Édouard Manet (1832-1883) y Edgar Degas (1834-1917) fueron personajes clave en la nueva pintura de las décadas de 1860 y 1880. La exposición del Museo de Orsay, que reúne a ambos pintores destacando sus contrastes, nos obliga a evaluar nuevamente su verdadera complicidad. Exhibe lo que había de heterogéneo y conflictivo en la modernidad pictórica, y revela el valor de la colección de Degas, en la cual Manet ocupó un lugar más importante después de su muerte.
Reunir a artistas tan cruciales como Manet y Degas no puede limitarse a identificar los parecidos entre sus respectivos corpus. Es cierto que entre estos actores esenciales de la nueva pintura de los años 1860-1880 no faltan analogías en cuanto a los temas que impusieron (desde las carreras de caballos hasta las escenas de café, desde la prostitución hasta la bañera), los géneros que reinventaron, el realismo que abrieron a otras potencialidades formales y narrativas, el mercado y los coleccionistas que supieron conquistar, los lugares (cafés, salas de espectáculos) y los círculos familiares (Berthe Morisot) o de amistades, en los que se encontraban.
Antes y después del nacimiento del impresionismo, abordado por la exposición bajo una nueva perspectiva, sus diferencias y oposiciones son aún más evidentes. De formación y temperamento contrastados, no compartían los mismos gustos literarios y musicales. Entre 1873 y 1874, sus opciones divergentes en términos de exposición y carrera empañaron su incipiente amistad, una amistad reforzada por su experiencia común de la guerra de 1870 y las consecuencias de la Comuna. Un ejemplo de sus diferencias es la búsqueda de reconocimiento del primero, que contrasta con la obstinada negativa del segundo a utilizar los canales oficiales de legitimación. Y si consideramos el ámbito privado, una vez pasados los años de juventud, la divergencia es total. La sociabilidad de Manet, muy abierta y rápidamente brillante, así como sus elecciones domésticas, contrastan con la existencia secreta de Degas y su reducido entorno.
En Degas Danza Dibujo, donde se habla mucho de Manet, Paul Valéry habla de esas «coexistencias maravillosas», que delimitan estas personalidades disonantes. Porque reúne a Manet y Degas, destacando sus contrastes, y muestra cuánto se definen a sí mismos distinguiéndose, esta exposición, sublimada por obras maestras nunca antes reunidas y una asociación sin precedentes, nos obliga a observar bajo una nueva perspectiva la complicidad efímera y la prolongada rivalidad entre ambos gigantes. La visita destaca aún más la conflictividad, heterogeneidad e imprevisibilidad de la modernidad pictórica, en su punto de eclosión, auge y éxito. Destaca la importancia de la colección de Degas, en la cual, tras la muerte de Manet, éste ocupa un lugar cada vez más importante. La muerte los había reconciliado.