Felipe el Bueno
Felipe III de Borgoña, llamado Felipe el Bueno y también «gran duque de Occidente» fue el más famoso representante de la Casa de Borgoña. Hijo de Juan sin Miedo y de Margarita de Baviera, duque de Borgoña de 1419 a 1467. Nació el 31 de julio de 1396 en Dijon y murió el 15 de junio de 1467 en Brujas. Tercer duque de Borgoña de la Casa de los Valois, pasó su infancia en Borgoña y luego en Gante donde recibió educación de cultura francesa. El asesinato de su padre Juan Sin Miedo lo puso al frente de un gran territorio en un período difícil.
Basándose en la política llevada a cabo durante cuarenta años por sus dos predecesores, terminó la unión de los distintos principados y consolidó su obra con reformas administrativas visando a una centralización de todos los estamentos. Sin perder nunca de vista la situación interna de Francia, hizo de sus propios Estados el centro de sus preocupaciones. Aunque vasallo del rey de Francia y del emperador, actuará como un soberano y soñará con la adquisición de una corona real que consagraría, en derecho, una independencia que de hecho ya poseía.
El duque, de unos cincuenta años, se presenta de tres cuartos y vuelto hacia la derecha. Va vestido de negro, y luce el collar de la Orden del Toisón de Oro que había creado y una cruz en el borde del cuello de la camisa; sostiene un pergamino en la mano. En la cabeza lleva el típico chaperón flamenco con la coleta elegantemente caída sobre su hombro derecho. Este retrato, contemporáneo del que aparece en una miniatura de las Crónicas de Hainaut es una réplica de un original desaparecido de Rogier van der Weyden (Tournai h.1400 – Bruselas 1464).
El glorioso príncipe al que Chastellain llamaba «Gran Duque y gran león» residía habitualmente en sus dominios de los Países Bajos. Su presencia era necesaria en todo el conjunto de sus condados y ducados. Su corte, que fue sin duda la más brillante de su tiempo, y los funcionarios de la administración lo acompañan durante sus frecuentes desplazamientos. Todos ello formaba un mundo y también una gran familia, a la que se juntaban numerosos sobrinos y sobrinas cuyas bodas el duque, generoso, financiaba. También iban con él sus hijos bastardos que Felipe, buen padre, educará al lado de su único hijo legítimo según la costumbre de la época. El duque exigía que el brillante cortejo que lo acompañaba por doquier diera buena impresión. Enamorado del fasto, cuando recibía, lo hacía en una sala tendida de preciosos tapices de seda y oro tejidos en los talleres de Arras o Tournai que poseía en numero tan elevado, que su mantenimiento exigía criados especializados. Como mecenas favoreció a músicos, escritores, pintores, tapiceros, iluminadores; los manuscritos de su «librería» que forman el núcleo de la biblioteca de Borgoña en Bruselas, dan cuenta del extraordinario desarrollo de las artes en la corte de Borgoña y en los estados del duque.
Acompañado de un humanista, Felipe el Bueno recibe el libro en presencia de algunos cortesanos y de su hijo Carlos, conde de Charolais y llamado más tarde El Temerario. Boato, pompa, ostentación, solemnidad, nobleza, grandeza por no llamar megalomanía, eran los principios que seguían los duques de Borgoña para mostrar y afirmar su magnificencia y poder.
En el centro del dispositivo diplomático, Felipe el Bueno, el hombre más poderoso del siglo XV, se convirtió rápidamente en un modelo al que había que imitar. En el plano musical, literario y artístico e incluso en la forma de vestir, será imitado primero por sus cortesanos, y luego progresivamente por otras cortes europeas. Entre los personajes cercanos al duque hay que destacar al canciller Nicolas Rolin quien es el primero en contratar a los pintores más apreciados por el duque. Hacia 1434, el acaudalado y poderoso Rolin se hizo retratar por Jan van Eyck en el retablo llamado Virgen del canciller Rolin para su capilla en la iglesia de Notre Dame du Châtel en Autun, y diez años más tarde Rogier van der Weyden realiza para él El Juicio Final para otra de sus fundaciones, el Hôtel-Dieu de Beaune (un hospital que acogía a indigentes). Ese gusto por el arte es compartido por los príncipes que acuden de visita a la corte de Borgoña, como Renato de Anjou, primo de Felipe el Bueno, quien durante su estancia en una de las residencias del duque parece que encontró allí a su propio pintor de la corte, Barthélemy d’Eyck. Otro personaje como Juan II de Castilla también manifestó un temprano interés por el arte flamenco, como lo demuestra el retablo de Rogier van der Weyden que el rey ofreció en 1445 a la Cartuja de Miraflores, cerca de Burgos.
El canciller de Felipe el Bueno aparece aquí como el donante del retablo que sera colocado en la capilla fundada por él mismo. Junto con su esposa Guigone Salins fundaron los Hospicios de Beaune. Con un dominio casi alquímico de su técnica Van Eyck sabe dar un intenso valor espiritual a lo infinitamente pequeño. Van Eyck introdujo en la pintura religiosa las figuras de los donantes a la misma altura y tamaño que las figuras sagradas.
En la cúspide de su poder, Felipe el Bueno gobierna sobre un «reino» que va desde el condado de Borgoña y sus plazas fuertes de Dôle y de Montbéliard dominadas por las montañas del Jura, hasta el Mar del Norte. Como trabajador infatigable que era, en su principado es quien tomaba las decisiones más importantes aunque se rodeara de asesores y consejeros que sabía elegir con buen ojo, como el nombrado Nicolas Rolin, quien fue canciller de Borgoña de 1422 a 1462. Se trataba de un verdadero primer ministro, hábil y fiel. Los grandes oficiales, es decir los más altos señores de Borgoña, del que forman parte el mariscal de Borgoña, el almirante de Flandes, el senescal (gran funcionario de palacio), el gran chambelán de Borgoña y el primer escudero del duque, se reunían todos los días de Consejo en torno al todopoderoso canciller Rolin y del obispo de Tournai, este último, jefe oficial del Consejo Ducal. Esas reuniones presididas a menudo por propio duque era el principal órgano de su gobierno junto con el Parlamento de Borgoña, los Estados Generales de las dos Borgoñas para sus bastiones del Sur; el Consejo de la Judicatura y la Cámara de Cuentas de Flandes, el Tribunal de Brabante, el Tribunal de Holanda, la Cámara de Cuentas de Bruselas y los Estados Generales particulares de cada provincia para sus bastiones del Norte.
En la sala del trono de un palacio rodeado de murallas, Jean de Wauquelin entrega su libro al Duque. El libro, por cuyo trabajo el autor fue pagado en 1448, es considerado uno de los primeros ejemplos del mecenazgo ducal.
Las ciudades flamencas eran centros industriales prósperos y densamente pobladas. Gante tenía sesenta mil habitantes, Brujas e Ypres tenían treinta mil. Estas ciudades florecieron especialmente a través del comercio de los paños. Brujas era la ciudad « bancaria » por excelencia, la de los cambistas italianos, los Arnolfini, los Portinari, quienes fueron comitentes de los grandes pintores flamencos (como el Retablo Portinari de Van der Goes o Los esposos Arnolfini de Van Eyck). Brujas fue también uno de los principales puertos comerciales de la liga hanseática. Los contemporáneos de Felipe el Bueno le agradecieron el fasto y esplendor con el que se rodeaba y mostraban su entusiasmo con los prestigiosos espectáculos de una Corte que les proporcionaba una fuente de prosperidad. Como su abuelo Felipe el Atrevido, Felipe el Bueno lo había comprendido. Su riqueza era una forma de asegurarse la fidelidad de su súbditos, especialmente los de los antiguos Países Bajos.
En una época habituada a la licencia de las costumbres, Felipe el Bueno tuvo numerosos bastardos, escogiendo a sus amantes entre las hijas y las esposas de los ricos burgueses de Bruselas o Brujas, como Jeanne de Presle o Catherine de Thieffries. Fue padre de dieciocho hijos ilegítimos. Dos de ellos, llevaron el envidiado título de Gran Bastardo de Borgoña. El más conocido es Antoine, hijo de Jeanne de Presle, nacido antes que el duque pudiera concebir un heredero legítimo de sus sucesivas bodas (en 1432 su tercera esposa Isabel de Portugal le dará el hijo deseado, el futuro Carlos el Temerario). El duque hizo dar a sus bastardos una educación digna de su rango; jugaron un papel importante en la política de Borgoña porque se podía contar con su lealtad. Antoine hizo carrera en el ejército y fue uno de los mejores contendientes de su tiempo en torneos y justas. Armado caballero en 1452, fue admitido cuatro años más tarde en la orden del Toisón de Oro.
Jan van Eyck, pintor y ayuda de cámara
Itinerantes o permanentes, las cortes principescas del Quattrocento italiano y su entorno inmediato eran sin duda una de las principales causas de la movilidad de los artistas y se convirtieron en los principales vectores de la transferencia cultural a Europa. La disponibilidad requerida por los príncipes a sus pintores de la corte – que tenían la condición de ayuda de cámara u otro título servil – jugó un papel destacado, aunque existan diferencias estructurales según los casos. En el caso de Jan van Eyck se supone que viajó a Jerusalén en representación del duque de Borgoña en 1426; pero no fue el único viaje a lejanos países que iba a hacer en nombre de la corte. En 1427, el pintor se embarcó con una delegación borgoñona de alto rango y viajó a Barcelona y Valencia, donde se debía negociar – sin éxito – el matrimonio de Felipe el Bueno con Isabel de Urgell, sobrina de Alfonso V de Aragón, de la que van Eyck pintó su retrato. Al año siguiente (1428), el pintor oficial parte con una embajada a Portugal para negociar el matrimonio – esta vez con éxito – con Isabel de Portugal; en ambos casos, Van Eyck probablemente llevó los retratos de las candidatas a su príncipe. En Portugal, Van Eyck pintó por duplicado el retrato de la princesa cortejada, que fueron enviados de inmediato a Flandes – uno por tierra y el otro por mar. Las tupidas redes dinásticas y las alianzas políticas que Borgoña y los Habsburgo fueron capaces de tejer, sobre todo con el Sur-Oeste y Sur de Europa, sin duda contribuyeron a la inmensa influencia del arte de Jan van Eyck y los primitivos flamencos.
En medio de una arquitectura urbana finamente ejecutada, se erige una torre octogonal gigante. No se trata de la reproducción de un famoso edificio; la parte inferior recuerda la iglesia palatina de Aquisgrán, la parte superior es de estilo más bien bizantino. En el paisaje urbano se mezclan las más diversas formas de la arquitectura: casas flamencas y moradas patricias con sus fachadas ornamentales y tejados típicos de Borgoña.
La embajada de Borgoña que fue en busca de la infanta portuguesa es indicativo de las buenas relaciones entre los dos Estados. Como se trataba de concluir un matrimonio, la embajada incluía a un noble quien debía asumir la personalidad del duque en la ceremonia de unión por poderes, además de un clérigo y un abogado. Durante su estancia, los embajadores asistieron a la recepción dada por la emperatriz consorte Leonor de Aragón con ocasión del matrimonio de su heredero, fiestas que precedieron a la salida de Isabel hacia Flandes cuyo séquito llevaba más de dos mil portugueses. Después de un agotador viaje que duró varios meses, Isabel de Portugal se casó con Felipe el 7 de enero de 1430 en Brujas. La boda fue celebrada con fiestas y banquetes cuyo lujo inaudito era para el duque una manera de mostrar delante de sus numerosos invitados la inmensidad de su fortuna.
Entre las obras que se han conservado de Van Eyck, sólo hay una a la que se considera generalmente como un encargo ducal: La Anunciación que Felipe el Bueno destinaba a la Cartuja de Champmol. Probablemente formaba parte de un tríptico y se trataría del panel izquierdo. Representa la Anunciación a María, descrita por san Lucas en los Evangelios. El simbolismo religioso habla en cada detalle, describiendo la importancia del anuncio, y la relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Así, en los dibujos del suelo y entre los signos del zodíaco, el pintor ha representado a David decapitando a Goliat y a Sansón destruyendo el templo de los filisteos, dos eventos del Antiguo Testamento que prefiguran la salvación de la humanidad a través de la venida de Cristo.
La Orden del Toisón de Oro
El gran sueño de Felipe el Bueno era el de llevar el estandarte real francés en una cruzada contra los turcos. El duque de Borgoña quería y llegó a preparar la cruzada; y al final de su vida estuvo muy cerca de partir a la reconquista de Tierra Santa. En línea con este ideal de la caballería, fundó en 1429 uno de las más prestigiosas y más antiguas órdenes de caballería de Europa, la Orden de los Caballeros del Toisón de Oro. Creada inicialmente para la corte de Borgoña, se convirtió en la Orden específica de la Casa de Austria. Se fundó en Brujas, con motivo de la boda de Felipe el Bueno e Isabel de Portugal y tomó como emblema el vellón o vellocino (representado como colgante en oro). El carnero era ya un símbolo de Brujas que contaba con una importante industria lanar y además el símbolo se basaba en la mitología griega: el vellocino de Oro que Jason y los Argonautas partieron a conquistar. Mediante la creación de esta Orden, Felipe el Bueno esperaba poder preservar el ideal de la caballería, no sólo en su propio ducado, sino también en todos los países de Europa. Políticamente, se trataba de sostener y defender a la Iglesia. El collar de la Orden del Toisón de Oro fue muy codiciado y se consideraba un gran honor formar parte de esa orden.
Esta novela fue copiada por David Aubert en 1468, a petición de Louis de Gruuthuse, eminente caballero del Toisón de Oro. El vellocino de oro, Jason tuvo que buscarlo a orillas del Mar Negro para merecer el trono de su tío Pelias. A bordo de la nave Argos, a Jason lo acompañaban otros héroes como Castor, Pollux y Orfeo. Jean Lefevre de Saint-Remy fue el primer Heraldo de la Toisón de Oro y, probablemente fue quien encargó este manuscrito, uno de los más prestigiosos en heráldica medieval.
Desde el principio, el número previsto de caballeros de esta Orden era de treinta y uno. En enero de 1430, en Brujas, en el momento de la proclamación, sólo fueron citados los nombres de veinticuatro varones, aunque dos de ellos nunca se convertirían en caballeros de la orden : fueron el príncipe de Orange y Lord Montagu, debido a su poca valentía en la batalla de Athonne. Cualquier candidato a la Orden del Toisón de Oro tenía que ser de condición noble, pero no era suficiente. Además de alta cuna, tenía que ser valiente en la batalla y sobre todo era necesario haber sido armado caballero. La caballerosidad era un hecho de sociedad extremadamente importante en aquel tiempo. Una conducta valiente en la batalla era un rasgo intrínseco a la nobleza y su papel era el de mostrar ejemplo. Así, la élite de la nobleza para la cual la valentia era una cualidad esencial, era la que se ponía al frente de las tropas ducales. Cualquier miembro de la caballería borgoñona tenía el privilegio de armar a otros caballeros, aunque se utilizaba poco esta prerrogativa con el fin de no hacer mal uso de ella. Algunos usaban de ese privilegio hasta malgastarlo. Por ejemplo, los familiares del duque de Borgoña, como su primo el conde de Etampes y su hijo bastardo, Antoine de Borgoña, no fueron hechos Caballeros del Toisón de Oro hasta 1456 durante el capítulo de La Haya. Los dos habían sido armados caballeros durante la famosa revuelta de Gante de 1452.
Philippe de Croy (1435-1511) era un miembro de la nobleza de Borgoña; en 1457 fue chambelán de Felipe el Bueno; administrador de Hainaut entre 1456-1465, y en 1473 se convirtió en miembro de la Orden del Toisón de Oro. Van der Weyden lo representó como un hombre refinado y piadoso. El artista fue nombrado pintor oficial de la ciudad de Bruselas en 1436. Ejecutó pinturas sobre el tema de la justicia para el ayuntamiento, así como numerosos retratos de las grandes figuras de la corte borgoñona (Felipe el Bueno, su hijo Carlos el Temerario, Philippe de Croy, El Gran Bastardo de Borgoña, Francesco d’Este y Nicolas Rolin, entre otros).
Tiempos de revueltas y tratados
El 23 de agosto de 1435 (año de la firma del Tratado de Arras), el Consejo de Flandes envió al canciller Nicolas Rolin entonces en Arras, un memorándum que hacía mención de las ofensas recibidas de la población y jurisdicción de Gante desde la paz de Flandes (les articles et les tors que ceux de Gand ayent faiz contre les seigneurie et juridiction de mon dit seigneur depuis la paix de Flandes). Las principales ciudades conflictivas para el duque de Borgoña eran Brujas y Gante, lo cual no es sorprendente si se considera que entre 1423 y 1447, año en que Felipe el Bueno había dejado que el conflicto con Gante tomara la dimensión de una confrontación abierta por haber impuesto a la ciudad tributos inaceptables para la población, teniendo que intervenir varias veces para ayudar a extinguir pequeños o grandes incendios. Entre 1423 y 1427, se trataba sólo de conflictos sociales entre tejedores y lavadores de lana; en 1432 por querellas a causa de la política que llevaban a cabo los concejales y la política monetaria del duque. En 1436-1438, la solidaridad de Gante con Brujas, esta última en plena revuelta, amenazaba que el conflicto con la primera tomara una forma más consistente; en 1440 la política fiscal del duque provocó el descontento general. En cada caso, el príncipe intervino personalmente y las instancias superiores del Estado borgoñón se vieron obligadas a participar en negociaciones complicadas. Cada vez se llegaba a un acuerdo, pero sólo momentáneo sin que se registrara ningún progreso sistemático, sobre todo en las áreas importantes de la política ducal, especialmente en la de los impuestos. La influencia política de las corporaciones y cofradías y numerosas organizaciones de vecinos que antaño se involucraban en sus actividades sociales estaba claramente en decadencia. Por otra parte, para castigar a la población algunas de las puertas de la ciudad por las que las milicias salían al exterior para atacar al príncipe o que habían sido escenario de graves incidentes, fueron cerradas.
La primera visita del príncipe después de un conflicto serio, como las revueltas de Brujas y Gante en 1436-1438 1447-1453, asume el carácter de un ritual de reconciliación que por su significado simbólico sobrepasaba en boato a las entradas (les Joyeuses Entrées). Detrás de esa ceremonia ostentosa se escondía un ritual de humillación de una ciudad castigada. Dicho ritual se celebraba siempre fuera de la ciudad en cuestión. Con la cabeza descubierta, descalzo, llevando como única prenda una camisa sin cinturón, el representante de la ciudad rebelde tenía que arrodillarse y solicitar el perdón.
En 1458, Felipe el Bueno, aquí con Isabel de Portugal, restaura a la ciudad de Gante algunos de los privilegios que le había quitado después del aplastamiento de la revuelta de 1453.
Los desacuerdos entre Carlos VII y su hijo, el futuro Luis XI, abrió la puerta a perspectivas interesantes a Felipe el Bueno, pero en cuanto Luís XI se convirtió en rey, se apresuró a descartar al duque de los asuntos franceses. Así, mientras que el reino de Francia se encontraba sumido en uno de los períodos más oscuros de su historia, Felipe el Bueno trabajaba en la creación de un nuevo poder en el norte de Europa con la expansión de sus posesiones (adquisición de Tournai, de los condados de Maçon y de Auxerre, de Brabante y de Limburgo, y más tarde el condado de Hainaut con el señorío de Frisia y la Zelanda). En 1435, se había reconciliado con Carlos VII de Francia, quien le hizo enormes concesiones por el Tratado de Arras. En 1441, compró Luxemburgo. Además, fue capaz de crear en estos tan diversos principados de los Países Bajos el sentimiento nacional. Hubo por parte de sus súbditos, a los que sin embargo no les había ahorrado los disgustos, un verdadero afecto por el «buen príncipe», que se extendería a sus sucesores, y con el desastre que acarreó la muerte de su hijo y sucesor, Carlos el Temerario, la unión sagrada de los Países Bajos se efectuó alrededor de María de Borgoña, la heredera legítima: la obra de Felipe el Bueno estaba bien consolidada.
Un velo transparente rodea el rostro de María, hija de Carlos el Temerario y mujer de Maximiliano de Habsburgo, a cuyo matrimonio aportó en dote el ducado de Borgoña. El jarrón es uno de los atributos iconográficos de María Magdalena: no era raro representar al modelo de un retrato bajo el aspecto de un santo o de un personaje de la antigüedad. Las joyas, el turbante y el hermoso vestido bordado con piedras preciosas reflejan la sofisticación de la corte de Borgoña. Después de su matrimonio con el futuro emperador del Sacro Imperio, la imagen de María fue difundida en toda Europa, y se conocen al menos una docena de réplicas de este retrato.