Una visión moderna de la realidad
Edgar Degas (París 1834-1917) ha sido uno de los pintores que ha renovado de forma más profunda el tema en la pintura, instaurando una visión moderna de la realidad. Hijo de una acaudalada familia parisina, abandonó sus estudios de Derecho en la Sorbona para dedicarse a la pintura. A partir de 1853 copiaba pinturas y dibujos en el Louvre y en 1855 se matriculó en la escuela de un discípulo de Ingres, el pintor Louis Lamothe y después, en la Escuela de Bellas Artes. Completa su formación en Italia donde residía parte de su familia y descubre la pintura de Signorelli, Botticelli, Rafael. En 1860, realiza la obra Jóvenes espartanas (Londres, National Gallery) de inspiración neoclásica, pero innovadora en su composición. En 1862 realiza su primera pintura moderna La familia Bellelli (París, Museo de Orsay), donde la inspiración realista es evidente. Frecuenta los cafés, y es allí donde conoce a artistas como Manet, siendo uno de los primeros en interesarse a las estampas japonesas que el grabador y amigo suyo Bracquemond había introducido en París en 1859. Aquellos años marcaron la explosión del Impresionismo y Degas participó en la primera exposición del grupo (1874). Sin embargo, sus obras se alejaban de la poética de sus amigos. Las pocas escenas que Degas realiza al aire libre tienen lugar en el hipódromo captando el rápido movimiento de los caballos y creando efectos atmosféricos sorprendentes como en el cuadro En el hipódromo de 1869/72.
Precedida por numerosos dibujos preparatorios, la pintura fue comenzada en 1858 en Florencia, donde residía un tío del pintor y en cuya casa Degas se hospedaba durante sus viajes a Italia, pero no sabemos donde la terminó. En 1917, cuando el lienzo fue encontrado en el estudio del artista tras su muerte, el cuadro fue comprado por el Estado francés siendo objeto de extensos estudios con el fin de precisar la evolución estilística del pintor, quien se inspira en los retratos clásicos de los viejos maestros, como Van Dick y Velázquez, pero interpretándolos bajo el prisma de la nueva pintura impresionista. El personaje sentado en una silla, es el barón Gennaro Bellelli, quien tuvo que abandonar Nápoles a causa de sus ideas políticas (era partidario de la insurgencia contra los Borbones). La mujer de pie es la tía del artista, cuyo nombre es De Gas (nombre que luego el pintor modificaría por Degas): ostenta una actitud severa y austera, un poco autoritaria. Está acompañada de sus dos hijas Giovanna y Giulia. La escena se basa en el aspecto de los personajes, cuyos rasgos nos muestran la personalidad de cada uno y la relacione entre ellos. No intercambian ninguna mirada, y aunque estén cercanos fisicamente, parecen muy distantes, separados por una delgada barrera invisible de tensiones que oscilan entre la incomunicación y la incomprensión.
Degas se interesa poco a la pintura de paisaje que le aburre y se dedica exclusivamente a las escenas de interior que representa con encuadres cada vez más innovadores (La Oficina de algodón en Nueva Orleans, 1873); el mundo del teatro, los cantantes, los músicos y las bailarinas son temas recurrentes en su pintura. El artista representa las bailarinas en pleno ensayo estudiando el movimiento de los cuerpos y más tarde, convirtiéndolos en la esencia del color vivo e intenso. Degas también representa humildes trabajadoras en su entorno laboral como las planchadoras (Dos planchadoras, 1884), las modistas y todo tipo de figuras femeninas. Degas se dedicó también a la escultura (Bailarina de catorce años de 1880, bronce con un verdadero tutú de tul presentado en el Salón de 1881). De su estudios al pastel emana una poesía vaporosa, con colores serán cada vez más saturados hasta el final de su vida. Muy gráfico en la década de 1860, a lo largo de su carrera el estilo de Degas destaca por una gran seguridad en la mise en page y composiciones con espacios sesgados o descentrados cada vez más originales que lo sitúan dentro de la gran tradición clásica.
El cuadro fue pintado durante la estancia del pintor en la casa familiar de Louisiana (1872-1873) y evoca la prosperidad estadounidense. El marco es la oficina del tío materno de Degas que dirigía un negocio del algodón. Degas dilata el espacio por medio de una perspectiva oblicua, parecida a un efecto fotográfico llenándolo con miembros de su familia y sus empleados, diversamente absorbidos por el trabajo o el ocio. La estancia de Degas en Estados Unidos es importante para su formación artística, ya que le incita a abandonar los temas históricos de las pinturas de la década de 1860 y hacer frente a la realidad cotidiana. Ciertos detalles estilísticos recuerdan las composiciones contemporáneas de Manet, cuya influencia sobre Degas y casi todos los impresionistas fue muy significativa.
Aunque pertenencia al grupo del Café Guerbois, Degas fue siempre una artista figurativo. Condenaba los temas académicos, interesándose de modo especial al ocio de la alta burguesía, de forma especial a la ópera y las carreras de caballos. Pero lejos de mostrarse indiferente a los problemas sociales se une también a la corriente realista. El trabajo de las planchadoras, sumidas en una atmósfera húmeda y poco saludable, es como la otra cara de las escenas de fiesta de Renoir.
Retratos de una sociedad
La modernidad de la pintura impresionista es también evidente en los retratos, en los que vemos la nueva forma de utilizar el dibujo y el color. Los pintores no ignoran a los maestros del pasado, a los que estudian y admiran. Se esfuerzan en comprender el espíritu y la actitud mental de los personajes, incluso más allá de lo estilístico. Estimulados por la comparación con la fotografía, tratan de encontrar una alternativa a los métodos tradicionales de representación de la figura humana en el transcurso de los siglos. Degas es un apasionado de la fotografía, que él considera como una imagen instantánea y mágica. Los críticos han observado en muchos de sus cuadros elementos típicos de las instantáneas fotográficas, como el punto de vista especial, las asimetrías, la disposición de los objetos y las personas, a veces reunidos en los bordes de la composición.
Degas representa a su amigo el vizconde Lepic fumando un cigarro, un paraguas bajo el brazo en una actitud indiferente, cruzando la Plaza de la Concordia de París, junto a sus hijas y su perro que los ignora.
En primer plano vemos una paleta que nos informa del oficio del personaje. A sus pies, un maniquí articulado cuya actitud recuerda la figura del cuadro colgado a la derecha del hombre, lo que nos revela al mismo tiempo cómo ha remediado a la falta de medios para pagar a una modelo profesional.
En 1868, Degas conoce al músico Désiré Dihau bajonista en la Ópera de París. Cuando su amigo le pide su retrato, el pintor decide inmortalizarlo junto con otros miembros de la orquesta y las bailarinas al fondo de la escena. Junto a Dihau, se puede reconocer a otros músicos de la orquesta, mientras que para los violinistas en segundo plano, Degas hizo posar a algunos de sus amigos.
La mayoría de los pintores impresionistas dedican también sus pinturas a escenas de la vida moderna, con un realismo natural e inmediato. Retoman las escenas de género, tan difundidas en la pintura antigua, aunque se las considerara como obras menores, casi en la frontera entre arte y artesanía. Poco apreciadas, porque se las consideraba de un nivel cultural muy bajo y destinadas a un público poco culto y refinado.
Degas visitava las tiendas de moda de París con su amiga la señora Strauss o con la pintora de origen americano Mary Cassatt. El resultado de su observación es una serie de obras que tienen lugar en el entorno de la alta costura de París, en estas tiendas inmortalizadas por Zola en su famosa novela «El paraíso de las damas». De esta manera, Degas cumplía con el requisito señalado por Baudelaire: estudiar el traje y el adorno contemporáneo.
En esta pintura, el artista utiliza una gama limitada de colores para representar el particular ambiente nocturno de este establecimiento.
En las composiciones de Degas, el gesto más banal adquiere una dulzura poética y una intimidad familiar de extraordinaria espontaneidad. Estamos muy lejos de las imponentes evocaciones históricas que triunfan en los Salones de pintura de Paris.
El mundo de la Ópera
Asiduo espectador en la Ópera, Degas nos hace respirar el ambiente siempre frenético y cargado de emoción que precede la primera representación. A partir de 1871, las bailarinas se convertirán en los únicos personajes de las pinturas de Degas mientras se entrenan en la sala de ensayo o detrás de la escena, mientras se preparan para su entrada. Nos transmite con realismo y naturalidad los gestos de las bailarinas, incluso los menos agraciados y poco femeninos, para hacernos comprender que son como todas las otras chicas y la gracia y elegancia que el público admira son fruto de entrenamientos largos y tediosos. Hábil dibujante, Degas no comparte el interés de los impresionistas por el color y la luz. Más bien, se siente fascinado por el punto de encuentro sutil entre movimiento y equilibrio de las bailarinas en puntas. Acentúa sus gestos y los subraya con toques rápidos. Su forma de distribuir los colores del fondo parece crear una especie de torbellino a su alrededor, como si nuestra percepción visual se viera influenciada por el rápido giro de brazos y piernas, hasta el punto de tener la impresión de que toda la sala se mueve.
En el centro del cuadro, apoyado en su bastón con firmeza, vemos el maestro de baile Jules Perrot, uno de los más grandes bailarines y coreógrafos del siglo. Las bailarinas se encuentran a su alrededor, más o menos atentas a sus instrucciones. El cuadro pone de manifiesto la finura psicológica con la que el artista representa los gestos y actitudes, aun los más banales.
Degas y el mundo de los humildes
Con los años, Degas tiende a abandonar el ambiente refinado y elegante de la alta burguesía y se interesa por el mundo de los humildes. Después del viaje a Nueva Orleans (1873) Degas comenzó a inspirarse en la vida cotidiana y austera de las lavanderas, camareras y costureras en sus modestas viviendas. La exposición de 1874, que tuvo lugar en el estudio del fotógrafo Nadar, marca el apogeo del movimiento impresionista, pero también el final de una época de gran creatividad para algunos pintores. Después de esta fecha, una nueva era se abre para Degas. En los cuadros El ajenjo (La absinthe), la desolación del café refleja la ausencia de perspectivas humanas para la angustiada joven, perdida en su soledad y en el vacío que se respira en el ambiente que la rodea. En el estudio del cuerpo humano, Degas descubre los gestos de las planchadoras, de las mujeres que se peinan o se lavan en una tina. Cuando la vista de Degas comienza a declinar, su toque pictórico se vuelve rápido, casi taquigráfico, hasta que finalmente, casi ciego, se dedicará a la escultura en arcilla y bronce.
El ajenjo es una mezcla de anís y menta, a la que se añade un extracto de flores y hojas de ajenjo (Artemisia absinthium), de la cual toma su nombre. Era una bebida muy común en la clase obrera de París a finales del siglo XIX. El artista ofrece una interpretación moderna de un clásico en la pintura flamenca de los siglos XVII y XVIII, los bebedores en las tabernas. Aquí desaparece el ambiente de gozosa celebración y se hace hincapié en la soledad y el embrutecimiento de los dos personajes. El tema del alcoholismo será retomado al año siguiente por Zola en su novela «L’assommoir» (La taberna).
Los gestos de los dos planchadoras – una inclinada apoyándose en la plancha, la otra bostezando – son cansados, poco refinados, como dirían los burgueses que las han contratado. Sin embargo, Degas, con nobleza, nos ofrece una imagen auténtica, exenta de vulgaridad y llena de humanidad.
Aquí, no queda ni rastro de la idealización de la mujer, ni de transposición alegórica o simbólica de delicadas tonalidades sutilmente eróticas de las mujeres ocupadas en su aseo, que se pueden encontrar en las obras de los viejos maestros como Tiziano, Rubens o Boucher. Degas, por el contrario, nos presenta los gestos habituales de la realidad cotidiana, sin retórica ni complacencia, sin énfasis ni ilusión.