Munch: Pintar mi propia vida
Munch nació el 12 de diciembre de 1863 en Loten, Noruega; en 1879, estudió en la Escuela de Artes y Oficios en Oslo y en 1881 se matriculó en la Escuela Real de Dibujo, donde fue alumno de Julius Middelthun. Pasó a formar parte de un turbulento grupo de artistas cuyo maestro fue Christian Krohg, que reunía a pintores de paisaje al aire libre y escritores naturalistas y participó en el ambiente bohemio de Christiania, un círculo anarquista que marcó un punto de inflexión en la vida de Munch, que decide «pintar su propia vida».
Comenzó a exponer en 1883, asistió a la Academia al aire libre en Modum, luego en 1885 fue a París donde tomó clases en el taller de Léon Bonnat. Vinculado a la Secesión de Berlín y a Lieberman, vivió algún tiempo en Berlín y expuso allí en 1896. En Paris conoció a Julius Meier-Graefe, August Strindberg, Stéphane Mallarmé, Thadée Natanson, y expuso en el Salón de los Independientes (1887). Su amistad con Ibsen y Strindberg y el conocimiento de las obras de Van Gogh, Seurat, Signac y Toulouse-Lautrec le hizo abandonar el naturalismo de sus primeras pinturas y seguir la evolución del simbolismo hasta encontrar su propio estilo, expresándose a través de temas trágicos y evolucionando hacia formas cada vez más expresivas (El grito, 1893, La Angustia, 1894) e incluso expresionistas; sus obras tampoco son ajenas a las de los artistas alemanes del Die Brücke. La melancolía, la soledad, la angustia, el destino humano son sus temas más frecuentes (La Danza de la vida, 1899-1900). Las formas cada vez más esquemáticas pero firmemente construidas y definidas, se exacerban. Obtuvo un importante encargo oficial de la Universidad de Oslo (El Friso de la vida), pero en 1908 sufrió un fuerte trastorno nervioso y, una vez restablecido, continuó con su arte mundano de atmósferas opresivas. También dejó numerosos grabados sobre madera de gran poder expresivo.
Sus composiciones se caracterizan por un dibujo extremadamente sintético y estilizado de líneas nerviosas y vivas, utilizando colores cálidos e intensos, a menudo muy contrastados, anti-naturales, produciendo un fuerte impacto emocional sobre el espectador por su fuerza dramática y que influirían en la formación de los expresionistas.
Marcado por una infancia difícil, Munch se centró en la tradición pictórica de los estados del alma en los que predomina una sensación de soledad, de celos, de ansiedad … Eventos trágicos como la pérdida de su madre y una hermana muertas de tuberculosis, fueron una de las causas de su rebelión. Pintó La niña enferma en memoria de su hermana. Dice Munch: «Con La niña enferma se me abrieron nuevos caminos, fue una ruptura en mi obra. La mayor parte de mis trabajos posteriores deben su existencia a este cuadro.»
En París, en 1896, Munch descubre el impresionismo y comienza el cuadro La niña enferma considerado uno de los más importantes de toda su obra artística del que realizará seis versiones.
«No voy a pintar más interiores con hombres leyendo y mujeres tejiendo. Voy a pintar la vida de personas que respiran, sufren y aman.» Edvard Munch
El arte y la vida de Edvard Munch encarnan la angustia del ser humano y las inquietudes existenciales de la cultura europea de finales del siglo XIX que fueron la base del expresionismo.
Munch : El friso de la vida
Munch comenzó su proyecto más ambicioso, un gran ciclo decorativo para la Universidad de Oslo al que llamó El Friso de la vida, una serie de obras que juntas debían formar una gran alegoría, casi una balada popular que iba desde el nacimiento hasta la muerte y que reúne las principales obras de la década de 1890 como El Grito, El beso, El vampiro, Madonna. El proyecto quedó inacabado, pero los cuadros realizados (conservados en Oslo) se pueden apreciar perfectamente de forma individual. Munch dijo: «El friso está concebido como una serie de pinturas que reunidas representan un cuadro de la vida. A lo largo de toda la serie se extiende el ondulado perfil de la orilla del mar. Más allá de ella está el mar en continuo movimiento, mientras que bajo los árboles está la vida en toda su plenitud, su variedad, sus alegrías y sus sufrimientos. El friso es un poema sobre la vida, el amor y la muerte. Los árboles y el mar proporcionan líneas verticales y horizontales que se repiten en todos los cuadros; la playa y las figuras humanas dan la señal de la vida que late de forma exuberante, y los colores fuertes enlazan los cuadros entre sí.»
La mirada y la actitud de la chica revelan sus inseguridades y miedos frente a los que se siente perdida y frágil. Estos sentimientos se traducen visualmente por la sombra oscura, casi sobrenatural y amenazadora, que está detrás de ella.
El cuadro, inicialmente llevaba por título Amor y dolor; antes de que el poeta polaco Stanislaw Przybyszewski lo interpretara, erróneamente tal vez, como una escena de vampirismo. El artista, probablemente se había identificado con el personaje masculino, mientras que la mujer podría ser Dagny Juel, uno de sus amores desgraciados. Cualquiera que sea la interpretación, la escena produce una sensación angustiosa de aspecto ambiguo (comparable a las que producirá Schiele poco tiempo después), aún más acentuado por el uso de colores oscuros.
Interpretación poética, pero deliberadamente anti-romántica de un tema feliz. La luna sobre el mar helado de Noruega ilumina una panorama petrificado, enmarcado por esbeltos troncos de árboles y que recuerda a un escenario de teatro. La consistencia del reflejo de la luna sobre las quietas aguas es del todo inusual.
Varios episodios de la vida de Munch se pueden explicar por los trastornos psicológicos que sufría. En él, el pasado y el presente se confunden en una conmovedora nostalgia que anticipa el teatro y el cine escandinavos, especialmente la película Fresas salvajes de Ingmar Bergman.
Munch: enfermedad y muerte
«Enfermedad, muerte y locura fueron los ángeles negros que velaron mi cuna y, desde entonces, me han perseguido durante toda mi vida». El 1 de octubre de 1908, hallándose en Copenhague con motivo de una exposición retrospectiva, Munch sufrió una fuerte crisis nerviosa que le obligó a permanecer hospitalizado en la clínica del Dr. Jacobsen durante meses. En la clínica escribió el poema en prosa Alfa y Omega. En los años siguientes, y a pesar de sus problemas de salud, continuó viajando y pintando. En particular se dedicó a los grabados y a grandes ciclos decorativos, como El friso de la vida de la Universidad de Oslo (inacabado) y los doce murales de 1922 para la fábrica de chocolate Freia en Oslo. En la década de 1930, los nazis consideraron su arte «degenerado» y sus pinturas fueron retiradas de los museos alemanes. Munch, profundamente afectado, ya que consideraba Alemania como su segundo hogar, se niega a cualquier contacto con los nazis durante la ocupación de Noruega. Munch murió en Ekely, cerca de Oslo, el 23 de enero de 1944.
Los cortos veranos del norte, con sus luces afiladas que exaltan los colores, se han representado con una sensación de precariedad, se trata de un episodio feliz pero fugaz. Momentos en los que el tiempo se detiene, que se disfruta del sol, la belleza, la juventud, la plenitud de la vida, todo ello tan efímero…
El sexo, la muerte, el antagonismo entre el hombre y la mujer son temas recurrentes en la obra de Munch. El arte se experimenta como un sacerdocio, incluyendo su parte de sacrificio y de redención: realiza su autorretrato como Cristo (Gólgota), como hizo Gauguin o Ensor, y en Orfeo. En sus representaciones alegóricas, a veces se muestra cercano a artistas como Redon o de los simbolistas belgas como Félicien Rops.
El grito de Munch
La obra más famosa del artista noruego, El grito (1893) se inspira en una alucinación que Munch tuvo durante un paseo: «Una tarde estaba paseando por un camino, a un lado estaba la ciudad y, por debajo de mí, el fiordo. Me sentía cansado y enfermo. Me detuve a observar el fiordo: el sol se estaba poniendo y las nubes se teñían de color rojo sangre. Sentí que un grito atravesaba la naturaleza: me pareció que oía ese grito. Pinté ese cuadro, pinté las nubes como sangre de verdad. Los colores gritaban. Se convirtió en El grito del Friso de la vida.» El cuadro es hoy el símbolo de la angustia existencial que distorsiona literalmente la cara del personaje, hasta el punto que no se distingue si se trata de un hombre o de una mujer. Los colores intensos y las ondulantes pinceladas recuerdan ciertas obras de Vincent van Gogh, en particular Noche estrellada (hoy el Museo de Arte Moderno de Nueva York). La escena tiene lugar en un puente, mientras que una increíble puesta de sol abrasa los colores modificando los tonos naturales. Con este violento latigazo de colores, se crea una atmósfera dramática, angustiosa e incluso ensordecedora. La figura del hombre que grita tapándose los oídos se reduce a una larva, un esquema muy simplificado de un cuerpo y de un rostro humano. Un cuadro tenso, llevado al extremo, con una clara ventaja sobre la corriente sintética y áspera del expresionismo alemán.