El Modernismo o la nacionalización de la cultura
Con el nombre de Modernismo se designa el periodo de la historia del arte comprendido entre el impresionismo y las primeras vanguardias; lo podemos situar entre 1890 y 1910, aproximadamente, y en Cataluña.
Este movimiento cultural y artístico coincidió e influenció en el desarrollo social y político de una burguesía catalana que necesitaba definirse políticamente y que encontró en el Modernismo una manera de manifestarse. Se introdujeron las novedades culturales europeas: Ibsen, el teatro del simbolista belga Maeterlinck, el pensamiento de Nietzsche, el wagnerianismo, y la revista L’Avenç se convirtió en el órgano del modernismo catalán. Esta corriente cultural y estética, que se desarrolló con fuerza en toda Europa, englobaba un amplio abanico de aplicaciones que iban desde la literatura a la música, pasando por todas las artes plásticas y aplicadas. Cada país lo adoptó a sus propias peculiaridades, recibiendo diferentes denominaciones (Art Nouveau, Jugendstil, Liberty). El Modernismo catalán, en lo que se refiere a las artes plásticas principalmente, recibió fuertes influencias de l’Art Nouveau – hay que recordar que París era el centro mundial de la cultura y el foco de atracción de las familias catalanas acomodadas -, también recibía influencias del prestigioso Gótico catalán, que el movimiento Renaixença había impulsado y que se manifestaban en estructuras de edificios, pinturas, esculturas, vidrieras, etc. y, finalmente, mostraba el deseo de aprovechar los nuevos conocimientos tecnológicos que comportaba la revolución industrial, sobre todo en la nuevas tecnologías aplicadas a la industria textil, principalmente. Pero el rasgo que destaca en el Modernismo catalán es su carácter nacional, en el hecho de estar vinculado a un proyecto político: el catalanismo.
Barcelona, a la vanguardia europea
A partir de 1893, cuando los modernistas catalanes se orientaban hacía tendencias simbolistas el Modernismo se convertirá en movimiento. À finales del siglo XIX, Barcelona fue la ciudad española más abierta a las novedades artísticas europeas, como demostró con la Exposición Universal de 1888. Cataluña era dinámica, inquieta, vital, y su burguesía era una burguesía moderna. En el último decenio del siglo, tras la clausura de la Exposición y paralelamente al nacimiento del movimiento nacionalista catalán, el Modernismo se desarrolló a manos de arquitectos (Lluís Domènech i Montaner, Josep Puig i Cadafalch y Antoni Gaudí), escritores, intelectuales y pintores que influyeron notablemente en el arte europeo del siglo XX. Barcelona rompió con su urbanismo medieval con el plan Cerdá de 1859 (Paris lo había hecho con el plan Haussmann en 1853-1869). Aquel momento de crecimiento económico como consecuencia del desarrollo industrial y de grandes inversiones, dio lugar a construcciones modernistas de todo tipo para satisfacer el gusto burgués. El periodo de máximo esplendor hay que situarlo entre 1900 y 1915, con las grandes construcciones en la ciudad de Barcelona y la expansión en toda Cataluña. A pesar de la búsqueda de las raíces nacionales, el Modernismo no se puede desvincular de su faceta moderna y cosmopolita. Así, algunos de sus representantes más emblemáticos, como el arquitecto Puig i Cadafalch, buscaba su inspiración en la arquitectura centroeuropea a la vez que utilizaba las técnicas más modernas. También la pintura de Ramon Casas manifestaba la influencia del impresionismo francés.
En París, Casas asimila de la pintura de Manet, el tratamiento meticuloso y libre de la pincelada, el gusto por los tonos pastosos y por las amplias masas de colores planos, y de Whistler, las veladuras de las sombras, los ambientes de tonos azules y grises, y la pasión por el retrato.
La influencia de París
La pintura del momento continuaba dominada por la tradición historicista, por el retrato oficial y por la influencia de Fortuny, un pintor costumbrista y detallista, en cuya paleta predominaban los negros y los ocres. El tema, la anécdota era el tema decisivo del cuadro. Roma todavía era el centro de atención de los pintores consagrados, pero París iba ganando terreno entre los jóvenes. De allí, nos llegó el Realismo, por medio de Martí i Alsina y de Joaquim Vayreda; este último fundó la Escuela de Olot en la línea de la escuela de Barbizon.
Los maravillosos paisajes de Joaquim Vayreda (Girona 1843 – Olot 1894) con sus figuras realistas encuentran un paralelo en los pintores franceses realistas y sobre todo en los paisajistas de Barbizon. Esta obra, que se ha relacionado con el Bosque de Fontainebleau de Camille Corot, buscaba transmitir alegría mostrando un grupo de pastores en un escenario natural.
Cuadro empezado durante una de las estancias del pintor en Roma. En Italia, Fortuny conoció al grupo de los Macchiaioli, los casi siempre ignorados pioneros del Impresionismo cuya pintura llamó poderosamente la atención de Fortuny.
Artistas que conocieron el mundo artístico de París y el ambiente de Montmartre que pintaron casi de forma exhaustiva, fueron Santiago Rusiñol (1861-1931) con su pintura minuciosa y detallista, las composiciones simétricamente ordenadas, la perspectiva tradicional, de paleta austera y de formas rígidas. Ramon Casas (1866-1932), cuya estancia en París databa de 1881, se convirtió el compañero inseparable de Rusiñol tanto en las exposiciones parisinas como en toda la producción que ambos pintores enviaban a Barcelona, y también como corresponsal de la revista vanguardista L’Avenç.
Santiago Rusiñol y Prats, hijo de una familia catalana de la alta burguesía textil, intelectual versátil, excéntrico e introvertido, fue el alma del movimiento modernista catalan de la última década del siglo XX. Fue la pieza clave del primitivo movimiento modernista, cuando sus componentes reunidos a su alrededor, Ramon Casas, Enric Clarasó, Raimon Casellas y de la revista L’Avenç, intentaban convencer de la necesidad de regenerar la sociedad a través del arte. Rusiñol destacó como pintor y autor literario. Su obra L’auca del senyor Esteve era un relato irónico de la formación de la pequeña y mediana burguesía barcelonesa.
La escena se situa en Montmarte como lo prueba la inimitable silueta de uno de sus molinos. La mujer sentada a una pequeña mesa, en primer plano, no mira al espectador, sino en la dirección opuesta, dando así a la escena una impresión de espontaneidad.
Con la excepción de Joaquim Mir, todos los pintores modernistas eligieron París como su segundo hogar, donde su talento fue altamente reconocido por la crítica francesa. Ricard Canals o Isidre Nonell pintores de la época posterior, a la que se ha llamado Post-modernista como es el caso de Hermen Anglada Camarasa, quien fue una estrella en la ciudad de la luz a principios del siglo XX por sus figuras de mujeres y, por supuesto, el joven Picasso, que, en su debut en la galería de Ambroise Vollard, fue recibido con éxito por la crítica y el público.
La pasión wagneriana y la empatía con la naturaleza
Los modernistas sucumbieron al encanto de la música wagneriana y a su estética que se había extendido por Europa. En el Teatre del Liceu de Barcelona se dieron representaciones teatrales con espectaculares y grandiosas escenografías que reflejaban la importancia dada a la participación de todas las artes en la concepción wagneriana que aspira a la obra de arte total. El ideal de Wagner de la unión de todas las artes (Gesammkunswerk) fue especialmente fecundo. Ejerció una gran influencia en los artistas franceses, quienes inauguraron el viaje a Bayreuth organizado por el mismo Wagner en 1876, convirtiéndose algunos años más tarde en la Mecque de los simbolistas. Los pintores modernistas toman del repertorio wagneriano una multitud de motivos y los adaptan a sus visiones personales. Decorados de Oleguer Junyent para Tannhaüser y sus magníficas vidrieras wagnerianas que enmarcan el Cercle del Liceu; el conjunto decorativo de Adrià Gual para la sala de música de la Asociación Wagneriana de Barcelona con temas de Tristán e Isolda y Parsifal. Otro artista que estuvo fascinado por el compositor fue Joaquin Mir, cuya visión panteísta del paisaje evoca sinfonías de color.
Adrià Gual, pintor y escenógrafo, en 1893 en la segunda Fiesta Modernista de Sitges, asiste al estreno de La Intrusa del simbolista belga Maurice Maeterlinck, una de las obras clave del Simbolismo. Desde aquel momento, Gual intenta ser fiel a la poética simbolista que considera básica para la renovación del teatro catalán.
Els Quatre Gats
En 1897 se abrió el café-cervecería Els Quatre Gats en los bajos de un edificio modernista barcelonés diseñado por Puig i Cadafalch. Los promotores de la idea fueron un grupo de intelectuales bohemios, hijos de la burguesía acomodada, que representaban una nueva generación con ganas de disfrutar de la riqueza acumulada y expresar sus inquietudes artísticas. Eran Ramon Casas, Santiago Rusiñol, Miguel Utrillo y el propietario del local, Pere Romeu. Todos habían hecho largas estancias en París y querían abrir un local similar a los de la capital francesa como Le Chat Noir donde predominara la libertad y la sinceridad creativa. El grupo de Els Quatre Gats hizo de puente entre el Modernismo de los años 90 y la explosión del Modernismo de 1900, momento en el que logró una enorme popularidad y abrazó un abanico social amplio, a la vez que se expandía por toda Cataluña.
En el entorno de Els Quatre Gats se reunieron diversas generaciones de artistas, principalmente pintores y escritores. Así, al lado de aquellos que habían definido el Modernismo, como Casas y Rusiñol, había miembros de la nueva generación, como el pintor Isidre Nonell, y todavía jóvenes promesas que marcaron nuevos caminos en la pintura, como Pablo Picasso. El local estaba decorado con pinturas de Ramon Casas que eran una clara alusión a los siglos XIX y XX: el tandem y el automóvil, donde el propio Casas y Pere Romeu son los protagonistas. En el local se podían encontrar todo tipo de obras nuevas o marginales, como las sombras chinas, marionetas para niños, las veladas musicales de Isaac Albéniz y Enric Granados, reuniones wagnerianas, y exposiciones de artistas jóvenes u obras consideras menores, como los carteles y los dibujos.
Luces y sombras
El crecimiento económico y la planificación urbana de proporciones excepcionales habían proyectado Barcelona en el circuito de metrópolis modernas. Al mismo tiempo, esta nueva era también produjo graves desequilibrios y generó acciones políticas y sociales que se manifiesta en una profunda inquietud moral y en violentos desórdenes de gran resonancia pública. El Modernismo catalán nace de una sociedad caracterizada por las tensiones sociales. Una sociedad obrera, conservadora y conflictiva por las condiciones de trabajo y de vida difíciles. La media de una jornada de trabajo en el sector textil era de unas 70 horas semanales. La crisis coincide con las guerras coloniales y la pérdida de Cuba y Filipinas: las fábricas tienen que cerrar o tienen que almacenar las mercaderías ante la imposibilidad de exportarlas. Las huelgas se suceden. La crisis de la filoxera destruye uno de los símbolos del crecimiento económico catalán y una de sus grandes fuentes de riqueza: la viña.
Mir situa en un impresionante primer plano unos personajes, y la Sagrada Familia en construcción al fondo de la composición. La Catedral de los pobres significa la culminación del suburbialismo propio de la Colla del Safrà grupo de pintores postmodernistas catalanes, y asimismo el claro inicio de un colorismo innovador, en la línea del Postimpresionismo europeo, patente especialmente en el segundo plano, presidido por la construcción de la gran obra de Gaudí, a quien el pintor había solicitado permiso para entrar a fin de componer su cuadro. Hay que remarcar la implicación que la obra requiere del espectador, con el personaje del mendigo que pide limosna y los otros pobres y obreros, testimonios de los difíciles tiempos que se vivía en Barcelona.
Frágil, pero orgullosa, esta figura de mujer es como un icono de la fragilidad y dignidad humana y corresponde a la época azul del artista.
El anarquismo, hasta entonces un movimiento romántico y teórico, pasó a la acción directa: atentados con bombas contra el capitán general Martínez de Campos (el ejército), el Liceu (la burguesía), el de la calle Canvis Nous el día de Corpus (la Iglesia). El ambiente de miedo era poco favorable para los actos culturales; el público dejó de ir al teatro, a los conciertos… Algunos modernistas renunciaron a sus planteamientos ácratas y el grupo se divide. La revista L’Avenç dejó de publicarse (diciembre 1893), porqué su agresividad crítica, por la persecución policial debida a la militancia anarquista de sus obreros, así que su propia imagen anarquizante le hizo perder muchos lectores. Sin el principal vehículo de intervención en la vida cultural, este quedó en manos del grupo Rusiñol-Casellas-Utrillo, que tenían la pintura vanguardista como portavoz.
Este cuadro tiene un evidente contenido social que hizo estremecer a los que vivían día a día de las revueltas revolucionarias y de sus representaciones. Alude a la huelga de 1902 y muestra una brutal carga de la Guardia Civil sobre una multitud que oye despavorida. Barcelona aparece al fondo con su paisaje típicamente industrial.