Magnasco: el pintor anticonformista
Alessandro Magnasco, llamado Lissandrino (Génova 1667-1749), hacia 1678 marchó a Milán donde estudió a los pintores lombardos del siglo XVII. El conocimiento de las obras de Sebastiano Ricci y los contactos con pintores de género lombardos como Cifrondi, Todeschini y Bellotto fueron decisivos dando origen a sus pinturas satíricas muy típicas. Además de una larga estancia en Florencia (1703-1710) donde encontró protección con Fernando de Médicis y conoció la obra de Giuseppe M. Crespi, el pintor ejerció su actividad, muy apreciada por el público, principalmente en Lombardía (frescos para el castillo de Brignano d’Adda, 1716); en 1735 regresó a Génova, pero su reputación allí era bastante débil. Ciertas influencias nórdicas no fueron ajenas a la formación de su estilo, elaborado en los círculos artísticos ligurios y lombardos. Referencias precisas al arte del Norte se descubren en la acentuada tendencia del pintor a la caracterización de sus pequeños personajes: flacas siluetas de monjes, mendigos, acróbatas realizadas a base de pinceladas rápidas en vastos fondos oscuros y teatrales.
El gusto por las «coreografías picarescas», heredadas de los bamboccianti y de Jacques Callot, no excluye sin embargo, una vena satírica singularmente progresista sobre temas variados: el orgullo aristocrático (Recepción en un jardín de Albaro, Génova, Palazzo Bianco) la credulidad popular (Quatro brujas, Génova, colección privada) el fanatismo religioso ( La sinagoga, Cleveland) o el mundo eclesiástico (Concierto de monjes, Milán, colección privada). En los trabajos tardíos, la rasgadura de la materia pictórica se acentúa mientras que la visión se vuelve más inestable y fantástica, encendiéndose de luces repentinas que iluminan conventos en ruinas o paisajes de tormenta (El robo sacrílego, 1731, Siziano, Santa Maria di Campomorto; Frailes en el refectorio, Bassano; Interrogatorio en la prisión, Frankfurt, Kunstinstitut) con efectos de una sorprendente intensidad dramática.
A Magnasco, el reconocimiento a su obra comenzó a una época tardía, a principios del siglo XX, gracias al cambio de gusto en pintura y el impulso de la expresión en detrimento de la representación. Con la aparición del cubismo en Francia y el expresionismo en Alemania se despierta el interés por los artistas considerados hasta entonces como marginales. A partir de entonces, la pintura de Magnasco es considerada como la de un émulo del Greco (cuyas obras habría visto en Italia) o un precursor de Goya. Resulta muy revelador que la primera exposición de sus obras fuera en Berlín en 1914 y, a pesar de la guerra, la muestra circulara después por otras ciudades europeas.
El universo de los marginados
La abundante producción de Magnasco se reparte más o menos a partes iguales entre temas profanos y temas relacionados con la religión. Entre los primeros, el artista representa todo tipo de seres humanos marginales: soldados fuera de servicio, músicos callejeros, jugadores, cíngaros y mendigos. La cantidad y variedad de actividades que realizan (y que representa Magnasco) son impresionantes. Vemos a charlatanes con sus linternas mágicas, a cantantes callejeros pidiendo limosna y también adivinos diciendo la buenaventura. Los soldados son los personajes que Magnasco representa con más frecuencia, en plazas, tabernas o bodegas. Durante los años milaneses del artista, apareció en su pintura otro grupo de indivíduos marginales: los personajes de la comedia dell’arte en su vida cotidiana, no en representación como los otros saltimbanquis, es decir, como los representaba Watteau por ejemplo, apareciendo discretamente entre personajes ordinarios de la ciudad y el campo. Magnasco elige un único personaje, Polichinela, y lo convierte en el representante de la humanidad: un mundo habitado sólo por Polichinelas, papel de la commedia que se presta bien a ello. Polichinela no tiene un perfil bien definido, se adapta fácilmente a cualquier situación.
Casi todos los seres que Magnasco representa interaccionan unos con otros, y es en común que se involucran en danzas imaginarias. Han perdido los rasgos distintivos de sus rostros y han sido reducidos a un gesto, una pose, un movimiento.
El color marrón que domina en esta pintura, casi monocromática, se ve interrumpido solo por pequeños toques de blanco, amarillo o azul pálido en las ropas. En el centro, un Polichinela con aspecto holgazán y algo siniestro, se dispone a llevarse un trozo de comida a la boca. El resto de los personajes, ataviados con el sombrero reglamentario, uno toca la guitarra y varios niños y un gato, comen a su lado. Vemos la marmita de donde sale el vapor y el fuego de la chimenea. A la derecha, una Colombina obesa está hilando. La escena parece que transcurra en plena calle, frente a una casa y bajo los lienzos de una tienda de campaña. Los movimientos de los personajes dan a la escena un aire de bacanal, incluso de infernal regocijo.
El propio pintor se muestra a sí mismo como perteneciente a este universo de marginales. En una escena que representó en varios cuadros, vemos al artista en una habitación de su casa trabajando frente al caballete. Ha tomado como modelo a un músico callejero, un mendigo que adopta una pose pintoresca. No lejos del pintor hay una mujer descalza que alimenta a su hijo.
Crimen y castigo
Un tema relacionado con la vida de los marginados podría designarse con la fórmula de «crimen y castigo». La fuente de inspiración de Magnasco fueron seguramente los grabados de Jacques Callot, en concreto Las miserias y los males de la guerra. Dos de estos grabados servirán como modelo para sus cuadros, El robo sacrílego y El hospital: la composición general y la arquitectura de los edificios se reproducen fielmente, pero las figuras de Magnasco son mucho más dinámicas que las de Callot. En su cuadro Interrogatorio en la prisión, el castigo de los criminales no es menos cruel que sus crímenes. Una pintura llamada hoy La escuela de pícaros muestra una escena que podría ilustrar una página de Olivier Twist: un anciano sentado en medio de un vasto espacio observa a sus discípulos que aprenden el oficio de malhechor. Pero el pincel de Magnasco es puramente descriptivo, no se observa ningún juicio moral con respecto a esas actividades, el pintor parece estar más interesado en el ritmo gráfico dibujado por los cuerpos que en el alcance social de sus actos. Magnasco no quiere ignorar los aspectos más oscuros de la existencia humana, los crímenes cometidos y el consiguiente castigo, pero no impone ningún juicio al espectador y no muestra patetismo. La representación cruda de la tortura, que recuerda las que sufrieron los mártires cristianos, no puede dejar de suscitar cierta aprensión. El pintor representa otras escenas de malhechores, incluido un ataque de diligencia, tema que tratará varias veces, y para el que también podía haberse inspirado en un grabado de Callot.
Magnasco representa los edificios del puerto, los galeotes (junto a los cuales se encuentran sus compañeras) encadenados, rodeados y empujados por los guardias a caballo; en medio de la escena, se interroga a un prisionero colgado de una cuerda.
Otra pintura establece una transición entre el mundo criminal y el sobrenatural. El punto de partida es un evento bien documentado: una iglesia de Milán es atacada por ladrones que quieren apoderarse de sus tesoros. De noche, entran por una ventana utilizando una escalera. En ese momento, según contaron los mismos ladrones detenidos, intervienen fuerzas del más allá: la Virgen aparece rodeada de nubes para mostrar su descontento, desencadenando la aparición de numerosos esqueletos del cementerio adyacente que atacan a los ladrones, quienes, aterrorizados, escapan.
Magnasco y las ordenes mendicantes
Anticonformista, solidario con los humildes, moderno, curioso. Alessandro Magnasco, fue un pintor innovador que miraba la realidad de su época con ojo critico. Hoy, y desde nuestra perspectiva, se le podrían atribuir sentimientos anticlericales por las numerosas escenas que pintó sobre la vida de los monjes, especialmente de las órdenes mendicantes. Magnasco asume una posición frente al debate en torno a la corrupción de las órdenes monásticas, que se estaba produciendo justo en los años en que el pintor llevó a cabo sus obras. Inmensos refectorios monacales, o bien grupos de monjas sentadas en el suelo alrededor de un mantel. Las actividades de higiene de los monjes, como en Los hermanos barberos, donde vemos a un hermano cortar el cabello de su compañero cliente, otro afilando la navaja, un tercero afeitándose su propio cuello. En El hogar, un grupo de monjes se han reunido en una sala y acercan sus pies descalzos al fuego que arde en la chimenea abierta; todas las líneas del cuadro son en zigzag, incluidas las que forma el humo. Los colores, nuevamente escasos, van del marrón claro al marrón oscuro.
Llama la atención que las numerosas pinturas donde Magnasco representa a los religiosos en actividades relacionadas con su vocación, orando o confesando, no crean un ambiente diferente al de aquellas en las que actúan en actividades seculares. Alessandro Magnasco se preocupa a la vez por mostrar los detalles materiales de la actividad que representa y por someter esa actividad a las exigencias de equilibrio y ritmo, específicas de cada pintura. Los representantes de la religión son tratados por el pintor como hombres ordinarios, del mismo modo que trata a los marginados.
En en cuadro El chocolate, el artista de Liguria despliega su ironía contra un grupo de monjas que descansan en lo que debería ser su celda, pero que en realidad es un suntuoso interior típico de una vivienda aristocrática. El chocolate, verdadero protagonista del cuadro, lo toma la monja que ocupa el centro de la composición mientras lo va revolviendo levantando el dedo meñique. La niña sentada a su lado, vestida y peinada como una dama, se toma el chocolate mientras juega con un perrito. Hay numerosos espejos y cuadros, dos sirvientas haciendo la cama y una novicia que le arregla el velo a la hermana sentada frente al tocador. El hecho de que el chocolate desempeñe un papel importante en el cuadro, es la base de la crítica de Alessandro Magnasco: en aquella época, el precio del chocolate era tan alto que solo era accesible para las clases más elevadas, convirtiendo este alimento casi en un símbolo.
Bibliografía
Todorov, Tzvetan. La peinture des Lumières. De Watteau à Goya. Seuil, 2014
Collectif. Alessandro Magnasco. Mondadori Electa, 1996
Francine Guelfi, Fausta. Alessandro Magnasco, Soncino, Gênes, 1991
Collectif. I grandi maestri de la pittura italiana del settecento. Rizzoli, 1962