Un estilo homogéneo en toda la Europa occidental
Entre los años 1380 y 1450, aproximadamente, el arte toma una forma de expresión o de estilo al que se ha llamado gótico internacional debido a los rasgos comunes que ostenta en las distintas regiones de Europa occidental, a veces, muy alejadas las unas de las otras. Arte luminoso que dobla las formas al ritmo de una escritura maleable, que privilegia las curvas, la elegancia de los colores y de las actitudes, el gótico internacional es un arte cortesano, testigo del gusto de una sociedad principesca por el fasto y el ceremonial. Algunas veces, se ha puesto en duda su índole internacional para designarlo sólo como un estilo aristocrático – término que lo define igualmente. En el Díptico Wilton (Londres, National Gallery), ejecutado hacia 1395 para el rey de Inglaterra, han sido descubiertas evidentes influencias italianas, francesas y bohemias, sin que se pueda decidir con sobre la cuestión de su atribución ni de su origen inglés. En la historia del arte italiano, el término tardo gotico (gótico tardío) es empleado para designar el arte de las primeras décadas del siglo XV, mientras que, en Alemania, el término correspondiente es «Spätgotik», aparentemente traducción literal del italiano, que se aplica a las últimas manifestaciones de ese estilo, ya en el umbral del siglo XVI.
Se trata de una forma de díptico moderno, que corresponde a la sensibilidad de un arte cortesano: el rey Ricardo II de Inglaterra es presentado por sus santos protectores a la Virgen con el Niño rodeada de ángeles. El pintor podría ser un inglés que conociera muy bien el arte de las cortes francesas. Asimismo, es posible que le resultara familiar el tipo de belleza de la Virgen de Bohemia, la Virgen de San Guy, (Ricardo II había estado casado en primeras nupcias con una princesa de Bohemia). El Díptico Wilton sirve al mismo tiempo como objeto de devoción y de representación de la realeza.
El alto nivel de cultura pictórica y la precisión miniaturista del cuadro, se puede apreciar en la bola que culmina el estandarte, donde el artista ha pintado una imagen de la isla inglesa con un castillo blanco. Muestra toda una riqueza de detalles, como las flores a los pies de la Virgen, los pequeños ciervos sobre la ropa de los ángeles, los motivos de los brocados de los ropajes de corte, con sus pliegues y otros ornamentos que no solo están pintados, sino que en algunos lugares están estampados y grabados. Como característica de esta obra de estilo internacional, se pueden citar igualmente los escorzos italianos.
A juzgar por todos los detalles iconográficos, este díptico extremadamente refinado, ha sido ejecutado en la misma corte del rey o en su entorno para conmemorar su coronación. Su excepcional interés, se debe a que posee a la vez rasgos de la miniatura por su acabado, y de la orfebrería por el resplandor de su fondo de oro repujado. Su lugar se inscribe entre los objetos familiares de culto doméstico, de los cuales, el arte parisino nos ha dejado los mejores ejemplos. El rey Ricardo II es presentado por sus santos patrones: san Juan Bautista, y el rey santo Eduardo el Confesor, con un anillo en la mano, y san Edmundo, el rey herido de muerte para las flechas danesas en el año 870.
Los pintores de Europa occidental estuvieron unidos por un mismo repertorio formal y por una misma posición estética fundamental. En Italia, encontramos a Gentile da Fabriano y Pisanello, en Paris y Dijon, capital de la Borgoña, Jean Malouel (hacia 1365-1419) o Melchior Broederlam (documentado de 1381 a 1409) y los hermanos Limbourg; en Londres, al Maestro del Diptico de Wilton (documentado hacia 1390-1395), en Cataluña, Lluís Borrassà (documentado de 1380 a 1425) o en la ciudad hanseática de Dortmund, Konrad von Soest (hacia 1370 – después de 1422), cuya importante personalidad dominará todavía el arte del oeste y del norte de Alemania durante décadas. Todos estos artistas han sabido imprimir su propio sello al estilo universal de esta época.
El intermedio de Aviñón
La ciudad de Aviñón, que acoge la corte pontifical durante todo el siglo XIV, representa el foco de difusión del arte italiano, pero es también el primer centro donde se elaboran las bases del estilo internacional. La instalación de las instituciones papales y de sus cardenales, las grandes construcciones emprendidas para alojarlos y la irradiación intelectual de la corte papal, hacen de Aviñón en aquella época un foco deslumbrante en el cual destacan los nombres de Petrarca y el de los pintores Simone Martini y Matteo Giovannetti. En esa ciudad, encrucijada de rutas de comercio y de corrientes artísticas del Norte y del Sur, van a encontrarse, mezclarse y fundirse progresivamente, las fuentes formales y estilísticas de un gótico internacional modelado con tonos sieneses, con sinuosidades parisinas y con un toque de petrarquismo. El origen de los maestros que trabajaban en el palacio de los Papas, deja adivinar cuál ha podido ser el rol de Aviñón en la difusión del nuevo estilo, propalado por ingleses, alemanes, catalanes, franceses, italianos, flamencos. Partiendo de Aviñón, la sinuosidad de la línea y la elegancia cortesana del arte sienés, con su cromatismo sutil y vigoroso, extenderá su influencia no sólo hasta la corte de París, sino también mas allá de los Pirineos, hasta el cercana reino de Aragón. En Barcelona, en la misma época, el pintor Ferrer Bassa desarrollaba un arte con importantes aportaciones italianas, sobre todo de los pintores sieneses. Se cree que la factura sienesa en el arte que se practicaba en la corte de Bohemia fue traída desde Aviñón por hombres como el comitente de la Virgen de Glatz, cuyas visitas a la corte papal han sido atestiguadas. Los documentos de la época nos señalan también, que los artistas italianos se hacían asistir por pintores franceses, catalanes, o ingleses.
Desde principios del siglo XIV, los papas que huyen de Roma y de sus luchas de facciones, se instalan en Aviñón. Pero entre 1367 y 1377, ante los requerimientos cada vez más apremiantes de una parte de la cristiandad para restablecer el papado en Roma, el regreso de Urbano V y luego de Gregorio XI a la Ciudad eterna, asestó un golpe fatal a la proyección artística de Aviñón.
En aquel ambiente de elevada cultura internacional, diferentes tradiciones artísticas entraron en contacto, beneficiándose de manera recíproca, de un fecundo intercambio de experiencias. Las pinturas murales que se han conservado en Aviñón, nos dan una imagen excepcional de una corte de la época. El amor por la fauna y la flora culmina en la sala de reposo de Clemente VI, llamada Cámara del Ciervo, testimonio de la pasión principesca por la caza. Los murales combinan temas septentrionales, sobre todo paisajes, con rasgos específicamente italianos – modelado de los rostros, ojos almendrados como en las pinturas de Giotto, y la perspectiva del estanque. Este primer conjunto conservado, interpretado con un naturalismo descriptivo, anticipa desarrollos ulteriores.
Artistas franceses e italianos, como Matteo Giovannetti, trabajaron en la Cámara del Ciervo situada en el cuarto piso de la Torre del Guardarropa, donde Clemente VI hizo instalar su cama. Los muros están decorados con escenas de caza y pesca y otros pasatiempos campestres, sobre un fondo de paisaje encantador. Este ciclo, que fue admirado por soberanos y altos dignatarios que tenían acceso a la intimidad del papa, tuvo una influencia considerable en el desarrollo de uno cierto tipo de pintura profana, de estilo gótico internacional.
La formación por el viaje
Propagadores de nuevas formas, los maestros itinerantes fueron también expuestos a nuevas influencias. Ello se explica sin duda por los sucesivos viajes a las diferentes capitales artísticas. Los libros de modelos, que son como un tipo de cuaderno de viaje en imágenes, lo testifican. El de Jacques Daliwe, cuyo autor sería originario de Flandes, cuenta entre sus fuentes probables, miniaturas parisinas y camafeos de la colección del rey de Francia, tapices de Tournai o de Arras, pinturas de Dijon y de Hamburgo. Un factor complementario de la internacionalización del estilo, es la circulación de las obras mismas. Numerosas piezas de orfebrería francesa transitan muy pronto por Alemania, por Italia o por España, ya sea por el intercambio de regalos entre príncipes, o como donativos a las iglesias de peregrinación. El comercio de los objetos de lujo explica también la difusión, dentro de una vasta área geográfica, de los marfiles parisinos o de las tapicerías de Arras. Así, no es extraño que los maestros reunidos en trabajos puntuales (ciclos de miniaturas, programas escultóricos), enriquecieran su producción inspirándose de los artistas del lugar. Ello es más o menos aparente, pero los más grandes maestros no lo desestiman, sino que al contrario, ven en ello un estímulo para su propia creación. En su Cristo llevando la cruz, Jacquemart de Hesdin se inspira de una obra del pintor sienés Simone Martini, el Políptico Orsini (París, museo del Louvre) donde integró grupos de figuras salidas directamente de los frescos del pintor Altichiero en Verona y en Padua. Jacquemart adapta estos elementos dentro de su propio lenguaje formal, más pintoresco y un clima de emoción interiorizada.
El Gótico internacional se difunde rápidamente y se expresa en los diferentes países bajo formas parecidas, gracias a los viajes de los artistas, a los intercambios de todo orden y sobre todo a las estrechas relaciones políticas y culturales entre las ambiciosas cortes principescas de todo el continente. El desarrollo del comercio internacional engendró de forma natural, una intensa circulación de artistas y de obras de arte. Los intercambios comerciales se hacían principalmente por vía marítima, por Venecia y Génova, por Barcelona, Brujas, Londres, Hamburgo. Se asiste a la emigración de los mejores artesanos o artistas para ofrecer sus servicios a los príncipes. Estos últimos, serán casi sus únicos clientes importantes, ya que sus gustos o su afición a la moda, los consagran al rol de mecenas. Las universidades y los colegios siguen teniendo una importancia capital. Se crean incluso nuevas universidades, como la de Praga en 1348. Así, una misma estructura social en Europa occidental, una misma comunidad de civilización, una estrecha dependencia económica y la ausencia de fronteras, explican y favorecen la difusión de un arte que por no ser absolutamente internacional – la idea de nación todavía no existe – se revelará a través de Europa de una forma común, más o menos marcada por los orígenes de los artistas, o por los gustos personales de su clientela principesca.
Los comitentes de aquella época, apreciaban mucho el tema de la Adoración de los Magos como pretexto a la ostentación de los fastos de la corte, como la imagen de una sociedad en continuo desplazamiento, pero también como posibilidad de dar una fiel representación de los pueblos exóticos: en la Adoración de los Magos de Lorenzo Mónaco, se puede ver a africanos, turcos y mongoles vestidos con sus respectivos atuendos, en particular sus insólitos tocados.
Este mapa excepcional, atribuido al cartógrafo mallorquín Abraham Cresques, fue regalado por el rey Juan I de Aragón a su primo, el rey Carlos VI de Francia. Se compone de doce folios montados sobre paneles de madera. Una vez desplegados, ofrecen una vasta imagen del mundo representado para primera vez hasta China. Objeto de lujo y de refinamiento, es también una muestra del gusto cortesano.
El arte cortesano y el amor cortés
En el siglo XIV, los príncipes emplearon a un número creciente de artistas: arquitectos, escultores, pintores, orfebres o bordadores que ostentaban el título de «ayudante de cámara». Esto no implicaba por si sólo una función particular, pero indicaba que tenían rango en la casa del príncipe y recibían una pensión, quedando libres de ejecutar otros encargos. Esos artistas formaban parte de la corte y adoptaban su espíritu y sus costumbres, a los que, sin ninguna duda, se les debe el arte refinado de la época. Las miniaturas de los hermanos Limbourg en las Muy Ricas Horas de su mecenas Jean de Berry, son un reflejo de esta vida de corte compartida. El frontispicio de un libro de poemas encargado a Christine de Pisan o Pizan para la reina Isabel de Baviera, muestra uno de los lugares donde se desarrolla este modo de vida exquisito y cortés como se puede apreciar en la miniatura Christine de Pisan presenta su libro a Isabel de Baviera en la que vemos la lujosa sala donde la reina, rodeada de su corte de damas, acoge a la autora del libro. El arte de la miniatura era también muy apreciado por los burgueses, quienes en ciertas ciudades (Bolonia, Estrasburgo, Colonia y las ciudades comerciales de Alemania del Norte), fueron sus principales comitentes. Su lenguaje iconográfico era además muy accesible, hasta que la antigua erudición y el hermetismo, cultivados en el Renacimiento, lo convirtieron en un arte elitista.
La corte, sin embargo, establecía las pautas. Sus gustos estaban sacados de temas literarios, como la poesía lírica y las novelas de caballería, las mutaciones de los sentimientos amorosos y el uso inmoderado de la alegoría, que los convertía en personajes autónomos u objetos concretos. Era casi en sentido propio, que el amante ofrecía el corazón a su dama. El amor alegorizado se sacralizaba. Sobre este punto, la mitología y la literatura cortés se acordaban, la una enriqueciendo a la otra. Ovidio era el autor más estimado, y Christine de Pisan le tomó prestado el tema para su Epístola de Othea. La literatura trovadoresca sobre el antiguo fin’amors o amor cortés, había acabado por impregnar las costumbres. El lenguaje adecuado para ese estado del espíritu era civilizado, mesurado, elegante; el arte que le correspondía debía reunir las mismas cualidades. La preciosidad de los gestos traducía la de los sentimientos. El vestido, muy cuidado, correspondía a la moda cortesana. En el eterno jardín del poeta se sucedían las mismas escenas: primer encuentro, intercambio de prendas de amor, melancolía de los amantes, aunque la historia acabara a menudo en amor imposible.
El pintor oficial era el responsable de la imagen de su señor y del entorno aristocrático y refinado que le rodeaba. Las tareas de éste consistían en ejecutar los retratos de su protector y de sus cortesanos, realizar los ciclos de frescos en las residencias más importantes, pintar retablos u otros cuadros destinados a resaltar las cualidades o glorificar a la familia reinante. Estas actividades alternaban con otras ocupaciones efímeras: preparación de fiestas y torneos, realización de decoraciones de teatro, ejecución de estandartes y de pendones ornamentales, concepción de muebles diversos, diseño de vestidos y accesorios, ilustración de códices con miniaturas, mapas marítimos, producción de modelos para escudos, armaduras y divisas heráldicas, juegos de cartas y objetos diversos, así como, los valiosos regalos que se enviaban a otras cortes como objetos de admiración o emulación. Al pintor se le confiaba también la organización de acontecimientos y ceremonias oficiales, como banquetes solemnes, recepciones y acogida de nobles visitantes. En resumen, un creador con múltiples facetas y proteiforme, dentro de un campo de acción extraordinariamente extenso, lo que hacia imprescindible el trabajo en equipo y la organización de un taller polivalente, capaz de dominar las diferentes técnicas y materiales. En Milán, en la corte de los Visconti, los hermanos Zavattari, con gran pompa y gracia amanerada, adornaron una capilla de la catedral de Monza con frescos representando temas profanos.
En esta escena de estilo gótico internacional, se relata el viaje del emperador Constantino II Heráclito tal como es evocado en las crónicas de Paul Diacre y de Bonincontro Morigia. El comanditario del fresco es Filippo Maria Visconti, duque de Milán, pero el ciclo será terminado en la época de los Sforza. El fasto es de estilo cortesano. Teodolinda ha sido representada como una princesa del Trecento que vive en un ambiente refinado, tal como indica la abundante utilización del oro.
En torno a la escena central de la miniatura, las elegantes figuraciones de los signos del zodíaco adornan la representación minuciosa de un calendario perpetuo, realizado con precisión y gusto por la fantasía. Los símbolos zodiacales se han colocado sobre las partes del cuerpo que se consideran sometidas a la influencia de los astros correspondientes a cada signo. La representación de las dos figuras desnudas espalda contra espalda, aunque llenas de fantasía, se acuerdan con la anatomía concreta, lo que confiere a la miniatura una forma de ambigüedad mágica. La mezcla de realidad y fantasía es una característica esencial del gótico internacional.
Más que las fiestas familiares y religiosas que componen la vida cortesana, es una fiesta profana la que nos hace descubrir la imagen cortés de unos príncipes que celebran a su manera el bello mes de mayo, el regreso de la primavera. El calendario de las Muy Ricas Horas los muestra a caballo, la cabeza ceñida de follaje, acompañando a las damas al son de las fanfarrias, o bien cabalgando solitarios, una rama florida en la mano. La imagen de tanta elegancia y cortesía nos podría parecer artificiosa y banal, pero la tristeza dolorosa de los Gemelos del signo zodiacal en el mismo Calendario, es su contrapunto. La elegancia del arte y de las maneras, no podía hacer olvidar la dureza de una época de guerras.
El espíritu cortés va a tener una influencia considerable en todo el arte de la época y también en el arte religioso. El donante o la donante se arrodillan a los pies de la Virgen en majestad, del mismo modo que el amante se arrodilla ante su dama o el caballero ante el dios Amor. Si el propósito cambia, la composición del conjunto y la delicadeza del dibujo son similares. Las líneas sinuosas y los sutiles drapeados pertenecen también a esta corriente, al igual que las caras juveniles, los magníficos ropajes, los gestos amanerados y los dedos extraordinariamente afilados. La mezcla de dulzura y de juventud, de líneas graciosas, de telas flexibles de ricos colores, la belleza del oro grabado y el suelo cubierto de flores primaverales, forman parten del encanto de los paneles de devoción privada, y su pequeño tamaño hace de ellos la encarnación del lujo supremo.