Llegada a Barcelona
En septiembre de 1895, la familia del profesor de Bellas Artes malagueño José Ruiz Blasco llegó a Barcelona, donde éste comenzaría a ejercer su nuevo cargo de profesor de dibujo en la escuela oficial de Bellas Artes conocida como La Llotja. El hijo del profesor, Pablo Ruiz Picasso, que todavía no había cumplido catorce años aprobó el examen de ingreso en el curso superior, en donde se impartía arte clásico y bodegones. En Barcelona se le abrían nuevos horizontes:
Se debatía el Modernismo, era una ciudad burguesa e industrial con una importante masa de población marginada y que se encaminaba hacia la crisis social y política. Era una capital cosmopolita muy alejada de otras ciudades españolas. El joven artista se formó, pintó, dibujó y, con pocos años de aprendizaje, empezó a conseguir un cierto reconocimiento.
L’orientación inicial de Picasso era plenamente académica, de acuerdo con los criterios aprendidos de su padre. Así se presentaría a la Exposición de Bellas Artes de Barcelona de 1896 con un óleo La primera comunión y en la Exposición Nacional de Madrid de 1897 con el todavía más ambicioso Ciencia y Caridad que seguía la moda de entonces en la pintura oficial de tocar temas sociales, y que le valió una mención honorífica. No obstante, ya en aquellos años Picasso hacía retratos y autorretratos realistas y de una intensidad sorprendente como La tía Pepa de 1896 (Museo Picasso de Barcelona).
Se trata de una obra muy estudiada, pero concebida como un «fragmento de vida», con elementos indispensables como la virtud y el simbolismo.
En 1896, la familia se trasladó a lo que sería su domicilio definitivo en Barcelona, en la calle de la Mercè, número 3, cerca de la Llotja y a donde Picasso regresaría una y otra vez desde su residencia de París. Por esas fechas también consiguió su primer estudio de pintor en el número 4 de la calle de la Plata, muy cerca de donde vivía su buen amigo Manuel Pallarés, con quien lo compartió. Picasso contaba 14 años y Pallarés era el primer amigo que tenía en Barcelona y quien lo llevaría a Horta de Ebro a pasar el verano.
Para pintar este cuadro se eligió a una pobre que mendigaba con un niño en brazos. La monja (caridad) es un adolescente disfrazado con un hábito prestado por las hermanas de la Caridad; el médico (ciencia) fue, una vez más, el padre del pintor, modelo permanente por aquellos años. La monja sostiene en brazos a un niño que, posiblemente se trata del hijo de la enferma.
El curso 1897-98 Picasso lo pasó en Madrid, para asistir a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. La escuela madrileña era la cabeza del sistema docente oficial español de Bellas Artes, y para una mentalidad académica como la del padre de Picasso, ir a estudiar allí representaba prosperar. Allá el joven alumno fue a copiar los clásicos al Museo del Prado y asistió a las clases de desnudo del Círculo de Bellas Artes, pero la experiencia madrileña en lugar de afirmar su carrera de pintor académico, más bien puso en su espíritu un fermento de rebeldía y decidió regresar a Barcelona.
A su regreso de Madrid, Picasso marchó con Pallarés a Horta de Ebro, donde dibujó repetidamente las montañas de Santa Bárbara que rodean el pueblo, la ermita de Sant Antoni del Tossal, así como innumerables bocetos y apuntes de pastores, árboles, cabras salvajes, y el lienzo Mas d’en Quiquet. Transcurrido el verano, permanecieron en el pueblo hasta febrero de 1899.
El círculo modernista
Picasso abandonó La Llotja y empezó a frecuentar el taller libre del Círculo Artístico. El Modernismo estaba en pleno apogeo y Rusiñol y Casas hacían llegar una bocanada de aire fresco desde París. L’exposición que Ramón Casas había hecho en la Sala Parés, integrada especialmente por 132 retratos al carbón de personajes de la vida artística y social del país, despertó en Picasso un fuerte deseo de emulación que lo llevó a retratar, dentro del mismo estilo, a un alto número de amigos y conocidos, muchos de ellos aspirantes a artistas o a escritores, todos ellos contertulios de Els Quatre Gats y que expuso en la propia cervecería, en febrero de 1900. Aquella exposición vinculó definitivamente Picasso con el mundo del Modernismo que se reunía en aquel establecimiento, y donde hasta entonces el joven pintor solo era un usuario casi anónimo.
A partir de entonces, los valores consagrados del Modernismo ya se fijaban en él, y Picasso no perdía ocasión de retratarlos e introducirse en su círculo. En este marco intensificó su amistad con Nonell, Casagemas, Manolo Hugué, Sabartés, Reventós y otros, y entró en conocimiento directo con la pintura francesa de Toulouse-Lautrec, y los dibujos e ilustraciones de Steinlen. Por otro lado, l’exposición individual que Anglada Camarasa hizo en el mes de mayo de 1900 en la Sala Parés, donde llevó por primera vez a Barcelona la modernidad postimpresionista que se hacía desde París, produjo tal impacto en Picasso que fue el detonante definitivo que acabó de orientarlo hacía la modernidad, como se pudo apreciar en una segunda exposición individual del joven malagueño en Els Quatre Gats, en julio del mismo año, donde su estilo ya era de un colorismo violento.
Primer viaje a París
La exposición Universal de París se clausuró el 12 de noviembre de 1900, y un mes antes Picasso y Casagemas emprendieron viaje a París, llegando a la estación de Orsay e instalándose en el estudio que había dejado Nonell. Entre mayo y junio Picasso vuelve a estar en Barcelona, donde pasteles suyos se exponían en la Sala Parés junto a los de Ramon Casas. Pero Picasso tenía la cabeza en otro sitio, ja que preparaba una gran exposición personal en París de la mano del marchante Ambroise Vollard, a través de la mediación del catalán Pere Mañach quien en aquella época hacía de representante de pintores en París. La exposición de Picasso contaba más de 65 piezas, y presentada por el crítico Gustave Coquiot, fue el esplendoroso estallido de un artista que todavía no había cumplido los veinte años pero que estaba en plena euforia creativa.
La temática taurina fue tratada por el pintor a lo largo de toda su vida con muy diversas técnicas, que van desde el dibujo a la cerámica, pasando por la escultura, el óleo y el grabado. La representación de la plaza inundada de sol, contrasta con el tenebrismo de la etapa anterior.
La época azul
La época azul a pesar de haberse iniciado en Francia se desarrolló básicamente en Cataluña. Hace referencia a la gama cromática dominante en los cuadros de esta época, que abarca de 1901 a 1904, pero también el componente anímico que las obras desprenden. Todo lo que hasta entonces eran colores brillantes se convirtió en tonos sombríos, azulados; todo lo que hasta entonces era expresión de la alegría de la vida era ahora profunda tristeza. Este cambio suele atribuirse al suicidio de su gran amigo Casagemas, ocurrido en París el 17 de febrero de 1901, en ausencia de Picasso. En París, finalizada la euforia del primer momento, gracias a la exposición de Vollard, los factores económicos, las decepciones y las dificultades acababan de completar el cuadro argumental de la sensibilidad picassiana de este periodo. Una y otra vez retomaba la obsesión por el amigo que se había suicidado y fue cuando, a título póstumo, realizó una serie de apuntes y grandes óleos en memoria de su amigo difunto.
Esta composición está dividida en dos planos, uno terrestre y otro celeste. En la parte superior, Picasso recrea un paraíso con numerosas mujeres, una de las cuales recibe al recién llegado con un abrazo desde su corcel. En la parte inferior, además de las plañideras que rodean al personaje de cuerpo presente, vemos un arco que volveremos a encontrar más adelante en La vida y que nos remite a un texto de Casagemas en el que habla de una puerta que se abre y a través de la cual penetran los espectros.
La intensidad de la época azul de Picasso se relaciona con una particular visión del Simbolismo de finales de siglo mostrada por el pintor. Los temas de la vida alegre parisina de la etapa anterior se convertían en temas reflexivos, a menudo con trasfondo filosófico como en los cuadros La flor del mal, que dedica al Dr. Josep Fontbona, hermano de su amigo escultor, o La vida, ya de mayo de 1903, posterior a una nueva estancia en París (octubre de 1902 – enero de 1903), la más oscura y dramática de las vivencias parisinas de Picasso hasta entonces, durante la cual entabló gran amistad con el poeta Max Jacob.
Es la pieza maestra de la Época Azul. Se trata de una pintura alegórica de la que existen varios trabajos previos. En ellos, el protagonista presenta los rasgos del propio Picasso. En la pintura final, en cambio, Casagemas desempeña este papel. Una atmósfera de incomunicación se impone al espectador a través de unas figuras de notable monumentalidad plástica. Vemos a una mujer que descansa en el pecho del hombre que la protege, mientras él señala a la mujer con el niño que recuerda al Greco y con el que parece marcar su futuro como pareja. En las dos mujeres predomina el ojo almendrado y el perfil recto, lo que anuncia su obra futura.
En esta obra, la vibración de la pincelada acentúa el aspecto afectivo. Desprende tal calor humano, que casi parece una pintura de tema religioso.
El Picasso azul de aquel momento continua teniendo una fuerza extraordinaria. Pinta con toda crudeza escenas de amor, pero también retrata Barcelona, un tema poco habitual en los pintores catalanes hasta entonces. La Barcelona pintada por Picasso era sórdida: la de la Riera de Sant Joan y de los terrados de los edificios sentenciados por la reforma urbanística, donde él se movía a causa de los alquileres bajísimos que tenían aquellas casas desahuciadas. De Isidre Nonell sería el vecino de taller en la calle Comercio; y, como Nonell, Picasso acusó el fuerte desencanto de 1903-04, un momento desolador para la pintura catalana, después de la euforia de la época de Els Quatre Gats. Este desencanto es perceptible, incluso en su obra: las pinturas azules de 1903 y de 1904 – con la excepción de La Celestina (París, Musée Picasso) y alguna otra – suelen ser más formularias que las anteriores e incluso llegan a rozar un cierto manierismo (El vell guitarrista).
Después de catorce meses sin moverse de Barcelona Picasso emprendió su marcha definitiva a París el 12 de abril de 1904. La nueva vida de Picasso a París acabó muy pronto con la agotada época azul e inauguró una nueva, mucho más serena y optimista, la que se llamaría «época rosa», pero aquella ya no fue una época catalana de Picasso que, todo y que siempre tuvo casa familiar en Barcelona, nunca más volvió a vivir en la ciudad.