Hans Holbein
Cuando Hans Holbein el Joven (Augsbourg 1497/98- Londres 1543) viaja por primera vez a Londres en 1526, a pesar de su juventud, ya es un pintor reconocido en su país. Nacido en el seno de una familia de pintores – su padre, Hans Holbein el Viejo (h.1460-1524) era uno de los mejores pintores alemanes de finales del gótico, y su hermano mayor Ambrosius, muerto muy joven, era un delicado dibujante -, pasa su niñez en Augsburgo, donde es alumno de su padre, y a partir de 1515 viaja con su hermano a Basilea. Italia presentaba para los alemanes de aquella época múltiples facetas: el papa, las facultades de derecho de Padua, Pavía y Bolonia; los arcos de medio punto y las columnas; el derecho romano; las costumbres y modas vestimentarias; y los Médicis, familia de banqueros entonces en plena bancarrota. La pintura en particular, se libera de las convenciones del gótico tardío y sus representantes más vanguardistas utilizan nuevas formas y nuevos contenidos. Las ideas del Renacimiento fueron introducidas esencialmente por Nuremberg y Augsburgo, florecientes ciudades comerciales que mantenían relaciones muy estrechas con Italia, y también por Basilea. En Franconia, en el entorno de Durero, pero también en otros lugares, se impusieron con fuerza elementos renacentistas. Pero aunque se abrieron a las novedades del arte italiano, conservaron su propia identidad.
Se trata de uno de los primeros trabajos de Holbein, ejecutado en Basilea en el taller del pintor Hans Herbst (hacia 1470-1552), donde trabajaron Holbein y su hermano Ambrosius. Se trata de una placa pintada por las dos caras que debía ser fijada a una barra de hierro y suspendida en lo alto de un estrecho callejón. Una cara se atribuye a Ambrosius Holbein y la otra a Hans Holbein el Joven, muestra al maestro de escuela enseñando a leer y a escribir a dos jóvenes – uno de ellos es un soldado. Con solo diecisiete años, ya se puede contemplar el futuro talento de Holbein, por ejemplo en el efecto de contraluz espléndidamente ejecutado. Pero en conjunto, todo ello es todavía de un estilo muy precoz, con una exactitud de trazado característico del gótico tardío.
El joven Hans no tarda en demostrar su talento, tanto en el retrato como en la pintura religiosa, en los frescos decorativos o en la ilustración de libros. Desarrolla muy temprano una técnica virtuosa, un dibujo de una gran nitidez y un buen conocimiento de la perspectiva. Es probable que Holbein viajara a Italia, aunque siempre supo integrar todas las influencias en una síntesis original. Introducido por el impresor Froben en los círculos humanistas, traba amistad con Erasmo del que realizó varios retratos, junto con el de Jacob Meyer y su mujer. Su primera obra maestra, el Cristo muerto (1521, Museo de Arte de Basilea), es un extraordinario estudio anatómico donde aparece por primera vez de una forma cruda y realista, el proceso de laicización del arte en el Norte, comparado por ejemplo con el extraordinario pathos religioso del retablo de Isenheim de Grünewald, solo un poco anterior. Es difícil por otro lado definir el pensamiento religioso de Holbein, aunque seguramente fue el de los círculos erasmianos: una toma de conciencia de los abusos de la Iglesia, un anticlericalismo – como atestiguan algunos grabados de propaganda y las Imágenes de la Muerte -, y un cierto escepticismo aristocrático en relación con ciertas manifestaciones populares.
Jacob Meyer solo tenía treinta y cuatro años cuando fue nombrado burgomaestre de Basilea en 1516. Pidió inmediatamente a Hans Holbein su retrato y el de su segunda mujer Dorothea Kannengieser de Thann. Holbein ha situado estos dos retratos realistas en una logia renacentista, como las que veían los viajeros que recorrían Italia, con sus columnas, sus frisos decorativos y sus bóvedas artesonadas.
Este magnífico retrato demuestra el dominio técnico y los conocimientos adquiridos en la corta trayectoria de Holbein. Un primer triunfo después de su admisión, el 25 de septiembre de 1519, en la guilda Zum Himmel de Basilea. El noble perfil, la distribución equilibrada del espacio, el generoso trazado de las formas, su «italianidad» (interpretación que da Holbein del Renacimiento), todo ello superaba lo que se había podido ver hasta entonces en el mercado artístico de Basilea. Apenas mayor que su amigo Holbein, Bonifacio Amerbach era un jurista, más conocido por su talento de cantante. El cuarteto en latín que figura sobre la placa colgada del árbol, elogia la fidelidad del retrato y designa la condición y edad del retratado.
Durante los años que Holbein pasó en Basilea adquirió un gran dominio de la técnica del dibujo; sus dibujos se convertirán en lo más bello del arte europeo en este dominio. Baldung Grien había incitado a Holbein utilizar papel teñido con realces de color blanco, lo cual permitía efectos asombrosos. El Sacrificio o Triunfo Antiguo, dibujo realizado en 1518, del cual se han conservado algunos fragmentos, está realizado con esa técnica, y revela también el conocimiento de los modelos italianos del Renacimiento, en particular la obra de Andrea Mantegna. El joven Holbein demuestra una gran seguridad en el trazado de las formas y usa con moderación las sombras para modelarlas.
Primer viaje a Londres
Para el primer viaje que Holbein realizó en 1526 a Londres, Erasmo le entregó cartas de recomendación dirigidas a su amigo Pierre Gilles en Amberes, y a Tomás Moro en Inglaterra. A causa de los problemas iconoclastas que ocasionaba la Reforma en Basilea, las artes se encontraban en pleno declive y como las posibilidades de ganarse la vida disminuían, Holbein fue a intentar suerte en el extranjero. No sabemos como Holbein fue acogido en Amberes, ciudad donde Durero fue recibido como un príncipe cinco años antes. Cuando más tarde Holbein pisó suelo inglés, su primera visita fue sin duda para Tomás Moro (hacia 1478-1535). Hombre dotado de una impresionante personalidad, escribía el 18 de diciembre de 1526 a su amigo en el continente: «Tu pintor, mi querido Erasmo, es un maravilloso artista, pero temo que no encuentre una Inglaterra tan fecunda y productiva como él desea». Efectivamente, el arte de la pintura no tenía una tradición muy arraigada en la isla. En aquella época, Inglaterra no contaba con ningún artista importante. Solo algunos holandeses dominaban el mercado, la familia Horenbout por ejemplo, especializada en la miniatura. Instalado en Inglaterra, Holbein «trabajador inmigrado» que hablaba el alemán con acento suabo y disponía tal vez de algunos rudimentos de latín, cómo se hacía comprender en Londres? No lo sabemos. Encontró seguramente una amable acogida en el hogar de Moro, del cual hizo un interesante retrato en 1527. Este retrato ha desaparecido, pero nos han quedado algunas copias y un estudio hecho por el pintor de la familia Moro en Chelsea. Muy rápidamente, Holbein se había convertido en un retratista a la moda de la alta sociedad londinense. Quedan algunos hermosos ejemplos de estos retratos Mary Wotton, Lady Guildford, Dama con ardilla y estornino o Thomas Godsalve y su hijo John Godsalve.
El retrato representa a un Erasmo cuyo rostro irradia ingenio, representado de tres cuartos, y como parapetado detrás de una mesa, al lado de una pilastra renacentista. Se trata probablemente del retrato que Erasmo había enviado como regalo a William Warham, arzobispo de Canterbury y canciller de la universidad de Oxford. Sobre el borde frontal del libro, puesto oblicuamente contra una garrafa vacía sobre un estante, figura un hexámetro ensalzando al pintor, añadido posteriormente y tal vez compuesto por Erasmo, que dice: «la crítica es fácil pero el arte es difícil», – las mismas palabras que el legendario pintor de la Antigüedad, Zeuxis, había inscrito al parecer encima del retrato de un atleta.
Este retrato, muy rafaelesco, suscita la cuestión de un viaje de Holbein a Italia, al menos a Italia del Norte. La ropa de la mujer refleja también la moda italiana.
Para esta obra, había que realizar el retrato de diez personajes a tamaño natural, reunidos en un interior para la lectura y el rezo. Así nace el primer retrato en la historia del arte de una familia burguesa, al menos el primero en ser realizado al norte de los Alpes. La colocación muy naturalista de todos estos personajes, muestra la igualdad de derechos entre hijos e hijas y ello corresponde al ideal de educación progresista propio del humanismo. Los libros esparcidos por el suelo, atestiguan del clima intelectual que reina en la familia; es una manera de mostrar que adherían a los ideales de sociedad defendidos por el autor de «Utopía».
Mary Wotton era la segunda esposa de Sir Henry Ghildford, el cual, como maestro de ceremonias en la corte, fue encargado de organizar la ceremonia del tratado de paz entre Francia e Inglaterra, mientras que a Holbein se le había encargado decorar una sala de fiestas y un teatro cerca del Palacio Real de Greenwich. En el radiante retrato de Lady Guildford, entre otros adornos preciosos que atestiguan de su inconmensurable riqueza, sorprende sobre todo la suntuosidad del abrigo negro de pieles y de la tela dorada de las mangas para las cuales Holbein tuvo que utilizar una gran cantidad de pintura al oro. La rama de romero en el escote de la dama es símbolo de «memoria», recuerdo destinado a la posteridad, que el pincel del pintor ha sabido representar a la perfección. El rosario y el pequeño libro de rezos, prueban en cambio que esta orgullosa aristócrata podía también hacer prueba de humilde piedad.
En 1528, Holbein volvió a Basilea, ciudad en la que se habían producido grandes cambios durante su ausencia. Después del triunfo de la Reforma en Berna, estallaron también allí graves conflictos religiosos. El 9 y 10 de febrero de 1529, los cortejos de Carnaval degeneraron en violentos actos de iconoclasta y el primero de abril, la ciudad adoptó oficialmente la fe reformada. Erasmo, quien había desarrollado un sentimiento de rechazo frente a los abusos de la iglesia católica (tráfico de indulgencias), adoptando al mismo tiempo una actitud crítica hacia Lutero, abandonó Basilea el mismo mes de febrero de 1529 para instalarse en Friburgo. Durante este tiempo, Holbein había procedido a la adaptación de un cuadro que había terminado dos años antes y que constituye una obra maestra del arte europeo. Se trata de la Madona de Darmstadt, conocido también como la Madona del burgomaestre de Basilea. En la primera mitad del siglo XVI, Holbein alcanza el apogeo de su popularidad, lo que le vale el apelativo de «Rafael del Norte»! Tanto es así, que se colgó una copia del cuadro en la Galería de Dresde frente a la Madonna Sixtina de Rafael. Además de los frescos para el consistorio y las ilustraciones bíblicas – toda otra pintura habiendo sido proscrita de los lugares de culto -, realiza el retrato de su familia, a la cual pronto deberá abandonar, esta vez definitivamente, no sin antes haberle asegurado su sustento económico. En el cuadro de composición clásica la Familia del artista (1529), donde Holbein mezcla influencias italianas y flamencas, según el modelo de la Virgen con el Niño y santa Ana, aquí laicizado, es también un asombroso documento psicológico, ante el cual el espectador experimenta un cierto malestar. La mujer envejecida, los niños con semblantes huraños, son pintados sin ningún tipo de concesión, con una extraña mezcla de cinismo y de emoción. La verdadera fractura en la vida de Holbein se encuentra en este cuadro.
En 1529, el protestantismo se convirtió en la religión oficial de Basilea, ciudad en la que el comitente de esta obra, Jakob Meyer zum Hasen (1482-1530/31), fue durante algún tiempo burgomaestre. Gracias a él, Holbein había obtenido diversos encargos que contribuyeron a dar impulso a su carrera. Meyer, ferviente católico, es el personaje que se encuentra a la izquierda rezando piadosamente. La Virgen, una de las principales figuras que fue objeto de controversia por los protestantes, ofrece amparo a Jakob Meyer acogiéndolo bajo su capa, motivo muy usual en el arte medieval. La escena se desarrolla en un exterior, como atestiguan las finas ramas y las hojas de higuera que destacan sobre el fondo azul del cielo. A la izquierda, son representadas de rodillas las dos esposas de Meyer, la primera, fallecida en 1511, y su segunda esposa Dorothea Kannenguiesser. En primer plano, figura su hija Anna sosteniendo un rosario rojo en sus manos.
El personaje que acompaña a Jakob Meyer es sin duda su santo patrón san Jaime, fácilmente identificable como patrón de los peregrinos, por el bolso que cuelga de su cintura. El niño al que ayuda a tenerse en pié es san Juan Bautista, cuya presencia en esta escena se inscribe dentro de la tradición italiana. Contrariamente a la familia Meyer, los dos santos han sido idealizados. Con Jesús en sus brazos, la Virgen, imponente y majestuosa, se encuentra delante de su trono con el dosel en forma de concha. En esta obra, Holbein es tributario del Renacimiento italiano pero también del «ars nova» de los Primitivos flamencos, los cuales pretendían representar la realidad lo más fielmente posible.
En este retrato, Holbein representa a Elsbeth Binzenstock, esposa del artista, y sus dos hijos Philipp y Katharina. El rostro de la mujer, de aproximadamente treinta y cuatro años de edad, es poco atractivo y manifiesta una gran tristeza, como los rostros de sus hijos, preocupados, viejos antes de tiempo, y con la mirada triste y llorosa; este cuadro sorprende sin embargo por la dulce melancolía que emana de los rasgos rudos de esta matrona, no exentos de una cierta nobleza. Holbein abandonaba definitivamente a su familia para regresar a Inglaterra.
El triunfo de la riqueza
Cuando en 1532 Holbein regresó a Inglaterra, la situación en aquel país también había cambiado: el monarca Enrique VIII, que reinaba desde 1504, se había casado en primeras nupcias con Catalina de Aragón tía del futuro emperador Carlos V. Un buen partido, pero sin poder darle un heredero para sucederle. Cuando conoció a Ana Bolena, Enrique quiso divorciarse, lo que originó graves consecuencias políticas. El papa no autorizó el divorcio, pero en enero de 1533 el rey se casó con Ana en secreto. Para no depender jamás de la dispensa papal ni del papa, Enrique se proclamó jefe de la iglesia de Inglaterra, que se transformó en iglesia de estado (la iglesia anglicana) exigiendo a sus súbditos un juramento de fidelidad. Tomás Moro, defensor encarnizado de la fe católica, dimitió de su función de canciller. Al negarse a prestar juramento como se le exigía, fue encerrado en la Torre de Londres y ejecutado el 6 de julio de 1535 por alta traición. Holbein fue privado así de su principal mecenas con el que había mantenido una cordial relación durante su primera estancia en Inglaterra. No obstante, Holbein encontró en Londres clientes acaudalados, los miembros de la Liga Hanseática alemana y su comunidad de comerciantes, la Steelyard. El más joven de todos ellos Derich Born, de veintitrés años de edad y originario de Colonia, encargó su retrato a Holbein (1533), desde entonces en las colecciones inglesas. Los comerciantes de la Liga Hanseática gozaban del mejor emplazamiento de la ciudad, al borde del Támesis, un espacio ocupado por almacenes, tiendas, comercios y albergues muy frecuentados. Los comerciantes alemanes hicieron de este lugar «La Steelyard» su lugar de predilección para tratar los asuntos artísticos. Holbein era su interlocutor preferido, al que encargaban retratos representativos de su posición social (se trata de una serie de ocho retratos conocidos como retratos Steelyard). El primer retrato de esta serie, es el Retrato de Georg Gisze hoy en Berlín, que sorprende por su gran tamaño y por la riqueza de los detalles.
Este retrato lleva grabado sobre una balaustrada de piedra pintada en trampantojo, una inscripción latina: «Bastaría con añadirle la voz, para ver vivo a Derich; podríamos preguntarnos sí es una realización del pintor o una obra del Creador». Es decir, el pintor hace desaparecer la frontera entre ilusión y realidad. Los contemporáneos atribuían tales proezas a los Italianos y a Durero, al que llamaban «el nuevo Apeles» con el cual Holbein compite aquí de forma manifiesta.
Pero si la obra más importante de Holbein en los años 1530 no representa a ninguno de los comerciantes de Londres, utiliza de manera magistral los medios de representación que ya había experimentado y madurado en sus retratos. Holbein firma y fecha en 1533 el inmenso cuadro Los embajadores, uno de los más célebres de este periodo. Representa una perfecta síntesis del arte del Holbein de aquella época donde, un poco como hizo Van Eyck en el siglo anterior, da un mensaje metafísico y religioso muy realista, en el cual la presencia de la muerte está disimulada pero latente, bajo la forma anamórfica de una calavera. Para poder verla, hay que mirar el cuadro en oblicuo, cerca del muro: el cráneo se vuelve visible, pero la visión del resto del cuadro se vuelve opaca, como la vida, a pesar del orgullo del hombre y de todos los símbolos del conocimiento humano, reunidos en la pintura en una admirable naturaleza muerta: Vanitas vanitatum (vanidad de vanidades).
Algunos retratos de Holbein parecen reflejar un mundo material y realista, pero aquí la apuesta es mucho más importante. En el lado izquierdo, se halla el embajador de Francisco I de Francia, Jean de Dinteville, a la derecha, el obispo francés Georges de Selve quien había viajado a Inglaterra para llevar a cabo una misión secreta (quizás relacionada con la amenaza de Inglaterra de separarse de la Iglesia Romana). Los dos embajadores están apoyados en un mueble donde están depositados varios instrumentos científicos: un globo celeste, un cuadrante solar, etc. Estos objetos los designan como hombres de ciencia, quienes como hacía su contemporáneo Copérnico, sacudían los fundamentos de los dogmas existentes. El laúd simboliza la armonía, pero una de las cuerdas del instrumento está rota, referencia tradicional a la fragilidad de la existencia. Tal vez la cuerda rota simboliza igualmente las querellas entre católicos y protestantes de aquella época. El continente europeo destaca claramente sobre el globo terrestre. Los libros de salmos, en la traducción de Lutero en lengua vernácula, ponen de manifiesto las tendencias reformadoras de estos dos embajadores de Francisco I.
Holbein, pintor de corte de Enrique VIII
Tal como indican los documentos, en 1536 Holbein trabaja como pintor de corte y recibe un salario fijo de 30 libras al año. Tenía por misión representar al monarca en su palacio de Whitehall, y hacer los retratos de las candidatas al matrimonio susceptibles de interesar a este rey sediento de amor; dibujó también objetos decorativos y objetos utilitarios destinados a la casa real. Del fresco que Holbein pintó en Whitehall, probablemente situado en las habitaciones privadas del rey, a las cuales solo tenía acceso el círculo más íntimo de los miembros de la corte, no queda más que una copia mediocre del siglo XVII (el castillo fue destruido por un incendio en 1698). Es en Madrid (Museo Thyssen-Bornemisza) donde se encuentra el Retrato de Enrique VIII, rey de Inglaterra. Lo más destacado de este cuadro, es la corpulencia y la energía del personaje. El artista representa con extrema minuciosidad los más ínfimos detalles de la ropa y las joyas del rey. Pero detrás de este aparente ceremonial, se percibe el carácter violento, la vitalidad desbordante del hombre de poder. Holbein tenía el don de capturar en sus retratos la psicología de sus personajes, incluso en los formatos más pequeños, como en las miniaturas y medallones (Holbein pintaba regularmente preciosos retratos miniaturas sobre pergamino o sobre madera). Al final de su carrera, Holbein realiza todavía uno de sus retratos más perfectos: el Retrato de John Chambers (Viena, Kunsthistorisches Museum). En el otoño de 1543, la peste hacía estragos en Londres. El artista fue probablemente víctima de ella y sucumbió entre el 7 de octubre y el 29 de noviembre; solo tenía cuarenta y seis años. El drama de Holbein fue de estar obligado, a causa de los avatares de la política, a trabajar para mecenas que solo se interesaban por el retrato. Ello hizo que Holbein fuera uno de los más grandes retratistas de todos los tiempos, pero al mismo tiempo limitó su talento.
La importancia social de los personajes se suele manifestar con los atributos de grado y de rango: vestimenta, escudos, divisas, joyas, representados por Holbein con una cuidadosa precisión ilusionista. Holbein fue uno de los mejores retratistas de su época por su extraordinaria agudeza en la observación y por el sentido del decoro y del equilibrio formal, a los cuales llegó a través de la experiencia del arte del Renacimiento.
Habiéndose separado de la iglesia de Roma, Enrique VIII debía buscar una esposa protestante. Algunos retratos de candidatas circulaban ya en Inglaterra, pero ninguno de ellos satisfacía al rey. Holbein viajó al castillo de Düren en el Rin Inferior para hacer un retrato de Ana de Cleves. Supo hacer tan atractiva esta personalidad rígida y puntillosa, que los preparativos de matrimonio pudieron comenzar. Pero cuando el 27 de diciembre de 1539 la novia y el rey se encontraron cara a cara, por lo visto el original no mantuvo las promesas del cuadro. El caprichoso Enrique no se sintió con ánimos de consumar el matrimonio celebrado el 6 de enero de 1540; lo hizo anular el 9 de julio del mismo año.
La mano de Holbein ha sabido dotar de una cierta grandeza interior al hijo de Enrique VIII y de Jane Seymour, a pesar de su corta edad. El niño real va vestido con magnificencia principesca. En la cabeza lleva un gorro muy ajustado, y encima un tocado rojo adornado con una pluma de avestruz. La túnica roja está adornada con hilos de oro y sobre las mangas de brocado dorado destaca un motivo de hojas de acanto. De pié y apoyado en una balaustrada, el príncipe dirige la mirada hacia el espectador. El sonajero que tiene en la mano parece un cetro real.