papas Clemente XIV (Iglesia Santo Apostoli) y Clemente XIII (Vaticano), donde se hacen evidentes las sugerencias de Bernini. En el monumento a María Cristina de Austria (1805, Viena, Iglesia de los Augustinos), Cánova renueva profundamente la tipología del monumento funerario con la gran pirámide, un antiguo símbolo funerario. Sin embargo las obras más admiradas por los contemporáneos de Canova fueron, ya desde sus comienzos, las obras mitológicas como Amor y Psique (1787-93); los bajorrelieves sobre temas antiguos (Possagno, 1787-1792) del cual forma parte el que lleva por nombre Los hijos de Alcinoo danzando. Grupos y figuras en poses de refinada elegancia como Paulina Borghese en Venus victoriosa (1808, Roma, galería Borghese) de una sutil y moderada sensualidad, a través de la cual Canova interpretó el ideal de la gracia teorizado por Winckelmann como «lo grato a la razón y no a los sentidos», llegando a su más alta expresión con el célebre grupo Las Tres Gracias (1812-16) del Museo del Hermitage.
Eros, hijo de Afrodita, amaba a la bella Psique. Se reunía con ella al caer la noche y se marchaba antes del amanecer. Había prohibido a la joven mortal cualquier intento de averiguar su identidad. Pero la curiosidad fue más fuerte: Psique encendió una lámpara y miró a su amante dormido. Se sobresaltó al contemplar la belleza sobrenatural del dios, quien se despertó y desapareció. Psique vagó por el mundo buscándole. Cuando llegó al palacio de Afrodita, la diosa, celosa de su belleza, la convirtió en su esclava y le impuso cuatro pruebas casi imposibles de realizar. Pero Eros encontró a su amada y la llevó con él al Olimpo. Esta leyenda es una alegoría de las pruebas del alma (psique en griego) antes de su unión con lo divino. Esta magnífica escultura inmortaliza el final de las pruebas de Psique.
El lenguaje formal que utiliza Canova en sus obras las hace casi inaccesibles, como si fueran la evocación nostálgica de un mundo de belleza perfecta; ello basta a disipar el equívoco de origen romántico, según el cual frente a la expresividad inmediata de numerosos bocetos preparatorios se opondría la «frialdad» de la ejecución final.