La exposición El Nueva York de Edward Hopper del Whitney Museum, traza la permanente fascinación del artista por la ciudad, revelando una visión de Nueva York que es una manifestación tanto del propio Hopper como un registro de la ciudad que lo rodea. En efecto, para Edward Hopper, Nueva York era una ciudad que existía en su mente a la vez que en el mapa, un lugar que tomó forma a través de la experiencia, la memoria y el imaginario colectivo. En sus últimos años indicó, “es la ciudad americana que mejor conozco y que más me gusta”.
Nacido en 1882 en el pueblo de Nyack a orillas del río Hudson, en el estado de Nueva York, Hopper conoció Manhattan durante visitas familiares. Luego de terminar sus estudios medios superiores, iba regularmente a la ciudad en ferry para asistir a clases de arte y a donde eventualmente se mudó en 1908. Desde 1913 hasta su muerte en 1967, vivió y trabajó en un apartamento en Washington Square Park, donde pasó de ser un prometedor ilustrador independiente a uno de los artistas más célebres del país. A lo largo de su carrera, en frecuentes caminatas por el vecindario y viajes en trenes elevados, Hopper observó asiduamente la ciudad, perfeccionando su comprensión del entorno de sus construcciones y las particularidades de la experiencia urbana moderna. El Nueva York de Hopper, sin embargo, no era un retrato exacto de una metrópolis del siglo veinte. En el transcurso de su vida, la ciudad experimentó enormes cambios, los rascacielos alcanzaron alturas que rompieron todos los records, las construcciones se multiplicaron en los cinco distritos y aumentaron exponencialmente su población cada vez más diversa; su representación de Nueva York seguía siendo a escala humana y mayormente despoblada.
Hopper dejó de lado el emblemático Nueva York y sus pintorescos sitios de referencia como el puente de Brooklyn y el Empire State Building, en su lugar volcó su atención hacia lugares poco conocidos e incluso ignorados y pequeños espacios fuera de los trayectos más frecuentados; atraído por el choque incómodo de lo viejo y lo nuevo, lo cívico y residencial, lo público y privado que capturaban las paradojas de una ciudad cambiante. De todas formas, la influencia de las relaciones humanas que Hopper atribuye a la ciudad no es muy positiva. El universo de Edward Hopper está hecho de soledad y de aislamiento humano.