El romanticismo: un estado de alma
El romanticismo no puede considerarse como un movimiento organizado. Es la necesidad del artista de expresar libremente sus sentimientos, un estado de alma que se difunde por toda Europa a comienzos del siglo XIX, y se desarrolla en oposición al neoclasicismo. Se siente la necesidad de un regreso a la expresión de los sentimientos contenidos durante demasiado tiempo, primero por el énfasis barroco y después por las reglas neoclásicas. Grupos de artistas y escritores, animados por ideales comunes, aunque con connotaciones locales muy afirmadas, actúan de forma autónoma en distintos países. Por medio de la pintura, los artistas darán libre curso a sus sentimientos, sus pasiones amorosas, sus miedos o su ardor patriótico, de modo bien distinto, y, a veces, contradictorio. En Francia, el movimiento romántico encuentra un grandioso intérprete en Delacroix. Dotado de una gran cultura figurativa, es el autor del manifiesto pictórico del romanticismo La Libertad guiando al pueblo. En cambio, Géricault en sus retratos de alienados, ofrece una imagen desencantada del ser humano en una situación de marginación, de soledad. Si El naufragio de la Medusa se considera el símbolo de la caída de Napoleón, los retratos de monomaníacos son la metáfora del individuo prisionero de sus vicios.
Conmemorando la Revolución de 1830 – que ocasionó el derrocamiento de Carlos X, y la ascensión de Luís Felipe con el apoyo de la burguesía, y una ampliación significativa del derecho de voto -, Delacroix pone de relieve el apoyo popular que permitió a las clases altas acceder al poder. La heroína que representa Francia, libre de déspotas, aparece medio desnuda llevando un gorro frigio (símbolo de la Revolución francesa), sostiene en lo alto la bandera y en la otra mano, un fusil. Fruto de una cultura heterogénea, romántica y literaria, la pintura es una singular mezcla de realismo y propaganda, de retórica y de estricta observación de lo cotidiano.
«Que el color tenga un papel sumamente importante en el arte moderno, que tiene de asombroso? El Romanticismo es hijo del Norte, y el Norte es colorista; los sueños y el mundo de las hadas son hijos de la bruma.» Charles Baudelaire
El romanticismo ejerció una enorme influencia en la evolución de la pintura de paisaje, a menudo carente de figuras humanas y mostrando los fenómenos más dramáticos y conmovedores de la naturaleza. Los artistas ingleses adhieren a la estética prerromántica y romántica, buscando lugares susceptibles de provocar emociones, recuerdos, sensaciones. La pintura de paisaje se afianza en Inglaterra donde se la considera como un verdadero «estilo nacional». Ello se debe a una serie de artistas de muy alto nivel que surgieron a partir de la estancia en Londres de Canaletto, hasta llegar a la abundante y espléndida producción de Turner.
Otros artistas expresan con más dramatismo esta actitud de exaltación de la subjetividad, del instinto y de las emociones que caracteriza el movimiento romántico en su conjunto. La obra de William Blake es un ejemplo significativo. Artista insurgente, ligado a Füssli, encarna el pintor de los ángeles rebeldes y de los poetas malditos. Manifestando un profundo recelo hacia el orden y la racionalidad del neoclasicismo, encarna la primera generación del romanticismo.
Lo fantástico no es una invención romántica. A principios del periodo neoclásico, Füssli, traductor de Winckelmann, pero también lector de Shakespeare y de Milton, enamorado de la obra de Miguel Ángel, fue el autor de una obra muy original e intuitiva.
Los románticos consideraban la música como un arte sublime, el que expresa las emociones, las aspiraciones, los ideales y las angustias del hombre. El piano alcanzó su mayor difusión durante el siglo XIX gracias a numerosos compositores como Beethoven, Schubert, Schumann, Listz y Chopin.
El príncipe polaco Radzwill invitaba a Chopin a sus recepciones en París y lo introdujo en la alta sociedad francesa, lo que favoreció su carrera profesional.
Los Salones de 1827-1828
El Salón era una exposición de artistas contemporáneos, pintores, escultores y grabadores, que tenía lugar generalmente cada dos años. El vínculo indisoluble entre la exposición y el museo se reforzó a partir de 1818 con la creación de la primera galería dedicada a artistas vivos, instalada en el Palacio de Luxemburgo. A finales de 1827 y a principios de 1828, la pintura romántica triunfó en el Salón. El cuadro La muerte de Sardanápalo de Delacroix – el artista presentó doce cuadros -, colgado en el mes febrero, estaba rodeado de telas de jóvenes pintores que el público identifica como románticos: El joven Eugène Devéria, alumno de Girodet, promete mucho en la pintura con el monumental Nacimiento de Enrique IV, homenaje a Tiziano y a Veronese. En 1827, debido al éxito de La matanza de Quíos de Delacroix, otro joven pintor, Ary Scheffer, presenta Mujeres Suliotas
El cuadro muestra un grupo de mujeres a punto de precipitarse al vacío junto con sus hijos para evitar la esclavitud impuesta por los turcos.
Horace Vernet expuso en el Salón de 1827 el cuadro Mazeppa, basado en la historia de Ivan Mazzepa un joven oficial que sedujo a la bella esposa de un noble polaco; cuando el marido sorprendió a la pareja, castigó a Mazeppa a cabalgar desnudo sobre un caballo salvaje. La pintura sedujo enseguida a los jóvenes pintores que veían en ella una alegoría de su propia situación, su talento supeditado a reglas arcaicas que reflejaban una idea obsoleta de lo hermoso. El cuadro se basa en un poema épico de Lord Byron, traducido al francés en 1819, poco después de su publicación.
Los Salones de 1824 y de 1827 constituyeron la cumbre de lo que se ha llamado «la batalla romántica» que irá debilitándose progresivamente debido al triunfo de otros artistas más innovadores. Los jóvenes pintores se dedicaron a representar temas violentos y dramáticos, pero de una manera anticonvencional, amplia y enérgica.
Delaroche y los cuadros históricos
Frente a los excesos del romanticismo, Paul Delaroche (París 1787-1856), supo llegar a un público más amplio utilizando asuntos sacados de acontecimientos históricos dramáticos. En sus cuadros asoció el tratamiento minucioso y detallista y un sentido de la dramatización, tomando el relevo de la pintura Trovador, pero con más ambición y amplitud. En 1827, con el gran cuadro Muerte de Isabel, reina de Inglaterra, suntuosa composición tratada con un realismo muy teatral, se impuso como el maestro de los cuadros históricos. Durante la Monarquía de Julio (1830-1848) siguió pintando obras dramáticas y extremadamente célebres que fueron popularizadas mediante el grabado como Los hijos de Eduardo IV (1831) o el Asesinato del duque de Guisa (1835). Durante este periodo, Louis Boulanger, pintor favorito de Victor Hugo, se convierte en el retratista del París intelectual. Otros pintores de historia como Boulanger y Achille Devéria fueron también excelentes ilustradores y grabadores.
El interés por la historia de Inglaterra, venía alimentado por las novelas de Sir Walter Scott, en paralelo con los acontecimientos acaecidos desde hacía poco en Francia, junto con la guerra civil y las tribulaciones de los Tudor y los Stuart. El pintor Paul Delaroche se hizo rápidamente con una gran reputación en toda Europa, explotando esos temas en grandes cuadros expuestos en el Salón de París anual entre 1825 y 1835. En La ejecución de Lady Jane Gray relata los últimos momentos de la vida de Jane Grey, el 12 de febrero de 1554, fecha de la ejecución de esta joven protestante de diecisiete años. Bisnieta de Enrique VIII, había sido proclamada reina de Inglaterra a la muerte de Eduardo VI, todavía adolescente y protestante como ella. En 1553, había reinado durante nueve días, pero como consecuencia de las intrigas de los partidarios de la católica Maria Tudor, hijo de Enrique VIII, fue acusada de alta traición y condenada a muerte en la Torre de Londres.
La literatura romántica
Las primeras manifestaciones del romanticismo se dieron en literatura. Los pintores románticos recurren a fuentes literarias (Tasso, Dante, Byron, Goethe, Shakespeare, Walter Scott, Victor Hugo) para recrear el pasado histórico. Si hasta entonces se habían inspirado en temas de la Antigüedad clásica, ahora prefieren la Edad Media. Les atrae lo imaginario, el misterio, lo fantástico (Füssli y Blake). Tienden a mezclar una tendencia a lo patético y a la epopeya, con temas relacionados con el drama, la locura, el erotismo, otros episodios sacados de Dante, del repertorio satánico o de Shakespeare, en general con una visión dura y amarga de la realidad como Géricault en Coracero herido o Delacroix en La matanza de Quíos. Este interés por los acontecimientos contemporáneos o del pasado, se expresa a través de una pintura de vibrante cromatismo y contrastes brutales entre luces y sombras; por otro lado, el romanticismo trastorna completamente la jerarquía de los géneros, cuya prolongación directa hay que buscarla en el Realismo de los años 1850.
Basado en la obra homónima de Shakespeare, el cuadro representa el instante en que Roméo contempla por última vez Julieta a la que cree muerta, antes de suicidarse.
La litografía
La litografía era un nuevo procedimiento que no exigía ni un largo aprendizaje, ni manipulaciones complejas y se acercaba al dibujo, ofreciendo a los artistas un vasto campo de experimentación y el método predilecto para el imaginario romántico. La importancia de la litografía se mide también por la relación que tuvo con la literatura; gracias a ella, los artistas y los poetas podían desarrollar un intercambio entre estos dos campos artísticos, tan apreciados en la época romántica. Louis Boulanger (1806-1867) desplegó una vena fantástica que lo convirtió en el maravilloso intérprete de Victor Hugo. Delacroix se consagró también a este género que le permitía experimentar la fuerza de su inspiración literaria. Durante su estancia en Inglaterra, el pintor descubre el universo de Goethe durante una representación de Fausto. Huyendo de la relación «ilustrativa», que vuelve la imagen dependiente del texto, Delacroix superpone su propio relato al relato literario, inspiradas de su lectura personal de la obra maestra de Goethe.
Otros pintores como Delaroche y Hayez, alcanzaron un gran éxito tratando los temas románticos con delicadeza y habilidad técnica, por lo que logran que sus litografías sean aceptadas por la nueva clase media. La técnica del grabado sobre madera era un procedimiento que permitía realizar la fusión simultánea entre texto e imagen, lo que hizo posible el desarrollo de la prensa ilustrada, como el Magasin pittoresque (La revista pintoresca) fundada en 1833.
Francesco Hayez y el romanticismo italiano
Formado en la Academia de Venecia, Francesco Hayez (1791-1882) gana el concurso que le permite pasar tres años en Roma. Amigo del escultor Cánova, estudia en su taller donde se reunen pintores neoclásicos de distintas tendencias como Camuccini, Carstens, Ingres, y los nazarenos. Tuvo una carrera académica prestigiosa, obteniendo un gran éxito con encargos públicos importantes: en Roma decoró el palacio Torlonia (1813) y los frescos Fastos del papa Pío VII; trabajó en Padua y en Venecia (Palacio del Dux 1817-1818). Gran representante del romanticismo histórico (Pietro Rossi prisionero de los Scaligeri, de 1820), escoge temas con fuertes connotaciones nacionalistas como en el cuadro Las vísperas sicilianas de 1846 que hace referencia a la Italia del Risorgimento, y otras composiciones donde se pone de manifiesto su gran talento de escenógrafo (Los últimos instantes del dux Martin Faliero de 1867). Hayez participó en exposiciones nacionales y extranjeras como la Exposición Universal de París de 1855. Su cuadro El beso de 1859 se convertirá en la imagen emblemática del romanticismo italiano.
Esta pintura fue realizada para el conde Alfonso Maria Visconti di Saliceto y se exponía con su título completo: El beso. Episodio de la juventud. Trajes del siglo XIV. La imagen coloca en primer plano los sentimientos, efusión apenas velada por los trajes medievales de los protagonistas. Como ocurría a menudo en aquella época en las óperas de Verdi, bajo la aparente espontaneidad del gesto y el impecable dominio técnico, se disimula una alegoría política: el beso de reconciliación entre Italia y Francia después del episodio de las «Vísperas sicilianas» que desencadenó la revuelta anti francesa en Palermo.