Con la muestra Rafael y Perugino alrededor de los dos Desposorios de la Vírgen, la Pinacoteca di Brera de Milán presenta por primera vez en Italia después de doscientos años, el gran retablo de Perugino gracias al préstamo excepcional del Museo de Bellas Artes de Caen, que se podrá confrontar con la obra maestra de su alumno Rafael sobre el mismo tema. Cuando Pietro Vannucci, conocido como Perugino pintó su versión de los Desposorios de la Virgen, el artista dirigía uno de los más prestigiosos talleres italianos del Renacimiento; su reputación se basaba principalmente en el papel clave que desempeñó en la decoración de la Capilla Sixtina unos veinte años atrás. La fama del maestro atrae a su taller a numerosos artistas, incluyendo – según nos indica Vasari – al joven Rafael, hijo del pintor Giovanni Santi, nacido en Urbino en 1483, a la sombra del palacio ducal de los Montefeltro. Tomando como modelo los Desposorios de la Virgen de Perugino, el joven alumno realiza su sorprendente versión del retablo, que también marca el final de su aprendizaje, antes de trasladarse a Florencia.
El retablo de Perugino, encargado por la Hermandad de San José para la catedral de San Lorenzo, en Perugia, se llevó a cabo entre 1499 y 1504, mientras que el de Rafael se realizó en 1504 para la capilla de San José de la Iglesia de San Francisco de Cita di Castello, a sesenta kilómetros de distancia. El esquema compositivo de Perugino retoma el famoso fresco de La entrega de las llaves de la Capilla Sixtina, adaptado a la verticalidad de un retablo. La pintura ofrece una vez más una puesta en escena de la ciudad, un imponente edificio religioso de planta circular en el fondo y un punto de fuga central, mientras que las figuradas agrupadas por debajo de la línea del horizonte en el primer plano, se muestran cerca unas de otras. Rafael nos ofrece lo que es casi una imagen espejo de la composición de su maestro, pero supera la diferencia creando una armonía entre la arquitectura y el mundo natural; las figuras están dispuestas a lo largo de semicírculos que siguen la forma de la cúpula y del propio retablo. Una gracia etérea envuelve todo el conjunto, apenas velada por una sutil melancolía.