Artista virtuoso, prolífico e inclasificable, Louis-Léopold Boilly (1761-1845) fue el cronista de París durante sesenta años, desde una revolución hasta los albores de otra (1789 y 1848). Fue a la vez retratista de parisinos, pintor de escenas urbanas, inventor de llamativos trampantojos y autor de picantes caricaturas que lanzaban una mirada divertida, incluso mordaz, sobre sus conciudadanos. Al artista le gustaba escudriñar los lugares y los rostros de París. Se hizo famoso en el arte del retrato fijando los rostros de los parisinos en pequeños formatos que se convirtieron en su marca. Su gusto por la provocación, así como por el virtuosismo técnico, se manifiesta en sus trampantojos, de deslumbrante calidad ilusionista. Esta exposición monográfica en el Museo Cognacg-Jay explora la abundante carrera de Boilly a través de 130 obras que nos invitan a descubrir la singularidad del artista, su brillantez, su humor y su inventiva. La muestra presenta varias obras maestras nunca antes expuestas al público o que se exponen por primera vez en Francia. La exposición también revela el refinado juego que el artista mantiene consigo mismo. Pinta autorretratos llenos de sorna, multiplica sus firmas y se cuela entre los protagonistas de sus escenas multitudinarias, como Alfred Hitchcock lo hizo en sus películas. Estas estratagemas crean una relación de complicidad entre el artista y el espectador. A lo largo de la exposición, se invita al visitante a encontrar el rostro o las pistas de la presencia de Boilly en una lúdica búsqueda del tesoro.
La exposición rinde homenaje a un amante de París. Originario del norte de Francia, Louis-Léopold Boilly se lanzó a la conquista de la capital en vísperas de la Revolución Francesa, en 1785, y nunca la abandonó.
¡Oh! ¡Deambular por París! ¡Una existencia deliciosa y encantadora! Pasear es una ciencia, es la gastronomía del ojo. Pasear es vegetar; pasear es vivir. […] Pasear es gozar, coleccionar comentarios ingeniosos, admirar escenas sublimes de desgracias, amores, alegrías, retratos graciosos o grotescos; es sumergir la mirada en el fondo de mil vidas […]. Honoré de Balzac, Fisiología del matrimonio, 1829