El Renacimiento en Nápoles.
En el umbral del siglo XV, el arte en Nápoles está todavía fuertemente dominado por el estilo gótico tardío. El entonces rey de Nápoles, Renato de Anjou (1438 a 1442) era un príncipe erudito y amante de las artes. Durante su reinado, la influencia franco-flamenca jugó un papel importante en la formación de Colantonio, gran intérprete de la nueva pintura del Renacimiento. Las guerras entre la casa de Anjou y de Aragón se saldaron con la victoria de Alfonso V el Magnánimo que entró triunfalmente en Nápoles el 26 de febrero 1443;
al año siguiente, asciende formalmente al trono con el nombre de Alfonso I de Aragón. El advenimiento de la nueva dinastía aragonesa produce un extraordinario florecimiento de las artes y marca el salto de la época Medieval al Renacimiento. Al gótico internacional se añaden ahora las aportaciones de artistas de distintas procedencias. Rey erudito y esteta, y colocándose bajo el signo de una cultura europea muy atraída por la pintura flamenca, Alfonso (1442-1458) llama a artistas italianos y extranjeros, para llevar a cabo su ambiciosa remodelación urbana e instaurar un marco cultural muy complejo; la arquitectura civil, dominada inicialmente por las influencias catalanas, se renueva bajo el signo de la Toscana. Durante el largo reinado de Ferrante I (1458-1495), pero sobre todo gracias a su hijo Alfonso II (1494-1495) vinculado políticamente a la Florencia de los Médicis, llegan a Nápoles algunos de los artistas más famosos de la Toscana y el norte de Italia, como Giuliano da Maiano, Francesco di Giorgio Martini, Benedetto da Maiano, y Guido Mazzoni, éste último venido de la Emilia en 1489. Con la extinción de la dinastía aragonesa, Nápoles seguirá siendo un virreinato de la corona española hasta 1734.
En su política artística, los aragoneses no dejaron de lado sus propias raíces. Los documentos dan fe de la presencia en la corte, por lo menos desde la década de 1450, de pintores catalanes, valencianos y aragoneses, entre ellos Jaume Baçó (Jacomart) y Joan Reixach. Alfonso invitó a su corte a los más renombrados maestros italianos de la época, entre ellos Leonardo da Besozzo, pero especialmente Pisanello, considerados «familiari» del rey. Pisanello era ya estimado por sus contemporáneos de la región de Campania, como el ilustre representante de un arte de inspiración humanista. Bartolomeo Fazio, humanista e historiador de Alfonso V desde 1444, le dedicó su libro De viris illustribus (1456) y entre las biografías de los grandes hombres, incluía una sección dedicada a los pintores (De pictoribus) donde alababa a pintores que consideraba los mejores de su tiempo, Gentile da Fabriano, Pisanello, Jan van Eyck y Rogier van der Weyden. Llegado a Nápoles a finales de 1448, Pisanello (c.1380-1455) fue nombrado miembro de la casa del rey en febrero de 1449, con un generoso sueldo de cuatrocientos ducados. El decreto que confirma los privilegios de Pisanello muestra que Alfonso conocía la obra del artista y deja suponer que éste ya había realizado dibujos para el rey.
Numerosos proyectos de Pisanello se han asociado con la decoración escultórica del gran arco de triunfo, realizado con el « mármol más blanco », erigido en la entrada del Castel Nouvo. El dibujo para un estandarte, representa un árbol con flores de aquilegia. Lleva el lema aragonés «guarden les forçes».
El pintor Leonardo da Besozzo era hijo de Michelino da Besozzo, pintor de la corte milanesa de los Visconti, figurando junto a su padre en los anales de la Catedral de Milán hasta 1421. Trabajó en Nápoles para la anterior dinastía de los Anjou y a partir de 1454 está documentado como pintor de la corte de Alfonso V de Aragón hasta 1458. Al servicio del rey, realizó frescos para palacios e iglesias, iluminó mapas y libros, y decoró su armadura. Leonardo da Besozzo fue uno de los tres pintores que decoraron novecientos veinte estandartes y banderas para el banquete que celebraba el nacimiento del nieto del rey. En la iglesia napolitana de San Giovanni in Carbonara, iniciada en 1343 y finalizada en el siglo XV por el rey Ladislao, se encuentra la capilla Caracciolo del Sole o de la Natività della Vergine, con el imponente monumento funerario de Giani Caracciolo, realizado por Andrea da Firenze. En la parte inferior de la capilla figuran los frescos de Perinetto da Benevento, y en la parte superior Leonardo da Besozzo pintó diversas escenas de la Historia de la Virgen, cuyo naturalismo y lineas sinuosas está estrechamente vinculado al gótico internacional. Además de estos murales, en 1458, Leonardo realizó los de la bóveda de la Camera degli Angeli (hoy perdidos) en la torre del Beverello en el Castelnuovo de Nápoles.
De Leonardo da Besozzo quedan todavía en Nápoles, los frescos de la Historia de la Virgen contribución esencial a la difusión del gótico internacional en el sur de Italia.
La Casa de Aragón
La historia de esta familia se remonta a Ramiro I de Aragón (1035-1063), hijo ilegítimo de Sancho III, reinó, entre otros lugares, en Aragón, Cataluña, Valencia, Mallorca, Sicilia, Cerdeña, Nápoles y Atenas. La intervención de la Casa de Aragón en Italia deriva de las ambiciones dinásticas de la familia, y también de las aspiraciones de Cataluña en comerciar en el Mediterráneo. Por su participación en las llamadas Vísperas Sicilianas (la revolución de 1282 contra Carlos I de Anjou), el rey Pedro III de Aragón fue proclamado por los insurgentes rey de Sicilia bajo el nombre de Pedro I. Las dinastías de Aragón y Sicilia divergieron hasta 1380, cuando la heredera al trono de Sicilia, María, se casó con el único hijo de Martín I de Aragón. Sicilia fue formalmente anexionada a la corona en 1409. La casa de Aragón inauguró su presencia en Nápoles con la conquista del reino por Alfonso V de Aragón y Sicilia en 1442, después de la derrota infligida a la casa de Anjou, que ostentaba el poder en Nápoles desde 1284. El Reino de Nápoles, dominado por la vieja aristocracia feudal sufría de un cierto atraso económico, aunque fuera un centro de comercio marítimo y, durante el Renacimiento, un importante centro humanístico. Alfonso encabezó un régimen esencialmente militar y piadoso.
Se trata de la tabla central de un retablo monumental erigido en honor de san Jorge, cuya característica principal es el insólito movimiento de las figuras que permite apreciar todo el ardor bélico. Este pintor de Sajonia (Sax, saxó en lengua catalana) destaca por un extraordinario gusto por el boato, las armas, ropajes y banderas, como la de Aragón que figura en la armadura del caballero y en la manta del caballo. Como estas representaciones se basan en el conocimiento de la heráldica, varios investigadores han tratado de identificar la batalla. La hipótesis más probable es la victoria de Pedro I, rey de Navarra y Aragón, contra los moros en 1096. Lo que se suma a la credibilidad de esta solución, es el hecho de que, según la tradición, el rey de Aragón atribuyó la victoria a la intervención de san Jorge. En la tabla, san Jorge, vestido de cruzado con una cruz roja sobre fondo blanco, combate al lado del rey.
Alfonso V de Aragón, llamado el Magnánimo (1396-1458)
Alfonso, nacido en 1396, era hijo de Fernando I de Aragón y Leonor de Alburquerque. Fue rey de Nápoles desde 1443 hasta su muerte en 1458, y reinó bajo el nombre de Alfonso I. Apodado «el Magnánimo» por su generoso apoyo a los artistas y eruditos, había heredado el imperio de Aragón bajo el nombre de Alfonso V en 1416. En 1415 se había casado con María, hija de Enrique III de Castilla y Catalina de Lancaster, con quien tuvo dos hijos, Pedro y Juan, este último rey de Aragón y Sicilia desde 1458 a 1479. Su instalación en Barcelona, marcó el comienzo de un período de desacuerdo con los catalanes. Dejando de lado la política interna, todos sus esfuerzos iban dirigidos a su política de expansión en el Mediterráneo, lo que ocasionará más tarde en Cataluña la revuelta de los campesinos (Guerra de los Remensas). Desde un principio Alfonso estaba convencido de que para mantener la dominación aragonesa en el Mediterráneo occidental y su influencia en Sicilia y Cerdeña, había que poner pie en suelo italiano. En 1420, redujo a su merced el reino de Sicilia. Juana II de Nápoles, que necesitaba ayuda en su lucha con Luis III de Anjou, lo designó como heredero. Pero tres años más tarde lo desheredó, y a su muerte en 1435, legó su reino a René d’Anjou. Este fue el comienzo de una larga y costosa guerra de sucesión, de la que Alfonso salió victorioso.
Un dibujo de Pisanello conservado en Berlín inspiró la composición de la moneda, probablemente ejecutada en Nápoles en 1449 durante la estancia de Pisanello en la corte del rey Alfonso. Lleva la inscripción: «Divus Alphonsus Aragonus Siciliae Valentiae Hungariae Maioricarum Sardiniae Corsicae Rex Comes Barcironæ Dux Athenarum et Neopatriæ Roscilionis [et] Ceritaniæ». La popularidad de estas medallas celebrativas era debida en gran parte a a su valor material: aspecto liso y coloración del bronce, peso y redondez, la impresión en relieve. También fueron de fácil difusión, lo que daba una gran fama a sus propietarios. Pisanello fue el mayor medallista italiano del siglo XV y supo combinar las ambiciones humanísticas de los príncipes (la referencia a las monedas romana es evidente) con el gusto del gótico tardío por la alegoría, desarrollando gradualmente un relieve muy fino, que le daba un llamativo efecto pictórico. Entre los compradores de sus medallas figuran también los Gonzaga, los Este (medalla de Leonello), los Visconti, los Sforza.
La entrada triunfal
Convertido en rey de Nápoles, el 26 de febrero de 1443 Alfonso de Aragón hizo su entrada triunfal en la ciudad que transformaría en el centro artístico de su imperio. En el magnífico cortejo de Alfonso estaban representadas todas las nacionalidades que vivían y trabajaban en el puerto comercial de Nápoles. Los clérigos iban a la cabeza, seguidos por los enviados florentinos, cuyo carros representaban temas con figuras alegóricas. Luego venían los catalanes, seguidos de un carro triunfal que llevaba el Asiento Peligroso de la leyenda artúrica, flanqueado por las virtudes de Justicia, Coraje, Prudencia, Fe y Caridad, ésta última arrojando monedas a la multitud. El carro triunfal de Alfonso era de color dorado y representaba una fortaleza coronada de torretas, y a los pies del trono llevaba un pequeño Asiento Peligroso en llamas. El rey apareció, resplandeciente, vestido de brocado púrpura y oro, llevando el collar de la orden de Lys y sosteniendo el cetro y el globo. Le seguían los dignatarios de la corte, capitanes militares, embajadores extranjeros, barones, caballeros, obispos y humanistas. Alfonso descendió delante de la catedral, donde se estaba construyendo un arco triunfal de mármol. Diez años después, el arco iba a ser trasladado al gran castillo de Alfonso, el Castel Nouvo.
Construido como los arcos de triunfo romanos para celebrar la llegada del rey Alfonso I a Nápoles, es uno de los ejemplos más significativos de la cultura humanista napolitana. La composición escalonada fue diseñada por Pietro da Milano, ayudado por cuarenta escultores de diferentes orígenes, y combina dobles columnas, estatuas de las Virtudes y relieves triunfales. La sintaxis fue tomada del arco de Trajano en Benevento y del de Sergio en Pola, y el vocabulario al arte funerario romano, evidente en los putti llevando guirnaldas o cabalgando sobre delfines, y en las nereidas cabalgando sobre tritones. La decoración plástica del arco se terminará hacia 1468, cuando Pietro di Martino realizará en la base, la Coronación de Ferrante I quien había sucedido a Alfonso en el trono y encargado el trabajo.
Alfonso llevó a cabo una política expansionista. Debido a sus ambiciones imperiales, jugó un papel importante en la guerra de sucesión de Milán (1447-1450) y en la guerra contra los Sforza (1450-1453). Semejantes empresas agotaban los recursos de cualquier imperio, aunque fuera muy extenso, obligando a exigir fuertes tributos, pero Alfonso consiguió mantener el control sobre sus turbulentos barones. Hombre religioso y ferviente practicante, su popularidad se debía en gran parte a sus actos de piedad. Hizo de Nápoles uno de los grandes centros culturales del Renacimiento, comparable a otros centros artísticos como Florencia, Roma, Milán, Mantua, Urbino, Ferrara o Venecia. Tomó numerosas iniciativas para promover la educación pública y desarrolló la universidad. En Sicilia, expresó el mismo interés por el trabajo de los científicos, creando una escuela griega en Messina y fundando una nueva universidad en Catania. Acogió con beneplácito a los humanistas como agentes de propaganda, y dio su apoyo a hombres como Lorenzo Valla, Filelfo y Beccadelli. Finalmente, habiendo comprendido las necesidades y aspiraciones de los napolitanos, dividió su imperio entre dos herederos: Nápoles fue a su hijo Ferrante, y el resto del Imperio aragonés a su hermano Juan.
El trabajo en el friso se dividió entre Pietro da Milano y Francesco Laurana (lado izquierdo) y Isaia da Pisa y Domenico Gagini (lado derecho). Gagini, descendiente de una familia de escultores que trabajaban en Génova, ejecutó el grupo de trompetistas y otros músicos de la parte derecha, mientras que Isaia da Pisa creó probablemente la cuadriga conducida por la Victoria. Pietro da Milano esculpió a los dignatarios, dejando a Francesco Laurana el retrato de la figura hierática de Alfonso. Los grifones de la parte superior se han atribuido a Pietro da Milano y a Laurana, y se basan en dibujos de Pisanello.
Los humanistas de la corte de Nápoles
Desde su llegada a Italia, Alfonso invitó a Nápoles a varios de los más célebres humanistas italianos, no sólo porque alimentaban su amor por los libros y su fascinación por la Antigüedad, sino también y sobre todo, porque podían traducir sus miras políticas en un lenguaje humanista entonces en boga y relatar sus acciones para la posteridad. Estuvieron a su servicio, sucesivamente o simultáneamente, Jorge de Trebisonda, el joven Chrysoloras, Lorenzo Valla, Bartolomeo Fazio y Antonio Panormita, quienes se convirtieron en sus historiadores; Panormita era el responsable de explicarle a él y a su corte, todo lo que concernía al historiador Tito Livio, y sus lecciones diarias ni siquiera fueron interrumpidas por las campañas del príncipe. Panormita cuenta que Vitruvio era la biblia del rey cuando rehizo su Castel Nouvo. Su nieto Alfonso II, mandó traducir el Tratado de arquitectura civil y militar (1492), del arquitecto Francesco di Giorgio Martini. Estos eruditos le costaban 20.000 florines de oro al año; además del salario anual de 500 ducados que concedía a Fazio, le donó la suma de 1.500 florines de oro por su De rebus gestis ab Alphonso I y cuando hubo terminado el libro, le escribió: «No pretendo pagaros vuestro libro, porque es uno de los que no se pueden pagar, aunque os diera una de mis mejores ciudades; pero con el tiempo, trataré de pagar mi deuda con vos». Convertido en el secretario personal del rey, Fazio le dedicó en 1456 su libro De viris Illustribus (Los Hombres ilustres).
En el campo de las artes, fue con un lenguaje basado en gran medida en el de la antigua Roma imperial que Alfonso trató de establecer su legitimidad a los ojos de los italianos. En su biografía, Panormita lo comparaba a los emperadores romanos de origen español, Trajano y Adriano. Ambos eran considerados como los «mejores» emperadores, en el sentido cristiano, junto con Marco Aurelio.
Por sus imágenes humanísticas y caballerescas, Pisanello fue capaz de satisfacer los gustos de Alfonso. Así, encontramos un eco mítico del soberano en las epopeyas caballerescas catalanas Tirant lo Blanch de Joanot Martorell y en el Curial e Güelfa, que reflejan la situación política del rey frente a los angevinos y el papado.
El interés de Alfonso por la iconografía imperial y los textos de la Antigüedad, era tan real y personal, que decidió el curso de su vida. Su famosa biblioteca contenía los escritos de Cicerón, Tito Livio, César, Séneca y Aristóteles, que hojeaba sentado en un gran banco con vistas a la bahía de Nápoles. Sus cortesanos humanistas explicaban que mostraba una actitud casi religiosa hacia los restos de la civilización romana. Los antiguos emperadores le servían como ejemplo moral, incitándole a la virtud y la gloria. Acariciaba como una santa reliquia un hueso del brazo de Tito Livio, que había adquirido a los venecianos. Al final de su reinado, el escultor y orfebre de Mantua, Cristoforo di Geremia, lo representó en una medalla, llevando una auténtica coraza antigua y coronado por Marte y Belona.
La medalla lleva la inscripción: «Marte y Belona coronan al vencedor del reino.» Alfonso sostiene la espada de la justicia, el globo del poder imperial, y su trono se adorna con esfinges, como símbolo de sabiduría. En el anverso de la medalla figura un busto del rey, ya envejecido, en el estilo de la estatuaria romana, llevando una coraza decorada con putti alados, una nereida montada en un centauro y una cabeza de Medusa.