El arte como propaganda política
Para Alfonso V de Aragón y otros príncipes de la época, las obras de arte eran para el propio disfrute, tan importante como la gloria y las ventajas políticas que el arte podía aportarles. El desarrollo de un lenguaje sutil, tanto visual como verbal, destinado a transmitir su ideología política a la aristocracia local y a sus aliados y rivales principescos, era un aspecto muy significativo de su política artística.
Alfonso era un español que tuvo que justificar sus pretensiones sobre el territorio italiano: en 1447, tras la muerte de sus únicos aliados italianos, el Papa Eugenio IV y el Duque de Milán, Filippo Maria Visconti, tuvo que desplegar todas sus habilidades diplomáticas para hacerse reconocer por el poder florentino y veneciano. También tuvo que ganarse a los barones napolitanos, muchos de los cuales todavía apoyaban las pretensiones de la casa de Anjou. Había exacerbado su hostilidad nombrando como dignatarios a catalanes y castellanos para las funciones importantes de la corte. Alfonso nombró chambelán principal a uno de sus favoritos, el castellano Iñigo de Ávalos (inmortalizado en una medalla de Pisanello), quien le acompañó en su conquista del reino de Nápoles en 1442, concediéndole el derecho vitalicio a las exportaciones de alimentos. El funcionamiento del gobierno fue adaptado al modelo español, mientras que las costumbres y ceremonias de la corte eran en su mayoría catalanas. En la corte aragonesa de Nápoles se hablaba la lengua catalana y la española, mientras que en la anterior corte angevina se hablaba el francés.
Esta espléndida medalla de Pisanello representa al conde de Ávalos de medio busto girado hacia la derecha y lleva un tocado en forma de caperuza ; en el reverso de la medalla figura el globo terrestre, un paisaje con fondo de mar agitada y cielo estrellado. En la parte superior, el escudo de armas de los Ávalos entre dos rosas y el lema «PERVVI SE FA» junto con la firma del artista: «OPVS. PISANI. PICTORIS».
En el contexto de la complicada relación que la Florencia de los Médicis tenía con el Reino de Nápoles, Giovanni di Cosimo, hijo de Cosme el Viejo, encargó a Filippo Lippi una tabla destinada a Alfonso, un inteligente gesto de propaganda política tras el acuerdo de paz firmado entre Florencia y Nápoles en 1454 por el Tratado de Lodi. Unos años más tarde, ya durante el reinado de Ferrante I, Lorenzo de Médicis, viajará a Nápoles, tras el conflicto con al Papa Sixto IV (conjura de los Pazzi), aliado del rey Ferrante. En tres meses, después de duras negociaciones y un gasto considerable en regalos para el rey y la reina, Lorenzo logró un acuerdo de paz. Esta victoria diplomática será inmortalizada en una famosa pintura de Botticelli Pallas dominando al Centauro. Si Alfonso amaba las pinturas para su deleite personal y como objetos de devoción, en su mecenazgo en Italia se centró en la esfera pública, y ello por razones políticas evidentes. Las dos esferas, pública y privada, se distinguen claramente en los discursos de sus contemporáneos. Así, el humanista Gianozzo Manetti, en su discurso de 1445 (que celebraba la visita del emperador Federico III), alabó las virtudes morales de Alfonso (piedad, templanza, devoción al arte y a la ciencia) diferenciándolas de sus cualidades regias (justicia, coraje, dignidad, liberalidad y magnificencia). La carta que Alfonso escribió el 22 de marzo de 1446 al cardenal Aquiliea, agradeciéndole algunos regalos personales que había recibido, se complementa perfectamente con la impresión que le había producido el arco del Castel Nuovo: «Cuando llegaron las esculturas y las pinturas, me encontraba cazando y regresé cuando el sol ya se había puesto y sin haber comido. Sin embargo, preferí satisfacer las necesidades de mi alma antes que las de mi cuerpo, así que inmediatamente miré las obras: le aseguro que las miro cada día y con igual placer «.
Se trata de los paneles izquierdo y derecho de un tríptico pintado por Alfonso de Aragón, encargado a Filippo Lippi por Giovanni de Médicis, hijo de Cosme el Viejo. Cuando Giovanni quiso agradar al piadoso Alfonso mediante el envío de una obra del principal artista florentino, se aseguró de que el tema era apropiado. San Antonio Abad (izquierda) y San Miguel (derecha) eran los santos patronos de Alfonso, mientras que la «Adoración del Niño» representada en el panel central (hoy perdido) era una de las imágenes piadosas favoritas del rey. Alfonso tenía un gran respeto por esta obra que hizo colocar en su capilla de Castel Nuovo.
La gran puerta de bronce del Castel Nuovo de Nápoles o el nacimiento de la crónica monumental: las escenas de batalla evocan la derrota de los angevinos y la instalación de Alfonso de Aragón en el trono de Nápoles, así como episodios de las luchas de Ferrante I contra los barones partidarios del régimen angevino. Guglielmo Mónaco fue empleado por la corte napolitana como fabricante de bombardas, relojes, un cañón de bronce y una campana para el Castel Nouvo. Su retrato y el de Bartolomeo Fazio, aparecen en uno de los medallones. Una bala de cañón lanzada desde un galeón genovés durante la guerra de 1495, se incrustó en el panel inferior izquierdo, donde se representa la retirada de la armada genovesa.
Ferrante I rey de Nápoles (1458-1494)
Ferrante, nacido en 1423, hijo natural de Alfonso V, recibió su formación de Lorenzo Valla, convirtiéndose en un generoso mecenas de las artes y las letras. Creía en el valor de una administración justa y trató de reformar el sistema tributario de Nápoles. Incluso después de casarse con la sobrina del príncipe de Taranto, tuvo que enfrentarse constantemente a la oposición de los barones. La rebelión de 1458 degeneró en una guerra civil; el rey ganó, pero su venganza engendró una nueva rebelión en 1485. Alfonso, quien nunca fue coronado rey de forma oficial, sin embargo ese honor recayó sobre Ferrante, su hijo natural y heredero. En la base de un relieve que conmemoraba la coronación, hoy muy dañado, realizado en 1465 durante el reinado de Ferrante, se lee esta inscripción: «Heredé el reino de mi padre después de haber sido puesto a prueba, y recibí el vestido y la santa corona del reino». Las «pruebas» a las que alude Ferrante, están representadas en las puertas de bronce realizadas por el escultor de Umbría, Guglielmo Lo Monaco, en la década de 1470. Muestran la victoria de Ferrante sobre los barones rebeldes en 1462, el atentado contra su vida en 1460 y su victoria contra las tropas de Renato de Anjou en las batallas de Acadia y Troya (este episodio victorioso se celebra en la Tavola Strozzi). El programa iconográfico fue probablemente realizado por Bartolomeo Fazio, cuyos versos en latín acompañan las seis escenas de multitudes. El estilo es una reminiscencia de las miniaturas contemporáneas, con bordes heráldicos alrededor de cada campo, así como de los relieves clásicos que aparecen alrededor de las columnas historiadas de Trajano y Marco Aurelio.
Ferrante está representado en el centro, flanqueado por sus favoritos. Este relieve ha sido atribuido a dos escultores que trabajaron con Donatello, primero a Andrea dell’Aquila, miembro del taller del gran escultor florentino y más tarde a otro escultor, Antonio di Chellini originario de Pisa, quien fue ayudante de Donatello en Padua. Las puertas construidas por Ferrante, proporcionan el toque final al majestuoso arco clásico de su padre Alfonso. Al igual que la escultura en relieve que los rodea, los paneles de bronce relatan episodios de la historia reciente, interpretados en términos glorificadores.
La llamada Tavola Strozzi gran lienzo (82 x 245 cm) que muestra la ciudad de Nápoles vista desde el mar, representa el regreso de la flota aragonesa del rey Ferrante I de Nápoles, hijo y sucesor de Alfonso, el 12 de julio de 1465, después de la victoria de Ischia contra Juan de Anjou. Fue un regalo del banquero florentino Strozzi, deseoso de fortalecer su relación financiera con el rey.
La acción transcurre en el primer plano en el que vemos la actividad del puerto de Nápoles, uno de los más grandes de la cristiandad, y cruce de las rutas marítimas entre los puertos de Génova, Marsella, Barcelona y Valencia. Una larga procesión de barcos se desplaza desde la torre de San Vincenzo al puerto, enarbolando sus banderas victoriosas. Otras pequeñas embarcaciones circulan por el muelle, donde algunos barcos están siendo remolcados: privados de sus mástiles, de su armamento y tripulación, constituyen el botín de guerra de los vencedores. La cuestión del nombre del autor de esta tabla es compleja y sigue siendo objeto de debate. Los críticos difieren en cuanto a la autoría de la misma, atribuida, bien a un pintor florentino, bien a un napolitano.
Durante el largo reinado de Ferrante, pero sobre todo por el mérito de su hijo Alfonso II, nacido en 1448, pero que reinó solamente desde 1494 hasta 1495, llegaron a la ciudad de Nápoles artistas de distintos orígenes. Vinculado políticamente a la Florencia de los Médicis, Alfonso II llama a algunos de los artistas más famosos de la Toscana y el norte de Italia, como Giuliano da Maiano, quien, desde 1494, realizó la Puerta Capuana y los proyectos para numerosos edificios como el de la Villa Poggioreale, hoy desaparecida, que será terminada por Francesco di Giorgio Martini. Nápoles también acoge a Benedetto da Maiano, que sucedió a Antonio Rossellino en la iglesia de Sant ‘Anna dei Lombardi, y Guido Mazzoni, llegado de la Emilia en 1489.
Como era costumbre en todas las dinastías, Ferrante concertó bodas de prestigio para sus hijos, nacidos de su matrimonio con Isabella Chiaramonte, duquesa de Calabria. En 1465 casó a su heredero Alfonso con Ippolita Maria Sforza, consolidando así sus vínculos con los Sforza de Milán. Unos años más tarde, Ferrante casó a su hija Eleonora con Ercole d’Este de Ferrara, y Beatrice con Matías Corvino, rey de Hungría.
Francesco Pagano retuvo del arte italiano el sentido de la perspectiva, pero rápidamente se unió a la influencia flamenca que seguían entonces todos los pintores, tanto italianos como españoles. Francesco Pagano y Paolo de San Leocadio, éste último oriundo de Reggio Emilia, fueron enviados a Valencia por el cardenal Rodrigo Borgia, futuro papa Alejandro VI, para realizar la decoración de la catedral, cuyos frescos fueron descubiertos a finales del pasado siglo en excelentes condiciones.
Alfonso II de Nápoles (1448-1496)
Alfonso II de Aragón, hijo y heredero de Ferrante I y rey de Nápoles (1494-1495). De formación clásica, fue un mecenas ilustrado de las artes, especialmente de la arquitectura. Más conocido por sus acciones militares, especialmente por la campaña de 1480-1481, durante la cual obligó a los turcos a retirarse de Otranto. Lejos de poseer la capacidad de organización y el genio político de sus antepasados, pronto se atrajo el odio de los barones napolitanos. Frente a la invasión del rey Carlos VIII de Francia en 1495, abdicó en favor de su hijo Fernando II, más conocido como Ferrandino, y se refugió en Sicilia. Derrotado por los franceses, volvió a ocupar el trono después de su retirada, pero murió al año siguiente (1496), sucediéndole su tío Federico. Incapaz de mantener la tan deseada paz, Federico I no logró repeler la invasión franco-española de 1501 y se refugió en Francia. En 1503 las tropas de Fernando II de Aragón, llamado el Católico, conducidas por el gran capitán Gonzalo Fernández de Córdoba conquistaron el reino de Nápoles. Con la rendición, en 1504, de la última guarnición francesa de Gaeta, el estado más grande de Italia se unió así a la monarquía española hasta 1737.
El escultor Guido Mazzoni, originario de la región de Emilia, llegó a Nápoles en 1489, bajo el reinado de Alfonso II. El artista ha dado a este bronce de gran belleza, y enriquecido con restos de dorado, una impronta clásica que equipara el busto del soberano napolitano a los emperadores romanos. En su cuello, Alfonso lleva colgada la Orden napolitana del Armiño, con el pequeño animal que pende de la cadena.
Este cuadro, del cual se hicieron dos versiones, fue encargado probablemente por Alfonso II de Aragón, en memoria de la masacre perpetrada por los turcos en Otranto, en julio de 1480. El pintor situa la escena en la sala de audiencia de un imponente palacio renacentista, decorado con relieves que evocan las batallas de antiguos héroes mitológicos. Herodes, en un trono de mármol, y vestido como un rico sátrapa oriental, da órdenes a un puñado de soldados vestidos de diferentes épocas. Llama la atención la agitación caótica y los gestos dramáticos que pueblan la escena. Junto al trono de Herodes, destaca la figura de un anciano de barba blanca – símbolo de la sabiduría pisoteada -, que observa al tirano mientras éste se halla ocupado en su cobarde tarea.
Esta obra temprana del artista calabrés Marco Cardisco se encuentra en el altar de la Capilla Palatina del Castel Nouvo de Nápoles. Bajo las figuras de los Reyes Magos están representados Ferrante I y Alfonso II a la izquiera y el emperador Carlos V a la drecha.