Arte, política y “vida moderna”
El cambio de una economía en su mayor parte agraria a otra de tipo industrial, origina un espectacular crecimiento de la población urbana, en paralelo a una sensible deterioración de las condiciones de vida del nuevo proletariado. El idealismo humanitario del siglo XVIII (el siglo de las Luces) cede paso a una vehemente exigencia de reformas políticas y sociales, condicionada por la oposición intransigente de una élite resuelta a conservar sus privilegios. Un enfrentamiento violento es inevitable. En el núcleo de apasionados debates, se encuentra el socialismo radical de Karl Marx y Pierre-Joseph Proudhon y las obras literarias de Zola, Baudelaire y Dickens, autores que, de una forma u otra, bebieron de las mismas fuentes, es decir, las consecuencias de la industrialización, el contraste entre el bienestar de la burguesía y la miseria de las clases proletarias, entre la elegancia de los nuevos barrios residenciales y la degradación de los barrios humildes. En el ámbito de las artes plásticas, estos mismos temas quedaron reflejados en el seno del movimiento realista. Con Courbet, cuya pintura sombría y dolorosa, con asuntos escabrosos, a veces incluso obscenos, suscita innumerables controversias en la crítica y en los ideales burgueses, el realismo reúne también el místico pintor Jean-François Millet (1814-1875) y Honoré Daumier (1808-1879), caricaturista mordaz de la política y de los ámbitos judiciales, pero también atento observador del mundo de los más humildes. El llamamiento que Baudelaire hace a los artistas para que se apropien del “heroísmo de la vida moderna” fue acogido por un creciente número de pintores que rechazaban las convenciones establecidas.
Las lavanderas eran un elemento importante de la economía burguesa parisina. Los talleres de lavado y planchado proporcionaban trabajo a un gran número de mujeres del pueblo. En esta pintura, el personaje de la lavandera no ha sido objeto de ninguna idealización romántica. Sube las escaleras con el fardo de ropa sucia que ha ido a recoger, dando la mano a su hija que le lleva la pala de lavar, una herramienta de madera con la que se golpeaba la ropa una vez enjabonada.
La pintura realista se consolida en contradicción con los ideales moralizantes que habían caracterizado el arte académico. Ahora las obras de arte representan a los pobres, los obreros y todo tipo de infortunios, provocando un gran interés en toda Europa, sobre todo después de la oleada revolucionaria de 1848. Los temas del romanticismo, como lo exótico, lo sublime y la espiritualidad, es reemplazado por situaciones más cercanas a la realidad de la vida cotidiana. Esta corriente marcará de forma duradera la pintura francesa, penetrando hasta el corazón de la corriente impresionista.
Daumier: «Hay que ser de la época en la que vives»
El arte de Honoré Daumier (1808-1879) describe la condición humana de un modo que va mucho más allá del realismo. Declarando que «hay que ser de la época en la que vives», Daumier subraya la distancia creciente entre el arte oficial y el arte de vanguardia, manifestándose como un observador implacable de la burguesía y de la magistratura. Con la llegada de la República y más tarde del Segundo Imperio, publica una serie de estampas de sátira política utilizando un personaje caricaturesco al que llama “Ratapoil” – de rat (rata) y de poil (pelo), ironizando de este modo la poderosa propaganda napoleónica. Amigo de Corot, Rousseau y Millet, también se consagró a la pintura al óleo. Con esta técnica realizó varios cuadros que ilustran las condiciones de vida en los ambientes humildes y escenas cotidianas de la calle o en las estaciones ferroviarias. En las distintas versiones de Los emigrantes (1848-51), se puede encontrar el símbolo de una condición humana más general, la del que tiene que emigrar huyendo de la miseria.
Cuando llegó a París (1816) Daumier encontró trabajo como chico de recados de un ujier en el Tribunal de Justicia. Ello sin duda le permitió observar a los abogados y otra gente de toga que tantas veces representó de forma jocosa y caricatural. Entró en el taller del pintor Alexandre Lenoir, quien le transmitió su admiración por Tiziano y Rubens. En sus comienzos, se consagró esencialmente a la litografía y su notoriedad fue debida a su colaboración en el periódico La Caricatura, creado en 1831 y hostil al gobierno de Luís Felipe. Daumier se hizo el portavoz de sus feroces ataques políticos, lo que le valió una serie de arrestos y condenas. Una de ellas fue a raíz de la publicación de la litografía Gargantua que ironizaba al rey, lo que que le acarreó la primera condena a seis meses de prisión y una multa de quinientos francos. En 1834, después de la publicación de sus litografías más violentas como Masacre de la calle Transnonain, la censura suprimió el periódico La Caricature que sin embargo volvió a publicarse inmediatamente después bajo un nuevo nombre, Le Charivari.
Esta litografía representa un suceso sangriento ocurrido en París el 15 de abril de 1834. Champfleury en su «Histoire de la caricature moderne» lo describe así: «Todo el mundo recuerda este terrible drama. La palabra Transnonain continua teniendo siniestras resonancias. A menudo la insurrección surgía en las calles del barrio de Saint-Martin, habitadas por obreros. Un día de amotinamiento, los soldados, masacrados en ese dédalo de calles, se abalanzaron furiosos, embriagados por la pólvora, a las casas de la calle Transnonain y la masacre incluyó a los débiles y a los fuertes, a los culpables y a los inocentes, a mujeres y niños. Daumier la ha representado en un sótano en desorden, una cama atravesada por las bayonetas, un siniestro travesaño cuelga fuera del techo y, en el suelo, muertos, una mujer, un niño, un viejo y un obrero con la camisa ensangrentada.»
A medio camino entre Balzac y Baudelaire, Daumier observaba los ritos de la ciudad moderna, es decir, París, sus ritmos sociales y meteorológicos así como los gestos de sus habitantes.
Las composiciones de Daumier se distinguen por el sentido del equilibrio a partir de masas coloreadas, acentuado por potentes efectos de claroscuro, y por la rapidez de ejecución. Los últimos trabajos del artista se acercan de forma progresiva a la pintura de Fragonard, una pasión de sus años de juventud, por su trazo ancho y ligero y por tonalidades claras, apenas veladas.
Jean-François Millet
Hijo de ricos campesinos, Jean-François Millet (1814-1875) estudió en París. En 1848 se instaló en Barbizon, cerca del bosque de Fontainebleau, donde pasó gran parte de su vida en contacto con otros paisajistas (la llamada escuela de Barbizon) quienes, como en el caso del pintor inglés romántico Constable, querían contemplar la naturaleza con ojos nuevos. Millet se dedicó a considerar la figura, como sus amigos consideraban el paisaje. Aunque los frecuentaba y compartía con ellos su sentir naturalista que reflejaba su ideología: «la huida de las condiciones inhumanas de la vida urbana e industrial», Millet quería ilustrar la vida y el trabajo de los campesinos, como forma de exaltación del duro trabajo del obrero, nuevo héroe nacido de las jornadas revolucionarias de 1848. Esta profunda comprensión de la vida campesina en la obra de Millet, marcó un momento importante en la consolidación del realismo del siglo XIX e influyó directamente a otros pintores como Courbet. Con una carga humana y emotiva, los trabajadores del campo son exaltados en composiciones que los convierte en protagonistas de imágenes heroicas, llenas de solemnidad y misticismo. En el célebre lienzo Las espigadoras (1857), el horizonte profundo, y la serenidad en los gestos de las campesinas, mesurados y pacientes, parecen seguir los ritmos lentos de una oración, dando al cansancio de esas humildes espigadoras agachadas, un aire de romántica nobleza.
Aunque el trabajo a pleno sol de estas campesinas no tenga nada de idílico, Millet ha sabido darles una dignidad más auténtica que la de tantos héroes académicos.
El realismo del siglo XIX, cuyos orígenes son esencialmente franceses, hizo igualmente adeptos fuera de Francia. El rechazo de las convenciones académicas se manifiesta a través de una gran variedad de formas. Si adopta a veces un lenguaje explícitamente socialista, sus motivaciones políticas son a menudo matizadas e incluso totalmente ausentes. Aunque carezca de una verdadera coherencia, este movimiento traduce de modo más general una exigencia de libertad de expresión individual en el seno de la sociedad de la época, a la vez que rechaza toda restricción cuyo origen sea la pintura tradicional.
(Ver biografía completa de Jean-François Millet)
Menzel y el realismo alemán
Hacia 1840, en la época de Bismarck, la llama del romanticismo se va apagando también en Alemania. Época de progreso tecnológico, el pintor Adolph von Menzel (1815-1905) participó con sus exitosos cuadros al auge de la potencia alemana. Al contrario de lo que se produce en Francia con las imágenes más provocadoras de Courbet, de Daumier y de los impresionistas, el realismo alemán muestra una fuerte afinidad cultural y socio-económica entre los artistas y su público. Atraído por los temas modernos, Menzel da a su cuadro El taller de laminados un aire épico. Los obreros empleados en los altos hornos de la acería son comparados a los cíclopes de la forja de Vulcano. A propósito de esta pintura, Menzel declara; “el calor, el cansancio, el ruido y el ajetreo fluyen literalmente del cuadro sobre el espectador.”
El artista destaca el comportamiento puramente turístico, casi «voyerista» de los pasajeros ante la realidad que los rodea, en oposición al sueño inocente y tranquilo del niño que no se deja llevar por el entusiasmo general. Menzel fue uno de los primeros en tratar el tema de los trenes, como símbolo del progreso de la técnica y de la industria.