El Simbolismo en Cataluña
El Simbolismo fue un movimiento principalmente literario nacido en Francia (en realidad el Modernismo va ligado al simbolismo internacional) que pone el acento en la imaginación, busca la evasión de una realidad desagradable y aburrida. Los sueños, la sugestión, la evocación y el misterio impregnan la poética simbolista.
Su sensibilidad se expresa en la melancolía, la tristeza, la luz crepuscular, los colores secundarios y apagados, la presencia de la niebla y el silencio, los sonidos lejanos y mortecinos, la morbosidad, la rendición de la voluntad y del pensamiento a la sugestión del paisaje. En Cataluña, el Simbolismo llegó después de 1893 con la introducción del Simbolismo franco-belga y del Prerrafaelismo británico. Pero, a finales de los años ochenta y uno, hubo una corriente idealista precursora, cuya gran figura fue el pintor postromántico Modest Urgell. Precursor de la pintura idealista, su paisajismo es una síntesis de la pintura romántica del alemán Friedrich con sus horizontes amplios y desolados, a menudo centrados por una iglesia o una ermita, o el toque tétrico de un cementerio con cipreses.
A raíz de la crisis social y cultural causada por los atentados anarquistas (bomba del teatro del Liceo, noviembre de 1893) el regeneracionismo y el arte comprometido agonizaban. El grupo Rusiñol-Casellas comenzó a reflejar una influencia del Simbolismo literario con la representación de una obra de teatro del escritor belga Maeterlinck (La Intrusa) en la Segunda Fiesta Modernista de Sitges, el 10 de septiembre de 1893, y del Simbolismo plástico de Puvis de Chavannes, de Eugène Carrière y del Prerrafaelismo.Todo el argumento de la obra gira en torno al miedo y a la atracción que el hombre siente delante de la muerte, la intrusa, verdadera protagonista de la obra. Estos artistas consideraban el arte como una religión, una religión que los salvaría del materialismo imperante en la sociedad burguesa de la época. Artistas que formaban parte del Círculo Artístico de Sant Lluc, en particular Alexandre de Riquer, evolucionaron de la pintura religiosa al simbolismo profano. Esta reconciliación estética entre dos grupos preponderantes de la cultura artística de Barcelona, fue uno de los factores de éxito y de la generalización del Simbolismo que llegó a su punto álgido entre 1896 y 1898.
Alexandre de Riquer
Alexandre de Riquer (1856-1902) fue, junto con Rusiñol, el otro gran introductor del Simbolismo en Cataluña, a raíz de un viaje a Inglaterra en 1894 donde pudo estudiar la pintura prerrafaelita de aspecto simbolista, especialmente Edward Burne-Jones y Dante Gabriel Rossetti en carteles y en las artes aplicadas redescubiertas gracias al Arts & Crafts Mouvement. Fue en estas modalidades artísticas, además de la pintura decorativa, donde Riquer desplegó su arte simbolista. En 1901, realizó la decoración del Instituto Industrial de Terrassa con desnudos femeninos que representan la industria textil. Esta pintura decorativa recuerda al gran pintor decorador francés Puvis de Chavannes. En la producción artística de Riquer hay que destacar también sus ex-libris, por los que fue considerado un maestro en toda Europa, como lo prueba la edición de bibliófilo de su libro Ex-libris de Alexandre de Riquer, publicado en 1903 en Barcelona y en Leipzig. Pero una de sus más espectaculares realizaciones fue la que hizo para el Cercle del Liceu.
Adrià Gual
Adrià Gual (Barcelona 1872-1943), junto con Alexandre de Riquer y Santiago Rusiñol, fueron los máximos representantes del arte simbolista en Cataluña, ya que los tres, además de artistas plásticos, fueron también escritores, poetas y portadores de una cosmovisión propia, que el polifacético Adrià Gual expresa mediante la pintura, la litografía, la tipografía, la escenografía y el teatro. El artista conocía la estética de l’Art Nouveau y formó parte del movimiento modernista catalán. Influido por el simbolismo francés y, especialmente, por el escritor belga Maurice Maeterlinck, abandonó la estética naturalista de sus primeros años y en 1896 presentó su drama maeterlinckiano Nocturn, Andante Morat, en una edición diseñada por él mismo. En 1897 el artista pinta La rosada, obra en la cual asocia íntimamente arte y literatura según los cánones prerrafaelitas ya que el marco sirve de soporte al poema escrito por el propio Gual.
Las hijas de la noche, al amanecer, revolotean tristes e inquietas, y con sus llantos despiertan árboles y flores. El carácter evanescente de las etéreas hadas y el contraste entre la gama cromática (amarillos y naranjas de las jóvenes y las nubes horizontales de la aurora) y la gama fría del paisaje (azules y verdes de los cipreses y del campo, y el violeta del mar) confieren a la tela un aspecto visionario, irreal.
Entre los plafones decorados por Gual sobresalen, por la osadía competitiva, la estilización y el predominio del arabesco, el esquematismo, el sincretismo y el dramatismo de la visión, las dos series con los temas de Tristán e Isolda i de Parsifal (El jardín de Klingsor) que realizó para el salón de la Asociación Wagneriana. Gual fue uno de los grandes nombres del grafismo modernista, por sus conocidos carteles, libros ilustrados y decorados, y los programas de teatro. Los mejores carteles de Gual, Teatre Íntim, Llibre d’Hores, Silenci, Nocturn, con sus líneas curvas, concéntricas, sus colores apagados que se armonizan en una misma gama cromática y en los que destacan las letras gruesas del texto.
Richard Wagner extendió su huella por Europa no solo musicalmente, sino en todas las artes. Esta pintura está inspirada en la ópera Parsifal, acto II, y forma parte de un conjunto decorativo creado por Gual para la Asociación Wagneriana de Barcelona.
Otro artista de vida desgraciadamente corta que cultivó el Simbolismo fue Sebastià Junyent (Barcelona 1865-1908), intelectual inquieto que además de la pintura y de las artes decorativas ejerció también la crítica artística. Después de una etapa naturalista parisina muy parecida a la de Casas y Rusiñol, se decantó, en el año 1899, con Clorosis (MNAC) hacia una pintura sentimental, decadentista y psicológica que recuerda aquella pintura intimista de los años 1893-94 de Rusiñol. A raiz de un nuevo viaje a París en 1900, Junyent pasó por una etapa simbolista influída técnicamente, por el pintor francés Henri Martín. El Ave María (1902, colección particular).
Rusiñol y el Simbolismo
Rusiñol vivió el desarrollo del Simbolismo muy de cerca, ya que se encontraba en París en plena efervescencia de esta tendencia durante una de sus numerosas estancias en aquella capital. Esta vez, en otro quartier menos bohemio al de otras etapas, en pleno centro de París, en la elitista Isla de Saint Louis (1892-1894) en un piso alquilado con su amigo el pintor Zuloaga. La influencia del simbolismo francés en Rusiñol, reforzó el aspecto intimista y psicológico de su arte. Un arte subjetivo e introspectivo que se alejaba del lenguaje del Realismo en el que estaba inmerso él y la pintura catalana hasta entonces. De esa época hay que destacar La nena de la clavellina, un cuadro en el que se descubre un aroma de tristeza, de soledad, sentimientos relacionados con la búsqueda de intimidad; El pati blau o La morfina donde los personajes dan la impresión de ausencia, absorbidos en sueños inescrutables. Recibe la influencia del Prerrafaelismo y la del Simbolismo franco-belga, influencia aumentada por su viaje a Italia (1894) con Zuloaga, donde descubre y queda fascinado con la pintura italiana especialmente la de los maestros del Trecento y del Quattrocento. A raíz de este viaje, Rusiñol cambia bruscamente de temática y realiza los tres plafones para decorar el Cau Ferrat, con las alegorías La Poesía, La Pintura y La Música, expresión de un simbolismo que tiene su paralelo literario en «Els caminants de la terra» y «La suggestió del paisatge», obras publicadas en la revista L’Avenç.
En 1896, el sublime escenario de la Abadía de Montserrat sirvió a Rusiñol de tema para pintar Paseo místico, cuadro de clara iconografía simbolista con una joven vestida de negro en primer plano, sentada y absorta en la lectura y la perspectiva de cipreses que cierran las míticas rocas de Montserrat. Miguel Utrillo, el compañero de tantas aventuras de Rusiñol, antes de dedicarse de lleno a la crítica de arte, pintó i dibujó en una linea simbolista paralela a la de su amigo, como la atestiguan las ilustraciones para el Libro Oraciones de éste y el cartel que realizó para la Cuarta Fiesta Modernista de Sitges, donde se anunciaba la representación de la ópera La Fada (La Hada), cartel de forma alargada con ornamentaciones en arabesco y que se inscribe plenamente en la estética simbolista de l’Art Nouveau franco-belga.
La pintura religiosa encontró en el Simbolismo un vehículo muy adecuado para describir situaciones de misticismo propias de la mitología cristiana.
El Symbolismo, una moda
En Cataluña el Simbolismo se convirtió en una moda, la permanencia del movimiento duró todavía unos diez años. Entre 1897 y 1900, se desarrolló con un cierto retraso sobre la pintura y la escultura modernista, esencialmente simbolista. Salvo alguna excepción, el Simbolismo se refugió en las artes decorativas con la expresión estilística de Art Nouveau (marqueterías de Gaspar Homar; joyas de Lluís Masriera; jarrones diseñados por Josep Pey; vitrales diseñados por Riquer, Pau Roig, Joaquim Mir, y sobre todo los magníficos cuatro vitrales de temática wagneriana d’Oleguer Junyent de 1903 que decoran el Círculo del Liceo; las artes gráficas con los ex-libris, el cartel y la ilustración; las esculturas decorativas y ornamentales con Eusebi Arnau y Pau Gargallo, la escultura funeraria, etc. Hasta llegar a la pintura decorativa de tipo barroca, postsimbolista de J.M. Sert y de Anglada-Camarasa, sin olvidar las pinturas murales noucentistes de J. Torres Garcia en las que se nota la influencia de Puvis de Chavannes. Partiendo de Pichot, otra rama del Simbolismo, distinta de la decorativa, conecta con el Expresionismo y encuentra en la época azul de Picasso con el cuadro La Vida de 1903 (Cleveland Museum of Art) de época expresionista-simbolista, su expresión más perfecta.