¿Qué papel desempeñaron las mujeres artistas en la Italia de finales del Renacimiento y durante el Barroco? ¿Qué camino tomaron en un mundo gobernado por hombres? Estas son las preguntas que el Museo de Bellas Artes de Gante (MSK) estudia en su exposición de otoño, Las damas del Barroco, artistas de los siglos XVI y XVII en Italia, a través de una selección excepcional de pinturas procedentes de prestigiosos museos como la Galería de los Uffizi (Florencia), el Palazzo Barberini (Roma), la Gemäldegalerie (Berlín), o la Galleria Borghese, y los descubrimientos realizados en colecciones privadas. Muchas de estas pinturas nunca o raramente han sido vistas. La exposición presenta obras de Sofonisba Anguissola (1532-1625), Lavinia Fontana (1552-1614), Fede Galizia (1578-1630), Artemisia Gentileschi (1593-1652), Orsola Maddalena Caccia (1596-1676), Giovanna Garzoni (1600-1670), Virginia da Vezzo (1601-1638) y Elisabetta Sirani (1638-1665), para poner de relieve el papel de las mujeres en la práctica pictórica italiana de 1550 a 1680. Entre ellas, la figura de Artemisia Gentileschi (Roma 1593 – Nápoles, 1652) ocupa un lugar destacado. Artemisia, como su padre Orazio Gentileschi, se formó en la escuela del realismo dramático de Caravaggio. Con sus obras, compitió con sus colegas masculinos y obtuvo importantes éxitos. Artemisia fue elevándose gradualmente por encima de su condición social y aún hoy simboliza la lucha contra la autoridad artística: primero, contra la autoridad de su padre, luego, y todavía con más fuerza, contra las restricciones generales de libertad que era la suerte de las mujeres.
En Venecia, Roma, Nápoles y Bolonia, las mujeres artistas tienen un punto en común que las hace ocupar un lugar especial en la estética de la pintura barroca. Estas mujeres habían hecho de la pintura su oficio, y por este solo hecho podían rivalizar con los maestros contemporáneos y con sus talleres. Los retratos y autorretratos que inevitablemente se esconden detrás de sus figuras alegóricas, mitológicas y religiosas contienen una gran carga naturalista. Este mismo naturalismo se refleja en sus arreglos de flores y frutas, símbolos tradicionales de la fugacidad de las cosas y de fertilidad, que fueron transformados por ellas en instrumentos poderosos de infracción y de oposición.