Carlos el Temerario, duque de Borgoña
Carlos I de Valois, llamado el Temerario (Dijon 1433- Nancy 1477), sucedió a su padre Felipe el Bueno a la edad de treinta y cuatro años tras la muerte del duque. Recibió una esmerada educación y hablaba francés, inglés y flamenco, pero su carácter tenía muy poco que ver con el de su padre. Trabajador incansable, hombre culto y casto, no obstante su desenfrenado orgullo hacía de él un ser exaltado, brutal y violento.
Esa personalidad compleja prefigura, a causa de su pasión por la gloria, su imaginación atormentada y su absolutismo, el príncipe renacentista nutrido por poetas antiguos, la gesta de Alejandro y el recuerdo de Carlomagno. Atormentado por el sueño lotaringio, atraído por territorios del Rin y posiblemente también por Italia, quiso reunir en un solo bloque los estados que le había legado su padre, pero Luis XI, aquel rey centralista sin concesiones ni estados de ánimo, (su primo al que el Temerario odiaba desde niño) se lo impedirá.
Para llevar a cabo su política ambiciosa Carlos el Temerario buscó una alianza con la corte de Inglaterra. En julio de 1468 se casó con Margarita de York, hermana del rey Eduardo IV. Este matrimonio dinástico fue retrasado durante mucho tiempo por el enemigo de Carlos, Luis XI. Las nupcias se celebraron finalmente en Brujas, y los festejos que duraron varios dias fueron rodeados de un lujo inaudito. Para aquella ocasión se organizó un torneo, el llamado del Árbol de Oro que giraba en torno a una alegoría meticulosamente detallada para honrar a la novia inglesa. El pueblo llano pudo disfrutar de los festejos, bailes de máscaras y demás entretenimientos, causando tanta impresión que la llamaron la boda del siglo. Muy pronto, la duquesa hizo prueba de su habilidad como mecenas encargando numerosos manuscritos a los mejores iluminadores de la época. Simon Marmion iluminó Las Visiones de Tondal: un relato de la historia medieval popular que cuenta el idílico viaje de un caballero rico por el infierno, el purgatorio y el cielo. El precioso manuscrito de Margarita de York se convirtió en la joya de la biblioteca. El duque también era un bibliófilo legendario como su padre Felipe el Bueno.
Esta miniatura en grisalla representa a Margarita de York, esposa de Carlos el Temerario y hermana del rey Eduardo IV de Inglaterra en oración con sus damas mientras que un joven cortesano las observa con interés. Esta miniatura pertenece a una colección de textos moralistas y religiosos escritos en Gante por David Aubert, en el entorno del pintor llamado Maestro de María de Borgoña.
Vestido de luto y rodeado por sus asesores y los Caballeros de la Orden del Toisón de Oro, Carlos el Temerario es exhortado a la moderación y paciencia con ocasión de su ascensión al trono en 1467.
Como su padre, Carlos el Temerario era un hombre apuesto al que le gustaba lucir hermosas vestimentas y caballos ricamente enjaezados. Su Corte era una de las más suntuosas de Europa, comparable a la de su contemporáneo Lorenzo de Médicis. Quiso fortalecer aún más las normas de etiqueta y promulgó nuevas regulaciones para uso de oficiales de su hotel en Mechelen, el centro de sus estados y sede del Parlamento. También mantuvo la magnificencia de sus otros palacios: el Rihour de Lille y el de su padre, el ostentoso Coudenberg de Bruselas. Mantuvo de forma permanente su ejército sólidamente armado principalmente en artillería. En 1471, se formaron, siguiendo el modelo francés, nuevas compañías de infantería borgoñonas, pero con demasiados mercenarios, lo que pudo haber sido la causa de sus derrotas. En la miniatura Audiencia en la corte de Carlos el Temerario se puede ver a los guardias de palacio fuertemente armados garantizando el mantenimiento del orden durante una audiencia.
Torneo con ocasión de la entrada de Carlos el Temerario a Valenciennes para presidir un capítulo del Toisón de Oro.
La destrucción de Lieja
El ducado de Borgoña representaba un peligro para la unidad francesa y Luis XI deseando restablecer el poder real quería ampararse de sus territorios. Carlos el Temerario formó una coalición llamada «Liga del bien público» dirigida por él, con el fin de asesinar al rey. El 14 de octubre de 1468, en Perona, Picardía, durante una entrevista con su rival, el duque de Borgoña exasperado por las artimañas del monarca, quiso atentar contra su vida. Al enterarse de que Luis XI había organizado un levantamiento de los ciudadanos de Lieja contra él, el duque consideraba la posibilidad de mantener al rey preso o muerto. Ante la insistencia de su chambelán Philippe de Commines (las memorias de Commines son un testimonio excepcional de los reinados de Luis XI y Carlos VIII), Carlos el Temerario finalmente se conforma con imponer a Luis XI un tratado por el cual la monarquía francesa cede los condados de Champagne y Brie y las ciudades de la Somme. Después de los hechos de Perona, Luis XI sólo piensa en preparar su venganza. Ordena a los jefes del ejército real de dejar al duque de Borgoña agotarse en una guerra de asedio inútil, como el de Beauvais, célebre por la heroica resistencia de la población, sobre todo de las mujeres. Viendo que sus actuaciones con el reino de Francia siempre terminaban en fracaso, Carlos el Temerario se vió obligado a regresar a sus dominios y volviendo sus miras a Alemania, aquel antiguo Imperio Germánico que su fragmentación lo había vuelto frágil. Mientras tanto, la ciudad de Lieja, alentada por Luis XI, se rebeló de nuevo, y Carlos el Temerario decidió devastarla incendiándola. Entró en la ciudad el 30 de octubre de 1468, acompañado de sus tropas que saquearon casas y mataron sin piedad a todos sus habitantes. Después de siete semanas de terror y feroz resistencia de los sitiados, finalmente el 3 de noviembre el duque ordenó quemar la ciudad. El Temerario había decidido que todo tenía que ser destruido y quemado, con la única excepción de las iglesias y casas de los canónigos «afin qu’il peult demourer logis pour faire le divin service» (para que queden casas para el servicio divino). Las libertades de Lieja fueron suprimidas y no fue hasta 1478, después de la muerte del duque de Borgoña, que su hija y heredera Maria devolverá a sus ciudadanos todas sus prerrogativas mediante el tratado llamado «La Paz de Saint-Jacques».
La destrucción de Lieja por Carlos el Temerario causó una gran impresión en los contemporáneos. Esta representación del incendio de Gomorra da una idea de la devastación de las ciudades durante el período borgoñón.
La destrucción deliberada de Lieja en 1468 dio a Carlos el Temerario la definitiva reputación de «domesticador de ciudades». La propaganda ducal se aseguró que esta reputación se extendiera especialmente por las ciudades alemanas, pero algunas ciudades flamencas se encontraron también con una demostración de la determinación del duque cuando algunas de ellas trataron de romper con su peculiaridad urbana. Una delegación de diputados de Flandes fueron obligados a presenciar la destrucción de Lieja desde las colinas que rodeaban la ciudad. Sin embargo, la ciudad renació de sus cenizas siendo reconstruida a partir de las iglesias que se habían salvado deliberadamente. Los centros tradicionales de la identidad urbana, y especialmente el famoso «perron» se habían desmantelado de antemano. El gran obelisco de piedra fue trasladada a Brujas con fines de propaganda y no volvió a Lieja hasta 1477. Poco después de su destrucción, el duque, al que la propaganda y la ideología borgoñona la presentaba como el guardián del orden divino, restituyó a la catedral de Lieja su principal reliquia, la de Saint-Hubert. Estaba en su arqueta original pero la imagen del duque en bulto redondo aparecía encima de rodillas junto a san Jorge representado como su noble compañero: habría sido difícil manifestar con mayor claridad la asociación entre la ira del príncipe y la «justa ira divina». Además de una nueva topografía, a la ciudad de Lieja también se le impuso una fortaleza (La Citadele) y un nuevo sistema legal totalmente nuevo. El derecho consuetudinario que se había desarrollado según una práctica secular, fue eliminado radicalmente. El Temerario no pudo cambiar el nombre de la ciudad como había hecho su rival Luis XI, quien para castigar Arras por mostrar demasiado apego a la causa borgoñona, la obligó durante largo tiempo a llevar el nombre de «Franquicia».
El último duque de Borgoña, Carlos el Temerario vestido con armadura se ha representado junto al santo caballero por excelencia, san Jorge. El gesto de quitarse el casco es una reminiscencia del mismo santo en el cuadro de Jan van Eyck en Brujas Virgen y el Niño con el Canónigo van der Paele. Lieja es una de las ciudades más importantes de la región del valle del Mosa, con una larga y gloriosa tradición en el arte de la orfebrería.
En 1473, Carlos de Valois, a quien las cortes europeas apodaban «el Temerario» debido a su desmesurada ambición y a su carácter, trató de conseguir del emperador Federico III la constitución de Borgoña en un reino, a cambio de la mano de su hija María (María de Borgoña) a su hijo Maximiliano. El emperador demasiado preocupado por esta voluntad de poder pidió ayuda a Luis XI para impedírselo. El rey financió entonces, en 1474, una revuelta de las ciudades de Alsacia apoyado por los cantones suizos que contaban con un potente ejército. Frente a esa coalición el Temerario se encuentraba cada vez más acosado. Mientras que Borgoña, Lorena y Picardía eran devastadas, el duque y su ejército llegaron a Suiza, donde después de varias derrotas se trasladó a Nancy con los restos de su ejército; en enero de 1477 y durante una escaramuza delante de esa ciudad, será derrotado y muerto. Encontraron el cadáver del duque en un lago, con el rostro irreconocible medio devorado por los lobos. El último Gran Duque de Occidente será identificado por sus sirvientes por su anillo. En 1550 su biznieto Carlos V, llevará sus restos a Brujas en un magnífico mausoleo en la iglesia de Notre Dame. Es el fin de la independencia de Borgoña. Los Países Bajos pasarán a la Casa de Habsburgo y el Ducado de Borgoña entrará en el dominio real.
Tabla pintada con ocasión del décimo Capítulo del Toisón de Oro que se celebró en la antigua abadía de Saint-Omer en 1461, el abad Guillaume Fillastre era entonces canciller de la orden.
La historiografía como medio de manipulación
Como en tiempos más recientes, en la Baja Edad Media se ponían como ejemplo los relatos históricos cuando se trataba de apoyar las reivindicaciones políticas, justificar la desigualdad social existente o mantener el status quo. Los anales y las crónicas que registraban los eventos memorables se vuelven progresivamente importantes herramientas de publicidad capaces de generar prestigio y poder. Durante la mayor parte de la Edad Media, los monasterios y las iglesias fueron el motor de la evolución de la historiografía. A petición del abad u obispo, los copistas escribían las vidas de los santos destinadas a resaltar la importancia de las reliquias conservadas en sus iglesias o monasterios. A través de los siglos, muchos príncipes seculares tomaron cada vez más la iniciativa en este ámbito, haciendo escribir crónicas relacionadas con el origen de su linaje, con el fin de justificar sus conquistas de territorios o sus victorias en los campos de batalla. Cada vez más a menudo, los príncipes encargaban directamente a sus secretarios la redacción de textos históricos. En otros casos, los propios autores tomaban la iniciativa y presentaban sus obras al príncipe. Algunos llegaron hasta el extremo de escribir una gran historia del mundo, como es el caso de Jacob van Maerlant con su famoso Spiegel Historiael (El Espejo de la Historia), donde describe la historia del mundo desde su creación hasta el siglo XIII. Otros, con pretensiones más modestas, proponían simplemente perpetuar la memoria de un acontecimiento importante. Sin embargo, la mayor parte de las crónicas respondían principalmente a preocupaciones dinásticas, haciendo remontar el origen de las casas principescas a antepasados legendarios: los carolingios para los Duques de Brabante, el oscuro guardabosques Liederick para la dinastía flamenca, y un misterioso antepasado para los condes de Holanda. Algunas crónicas otorgaron un lugar especial a las normas legales mediante la adopción de un gran número de estatutos, tanto en su forma original o mediante su traducción en verso. Los textos de historia se convirtieron así en vehículos del patrimonio histórico y jurídico de un principado.
A partir del siglo XIV la actividad historiográfica se desarrolla también en el marco de las ciudades de los Países Bajos. Los encargos casi siempre provienen de las elites, dominadas la mayoría de ellas por una oligarquía de ricos comerciantes y patricios. En cuanto al contenido, la historiografía urbana se alineaba en gran medida en las crónicas de los príncipes. Los ediles mostraban hacia el pasado romano y troyano la misma obsesión que sus modelos aristocráticos: encargaban a los historiadores hacer remontar la fundación de su ciudad a algún héroe legendario troyano o romano. Amberes habría sido fundada por Brabo, un militar romano; Reims por Remo, el hermano gemelo de Rómulo; y Troyes debía evidentemente su nombre a sus fundadores troyanos. Además, las ciudades también desarrollaron sus propias tradiciones a su propio lenguaje historiográfico. Empezaron a encargar pinturas con temas históricos, probablemente como alternativa (más barata) a los costosos tapices. Muchas ciudades hicieron pintar tablas de Justicia para decorar la sala del Consejo, presentadas en composiciones grandiosas y representando los juicios más famosos de la historia del mundo, como un ejemplo moral. En 1468, el magistrado de Lovaina encargó a Dirck Bouts dos grandes paneles que representan al emperador Otón III (999-1003), quien había condenado a muerte a su propia esposa por calumnia. Los paneles se instalaron en la sala del Ayuntamiento, permitiendo a los regidores inspirarse en aquel ejemplo de justicia y dignidad imperial.