Pintura hispano-flamenca
En el reino de Castilla, que englobaba en el siglo XV las tierras de Galicia, Asturias, País Vasco, las dos Castillas, Murcia, Extremadura y Andalucía, la pintura fue profundamente influenciada por el nuevo estilo creado en los Países Bajos en la década de 1420. Esta dependencia de la pintura castellana a los modelos del Norte en los que se inspiraba, tomó el nombre de pintura hispano-flamenca que le atribuyeron los historiadores del arte.
Los pintores hispano-flamencos no copiaron literalmente los modelos del Norte, los transformaron y adaptaron a los gustos y deseos de sus comitentes. Cuando apareció la pintura hispano-flamenca, los modelos nórdicos se injertaron en la tradición del gótico internacional, como en las obras de Jorge Inglés. Cuando en la misma época, el Renacimiento italiano comenzó a extenderse, se incorporó a los modelos septentrionales o mudéjares – estilo derivado del arte islámico – como en ciertas obras de Pedro Berruguete. Las preferencias de los comitentes y los orígenes sociales de los que trajeron la pintura flamenca a Castilla en el siglo XV o principios del XVI, eran muy diferentes si los comparamos con la práctica en vigor en Aragón. Los gremios ocupaban un lugar primordial en la sociedad catalano- aragonesa, lo que explica que una buena parte de las obras encargadas – o incluso las importadas – estaban destinadas a gremios y cofradías, sobre todo en Cataluña y Valencia. Al contrario, en Castilla, tanto en los encargos locales como en los más importantes, dominaban los comitentes privados – reyes, nobleza y alto clero, y también, en algunas ciudades, la burguesía enriquecida por el comercio, como fue el caso de Burgos.
Pedro Berruguete nació alrededor de 1450 en Paredes de Nava, un pueblo de Castilla. Probablemente fue aprendiz en su región natal, donde la influencia de la pintura flamenca era significativa. Marcado por el arte flamenco, este artista lo fue también por muchos pintores italianos. Viajó a Italia (¿1473 – 1482), donde fue activo en la corte de Federico da Montefeltro en Urbino. A su regreso, trabajó en Castilla hasta su muerte en 1503, realizando encargos para los Reyes Católicos, entre otros.
En esta Anunciación se acerca a los modelos flamencos (Van Eyck): de hecho, todas las obras destinadas a decorar el monasterio de Burgos, financiadas por la reina Isabel, siguieron los modelos del Norte. Sin embargo, algunos comitentes le dejaron la libertad de incorporar en sus composiciones arquitecturas y motivos decorativos renacentistas, como en la « Decapitación de san Juan Bautista» de Santa María del Campo.
Este retablo pertenecía a la tumba del canónigo Francisco Rodríguez, en el claustro de la Catedral de Salamanca. La expresiva monumentalidad de las figuras y el cromatismo, lo emparenta a la obra de Hugo van der Goes.
Los comitentes
La preferencia de los pintores de la corona de Castilla por el lenguaje pictórico flamenco, en lugar del Renacimiento que predominaba en Italia en aquel momento, era de orden económico y político, que se desarrolló todavía considerablemente a partir de 1496/97, después de la doble unión entre los hijos de los Reyes Católicos y los de María de Borgoña y Maximiliano de Austria. De orden cultural, porqué la pintura del Norte, en comparación con la del Quattrocento italiano, era vista como la continuación de una tradición considerada como propia. También jugó un papel importante el prestigio de la corte borgoñona, la calidad y la perfección de sus productos, especialmente los suntuarios – tapices, joyas, miniaturas y la pintura – y el realismo de sus artes figurativas, que eran adecuados para la representación de lo sagrado. Los pintores flamencos supieron traducir las escenas sagradas de forma que correspondía perfectamente a la sensibilidad española, integrándolas en la vida cotidiana de la época. Por ello, no es de extrañar que los comitentes castellanos – Juan II, Enrique IV e Isabel la Católica, y algunos miembros de la nobleza y el clero – trataron de adquirir obras de los mejores artistas flamencos del momento. Juan II de Castilla tenía en su poder el Tríptico de Miraflores de Rogier van der Weyden, que legó en 1445 al monasterio de Miraflores en Burgos, para adornar su tumba. En Castilla, en el siglo XV, tampoco faltaron las obras de Jan van Eyck. Una de ellas era La Fuente de la Vida, hoy en el Museo del Prado. Del Maestro de la Leyenda de Santa Catalina, se han conservado en la Capilla Real de Granada, dos paneles de un tríptico que formaba parte de la colección de Isabel la Católica. También se hizo sentir la influencia de la escuela de Brujas, en particular la de Memling, de cuyo pintor la reina poseía algunas obras, entre ellas La Virgen y el Niño entronizados con dos ángeles músicos (Granada, Capilla Real).
Se trata de la primera obra documentada del artista hispanoflamenco castellano Jorge Inglés, que mandó hacer el primer marqués de Santillana (que figura como donante) para la capilla del Hospital de Buitrago (Madrid), fundado por él. Primer representante en Castilla del realismo flamenco, por la figura del donante, el pintor se ha inspirado en los retratos de Nicolas Rolin y su esposa que figuran en los postigos del Retablo del Juicio Final de Beaune de Rogier van der Weyden.
Burgos fue un centro artístico que se caracterizaba por su fuerte dependencia a los modelos flamencos y del que Diego de la Cruz, probablemente de origen extranjero, fue el pintor principal. En Salamanca, el pintor más importante fue Fernando Gallego (documentado 1468-1507), del que se conocen varias obras firmadas como La Piedad con donantes en la que destaca el dramatismo de la escena en su composición piramidal y una rica y variada paleta, a pesar del uso del temple. Aunque sus elementos compositivos aparecen repetidos, Gallego ponía especial cuidado en variar los detalles y el acabado, como en sus diversas versiones de la Adoración de los Magos. No sabemos prácticamente nada de su formación y la opinión de los historiadores está dividida entre si hizo o no un viaje de estudios en los Países Bajos. Sin embargo, el pintor tenía un notable conocimiento de la pintura flamenca, lo que podría explicarse por su contacto directo con las obras de pintores de aquel país.
Fernando Gallego trabajó en Castilla y fue uno de los pintores más representativos de la segunda mitad del siglo XV español. Su pintura revela una perfecta asimilación del lenguaje estilístico flamenco, toma como modelo a Rogier van der Weyden, pero mantiene el carácter emocional propio de la tradición española.
Gallego ejecutó distintas versiones de la Adoración de los Magos, pero la tabla de Barcelona es la más monumental y más impresionante de la serie. En particular, se evidencian las influencias de Rogier van der Weyden, Petrus Christus y Dieric Bouts. Pero la disposición descentrada de los personajes y sus formas alargadas, típicas del arte de Gallego, la convierten en una composición totalmente original.
Tras la unificación de España por el matrimonio en 1469 de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los nuevos soberanos españoles se interesaron muy pronto, casi al principio de su reinado, a la pintura de los maestros flamencos. Sin embargo, no fue hasta finales de siglo que los soberanos pudieron reunir una verdadera colección y traer a su servicio a artistas del Norte. En su papel de comitente y coleccionista, sabemos que Isabel la Católica dio preferencia a pintores cuyo taller se encontraba en ciudades consideradas como centros artísticos. Pedro Berruguete trabajó para ella y sus fundaciones religiosas en obras destinadas a decorar la Capilla Real de Granada. Pero cuando fue necesario realizar los retratos de los reyes y, sobre todo, del príncipe y princesas, con el fin de llevar a cabo su política matrimonial, los Reyes Católicos llamaron a artistas extranjeros – como lo eran también los autores de gran parte de las obras que constituían la colección de pintura de la reina. Los tres pintores que respondieron a su llamada y se convirtieron en los primeros pintores de la corte de España, fueron, Jorge Inglés, que llegó a Castilla con la Embajada Británica en marzo 1488 y permaneció en la corte hasta septiembre de 1489. Después, Isabel trató de atraer a pintores formados en los Países Bajos como Michel Sittow, que aparece en los documentos históricos a partir de 1492 y era natural de Reval (hoy Tallin en Estonia) pero formado en Brujas, quien permanecerá en Castilla hasta la muerte de la reina en 1504. Notable retratista, participó también en la realización de numerosas escenas en el oratorio de la reina, junto con el segundo artista flamenco de la corte, Juan de Flandes, quien, como Sittow, trabajó para ella hasta su muerte.
Nacido en la ciudad hanseática de Reval, Sittow se formó en Brujas con Hans Memling, del que difundió su estilo. Se distinguió especialmente como pintor de retratos en las cortes reales de Europa. Comenzó su carrera en España, en la corte de Isabel la Católica. Después de la muerte de la Reina, en 1504, trabajó en los Países Bajos para Felipe el Hermoso y Margarita de Austria. Obviamente familiarizado con los retratos de Memling, realizó su más brillante variación en el retrato de Diego de Guevara, retrato que formaba parte de un díptico destinado a la devoción privada, y donde la continuidad espacial con el segundo panel que representa La Virgen con el Niño (Berlín, Germäldegalerie) se define por el borde cubierto con un tapiz en el que reposa la mano del modelo, método típico de Memling.
Juan de Flandes, pintor de Isabel la Católica
Los primeros documentos que hablan de Juan de Flandes se remontan a 1496, fecha de su nombramiento como pintor oficial de la reina Isabel de Castilla. Si el nombre que se le da en español no deja ninguna duda en cuanto a su origen flamenco, el estilo de sus obras pone de manifiesto su formación en el centro artístico que era Gante en el último cuarto del siglo XV. En sus pinturas da testimonio de ello, la fuerte impronta de Hugo van der Goes y Justo de Gante. A partir de 1496, Juan de Flandes se instala en la Cartuja de Miraflores, en Burgos, para pintar el Retablo de San Juan Bautista. Convertida en panteón real por Juan II de Castilla, la cartuja albergaba ya los impresionantes monumentos funerarios de los padres de la reina, obra de Gil de Siloé. Durante esta primera estancia en Burgos, que se extiende hasta el año 1500, Juan de Flandes tuvo que encontrarse con el pintor Michael Sittow dedicado al igual que él, a retratista de la corte. En el Museo del Prado se conservan algunos retratos atribuidos a Juan de Flandes, incluyendo el de la reina Isabel y el de su hija Juana, este último realizado antes de su viaje a Flandes. Pero son las imágenes devocionales lo que más abunda en los encargos de la reina, como el llamado Políptico de Isabel la Católica y el Retablo de Cervera. La muerte de la reina en 1504 marcó profundamente la vida del pintor. No disfrutando ya del salario fijo que percibía como pintor de la corte, va a tener que depender de contratos privados que obtendrá fácilmente gracias a sus relaciones, como el encargo que le hizo la Universidad de Salamanca de decorar su capilla.
La pincelada es particularmente fina y fluida, la sutileza de la luz destaca por ligeros toques de color turquesa y tonalidades de gris, teñidas por el resplandor del fondo. Encontramos el mismo tipo femenino en el «Políptico de Isabel.» Destaca en particular, la relación con el presunto retrato de Isabel en « El Sermón de la Montaña », del Palacio Real de Madrid. La alusión a la figura real es plausible, ya que el tema de la Magdalena era de uso común a principios del siglo XVI como retrato idealizado.
En el Políptico de Isabel la Católica, existen numerosas alusiones al ambiente castellano: mesetas rocosas, cielos brillantes y diáfanos, la arquitectura regional, vestimentas y nuevos tipos humanos. Incluso los muros y fortalezas en ruinas con los que Juan de Flandes eriza el paisaje castellano hacen pensar en los acontecimientos históricos de aquel momento: la destrucción de muchos castillos feudales como consecuencia de las luchas de Isabel para implantar su autoridad en el reino. Por otro lado, la integración de figuras reales y principescas en escenas de retablos como el de Cervera de Pisuerga y el de Palencia, constituye un signo del apego del pintor a sus nuevos amos. Las pinturas revelan así un fascinante espejo no sólo de sí mismos, sino del mundo que los rodea.
La alternancia de estilos en la construcción escénica del Políptico de Isabel, con nuevas formas de arquitectura y decoración, muestra que Juan de Flandes se encuentra en una etapa artística donde se mezclan la tradición del gótico tardío y la del Renacimiento italiano. Esta tendencia nació en torno a 1490, y fue marcada por la llegada de artistas extranjeros altamente innovadores como el escultor Felipe Bigarny o el pintor Juan de Borgoña. En el Retablo Mayor de la Catedral de Palencia, obra cumbre del renacimiento castellano, los paneles de Juan de Flandes se insertan en el gran retablo dorado y policromado que se eleva hasta las bóvedas de la catedral. La arquitectura, de estilo plateresco, enmarca las estatuas de santos y los paneles pintados que evocan escenas de la vida de Cristo. Este encargo es el resultado de la intervención personal de uno de los asesores de los Reyes Católicos, el obispo Juan Rodríguez de Fonseca. Este prelado fue embajador de los soberanos en Flandes; también jugó un papel importante en la colonización del Nuevo Mundo.
El pintor evoca el tema de la Pasión aislando la figura de Cristo en el primer plano de un vasto paisaje rocoso y desolado. El espacio está organizado como en una escena de teatro, rodeado de muros y pantallas montañosas.A la grandeza meditativa de Simón de Cirene sosteniendo la cruz, se opone la violencia exacerbada del verdugo que tira de la cuerda. En su coraza y casco se reflejan llamas apocalípticas de una ciudad ardiendo. Sus facciones caricaturales y la figura desarticulada, se opone a la dulzura y emoción contenida de la Verónica de rodillas, como una lavandera delante de su cesta de sábanas enrolladas.
El Retablo de Juan el Bautista para la Cartuja de Miraflores constaba originalmente de cinco paneles, uno de los cuales no se ha podido encontrar. El trabajo se llevó a cabo durante los primeros años de Juan de Flandes al servicio de Isabel la Católica, cuando la reina se encontraba en Burgos (1496) y, sin duda, pudo hacer sugestiones directas al pintor para la ejecución del retablo. Por otra parte, Juan de Flandes buscó cuanto antes introducir elementos españoles en sus escenas. En los cuatro paneles conservados se pone de manifiesto el estilo practicado por el pintor a su llegada a Castilla. Un estilo un tanto soñador y meditativo, poniendo énfasis en colocar a los personajes en el primer plano de la composición. La verticalidad de los paneles hace destacar aun más su atmósfera serena. El aspecto meditativo se basa claramente en la obra de Memling o de Gerard David. Algunos motivos también recuerdan a Van Eyck, por ejemplo, el reflejo de una ciudad en llamas en el espejo convexo del Nacimiento de Juan el Bautista. Las figuras y objetos más cotidianos revisten particular importancia y la composición posee una pronunciada dimensión simbólica. Así, el faisán de la Decapitación del Bautista hace alusión al orgullo de Herodes. En El Festín de Herodes, la cadena de oro que sostiene Herodes y el cuchillo en las manos de Herodías revelan su implicación en la muerte de Juan el Bautista.
La composición sigue un modelo tradicional en la pintura del siglo XV, en particular el Bautismo de Cristo del Tríptico de Juan el Bautista de Van der Weyden, hoy en Berlín. Aquí, la atención se ha centrado en la inmensidad del paisaje atravesado por un gran río con aguas azuladas, que serpentea hasta el lejano horizonte marcado por planicies. Tres grandes árboles acentúan la perspectiva. El ojo es atraído por una vasta ciudad rodeada de murallas derruidas y erizada por las altas torres de una iglesia gótica. La impresión de inmensidad etérea se ha conseguido mediante la modulación sutil de azules y verdes.
El pintor portugués Nuño Gonçalves
La escuela de pintura portuguesa se extiende por espacio de varios siglos, sosegada y discreta, sin el esplendor de su vecina española. El Políptico de San Vicente, nació en un contexto artístico rico y complejo. Por medio de intercambios culturales con Borgoña y los artistas flamencos, en los que destaca Jan van Eyck, el Ars Nova impone en Portugal su naturalismo meticuloso y su luz sutil. Atribuido a Nuño Gonçalves, pintor de cámara del rey Alfonso V de Portugal, esta obra maestra de seis paneles y de gran riqueza estilística, ha sido fuente de inagotables discusiones de atribución e interpretación de su misteriosa iconografía. Decenas de singulares personajes se hallan repartidos en seis tablas, muchos de ellos son claramente de alto rango. Acompañados por otros dignatarios, rodean la figura de un santo que viste una deslumbrante dalmática roja y aparece en los dos paneles centrales. Esta obra de la pintura portuguesa del siglo XV, de un estilo seco pronunciado pero de un poderoso realismo, representa a los principales personajes de la corte portuguesa de aquella época, y al conjunto de la sociedad, desde la nobleza y el clero hasta el pueblo.
El nombre del pintor Nuño Gonçalves figura inscrito en 1463 como pintor de la corte del rey Alfonso V de Portugal (h. 1438-1481). Se ha reconocido con certeza el retrato de Enrique el Navegante, lo que permite proponer otras identificaciones de los miembros de la familia real como el infante niño don Juan y Alfonso V de rodillas, unidos en el culto del «Infante Santo.» Se muestra a dos reyes (cuyas botas llevan la firma del pintor) y a una reina. Los personajes del magistral friso en el fondo del «Panel de la Infanta» deben ser burgueses de Lisboa, entre los cuales se reclutaba a los oficiales de justicia y del gobierno de la ciudad.