El movimiento simbolista
El simbolismo fue un movimiento literario y artístico que aparece en Francia alrededor de 1885, como reacción al naturalismo y al impresionismo. Buscando explorar universos ocultos, los artistas elaboraron una estética tan lejos de la sensibilidad visual como del enfoque académico o científico. Por otra parte, el individualismo acerado o incluso neurótico, es otra de las características del simbolismo.
El simbolismo se fue extendiendo por Europa sin generar estilo común debido a la influencia en sus respectivos países de escritores como Oscar Wilde (1854-1900), Maurice Maeterlinck (Bélgica 1862-1949), Joris-Karl Huysmans (París 1848-1907) y Gabriele d’Annunzio (Italia 1863-1938); filósofos como Schopenhauer, Freud y Bergson. En su estricto sentido histórico, el término simbolista se refiere al movimiento internacional de finales del siglo XIX, pero se pueden encontrar actitudes similares hacia 1800 en la pintura de Blake y Füsli en Inglaterra o de Friedrich y Runge en Alemania, y también en los prerrafaelitas. Los simbolistas exploran el mundo de las leyendas medievales (Fantin-Latour, Burne-Jones), de los sueños (D.G. Rossetti, Fernand Khnopff) las alucinaciones (G. Moreau, G. Klimt), o, por el contrario, manifiestan nostalgia por la antigüedad (Puvis de Chavannes) o por una edad de oro perdida (Paul Gauguin). Buscando la transposición formal de lo irreal y lo extraño, el simbolismo desempeña un papel clave en la aparición del arte moderno y, en especial, del arte abstracto. Kupka y Mondrian comenzaron en efecto de esta manera.
Esta imagen refinada y deliberadamente alusiva es uno de los primeros ejemplos de pintura simbolista.
Aunque el propio Puvis de Chavannes (1824-1898) solo aceptaba a regañadientes el adjetivo de simbolista, su arte fue admirado y defendido por los principales protagonistas de este movimiento, quienes vieron en él un precursor. Gauguin, Maurice Denis y los Nabis, Redon o Hodler, encontraron en su obra un apoyo a sus propias investigaciones. Gran conocedor de la cultura clásica y atraído por los pintores italianos, en especial por los muralistas del Quattrocento, Puvis se mantiene fiel a la pintura de historia.
Gustave Moreau participó por última vez en el Salón en 1880 con dos cuadros, Helena (París, Museo Gustave Moreau) y Galatea, donde continuó con la elaboración de una nueva iconografía de lo legendario. En este último lienzo, el artista simplifica el episodio mitológico donde el cíclope Polifemo mata por celos a Acis, amado por Galatea, y se centra en la oposición simbólica entre el gigante y la nereida. En el tema de la adoración maldita, la fábula de las Metamorfosis de Ovidio se junta así con otras imaginarias como la de La Bella y la Bestia.
La representación de los objetos pierde su importancia, el tratamiento y la composición es el resultado de una visión subjetiva: el simbolismo fue, por excelencia, el lugar donde desarrollar nuevas relaciones entre las proporciones y la perspectiva. Las composiciones se desarrollan en espacios bloqueados, se basan en ritmos y cadencias amplias y son representadas por medio de un trazado limpio donde la luz refuerza el silencio y el misterio de las formas.
Los ojos de la modelo se parecen a los de una medium: no ven la realidad sino que su mirada se dirige a otra dimensión invisible, espiritual y mágica. La pintura fue presentada en París en 1893 en el Salón de la Orden de la Rose-Croix. El triángulo equilátero sobre la cubierta de cuero negro del libro es el símbolo del número tres y de la perfección de la Trinidad. La pintura expresa la doctrina de la orden, que aboga por la búsqueda de la verdad a través del conocimiento.
Si Redon evoca de forma muy personalizada autores admirados por los simbolistas como Baudelaire, Flaubert o Poe, las obras de estos autores, aureoladas de misterio, conducen a su vez a múltiples transposiciones literarias en Francia y en Bélgica uno de los grandes centros del simbolismo europeo. Los dibujos y litografías de Redon, sumergen al espectador en un mundo de ensueño: «Mis dibujos inspiran y no se definen, escribe. No determinan nada. Ellos nos colocan, como la música, en el ambiguo mundo de la indeterminación».
Redon representa uno de los personajes de La Tempestad de Shakespeare. Se trata del enano Caliban, maléfico descendiente de una bruja que fue desterrado a una isla desierta.
Camille, la esposa del pintor, sirvió de modelo para esta obra que recuerda algunos bustos del Quattrocento. Aunque más probablemente se trate de un recuerdo del Esclavo moribundo de Miguel Ángel que Redon había admirado en el Louvre y que según manifestó le había causado una fuerte impresión a causa de sus ojos cerrados.
Gaetano Previati (Ferrara 1852- 1920) se orientó hacia una pintura simbolista y en la adopción de la técnica divisionista, traducido en la percepción del color y en pinceladas muy estiradas que impresionó al joven pintor futurista Boccioni. Sus ilustraciones para los cuentos de Poe y un conocimiento temprano del simbolismo europeo especialmente de las obras de Redon y Rops fueron las primicias de una pintura rica en alusiones simbólicas.
A principios del siglo XX, el simbolismo da a luz a una nueva tendencia con características comunes pero con nombres distintos en diferentes países: Art Nouveau en Francia y Bélgica, Modernismo en Cataluña, Jugendstil en Alemania, Liberty en Italia y Modern Style en Inglaterra. Se trata de un estilo elegante y decorativo que se expresa principalmente en las artes aplicadas. Sus motivos están inspirados en la naturaleza y prevalecen las líneas sinuosas y las composiciones asimétricas. Marcados por los sinuosos contornos de l’Art Nouveau, pintores como Klimt y Munch crean obras de pura imaginación, llenas de significados simbólicos y a menudo sin ninguna relación con el mundo real. Al igual que Munch, Klimt representa de forma reiterada la ambigua y compleja relación entre el hombre y la mujer, lo que indica una acusada angustia por la muerte.
Nacido en Noruega, Edvard Munch (1863-1944) pasó la mayor parte de su vida en su tierra natal, donde desarrolló un estilo extremadamente personal a caballo entre el symbolismo y el expresionismo.
Literatura: Revistas y teorías
El poeta Jean Moréas publicó en el diario parisino Le Figaro un primer manifiesto del simbolismo, «el arte de lo simbólico consiste en no llegar jamás hasta la concepción de la idea en sí»; los nombres de Moreau, Breslin y de Odilon Redon, son citados en À Rebours (Al revés) (1884), una novela en la que Joris-Karl Huysmans retrata el esteticismo del dandi hastiado y héroe de su relato, Des Esseintes. El poeta y ensayista Charles Morice, uno de los principales teóricos del simbolismo y uno de los pocos que había apoyado a Paul Gauguin, explicó los fundamentos de la doctrina simbolista en La Litterature de tout à l’heure. Esta nueva estética, que cambiaba radicalmente la literatura y las artes plásticas se extendió por muchas otras publicaciones: la Revue wagnérienne (1885), Symbolisme (1886), La Plume (1889), La Revue blanche (La Revista blanca) (1891) y, especialmente, La Pléiade, que fundada en 1886 bajo la influencia de Paul Verlaine, tres años más tarde se convertirá en Mercure de France y órgano oficial del simbolismo. Al mismo tiempo aparecerán los Ensayos sobre los datos inmediatos de la conciencia del filósofo Henri Bergson, que fueron una referencia muy importante para los artistas simbolistas. En 1891, el crítico Albert Aurier expuso en el Mercure de France la doctrina de la nueva pintura simbolista según la cual una obra de arte «debería ser ideista, ya que su solo fin es la representación de una idea; simbolista, puesto que expresa la idea a través de formas; sintética, dado que debe presentar las formas, los signos, de manera que sean comprendidos generalmente; subjetiva, puesto que el objeto que presenta no es considerado como un objeto sino como el signo de una idea; y (como consecuencia) decorativa, ya que la pintura decorativa… no es otra cosa que la manifestación de un arte que es al mismo tiempo subjetivo, sintético, simbolista e ideista».
Joris-Karl Huysmans (París 1848 a 1907) descendiente de una larga línea de pintores flamencos, fue por su obra de novelista y crítico de arte uno de los principales representantes de la estética simbolista. Provoca una ruptura con el naturalismo publicando À Rebours (1884), un largo soliloquio lleno de sueños, lecturas y descripciones de obras de arte, incluyendo un famoso pasaje sobre el cuadro La aparición de Moreau. El protagonista es Des Esseintes, un dandi hastiado y sumido en la neurosis que hace del artificio, de la ilusión y del sadismo un arte en sí mismo. Discípulo de Schopenhauer, encuentra en el placer estético su salvación y la única salida para sus tormentos. Este personaje se convierte en el paradigma del decadente o del decadentismo, nombre que fue tomado de un verso de Verlaine: « Yo soy el imperio al fin de la decadencia » y que se convirtió en otra corriente europea, principalmente literaria.
Esta obra contiene muchas referencias exóticas y una mezcla de misticismo y erotismo, una de las características del arte de este pintor parisino (1826-1898), muy cercano a los escritores y teóricos del simbolismo de finales del siglo XIX.
Salones de la Rose-Croix
El primer Salón de la Rose-Croix (Rosa-cruz) tuvo lugar en la famosa galería Durand-Ruel, en marzo de 1892 bajo el patrocinio de un personaje excéntrico, Joséphin Péladan (1859-1918) un ocultista y sanador que se daba a sí mismo el pomposo título de Sâr. Iniciado por su padre en las doctrinas esotéricas y en las religiones orientales, Péladan había publicado previamente novelas organizadas en grandes ciclos (La decadencia latina), escribió obras de teatro y fue crítico de arte. El Salón de la Rosa-cruz, según decía, «sería un templo dedicado al Arte-Dios, con las obras maestras como dogma y los genios como santos». La elección de los artistas fue determinada por un conjunto de reglas basadas en la primacía del asunto: asuntos «odiados» (pintura de historia, patriótica y militar, la vida contemporánea) y «bienvenidos» (la leyenda, el mito, la alegoría, los sueños, el símbolo, el misticismo). Péladan quería ver en el Salón a los que, en su opinión, eran los grandes artistas del momento (Puvis de Chavannes, Redon, Denis y Burne-Jones), y aunque ninguno de ellos aceptó la invitación, se pudieron ver esculturas y pinturas de otros artistas importantes, como Émile Bernard, Charles Filiger, Eugène Grasset, Alexandre Séon. Entre los artistas extranjeros expusieron los suizos Ferdinand Hodler y Carlos Schwabe, el holandés Jan Toorop y los belgas Fernand Khnopff y Jean Delville. Claramente opuestas a la tendencia naturalista que había imperado hasta entonces – el cartel de la exposición de 1896 representaba a al escritor naturalista Émile Zola decapitado – estas exposiciones revelaron al público parisino una dinámica corriente idealista. Después de una inauguración triunfal, el proyecto se fue debilitando por las desavenencias entre Péladan y su principal mecenas Antoine de la Rochefoucauld, terminando en 1897 después de seis Salones sucesivos.
Las pinturas de Hodler (1853-1920) reflejan la fría luz de las altas montañas suizas, patria del pintor. Sus grandes composiciones están teñidas de onirismo y de misticismo que manifiesta en las expresiones de las figuras, inmóviles en su mayoría.
Las aterradoras apariciones como la que aparece en esta pintura pueden vincularse a las febriles inquietudes existenciales de finales de siglo que atravesaron la literatura y el arte europeo como una descarga eléctrica.