Jérôme Bosch, el pincel de lo imaginario
El mundo a la vez terrorífico y fascinante de Jérôme Bosch, llamado El Bosco (Bois-le-Duc hacia 1450-1516) revela ciertas angustias y supersticiones de su época. Una multitud de obsesiones donde proliferan símbolos infernales, místicos y alquímicos. Un mundo dominado por el Infierno con las puertas siempre abiertas de par en par por Satanás, el ángel caído con sus legiones, su flora y su fauna maldita, por el terror a la muerte y a la fin del mundo (el tema del Juicio final aparece sin cesar). Sus cuadros, llenos de vida o amenazantes, describen un universo trastornado, incoherente, poseído por el Maligno, y por la sensación abrasadora del pecado. En 1568, el gran historiador italiano de los artistas, Vasari, calificó la invención bosquiana de «fantástica y caprichosa». Lomazzo, el autor del Tratado del arte de la pintura, escultura y arquitectura, publicado por primera vez en 1584, habló del flamenco «Girolamo Bosch, quien representando apariencias extrañas, y sueños espantosos y horribles, era único y realmente divino«. Carel van Mander, el Vasari del Norte, considerando el conjunto de las obras de El Bosco, se contentó con observar que se trataba de «pinturas macabras, con espectros y fantasmas horribles venidos del infierno». Numerosos comentarios del mismo estilo comenzaron a aparecer en español, debido a la llegada a España de numeroso cuadros del artista a mediados del siglo XVI. El padre José de Siguenza decía que si los demás pintores representaban al hombre como era exteriormente, El Bosco tenía la audacia de pintarlo como podía ser visto interiormente. Pero lo hizo representando una amalgama entre el bien y el mal con aspectos poéticos, en una obra particularmente fascinante. Las obras maestras de El Bosco como El jardín de las delicias, sorprenden por el tema que representan pero también por la perfección de la composición.
Por sus dimensiones, se trata de la obra más grande realizada por El Bosco y representa en la tabla de la izquierda, el Paraíso, realzado por los tiernos y claros matices del verde, del azul, del amarillo y del ocre; en la tabla de la derecha, figura el Infierno musical, realizado con colores oscuros y fríos yendo del negro azulado al gris. En la tabla central, una verdadera explosión de colores realza la ilustración prodigiosa del paraíso artificial donde todo es calma y voluptuosidad. Numerosos detalles como las frutas y los pájaros, son de un tamaño desproporcionado, como para subrayar que esta situación no es natural y que es consecuencia del pecado. En un vasto y luminoso paisaje, El Bosco organiza la escena en cuatro planos concéntricos, poblados de decenas de seres humanos desnudos, de animales y de criaturas monstruosas, con referencias a la alquimia y a los bienes terrestres (por ejemplo, las fresas, las moras y las bayas rojas).
Pero la pintura de El Bosco es única y original. Fue una de las creaciones pictóricas más fantásticas que se hubieran visto jamás en Brabante entre los siglos XV y XVI. No siempre resulta fácil clasificar cronológicamente lo poco que queda de la obra de este artista: algunas de ellas son de toda evidencia obras de juventud, como el cuadro de los Siete pecados capitales que Felipe II guardaba en su habitación o el divertido Escamoteador de Saint-Germain-en-Laye-, que representa una escena de feria o de teatro popular. En el tercer plano posterior de las Bodas de Cana aparece el mago y toda una serie de símbolos junto al elemento fantasmagórico que se impone a partir de ahora de forma recurrente.
Aquí, El Bosco pone en escena a una asamblea de personajes diversos, entre los cuales figura también una religiosa que asiste a los juegos de magia de un charlatán. El personaje central con la boca abierta, fascinado por el mago, escupe una rana, símbolo de la credulidad; se halla tan absorbido por el juego que se desarrolla bajo sus ojos, que no se da cuenta que un hombre con cara imperturbable le roba tranquilamente su bolsa, bajo la mirada divertida de un niño.
Cristo con la cruz a cuestas, detalle, 1515-1516, El Bosco (Gante, Museo de Bellas Artes). Por primera vez El Bosco utiliza una técnica de abreviaciones; todo lo que es inútil en la escena se ha eliminado. Solo utiliza los detalles que van íntimamente ligados a la expresión del drama, librándonos un profundo estudio de la cara de Cristo y de sus verdugos. Surgiendo de un fondo de tinieblas, caras de pesadilla deformadas por el odio y la locura rodean a Cristo quien, con los ojos cerrados, permanece silencioso en su dolor. En medio de esta violencia demencial de expresiones y de fealdad, surge una luz: es la iglesia, personificada por la expresión serena de la Verónica. Silenciosa, desviando su mirada del horror, sostiene en sus manos el velo del milagro, protegiéndolo de esta horda de salvajes.
El Diablo y el Infierno en el universo de El Bosco
Para el Bosco y sus contemporáneos, el diablo era una realidad cotidiana, por no decir permanente. Morir teniendo sobre la conciencia un pecado mortal no confesado, era perder el cielo para siempre. El diablo y el infierno eran la perspectiva escatológica de cada individuo y de toda la sociedad. Los sermones de Jacobo de Varazze habían sido publicados en un neerlandés aproximativo, es decir medio latinizado, en Zwolle, en 1489. La visión de Varazze sobre la actividad de los demonios es la siguiente: «Sabed que los demonios que dominan el mundo son cuatro: Lucifer, Asmodeo, Mammon que simboliza la riqueza y Belcebú. Lucifer es el príncipe del orgullo. Los que alardean de su rango social, de su belleza física, de su poder, de sus conocimientos y de su riqueza heredarán de Lucifer los suplicios eternos del infierno. Asmodeo reina sobre la lujuria; aborrece la pureza, adora el adulterio y la fornicación. Sus hijos, aquellos y aquellas que viven en el adulterio y en el pecado carnal son muy numerosos; también serán condenados. Mammon reina sobre la avaricia. Por este vicio, el hombre prefiere los bienes terrestres antes que a Dios; no se preocupa mucho del modo de enriquecerse: préstamo con usura, robo, artimañas o violencia con el fin de quitar a las pobres lo poco que poseen. Belcebú es el señor de la cólera y del odio; gestiona la mala voluntad y los malos deseos. Todos los pecadores que han sucumbido a las tentaciones de estos cuatro príncipes del mal serán condenados.» Por otra parte, el diablo siempre aparecía en los espectáculos burlescos y las parodias. El pueblo se reía del diablo. Como el niño, que en la oscuridad se pone a silbar o a cantar para vencer su miedo. La vehemencia con la cual los predicadores y los autores de tratados morales se dirigían a su audiencia y a sus lectores ya no es de nuestra época. Su discurso arcaico lleno de sofismos y de nimiedades, exaspera. Pero si hoy en día los predicadores y los autores de esta época aburren, El Bosco siempre nos fascina.
Aquí lo fantástico triunfa de lo real. Penetramos en un mundo oscuro donde los enormes instrumentos de música como el arpa, el laúd o el tambor, que se utilizaban generalmente para cantar alabanzas a Dios, aquí se han convertido en instrumentos de tortura a los que se ata a los condenados; los demás son devorados por animales monstruosos. Sobre el fondo gris plomizo de un lago congelado se reflejan las llamas de un incendio. En el centro se encuentra el hombre árbol, con su cara triste y lívida, misteriosa criatura que lleva sobre su sombrero redondo y plano una gaita. Su vientre redondo (casi un huevo) abriga una taberna.
Para los contemporáneos de El Bosco, el infierno era real de la misma manera que el diablo. Pero donde se encontraba este lugar de tinieblas? Los miniaturistas han pintado la entrada: una enorme cara. La imagen fue difundida en los siglos XV y XVI por medio de la xilografía. El Infierno es asociado a las profundidades de la Tierra. Según la teología cristiana, todo el mundo comparecerá ante Dios durante el Juicio final. Enviará los elegidos a su derecha y los condenados a su izquierda. Este juicio será sin apelación. O bien será premiado con el Cielo – como lo dice el Génesis: «y Dios llamó Cielo al firmamento» es decir el Paraíso celeste – o será arrojado al Infierno. Para los contemporáneos de El Bosco, el infierno era un lugar donde se torturaba. Los condenados no sólo sufrían todos los suplicios (efectivamente impuestos por el derecho penal de la época), sino también los tratamientos más repugnantes e imaginables. Los verdugos eran monstruos que golpeaban, cocían, clavaban y cebaban. El principio general era bastante simple: la tortura infligida era determinada por el pecado cometido. Pero el castigo sería equitativo: como el menor mérito será recompensado, el menor pecado sería castigado. Los predicadores y los autores de tratados morales se referían regularmente a las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, por ejemplo san Agustín, san Jerónimo y san Gregorio. Hoy en día, tanto el creyente como el agnóstico y el no creyente, reconocen el carácter sádico del infierno descrito con toda suerte de detalles por los contemporáneos de El Bosco. La imagen siendo más sugestiva que las palabras, el Infierno de El Bosco – en todas las obras donde está representado – es incluso más espantoso que el de los frailes predicadores.
Según el relato de san Atanasio de Alejandría, cuando Antonio se retiró en el desierto para meditar, los demonios intentaron por todos los medios quebrantar su fe. El Bosco retoma este relato, transformándolo por medio de alusiones al simbolismo, a las prácticas de magia y de alquimia. Todo el universo se ha convertido en presa de Satanás. Por un lado amenazado por el fuego, y por el otro por el agua, san Antonio se encuentra en las ruinas de un fuerte asediado por el mal, pero sereno, porque su fe es inquebrantable. Las escenas del gran tríptico de «Las tentaciones de san Antonio» están unificadas por el paisaje: un incendio oscurece una parte del cielo de humo y de llamas, monstruos voladores se llevan al santo; debajo, lo vemos agotado por el asedio del Maligno (según el relato de la «Leyenda dorada o áurea»), conducido medio muerto por dos hermanos y un laico. Pero la fantasía desatada de El Bosco es tremendamente fecunda y persuasiva. Por no hablar de la belleza de los colores y de las formas tan particulares que confieren a esta fantasía de un verismo sorprendente, por la coherencia de los tonos y por las infinitas proliferaciones del tema.
Entre las tentaciones diabólicas utilizadas para alejar al santo de sus meditaciones espirituales, esta escena representa a los demonios bailando en torno a una mesa sobre la cual se encuentra un pedazo de pan y una jarra de donde sale una pata de cerdo, símbolo maléfico. Simbolizan el pecado de gula.
Brujería y superstición en tiempos de El Bosco
En tiempos del artista genial que era El Bosco, la iglesia perseguía y castigaba muy duramente la práctica de la magia; Inocencio VIII emitió la bula Summis desiderantes affectibus en 1484, tres años después de la publicación del Malleus maleficarum (El martillo de las brujas) donde se puede leer: «no creer en la existencia de las brujas es el colmo de la herejía.» No existe ninguna fuente histórica que sugiera una relación directa entre el Malleus maleficarum y la pintura de nuestro pintor. El opúsculo habiendo sido editado una docena de veces en vida del artista, es muy probable que el pintor lo hubiera leído. Hay que destacar sin embargo que los autores del libro atribuían a las brujas formas de animales. Las grandes persecuciones llevadas a cabo por la iglesia y sus inquisidores atestiguan del clima extremadamente hostil que reinaba en el seno de la sociedad en la cual El Bosco había vivido. En realidad, la distinción no era clara entre la magia y la superstición, ni entre el sortilegio y la magia. El punto común a todo ello era el diablo. La imagen impresa más antigua de una bruja acudiendo a un aquelarre (reunión de brujas) volando sobre una escoba, se encuentra en una obra publicada en 1489. El Bosco ha dado otras interpretaciones de la misma escena, sobre todo en el tríptico de La Tentación de san Antonio; el sabbat es evocado por el mago con su trompeta y su abrigo púrpura. La palabra superstición designa comportamientos, creencias, acciones u operaciones sirviendo a conjurar las influencias maléficas o a favorecer acontecimientos felices. Algunas veces es considerado como una perversión, incluso una caricatura de la religión, o bien una de las numerosas variantes del fetichismo. Ello engloba la herejía, la credulidad, la idolatría, la magia, la brujería, la adivinación (como la quiromancia) y, en general, todo lo que es considerado como oculto. Hacia el final de la Edad Media, ya en el umbral de los tiempos modernos, las profesiones de fe que era seguidas por toda la población estaban ya contaminadas por la superstición. El culto de las reliquias, la veneración de los santos y las peregrinaciones han contribuido seguramente a la propagación de la superstición o de las falsas creencias. La escena donde El Bosco evoca la superstición de un modo muy explícito es sin duda en la representación de una misa negra en La Tentación de san Antonio.
Al lado del santo arrodillado, se oficia una misa negra. Una sacerdotisa llevando una mitra cubierta de serpientes da la comunión a un hombre con un hocico de cerdo y llevando encima de la cabeza una lechuza, animal que simboliza el diablo y la herejía. Delante de san Antonio hay una cabeza con piernas, un motivo fantástico que deriva de un modelo antiguo. Misa negra y parodia de comunión se desarrollan alrededor del santo, en las ruinas de un intrincado edificio (al fondo hay un altar con un crucifijo) donde los bajorrelieves representan escenas bíblicas y un tema pagano.
La locura y la Nave de los locos
En el contexto de la obra de El Bosco el término «locura» no es de orden médico. Se trata de un extravío del espíritu, pero un extravío que no tiene nada de patológico. Se habla de necedad. En la época del pintor, la locura, o la necedad, tenía una connotación moral. El tema de la locura es tan viejo como el mundo, pero hacia el año 1500 es omnipresente, hasta tal punto que se ha creído poder calificar el fenómeno de «psicosis colectiva». En aquella época tres obras literarias tuvieron una resonancia considerable: La nave de los locos, (1494) de Sebastian Brant, el Exorcismo de los locos (1512) del francés alsaciano Thomas Murner y la obra maestra de Erasmo Elogio de la locura (1511). La literatura y el teatro popular, las fábulas, los tratados piadosos y morales, los sermones, la xilografía (ilustraciones de libros y folletos), la pintura y la estatuaria, los cortejos y las fiestas, la astrología y la alquimia: la locura se encuentra en todas partes, o su personaje, el bufón. En la tabla de El Bosco La nave de los locos se ve a un bufón y es precisamente su presencia, la que ha sugerido el título generalmente aceptado por los autores. Por otra parte, la escena ha sido asociada con la mencionada obra de Brant. En los textos de la época, al pecador se le calificaba de loco: «Cómo explicar esta gran locura, este comportamiento insensato del que busca con frenesí la muerte de su alma.»
Un fraile franciscano y una monja tocando el laúd están sentados en una barca. Cantan o intentan coger con la boca una galleta que cuelga de una cuerda. Sobre la tabla de madera hay un plato de cerezas y un vaso que tal vez contiene dados. Una embarcación llena de locos era una imagen familiar para los contemporáneos de El Bosco, ya que en los cortejos de carnaval desfilaban barcas sobre ruedas en las que se agitaban locos personajes. Los pasajeros de esta barca parecen alegres o excitados, excepto el hombre con traje de bufón de espaldas al grupo, que bebe con mucha calma el contenido de un bol – se diría que medita. Los disfraces de bufones eran también muy populares en tiempos de El Bosco, los bufones de corte los llevaban, como los que se disfrazaban de locos el Martes de carnaval, incluso se organizaba fiestas de locos. El personaje que representa El Bosco es un chiflado que no hace nada como los demás, es un original que no sigue las costumbres. Los demás pasajeros representan el tipo de loco antiguo, viven en el pecado, en vez de dirigir la barca de su existencia hacia el reino de Dios.
El Bosco reúne así en su nave dos concepciones de la locura, la de los hombres de la Edad Media, y la de los comienzos del Renacimiento. Su cuadro documenta la transición, el cambio de época. En La nave de los locos, El Bosco, además de su caprichosa fantasía muestra un gusto refinado por la materia pictórica: las manchas de luz se reflejan sobre el disfraz de seda verde del bufón, situado encima de la extraña pandilla.
El Bosco, precursor del psicoanálisis?
En 1937, el historiador de arte Charles de Tolnay publicó su monografía sobre El Bosco. Escribe que en El Jardín de las delicias, el pintor «no solo se contenta en recurrir a la tradición plástica y literaria, ni a su propia imaginación, sino que como precursor del psicoanálisis, utiliza su penetración psicológica para sacar de su memoria y de su experiencia los elementos de estos símbolos de los sueños, cuyo alcance es tan vasto como el género humano.» El Jardín de las delicias es sin duda la pintura de El Bosco que revela con más lucidez las consideraciones de aquel tiempo sobre la sexualidad. Esta bulliciosa exposición de desnudos en movimiento sería la apoteosis de la sensualidad pecaminosa, la antesala del Infierno (un fraile escribió en el siglo XVII que tales parejas no podían más que convencer mejor a las almas para evitar su condena). En España el cuadro había sido titulado La Lujuria. En las escenas que El Bosco nos propone, se puede descubrir todo lo que evoca el nombre de «anomalía», como el sadismo, sadomasoquismo, pederastia, etc. El Bosco traza un cuadro impresionante de deseos reprimidos. Desde entonces, la mirada de los autores, o la del público, es atraída por todos los detalles que, en una profusión de escenas bosconianas, se prestan a una lectura freudiana. El tríptico es explotado como una fuente inagotable de lecturas e interpretaciones psicoanalíticas. Esta forma de método es legítima como otros métodos, por ejemplo las investigaciones históricas o las comparaciones estilísticas.
Este curioso globo flotante representa la fuente del adulterio, donde los hombres y las mujeres que se encuentran a su alrededor se entregan a todas las formas de libertinaje. En las cuatro esquinas de este estanque donde se encuentra la fuente, se elevan cuatro curiosas construcciones, a medio camino entre una torre y una colina. En el interior se esconden parejas de amantes; se ve monos, que representan la mentira. De esta construcción salen ramas y troncos de árboles, así como piedras en forma de cuernos. Representan atributos femeninos y masculinos.
Entre todos estos personajes y todos estos animales que evolucionan en un frondoso mundo vegetal, giran, ruedan o flotan una serie de extrañas esferas transparentes. Estos globos de cristal encierran a menudo parejas que se abrazan, víctimas de su pasión. Debajo de uno de ellos aparece la cabeza de un hombre en un cilindro en el cual penetra una rata, símbolo de la falsedad.