Arte y artistas en la época de Guillermo y Vincenzo Gonzaga
Guillermo, hijo de Federico II y Margarita de Monferrato, tenía sólo doce años de edad cuando sucedió a su hermano Francisco III (1550). Guillermo era feo y deforme, lo que probablemente contribuyó a la formación de su carácter inquieto, austero y reservado. Una de sus principales preocupaciones al comienzo de su reinado fue la recuperación de las finanzas estatales, muy mermadas a causa del derroche del que hizo gala su padre Federico. No obstante, no descuidó la cultura y el mecenazgo artístico, sobre todo en el campo de la música sacra y secular, invitando a la corte y sustentando durante mucho tiempo a músicos y compositores importantes como Palestrina.
En el campo de las artes figurativas, a diferencia de su padre, Guillermo prefirió sostener a artistas locales como Lorenzo Costa el Joven, Ippolito Andreasi y Teodoro Ghisi. Hizo modernizar las formas arquitectónicas obsoletas del Palazzo Ducale por el arquitecto Giovan Battista Bertani, con la creación de una galería donde pudieran exponerse el creciente número de estatuas antiguas que se acumulaban en las colecciones de los Gonzaga. Este espacio se inspiraba en la reciente aparición de la galería como lugar de representación dentro de las residencias nobles, especialmente en los centros de vanguardia como Roma y Florencia.
Los Fastos de los Gonzaga por Tintoretto
Los temas de los ciclos decorativos en las nuevas salas del Palazzo Ducale construidas por el arquitecto Giovan Battista Bertani, debían glorificar la ciudad de Mantua, y especialmente los éxitos militares de la familia Gonzaga durante dos siglos de dominación. El matrimonio entre el duque y Leonor de Austria, hija del emperador Fernando I de Habsburgo, celebrado en 1561, había confirmado el prestigio internacional de la familia Gonzaga. Además, también en este mismo período, los Médicis y los Farnesio habían encargado realizar sendos ciclos de frescos dedicados al esplendor de sus familias: Cosme I de Médicis a Giorgio Vasari en el Palazzo Vecchio de Florencia, los Farnesio a Taddeo Zuccari, en el Palazzo Farnese de Caprarola. El duque Guillermo no queriendo ser menos que las otras dinastías dotó el Gran Apartamento de una decoración de rara magnificencia. Cuando Lorenzo Costa el Joven terminó la primera sala con pinturas dedicadas a la fundación mítica de Mantua, Guillermo confió la realización del resto a un artista veneciano, cuyo nombre le había sido sugerido por el conde Teodoro Sangiorgio, su asesor para cuestiones artísticas: se trataba de Jacopo Tintoretto, cuyas obras eran bien conocidas en Mantua, quien se hizo cargo de esta tarea. Los primeros lienzos de Tintoretto para el Salón del marqués no llegaron a Mantua hasta la primavera de 1579. Según el programa iconográfico desarrollado por Teodoro Sangiorgio y de acuerdo con el duque, esta serie de cuatro paneles se dedicaron a los cuatro marqueses de la familia Gonzaga que vivieron en el siglo XV y a la celebración de sus éxitos.
Los cuadros fueron llevados a Mantua por él mismo Tintoretto y su equipo de asistentes, entre ellos su hijo Domenico quien había colaborado con su padre durante su ejecución. Las cuatro pinturas fueron colocadas en la parte superior de las paredes, enmarcadas por una compleja cornisa arquitectónica. Unos meses después de la entrega de los lienzos, Tintoretto recibió un segundo encargo de cuatro también dedicados a las hazañas militares de los Gonzaga, esta vez para la Sala de los Duques. Tres de los cuatro lienzos fueron realizados con una importante participación del taller de Tintoretto. En ellos se celebraban las victorias militares de Federico II, primer duque y padre de Guillermo: la toma de Parma en 1521, la de Milán el mismo año y la defensa de Pavía en 1522, mientras que el último cuadro recuerda la entrada en Mantua en 1549 de Felipe II, entonces infante de España.
Tintoretto se trasladó una vez más a la capital de los Gonzaga para seguir personalmente las etapas de instalación de los cuadros. Durante su estancia, el artista declinó la oferta que se le hizo de entrar al servicio de Guillermo como pintor de la corte, prefiriendo regresar a su ciudad de Venecia. Contrariamente a lo que se produjo con otros cuadros importantes, los ocho lienzos que componen los Fastos de los Gonzaga, atravesaron indemnes los momentos más dramáticos de la historia de esta familia – la venta a Carlos I de Inglaterra entre 1627 y 1628 y el saqueo de Mantua por las tropas imperiales en 1630 – y permanecieron a manos de los Gonzaga hasta la muerte del último descendiente, Fernando Carlos de Gonzaga-Nevers, acusado de traición y muerto en 1708 durante su exilio en Venecia.
El arte en la corte de Vincenzo Gonzaga
La ascensión al trono de Vincenzo I a la muerte de su padre en 1587, marcó el comienzo de una nueva era para la corte de Mantua: abandonando la política de la prudencia, de consolidación y preservación de las riquezas del estado que había caracterizado el gobierno de su padre Guillermo, Vincenzo comenzó a dotar al pequeño ducado de una dimensión europea, mediante la adopción de un estilo de vida lujoso y refinado, y procurándose los servicios de artistas de renombre internacional. Rodolfo II de Habsburgo, conocido por sus intereses artísticos y gustos de coleccionista, consideraba Vincenzo como un experto, como una referencia absoluta en términos de buen gusto. La influencia ejercida por su esposa Leonor de Médicis, hija de Francisco I de Médicis, Gran Duque de Toscana, fue determinante en la formación de su sensibilidad artística. Leonor había recibido una esmerada educación en el refinado ambiente florentino, formando su propio gusto entre los objetos de arte y las colecciones de la familia, y aprendiendo a negociar con los numerosos artistas que estaban en el servicio de la corte. A diferencia de su hijo Ferdinando, quien fue un gran especialista en pintura contemporánea, los gustos de Vincenzo Gonzaga le incitaban más a coleccionar obras de arte de los grandes maestros del pasado, cuya fama podía dar lustre a su dueño. Mientras que su esposa Leonor, queriendo recrear en su apartamento de Mantua un pequeño pedazo de su amada Florencia, mantenía a tal efecto una rica correspondencia con su ciudad natal, en busca de pinturas de sus dos artistas favoritos, Andrea del Sarto, cuyas obras eran muy difíciles de encontrar, y Alessandro Allori, pintor de la corte de los Médicis. El deseo de poseer una pintura de Rafael, es decir, del artista que encarnaba la esencia del Renacimiento italiano, ocupó la mente del duque durante años. En 1604, después de largas negociaciones, entra en posesión de esculturas antiguas y pinturas que formaban parte de la colección de los Canossa de Verona, entre las cuales había la Madonna de la Perla, una obra de Rafael que fue terminada por su discípulo Giulio Romano, hoy conservada en el Museo del Prado. Para no dejar escapar esta ocasión, el duque estaba dispuesto a pagar la suma considerable de 7000 escudos y además otorgar a los Canossa el marquesado de Cagliano.
Este cuadro, terminado probablemente por Giulio Romano, representa en primer plano la Virgen mirando tiernamente a su Hijo y a san Juan Bautista, ambos jugando, mientras pone su mano en el hombro de su madre santa Ana, representada en actitud meditativa. Al fondo, a la izquierda, san José, separado del grupo, se halla sentado entre las ruinas de un edificio clasicista. A la derecha, se abre un paisaje iluminado con toques de luz rosada. Comprado en 1627 por Carlos I de Inglaterra, la obra llegó poco tiempo después a las colecciones de Felipe IV de España. Fue este último quien le dio el nombre de «Virgen de la perla» porque la consideraba la perla de sus colecciones.
Rubens y Pourbus el Joven en la corte de Mantua
En sus frecuentes viajes por Italia y el norte de Europa, al duque Vincenzo Gonzaga le gustaba visitar los talleres de los artesanos y artistas. Ello le permitió conocer a aquellos que invitaría a la corte de Mantua, como Frans Pourbus el Joven y Rubens. El interés del duque por la cultura flamenca le llevó varias veces a Bruselas y Amberes, donde compró lujosas tejidos, joyas, armas, así como obras de Bruegel el Viejo y delicadas miniaturas de Joris o de Jacob Hoefnagel. Durante uno de sus viajes (1599), Vincenzo tuvo la oportunidad de conocer al pintor Frans Pourbus el Joven, quien estaba realizando una serie de poéticos retratos para el Archiduque Alberto de Austria. El puesto de retratista de la corte de Mantua estando vacante, en 1600 el duque convenció a Pourbus de ir a establecerse en Italia. Hacía tiempo que los pintores flamencos se habían revelado como maestros del retrato. Tenían un agudo sentido de la observación y su atención al detalle no se limitaba a la definición de la cara perfecta, sino que también incluían una descripción analítica del delicado bordado de la ropa, de los encajes de cuellos y puños, el brillo de las piedras preciosas engastadas en suntuosos trabajos de orfebrería, en suma, todo lo que contribuyera a reflejar el alto estatus social del personaje.
En los retratos de Pourbus la decoración que rodea a los personajes siempre es lujosa y lleva casi siempre el motivo recurrente del gran cortinaje escarlata. Pero lo que más llama la atención de estos retratos, son las poses hieráticas y dignas, el semblante serio como corresponde a personajes de alto rango. En la representación de los niños se mantenía el estricto respeto a la iconografía oficial, dejando entrever no obstante los rasgos amables de las criaturas, como en el retrato de la hija menor de Vincenzo, la pequeña Leonor, quien se convertirá en emperatriz veinte años más tarde.
Entre 1601 y 1608, Pourbus compartió su cargo de pintor de la corte con un pintor flamenco más joven y entonces menos conocido, pero ya con una prometedora carrera en ciernes: Pedro Pablo Rubens. La obra pictórica de Rubens en Mantua parece haber sido bastante limitada, debido a las frecuentes ausencias del pintor a causa de su actividad diplomática y su reiterada negativa a realizar obras que no estuvieran de acuerdo con sus gustos. El duque no parecía demasiado preocupado por estas ausencias, y en 1603, confió al pintor encabezar la misión diplomática que enviaba a España. Vincenzo Gonzaga apreciaba en Rubens al artista, pero también la brillante inteligencia del hombre de mundo que sabía moverse en los ambientes cortesanos más prestigiosos, convirtiéndolo en el idóneo embajador cultural de la corte de Mantua. La producción de este periodo es el ciclo de tres grandes lienzos realizados para la iglesia de la Santísima Trinidad (El bautismo de Cristo, actualmente en Amberes, La familia Gonzaga adorando a la Santísima la Trinidad, única pieza todavía en Mantua, y La transfiguración de Cristo en el Museo de Bellas Artes de Nancy), algunos retratos, y numerosos estudios. Se trata de obras que contienen numerosas citas y referencias tomadas de los maestros del Renacimiento, que Rubens había estudiado durante su estancia en Italia.
A la izquierda del cuadro vemos a Vincenzo I vestido con la capa de armiño de su coronación como duque y a su lado, una imagen póstuma de su hijo Guillermo, que aparece paradójicamente de la misma edad que su padre. A la derecha, Leonor de Médicis, lujosamente ataviada con una capa de armiño, arrodillada junto a su madrastra Leonor de Austria. En la parte superior del lienzo, las tres figuras que forman la Trinidad destacan sobre el fondo dorado de un tapiz muy teatral sostenido por cinco grandes ángeles.
Mecenazgo de Ferdinando Gonzaga
La muerte en 1612 del duque Vincenzo, fue seguida por la de su hijo mayor y sucesor Francesco. La sucesión de la dinastía no parecía comprometida puesto que existían otros dos hijos nacidos del matrimonio entre Vincenzo y Leonor de Médicis: Ferdinando, quien según la tradición, desde su más tierna edad había sido destinado a la carrera eclesiástica (el papa Pablo V Borghese, lo nombró cardenal en 1607), y el más joven, Vincenzo, quien desgraciadamente jugó más tarde un papel determinante en la venta de la colección artística de los Gonzaga al rey Carlos I de Inglaterra. En diciembre de 1603, Ferdinando, con sólo dieciséis años y por consejo de su tío Ferdinando de Médicis, el que fuera también cardenal en Roma antes de convertirse en gran duque de Toscana, se fue a Pisa, donde debía estudiar derecho. La estancia en aquella ciudad le dio la oportunidad de frecuentar de manera asidua la corte de Florencia y visitar las prestigiosas colecciones de los Médicis. Pero fue su corta pero intensa estancia en Roma, bajo el ala protectora de poderosos y refinados cardenales como Scipione Borghese, lo que le permitió desarrollar sus propios gustos artísticos. De regresó a Mantua, después de la repentina muerte de su hermano y convertido en duque, utilizó su nueva posición de prestigio para asegurarse los servicios de artistas de talento que había conocido en Roma. Varios pagos efectuados en 1611 a Domenico Fetti atestiguan la presencia del pintor en Mantua quien se convertiría en pintor de la corte. De aquellos años en Roma, datan probablemente los primeros contactos de Ferdinando Gonzaga con el boloñés Guido Reni, a quien le confiará encargos de prestigio.
Para la decoración de las galerías y los salones de la villa Favorita, cerca de Mantua, el duque Ferdinando buscó entre los mejores artistas especializados en la pintura al fresco. Su elección recayó en Guido Reni, pero el boloñés le hizo saber que ya no quería realizar más frescos debido a las «enfermedades mortales» que ocasiona este tipo de trabajo. A cambio, dijo que estaba dispuesto a crear un ciclo de grandes lienzos, hoy identificados con los Trabajos de Hércules, actualmente en el Louvre. Así, la serie de cuatro pinturas fueron dedicadas al legendario campeón de la fuerza física y modelo de integridad moral en la que los príncipes modernos querían inspirarse en el ejercicio de sus funciones políticas. Los episodios ilustrados por Guido Reni son: Hércules en la hoguera, momento que marca el fin de su vida mortal y su ascensión a la morada de los dioses, convertido en deidad; Hércules luchando contra Arquelao para conseguir la mano de Deyanira; El rapto de Deyanira por el centauro Neso y Lucha de Hércules con la hidra de Lerna, único lienzo inspirado realmente en los legendarios Doce Trabajos.
Domenico Fetti en la corte de Mantua
Domenico Fetti (Roma 1589 – Venecia 1624) se formó en Roma, en el taller de Cigoli, utilizando la lección Caravaggio. En 1614, fue llamado a Mantua por el cardenal Ferdinando Gonzaga y futuro duque, para hacerse cargo de las colecciones de arte de la corte de Mantua. La posibilidad de estudiar las obras maestras que contenían aquellas colecciones, permitió a Fetti un acceso rápido a su madurez estilística. Trabajó en obras de gran envergadura para el Palacio Ducal y las iglesias de la ciudad (Apóstoles, Multiplicación de los panes y los peces) donde se pone de manifiesto la influencia de Rubens y de los pintores venecianos del siglo XVI. También se dedicó a obras de dimensiones más pequeñas: parábolas, alegorías, asuntos mitológicos y escenas de género, tratados como si fueran momentos de la vida cotidiana y popular, y dando una importancia cada vez mayor al paisaje. También hizo varios viajes de estudios a ciudades cercanas como Verona y Módena pero especialmente Venecia, destino de la mayor parte de sus viajes y última etapa de su vida.
La composición reúne a una multitud de personajes. Las figuras en el primer plano, muy dibujadas, se confunden con las masas borrosas y confusas de las figuras que se pierden en la distancia. La impresión de movimiento que produce esta escena, es debido en parte a la técnica utilizada por Fetti: la materia pictórica extremadamente diluida permite una rápida ejecución y los efectos luminosos se han logrado mediante ligeros toques de colores vibrantes.
El duque Ferdinando no es el único en apreciar el talento de Domenico Fetti. Otros miembros de la familia reinante también admiraban su arte, en particular, Margarita Gonzaga, tía de Ferdinando. En 1598, tras la muerte de su esposo Alfonso II d’Este duque de Ferrara, Margarita volvió a Mantua. Unos años más tarde, pidió a su sobrino Ferdinando utilizar los servicios de Domenico Fetti, quien creó varias obras para la decoración de la iglesia y el convento que había fundado dedicado a santa Ursula. Fetti decoró dos grandes lunetas con La multiplicación de los panes y los peces cuyo tema convenía perfectamente para la decoración de una de las paredes del refectorio de las religiosas y Margarita Gonzaga recibiendo la maqueta de la iglesia, esta última formaba parte de una serie de cuatro episodios pintados en monocromo y dedicados a la vida de la duquesa Margarita, probablemente realizados poco después de su muerte.
La feliz estancia de Fetti en Mantua terminó a finales del mes de agosto de 1622: mientras asistía a un juego de pelota, el pintor se vio envuelto en una pelea violenta, y para evitar una posible venganza se vio obligado a abandonar la ciudad. Se refugió en Venecia y siguió manteniendo una correspondencia rica y cordial con Ferdinando, que intentó, en vano, convencerlo de regresar a la corte.
Este dramático retablo fue encargado en honor de Margarita Gonzaga, benefactora de la capilla que lleva su nombre. El patíbulo, curiosamente visto en contrapicado, el fragmento de arquitectura que surge de la parte izquierda y la ancha abertura del cielo, donde se muestran unos ángeles dispuestos a dar la bienvenida al alma de la santa, todo ello constituye una decoración deliberadamente desprovista de homogeneidad aunque no sin un cierto equilibrio. El rojo vibrante de las calzas del verdugo, representado en el momento trágico en que va a abalanzarse sobre su víctima, contrasta con la blancura de los hombros desnudos de la santa que espera, mirando al cielo, el golpe fatal. Debajo del patíbulo, una serie de personajes asisten a la escena mostrando sus rostros atormentados por el miedo.
El 29 de octubre de 1626, Ferdinando Gonzaga murió repentinamente a los treinta y nueve años, sin dejar hijos. La responsabilidad política del Ducado vuelve entonces a su hermano más joven Vincenzo, que murió un año después. Con la muerte del duque Ferdinando, que se produjo después de sólo trece años de reinado, terminó la época dorada del pequeño estado de los Gonzaga, una época en que la corte de Mantua había representado una referencia artística y cultural para toda Europa. Una gran parte de la colección de pinturas y estatuas antiguas de los Gonzaga fue vendida, entre 1627 y 1628 al rey Carlos I Estuardo (a quien finalmente tampoco le trajeron mucha suerte). La negociación fue hábilmente conducida por Nicholas Lanier, un avispado negociante inglés que apareció en Mantua haciéndose pasar por un músico, y Daniel Nys, un comerciante flamenco residente en Venecia, conduciendo a la pérdida de una gran parte de las colecciones ducales.