Las Sibilas en la Antigüedad
La mitología grecorromana enumera varias sibilas, profetisas inspiradas por el dios Apolo quien, según la leyenda, les otorgó el don de la videncia, y dictaban los oráculos de varias partes del mundo mediterráneo. La más famosa de las diez sibilas conocidas de la mitología romana era la Sibila de Cumas o Cumana. Ella fue la que acompañó Eneas a los Infiernos. Para poder descender a las entrañas de la tierra, Eneas debía llevar una rama dorada y haber ofrecido sacrificios a los dioses. La Sibila lo condujo entonces a través de los diversos campos del inframundo: el de los inocentes, muertos de forma prematura o injustamente; el de los héroes caídos en combate; el campo de los llorosos, donde residen las sombras víctimas de su propia pasión. Siempre guiado por la Sibila, llegó a los Campos Elíseos, morada feliz de las sombras virtuosas, donde escuchó la música de Orfeo y encontró a su padre Anquises. Éste le mostró cómo funcionaba el mundo y cómo algunas almas vuelven a encarnarse sobre la tierra, purificadas después de mil años de pruebas, pero sin recordar sus vidas anteriores.
Miguel Ángel pintó una figura femenina marcada por la edad, pero dotándola de un vigor extraordinario. La energía con la que sostiene el libro sobre el que inclina su cara arrugada, los colores fríos de la ropa y los tonos metálicos le dan un cierto aire iracundo, signo de la gravedad de sus profecías. Según la tradición, una famosa colección de profecías sibilinas, los Libros Sibilinos, proponían a los romanos el remedio y las medidas adecuadas para reconciliarse con la divinidad. Estos libros habían sido adquiridos por el rey Tarquinio el Soberbio, el último de los siete reyes de Roma, a una anciana (la sibila de Cumas). Más tarde, los libros fueron guardados hasta el final de la República en el templo de Júpiter en el Capitolio, para ser consultados sólo en situaciones excepcionales.
Fue en el siglo XV cuando aparecieron las primeras representaciones de las Sibilas (la iconografía antigua de estas profetisas es muy escasa). Las diez figuras del Templo Malatestiano de Rímini, en la llamada Capilla de los antepasados van acompañadas por dos profetas. El escultor Agostino di Duccio les otorga tensas facciones, anima los pliegues de sus ropajes y despliega filacterias donde se inscriben las frases características tomadas del tratado de Lactancio, Las Instituciones Divinas. Por primera vez en una iglesia, las figuras de las sacerdotisas no aparecen asociadas a temas sagrados (la Anunciación o la Natividad), sino que se adaptan perfectamente al programa humanista del templo. La edición de 1465 del Tratado de Lactancio (aproximadamente 250-325) dio una nueva coherencia al tema, sobre todo en los países del norte. En Italia, no hizo más que confirmar el interés popular por las antiguas sacerdotisas, cuya prueba más notable es la introducción de nueve sibilas (1482-1483) acompañadas por Hermes Trimegisto (1488) en los magníficos mosaicos del pavimento de la Catedral de Siena, totalmente cubierto con marquetería de mármol hasta el atrio. Se trata de una obra suntuosa e imaginativa única en el mundo. Sólo Siena podía concebir un proyecto tan grandioso como el de poder caminar sobre una verdadera galería de cuadros. En la obra intervinieron cuarenta artistas (de 1372 a 1551) y se emplearon diversas técnicas. Algunas partes del pavimento fueron realizadas mediante inyección de grafito y otros pigmentos, y otras partes en marquetería. Los colores dominantes son el blanco y el negro, pero Domenico Beccafumi (1486-1551), uno de los más prestigiosos pintores de Siena, alcanzó un alto grado de eficacia pictórica utilizando también mármoles grises y rojos.
«Desde su santuario, ella propaga el horror sagrado de sus oráculos ambiguos y ruge en su caverna, donde la verdad se envuelve de sombras.» Virgilio, Eneida.
De pie, envueltas en ropas ceremoniales, calzadas con sandalias, las sacerdotisas destacan contra el fondo liso del pavimento. Una primera inscripción, tomada de Lactancio, contiene el nombre de cada una de ellas. Una segunda inscripción, llevada en su caso, por angelotes, esfinges, un trípode o por serpientes, describe cada profecía; en ocasiones, como si fueran santos anunciadores del mensaje divino, las sibilas aparecen con el libro abierto que muestra la afinidad entre la «fe» pagana y la cristiana (como es el caso de las sibilas de la Capilla Sixtina). Todo un despliegue de sabiduría que une la filosofía humanista de Ficino con un hermoso Hermes Trimegisto que completa la série de sibilas.
Este mosaico del pavimento de la Catedral de Siena, representa a Hermes Mercurio Trismegisto de pie frente a un discípulo con turbante que recibe con muestras de respeto su libro. El príncipe del hermetismo con gran sombrero oriental, lleva barba y cabellos largos que se esparcen sobre una amplia capa de cuello ancho. Su mano izquierda se apoya sobre una inscripción de Asclepio que sostienen dos esfinges, alegoría de un fabuloso Egipto y piadosa evocación del sabio pagano por excelencia.
Lactancio situa Hermes Trimegisto y las sibilas, entre los profetas que predijeron el cristianismo a los paganos: «Deus omnium creator secum deum fecit visibilem et hunc fecit primum et solum quo oblectatus est et valde amavit proprium filius qui appellatur sanctum verbum» dice la inscripción.
A la tradición popular se superpone así, después de 1460, la reaparición erudita de estos personajes situados exactamente en la articulación del mundo pagano y el cristiano. Su grandeza era debida a dos características, el furor divinus que los agitaba y el conocimiento oculto que promulgaban.
Las Sibilas en la pintura
Después de muchas dificultades con el clero de Santa Maria Novella, fue finalmente en Santa Trinidad que el banquero Francesco Sassetti decidió construir su capilla funeraria colocando cara a cara, su sarcófago y el de su esposa Nera. La decoración a fresco encargada a Ghirlandaio narra los episodios de la vida de San Francisco, patrón del comitente. En la fachada de la capilla, encima del blasón de la familia, Ghirlandaio pintó la Sibila que profetiza a Augusto el advenimiento del reino de Cristo, profecía que se cumplirá en el sarcófago que figura en el retablo de la Adoración de los Pastores que el mismo artista pintó en el altar. En las bóvedas están representadas cuatro Sibilas rodeadas de festones de frutas de colores brillantes contra un fondo azul estriado de rayos de oro.
El fresco representa un episodio de la Leyenda Dorada, en la que el emperador Augusto, siguiendo una visión celestial mostrada por la Sibila Tibur, renunció a ser adorado como un dios por los romanos. Esta escena anticipa el acontecimiento que anuncian las cuatro Sibilas de la bóveda en sus filacterias, el nacimiento de Cristo representado en el retablo, encima del altar.
A lo largo de su carrera artística, Filippino Lippi siempre había mostrado su interés por las alegorías didácticas (Alegoría de la música, 1500, Berlín). En la capilla fundada por el cardenal Carafa en Santa Maria sopra Minerva, el pintor representa cuatro sibilas rodeadas de ángeles que profetizan los acontecimientos de la historia sagrada. Sentadas sobre nubes, la postura de las Sibilas varía dependiendo de la forma en que cada una de ellas sostiene la filacteria que lleva la inscripción explicativa, girando el cuerpo o la cabeza.
Cuando Perugino (Pietro Vannucci) fue comisionado en 1500 por la Señoría de Perugia para decorar el Colegio del Cambio, el artista se hallaba en la cúspide de su fama: « E il meglio maestro d’Italia », escribía a su padre el banquero Agostino Chigi. Desde la decoración de la Capilla Sixtina, era considerado uno de los grandes maestros de la Toscana, como Botticelli o Filippino Lippi. Para llevar a cabo al programa iconográfico desarrollado por el humanista Francesco Maturanzio, Perugino adopta una línea pictórica que combina los ideales literarios clásicos y la representación correcta y rigurosa de la imagen.
En el gran luneto con los Profetas y las Sibilas, Perugino coloca dos grupos simétricos de seis personajes llevando filacterias en las que van escritas sus profecías. La historiografía local del siglo XVII habla de la presencia del joven Rafael en Perugia como asistente de su maestro Perugino. Una hipótesis que suscitaría encendidos debates: «en los frontispicios, en las bóvedas, las maravillosas figuras pintadas, trabajadas a fresco de la excelente mano de Pietro Perugino, creemos que podrían ser de Rafael de Urbino…» (Crispolti). O, «Rafael de Urbino pintó la bóveda con grutescos e hizo en pocas horas, para asombro de su maestro, la cabeza de Cristo transfigurado…» (Lancellotti).
También Miguel Ángel en la Capilla Sixtina manifestó su interés por los valores espirituales relacionados con las antiguas sibilas. El artista sólo conservó las cinco primeras figuras de la lista de Lactancio, alternándolas con los profetas de las que son su versión femenina. Se presentan como depositarias de la visión teológica y probablemente fueron distribuidas en relación con las storie de la bóveda. Representan las distintas fases del tormento del alma, en un conjunto que ya no es histórico, sino doctrinal. Tolnay indica que la selección e interpretación de Miguel Ángel, se basa en el texto de Marsilio Ficino.
Por último, Rafael no podía ignorar a su vez este ennoblecimiento de la Sibila: en 1514, dispone a dos niveles en el frontispicio de la nueva capilla de Santa María de la Paz, de Agostino Chigi, un grupo de sibilas y un grupo de profetas. La Cumana, la Pérsica, la Frigia, la Tiburtina cuyos nombres se designan en pergaminos escritos en griego, excepto el de la Frigia. La respuesta a la Sixtina de Miguel Ángel se percibe en las actitudes, los drapeados, la proliferación de ángeles y putti. Sólo hay más suavidad en las miradas: el reino de las visiones proféticas entra aquí en el del amor; Rafael ha precisado así su sentimiento confiando al pequeño genio alado de la parte central del arco – similar al de la Estancia de la Signatura – una antorcha encendida. Es el emblema común del furor amatorius y del vaticinum: en un primer esbozo que se conserva, el genietto levanta dos platillos.
Dispuestas en guirnalda alrededor del arco de la entrada de una de las dos capillas patrocinadas por Agostino Chigi en Santa Maria della Pace, las Sibilas de Rafael se refieren claramente a las sibilas de Miguel Ángel. Sin embargo, a las figuras aisladas de éste último, Rafael opone un movimiento flexible y continuo. Tras el éxito de la Estancia de la Signatura, el artista tuvo que hacerse cargo de numerosos trabajos para Agostino Chigi, un momento clave en la vida artística de Rafael que puede ser considerado como el más importante de su segundo período romano. Además, el banquero papal tuvo un papel destacado en la popularidad de las actividades culturales y artísticas que florecieron en la ciudad durante el papado de Julio II.