La escuela del Danubio
Separada de los grandes centros urbanos de Alemania del Sur, entre Ratisbona y Viena, se desarrolla a principios del siglo XVI una original escuela de pintura, llamada Escuela del Danubio. Su característica principal es su extrema sensibilidad por el paisaje, heredado de algunos pintores de las regiones alpinas de finales del siglo XV. Entre los nombres más conocidos de esta escuela podemos citar al pintor Wolf Huber (hacia 1485-1533) en Passau, y sobre todo Albrecht Altdorfer en Ratisbona y Joachim Patinir. Poco interesados en el análisis psicológico, – los retratos de estos pintores son escasos, y es generalmente la parte menos convincente de su arte – demuestran una profunda sensibilidad verdaderamente preromántica hacia la naturaleza tal y como la descubren en su propia región, con sus bosques profundos y sus ríos rodeados de montañas. El hombre se integra en el paisaje como una simple silueta, como un elemento más. Durante el siglo XVI, los territorios danubianos se convierten en frontera entre el Occidente cristiano y el ofensivo imperio otomano; desde mediados de siglo, como consecuencia del reparto del imperio de los Habsburgo, se difundieron en esta región los modelos clásicos del Renacimiento italiano.
Al fondo, a la derecha, un «hombre del bosque» desnudo, retiene a un personaje vestido, es decir civilizado, mientras que su mujer en primer plano sostiene a su hijo, y abraza al mismo tiempo a un furioso sátiro armado de un palo, como si quisiera prepararse para la lucha. La despiadada anarquía del «estado natural» concebido de esta manera, se refleja y se transfigura en el brote genial de la vegetación. Un bosque de grandes árboles y exuberante follaje domina a los personajes, rasgo característico de la escuela de la región austro-alemana del Danubio a principios del siglo XVI. En esta obra de juventud, Altdorfer trata por primera vez en el arte alemán un tema mitológico.
Albrecht Altdorfer
Ciudadano de Ratisbona, Albrecht Altdorfer (hacia 1480-1538), es uno de los representantes más ilustres de la escuela del Danubio. En 1505 es nombrado miembro del gran Consejo de la ciudad, y a partir de entonces ejercerá actividades oficiales de pintor, grabador y dibujante. Desde 1526 y hasta su muerte, ostentará el cargo de arquitecto municipal. En 1528, renunciando a la agobiante carga de alcalde de Ratisbona, comienza el cuadro para el duque Guillermo IV de Baviera, que tiene por tema la batalla de Alejandro (Batalla de Issos). En sus paisajes, Altdorfer convierte lo real en una suerte de poesía lírica, que inspira un vivo sentimiento de unión con la naturaleza. En el cuadro Sátiro y su familia, una de sus primeras pinturas, Altdorfer escoge un tema poco conocido en el Norte en aquella época, basado en las leyendas de Los hombres salvajes de la Edad Media, que trata de las fuerzas oscuras de la naturaleza y del instinto. En la pequeña tabla de San Jorge de 1510, donde la luz aparece tamizada por una espesa vegetación, cuesta distinguir al santo sobre su caballo y más aun su monstruoso adversario, quienes parecen formar parte integrante del espeso bosque. Los cuadros religiosos de Altdorfer destacan por la búsqueda del tratamiento de la luz, lo cual crea una atmósfera sobrenatural u onírica. En el gran Retablo de san Floriano (Alta Austria), acabado en 1518, Altdorfer revela un espíritu atormentado, visionario, creador de atmósferas violentamente contrastadas, donde la naturaleza toda entera se implica en el drama de la Pasión, dándole una dimensión de drama cósmico. Realizados con colores brillantes, los personajes destacan esta vez sobre los paisajes o las arquitecturas violentamente iluminadas, en el transcurso de los distintos momentos del día o de la noche. Esta perspectiva cósmica se hace más evidente aun en la obra maestra de Altdorfer, la Batalla de Alejandro de 1529, en Munich. Se trata de una de las obras más poderosas de la historia de la pintura. El historiador de arte Otto Benesch ha afirmado que las pinturas de Altdorfer de este periodo, se hallan entre las primeras en representar un universo convexo, heliocéntrico, en el cual la Tierra ya no es el centro del mundo; el arte desvela así, por sus propios medios, la revolución científica en la cual Copérnico trabajaba en aquel momento.
Esta Resurrección es muy parecida en estilo a la de Isenheim de Grünewald. Aquí la luz también sirve para magnificar al Resucitado, mientras que la naturaleza transfigurada participa en el milagro, frente a la torpe indiferencia de los guardianes de la tumba.
El Retablo de san Floriano o Martirio de san Floriano se encuentra todavía en su mayor parte en el monasterio cerca de Linz para el cual fue creado. Se compone de una parte central de cuatro tablas situadas a dos niveles, y dos laterales con dos tablas cada uno, uno encima del otro, pintados por ambas caras. En el interior se halla representada la Pasión; sobre los postigos figuran escenas del martirio de san Sebastián y de san Floriano. En algunas escenas se pone de manifiesto un sentido del relato extrañamente visionario – ramas desnudas que se clavan en el cielo, un amanecer encendido, un ocaso de sol rojo y oro bañando las nubes de púrpura encima de las rocas y los bosques de color verde oscuro. Altdorfer altera las formas, exagera los gestos y las expresiones con el fin de producir efectos dramáticos y poderosos; se sirve de su paleta con el mismo objetivo.
El gran retablo de san Florián es una de las obras maestras de Albrecht Altdorfer. Demuestra un sentido del color particularmente importante, y una precisión que recuerda el arte de los miniaturistas.
Altdorfer y la Batalla de Alejandro
El imponente cuadro, la Batalla de Alejandro de Aldtdorfer, formaba parte de una serie de dieciséis pinturas comisionadas por el duque Guillermo IV de Baviera. Realizadas por varios artistas durante un periodo de más de quince años, tenían por tema las proezas heroicas de ocho hombres y ocho mujeres – personajes bíblicos o soberanos temporales. Altdorfer pintó la batalla histórica de Issos en Asia Menor (333 a.C.). Una de las tres batallas donde se enfrentan Alejandro Magno y el rey persa Darío. En la época de Altdorfer, esta confrontación entre Oriente y Occidente estaba de plena actualidad con los turcos amenazando los Balcanes. Los documentos históricos que evocan esta batalla – y toda la expedición de Alejandro – son imprecisos. Por otra parte, Altdorfer podía difícilmente imaginarse concretamente el arte de la guerra antigua, la arquitectura o la moda vestimentaria persa; tuvo que inspirarse pues de paisajes familiares: los Alpes, el valle del Danubio, etc. De esta manera pasado y presente se confunden y son puestos al alcance del espectador. Altdorfer mezcla la naturaleza con el conflicto histórico en un vasto panorama de colores que van del amarillo pálido al rojo sangre, con sombras doradas, escarlatas y oscurecidas por la fría luz del día, brillantes sobre el agua y sobre las colinas. Esta pintura, que puede inspirarse de los paisajes del imaginario septentrional, al mismo tiempo recuerda las visiones cósmicas de tormentas y cataclismos alpinos de Leonardo da Vinci. Guillermo IV quería un cuadro glorificando la grandeza de un personaje en particular. Quería un cuadro típico del Renacimiento. El resultado es una obra marcada al mismo tiempo por las nuevas tendencias y por las antiguas concepciones medievales.
El gran interés que Altdorfer demostraba por la pintura de paisaje se manifiesta incluso en este cuadro densamente poblado. Esta dramática escena lleva en la parte superior un curioso cartel mostrado ligeramente de sesgo, suspendido entre la luna ascendente y la puesta del sol. El cordoncillo y el anillo que cuelga en su base, se encuentran exactamente encima de Alejandro. El texto en latín dice: «Alejandro Magno ha vencido al último Darío. En las filas persas, 100.000 soldados de infantería fueron muertos. En su huida, Darío solo pudo salvar 10.000 soldados. Su madre, su esposa y sus hijos fueron hechos prisioneros.»
La batalla de Alejandro en Issos parece casi la imagen de un fenómeno natural o un conflicto entre las fuerzas del cosmos. Extraordinaria visión de una región ilimitada, salpicada de montes, de cerros y ríos, de pueblos y castillos, un bullicio de innumerables pequeñas siluetas de combatientes, bajo un cielo inmenso y exangüe, sembrado de nubes anunciadoras de tormentas que parecen transformar el acontecimiento histórico en un conflicto entre las fuerzas de la naturaleza. La ciudad de Issos tiene el aspecto de una ciudad europea, y el ejército macedonio ha establecido su campamento delante de la ciudad, pero las mujeres persas del séquito de Darío parecen damas de honor de una corte alemana.
Alejandro está a punto de capturar a Dario, pero éste se fuga subido en su carro. Los combatientes muertos o heridos yacen en el suelo. No se sabe exactamente lo que era más importante para el comitente en este tumulto guerrero – admiraba la proeza estratégica, buscaba un paralelo con la amenaza turca o bien simplemente quería una glorificación de los combatientes corteses, como amante de torneos que era? Lo cierto es que el cuadro de Altdorfer satisfacía el gusto moderno. Por otra parte, la revalorización de la Antigüedad clásica es también un rasgo típico del Renacimiento. En el siglo XV, las actitudes cambiaron, primero en Italia y después en el Norte de los Alpes bien entrado ya el siglo XVI. Los héroes sustituyeron nuevamente a los santos y sirvieron de modelos. Este fenómeno estaba ligado a la decadencia de la Iglesia católica.
El pintor y arquitecto Altdorfer vivió en Ratisbona, a centenares de kilómetros de Munich, capital de la Baviera y residencia de los Wittelsbach grandes coleccionistas de obras de arte. Realizó también para el emperador Maximiliano cerca de 200 obras, principalmente miniaturas y grabados sobre madera, pero su obra principal La batalla de Alejandro la creó para el duque Guillermo de Baviera.
Joachim Patinir
Joachim Patinir nació en Dinant o en Bouvignes (hoy en Bélgica) entre 1475 y 1485. Llegó a Amberes en 1515, pero se supone que antes habría trabajado un tiempo en Brujas (a causa de ciertas referencias en sus cuadros a las obras de Gerard David). Viajó casi con toda seguridad en la Provenza francesa entre 1515 y 1520. En Amberes, donde trabajó hasta su muerte en 1524, aparece inscrito en la corporación de la ciudad. Pintor de renombre, Patinir fue amigo y colaborador de Quentin Metsys, de Joos van Cleve y de Adriaen Isenbrant, también conoció a Durero, durante el viaje de este último en Amberes en los años 1520-1521. Sin duda un poco más viejo que Altdorfer, Patinir puede ser considerado como el primer gran paisajista de los antiguos Países Bajos. Patinir se interesa casi exclusivamente al paisaje (Quentin Metsys pintó para él los personajes en varias de sus obras). Lejano heredero del paisaje eyckiano, es el iniciador del paisaje panorámico que se extiende en la lejanía y con un horizonte muy alto, como en las pinturas de sus predecesores del siglo XV. Se trata de paisajes imaginarios, donde se mezclan amasijos de rocas fantásticas pero que tienen algo de sus paisajes familiares de Flandes y de la región del Mosa. Utiliza una paleta de colores muy fina, donde dominan el verde y el azul, lo que permite al artista realizar una composición en planos sucesivos, a la vez clara y llena de sorpresas, como en el Descanso en la huida a Egipto donde se suceden extrañas escenas cuyo simbolismo todavía no se ha podido descifrar.
En el universo de los cuadros de Patinir, los hombres y los animales cohabitan en paz, aunque en sus paisajes algunas veces las casas arden al paso de los ejércitos. En este cuadro, en el centro, la Virgen rodeada de su escaso bagaje, alimenta al Niño mientras descansa. En la parte izquierda del cuadro, se efectúan ofrendas paganas al Dios Baal, mientras que en la derecha un ejército aniquila a todo un pueblo en una terrible masacre.
Sin ninguna duda, Joachim Patinir era un audaz soñador, alimentando su imaginación con los primeros mapas que representaban el mundo, y con los relatos fabulosos de los grandes exploradores. Recreó un mundo ideal hecho de real y de imaginario. Desde la Antigüedad, no se concebía que la vida fuera posible al sur del ecuador. Los paisajes más exóticos de Patinir tienen rasgos de su Flandes natal, con sus cursos de agua, sus pequeños gorriones y las rústicas casas con tejado de paja. Los naranjos o los mandarinos son sus árboles más insólitos. Patinir los vio tal vez durante su viaje en la Provenza, y algunos de sus maravillosos paisajes y promontorios rocosos le fueron inspirados en parte por el pueblo de Baux-de-Provence.
Es posible que Patinir se hubiera relacionado con humanistas contemporáneos, tal vez con Erasmo, y hubiera asistido a discusiones sobre la filosofía de los antiguos griegos y de su concepción del tiempo que asimilaban a la memoria, y que los cristianos asimilaban a la espera? De todas formas, de los paisajes de Patinir se desprende una armonía muy platónica. La gracia de sus personajes que caminan sin tregua ni descanso, sitúa sus cuadros mucho más allá del momento presente. El mundo de la memoria permanece eterno, mientras que el mundo objetal es solo una imagen dentro del movimiento de la eternidad. El cuadro El paso de la laguna Estigia llamado también El Infierno y el Paraíso o La barca de Caronte habría podido fascinar tanto a Platón como a san Augustín, ya que en él se fusionan perfectamente la filosofía greco-romana y la cristiana. Caronte dirige su embarcación hacia la mirada del espectador, fuera del espacio del cuadro, pero sin embargo permanece inmóvil en el tiempo del paisaje.
En este cuadro se asiste a una extraordinaria fusión entre una escena greco-romana y un cuadro religioso cristiano, signo de la aparición (desde 1500) en la pintura nórdica de un fenómeno nuevo, el humanismo, presente ya en la pintura italiana. A la izquierda, los ángeles acompañan las almas hacia un lugar edénico; al fondo, hay una ciudad donde sobresalen las altas torres de una iglesia. En el centro del cuadro, sobre el río que separa el paraíso del infierno, un hombre transporta un alma humana en una miserable barca. A la derecha, el infierno espera. No hay ningún rastro divino. Como siempre en la obra de Patinir, es el paisaje panorámico – en este caso fluvial – quien tiene el papel principal.
Caronte, haciendo atravesar la laguna Estigia a los muertos, el río del olvido, es una figura de la mitología griega, es decir precristiana. El oscuro paisaje del infierno se ilumina con el resplandor de un fuego, tal vez el del purgatorio. Aparecen monstruos diabólicos, evocando a El Bosco, pintor casi contemporáneo de Patinir. Asimismo, el perro con tres cabezas que vigila la entrada del infierno para que ninguna alma se escape del Hades, es Cerbero, un monstruo de la mitología griega.
Patinir murió en Amberes en 1524 casi en la miseria pero no desconocido, ya que algunos años más tarde, en 1540, el amigo y consejero artístico de Carlos V, Don Felipe de Guevara, cita a Patinir en sus Comentarios de la pintura entre los más grandes pintores flamencos, después de Vander Weyden y Van Eyck.