Ercole II d’Este (1508 – 1559).
En 1534 Ercole II sucedió a su padre Alfonso I. Durante su reinado, Ferrara goza de un período relativamente tranquilo; se reanudan las obras públicas y se retoma la vida cultural, en particular la actividad universitaria. A los veinte años (1528), Ercole se casa con Renata de Valois hija del rey Luis XII de Francia.
La vida matrimonial de Ercole y Renata fue tempestuosa, sembrada de incomprensiones, infidelidades mutuas, y divergencias políticas y religiosas. Desde su llegada a Ferrara, Renata manifestó su oposición a la política de su padrastro Alfonso I quien, después de la Paz de Cambrai, se habían aliado con el emperador Carlos V. La duquesa se convirtió al protestantismo, una religión considerada herética por la Iglesia. Contrató al poeta protestante Clément Marot como secretario privado. Su marido toleraba mal las transgresiones de su mujer y el conflicto estalló definitivamente cuando, durante la Pascua de 1554, la duquesa alejó a su hijo del sacramento de la comunión y no guardó el ayuno y abstinencia de semana Santa, como prescribía la Iglesia católica. Condenada al aislamiento, prácticamente recluida, Renata solo cedió en nombre del amor materno. Para poder volver a ver a su hijo Alfonso, abjuró públicamente el calvinismo, pero esta conversión era fingida. Después de la muerte de su marido en 1559, Renata volvió a Francia y se retiró al castillo de Montargis, donde durante los últimos años de su vida se dedicó activamente a la práctica y difusión del calvinismo. A su muerte, en Ferrara no se celebraron ritos funerarios públicos y en Francia, su funeral se llevó a cabo sin velas, como correspondía a los herejes. Tras la muerte del duque Ercole II (1559) Ferrara fue perdiendo progresivamente su carácter de ciudad cultural. Lo que había sido uno de los centros de la cultura figurativa y literaria, se convirtió en el telón de fondo de grandes espectáculos donde se acabó de consumir su identidad caballeresca y el esplendor de su época dorada.
Alfonso II d’Este (1533 – 1597)
Durante el reinado de Alfonso II el poder de la Casa de Este se iba debilitando. Ello favorecía las aspiraciones del papado que quería incorporar el ducado a sus Estados Pontificios. Y como Alfonso no tenía heredero, fue sometido a fuertes presiones, ocasionándole angustia y zozobra a pesar de su edad y sus sucesivos matrimonios con jóvenes mujeres llenas de vida: Lucrezia de Médicis, Bárbara de Austria y sobre todo Margherita Gonzaga, cuyas fiestas y bailes se hicieron famosos en toda Italia y entre la aristocracia europea de la época. El reinado de Alfonso II había comenzado en 1559 bajo el signo de una alianza matrimonial con los Médicis de Florencia. Pero la temprana muerte de su esposa Lucrezia, hija de Cosme I, y las disputas que mantenían los Este y los Médicis sobre su presencia en la corte papal y en la corte imperial, fueron envenenando las relaciones entre los dos estados. Alfonso era un hombre medianamente culto pero prefería los placeres de la corte antes que la diplomacia y la guerra; la caza, los bailes y torneos eran sus pasatiempos favoritos, en los que hacía participar a toda la nobleza de la ciudad. Quizás se había cansado de la vida militar que había llevado de joven al servicio del rey Enrique II de Francia en guerra contra los Habsburgo. Convertido en duque de Ferrara trató de evitar todos los conflictos (fue así como se dejó persuadir por el Papa de alejar a su madre a causa de sus simpatías calvinistas). La falta de hijos ensombreció los últimos años del reinado de este duque y tuvo que designar como sucesor a César d’Este, hijo ilegítimo del hermano de su padre, pero esa opción no fue aceptada por el papado, que había hecho de los Este sus vicarios en Ferrara. A la muerte de Alfonso II, la familia se vio obligada a abandonar la ciudad en la que había gobernado durante más de trescientos años, y el poder fue confiado a un cardenal legado. Esta circunstancia quizás hubiera podido evitarse, pero el fasto extravagante de la corte de Alfonso II llevado durante treinta y ocho años, supuso una carga fiscal tan enorme, que no hizo más que aumentar la impopularidad de la dinastía. Aunque César d’Este y sus sucesores intentaron hacer de Módena su capital y el centro de un nuevo y vigoroso proyecto, Ferrara vivió el ocaso de una dinastía.
En Ferrara, los juegos se convirtieron en la expresión fundamental de un modelo caballeresco basado en la cultura del norte de Europa. Entre los siglos XV y XVII, las coreografías de combates colectivos tuvieron un gran éxito entre los miembros de la aristocracia.
Lucrezia, quinta hija de Cosme I de Médicis y Eleonora de Toledo, fue la primera esposa de Alfonso II d’Este, con quien se casó en 1558 por procuración. Menos de un año después de su llegada a Ferrara, murió de enfermedad, a pesar que hubo sospecha de envenenamiento. Tenía veintiún años.
Mecenazgo de Alfonso II d’Este
La llegada de Alfonso II marcó la reaparición de la pasión por el coleccionismo de antigüedades – estatuas de mármol, jarrones de bronce antiguo, bajorrelieves, estampillas – traídas de Roma por los agentes e intermediarios del ducado. El proyecto de reorganización general de las colecciones fue confiado a Pirro Ligorio así como la biblioteca: se trataba de un ambicioso proyecto que expresaba la evolución de la forma de gabinete, diseñado como espacio reservado al ocio y al trabajo, pero también como lugar de exposición de colecciones singulares, como lo había sido Belfiore en tiempos de Leonello d’Este, y anunciando el nacimiento de la galería moderna. Es la época de fiestas, torneos, cacerías, y banquetes organizados en forma de espectáculo. La unión de la música y la escenografía, la danza y las artes de la mesa, daban forma a una magnificencia que emulaba a la de los más grandes. Todo tipo de artistas se prodigaban en realizar decoraciones y objetos para la mesa extremadamente refinados: cristales, cerámica, alfarería, bronces, esmaltes y trabajos en piedra dura engarzados en oro. Todo ello caracterizaba un tipo de banquete que tenía sus raíces en el mundo clásico, aunque se diferenciaba de este último porque sabía asociar el espectáculo a la gastronomía y a la interpretación musical. Sus ricas coreografías en las que una sucesión de platos suntuosamente adornados se acompañaba de ejecuciones musicales, acción escénica y ballet, dando lugar a una especie de ritual muy espectacular, como la famosa cena a base de pescado organizada con motivo de la boda de Alfonso II y Barbara de Austria (1565), donde el mar fue una inagotable fuente de inspiración en cada aspecto de la representación del banquete. La organización de estos banquetes impulsó la importación de suntuosas cerámicas y todo tipo de figuritas engarzadas de oro y plata, objetos cuyo elemento estético prevalía sobre su uso funcional.
Esta pintura de vibrante iluminación cromática deriva de la pintura de la escuela de Ferrara. Ello se pone de manifiesto en sus contrastes a lo Dosso que la distingue de la pintura boloñesa contemporánea. Carlo Bononi (Ferrara 1569-1632) le añade sugerencias de Ludovico Carracci derivadas de uno de sus viajes a Roma, pero las adapta a los recuerdos aun patentes de la vieja Ferrara, apasionada y caballeresca.
La arqueología, el capricho y los grutescos son los elementos esenciales de la figuración decorativa de Ferrara a finales del Renacimiento. Gracias a la difusión del grabado, de textos humanísticos y de emblemas, la ciudad enriquece su repertorio alcanzando resultados de una rara delicadeza, como en el famoso Camerino delle Duchesse una joya de la artesanía en madera dorada, y en los techos del palacio llamado Palazzina di Marfisa. Sebastiano Filippi, más conocido como El Bastianino (Ferrara 1632/02), es el protagonista de la última etapa de la figuración decorativa en Ferrara. Artista de una personalidad intelectual extraordinaria, cuyo lenguaje pictórico se basa en modelos de la madurez de Tiziano por su interpretación del tardo manierismo. Su pintura turbia y nebulosa, queda mitigada por una rica imaginación basada en referencias clásicas. Bastianino da testimonio de los últimos estertores de la cultura de la corte de Ferrara, a la vez titanesca y terriblemente perdida. Las dos principales realizaciones del artista fueron la decoración de la bóveda del apartamento ducal del castillo, con la representación de los Giochi (juegos). El fresco del Juicio Final pintado en 1576, muestra a gigantes sacados de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, pero sumergidos en un mundo visionario lleno de sentimientos melancólicos, expresados por medio de la descomposición de la materia penetrada por la luz.
Este tema a la vez profano y lúdico, pertenece a la categoría estética del grutesco y a la de los triunfos mitológicos que se caracterizan por una profusión de historias ambiguas e irónicas.
El siniestro y opresivo sistema fiscal del ducado se enfrentaba a enormes dificultades debido a los costos excesivos de las fiestas y de las Delizie, lujosas casas de campo que los Este se construían a las afueras de Ferrara, ello junto con las inversiones desastrosas en la cruzada contra los turcos al lado del papado y del emperador Maximiliano II. La decadencia era inevitable: a principios de 1598 la corte se marchó de Ferrara y tuvo que dar paso a los hombres de Clemente VIII, encabezados por el cardenal Aldobrandini, legítimo y feliz heredero de los bienes – incluyendo las colecciones de arte – de la duquesa Lucrezia d’Este y de Urbino, hermana de Alfonso II. La corte se trasladó a Módena, la segunda ciudad del Ducado y sometida al gobierno papal. Las obras maestras de Giovanni Bellini, Tiziano y Dosso Dossi tomaron el camino de Roma.
Con el traslado de la corte de los Este a Módena, la gran pintura de Ferrara experimentó un cierto renacimiento gracias a pintores como Ippolito Scarsella llamado «lo Scarsellino», Carlo Bononi y las primeras creaciones del joven Guercino (San Sebastián atendido por Irene). Nacido en Cento, a pocos kilómetros de Ferrara – El Guercino, primer pintor de Bolonia y de todos los Estados Pontificios, fue muy popular entre los aristócratas, cardenales, papas y soberanos. A finales de 1592, llegan de Bolonia las obras del joven Agostino Carracci para decorar uno de los plafones de las estancias de Cesare d’Este en el Palacio de los Diamantes (Galatea de 1592). Resurgió un nuevo y reformado estilo de pintura heredero de la antigua Escuela de Ferrara y donde se evidencia la nostalgia del pasado.