El movimiento renacentista
Fue en Italia donde se desarrolló a mediados del siglo XV un gran movimiento cultural, el Renacimiento. Este hito que marcaba la división entre la Edad Media y los tiempos modernos, fue muy influenciado por el Humanismo y la Reforma. Se presenta como una reflexión sobre el arte clásico de la antigua Grecia y la Roma antigua, y se caracteriza por un mayor interés por los poetas olvidados y un entusiasmo creciente por la escultura y los innumerables restos arquitectónicos. La escultura, que aparece como el arte mayor, es la primera que rompe con el gótico internacional. Los sarcófagos antiguos, especialmente los que se encuentran en el Campo Santo de Pisa, (las estatuas son visibles en Roma), proporcionaron modelos accesibles al arquitecto y escultor Filippo Brunelleschi que fue a Roma para excavar, estudiar y evaluar los restos antiguos, acompañado por el orfebre y escultor Donatello. El Renacimiento italiano duró casi 200 años. El primer Renacimiento abarca desde 1420 a 1500 (el Quattrocento), el Alto Renacimiento se acaba hacia 1520 y, por último, el Renacimiento tardío, que desembocará en el Manierismo que acaba alrededor de 1600 (el Cinquecento). En Florencia, la Laudatio Florentinae Urbis (1401-1404) de Leonardo Bruni, escrito según el modelo del Elogio de Atenas por Arístides, comienza por un homenaje a la configuración de la ciudad, su organización geográfica, su arquitectura, su territorio y su agricultura. Ciudad-estado, Florencia estaba predestinada por su tradición histórica y su situación geográfica, a mantener el equilibrio de Italia y los principios de las repúblicas civiles. Bruni hace hincapié en el papel preponderante de los ciudadanos de la ciudad-estado, siguiendo la tradición de la polis griega. En el libro de Bruni se describe la ciudad como un lugar ideal, construida siguiendo un proyecto racional «dentro de una perspectiva geométrica, que incluye y define la función histórica de la misma.»
Nacido en Arezzo, de ahí su apodo de Aretino, fue la principal figura del humanismo florentino de la primera mitad del siglo XV y autor del Panegírico de la ciudad de Florencia (Laudatio Florentinae Urbis) escrito a la gloria de la república florentina y de las letras. Pero lo que en el resto de Europa era solamente una flor de retórica, en Florencia comenzó a tomar forma artística. El humanismo cívico encontró muy pronto originales expresiones artísticas. La importancia de los humanistas en el desarrollo artístico es por lo tanto fundamental. Según los neoplatónicos de Florencia, la belleza conducía a lo divino.
Fundada por los romanos en el año 59 a.C. tal y como lo recordaba en el siglo XVI Giorgio Vasari con una placa en la bóveda de la Sala del Consejo de la ciudad, Florencia se dice orgullosa de ser la «heredera de la gloriosa Roma», como se expresaba el canciller florentino Coluccio Salutati en 1377, o como «la hija y la esencia misma de Roma», según el cronista Filippo Villani. La gran peste de 1348-1350 la redujo de 120 000 a 40 000 habitantes y aunque Florencia se recuperó lentamente, siguió siendo una de las ciudades más importantes de Europa. Organizada en poderosas corporaciones, casi todas ellas rivales, formaba una república oligárquica mercantil, que amenazó a Nápoles, y a Milán especialmente, esta última encontrándose por aquel entonces en manos de los Visconti. Su riqueza se basaba en la banca y en la fabricación y comercio de lana y seda. A partir de 1422, la fabricación de brocados mezclando hilos de seda y oro, permitió a los tejidos florentinos competir con las sedas orientales e invadir el mercado europeo.
Producidos en grandes cantidades a finales del siglo XIV y durante el siglo XV, estos cofres o arcones (cassoni) que se regalaban à los novios el día de su boda para poner el ajuar, proporcionaron grandes oportunidades a los artistas. En ellos representaban las ceremonias festivas en un entorno inspirado en los más bellos monumentos de Florencia. Aquí se muestra la boda Adimari Ricasoli, con el cortejo nupcial avanzando lentamente por la plaza San Giovanni al lado del Baptisterio que le da su nombre. Los músicos arboran la flor de lis, símbolo de Florencia y detras se puede ver el Baptisterio.
Una constante referencia a la Antigüedad
En el Quattrocento, los planos de los monumentos y el estudio de las formas antiguas revisten una importancia decisiva. Bocetos y cuadernos de notas traídos por los viajeros circulan de un taller a otro, alimentando el talento de pintores y escultores o suscitando el interés de medallistas y ornamentistas. En esto estriba la originalidad de Florencia. Mientras que en las cortes de Verona, Mantua, Ferrara o Milan parecen disfrutar todavía de lo maravilloso de los temas corteses, extraídos de la poesía épica y de la caballería, Florencia y sus reformadores imponen un arte estrictamente ordenado y opuesto rotundamente al estilo cortesano. El año del nacimiento de Masaccio coincide con una etapa importante en el arte florentino y la historia del arte lo pone de punto de referencia, como el amanecer de una nueva era: el famoso Concurso de 1401 para las puertas del baptisterio. Asimismo, el renacimiento del arte se desarrolla en paralelo con una revisión del conocimiento, sobre todo de los textos griegos y romanos. El siglo XV fue la época dorada de los teóricos: Leon Battista Alberti escribe sus reflexiones en sendos tratados fundamentales sobre la pintura y la escultura, y más tarde sobre la arquitectura; Ghiberti publica a su vez sus Comentarios y Piero della Francesca escribe su Tratado de la perspectiva. Ghiberti manifiesta en sus Comentarios que, tras de diez siglos de inmovilidad, la pintura, la escultura y la arquitectura «modernas», habían recuperado el poder de los Antiguos, tal como se manifestaba todavía al final del Imperio Romano.
Summum de gracia, de belleza, y de proporciones, el David de Verrocchio es el fiel heredero de las novedades que Donatello había aportado a la escultura antigua.
En arquitectura, la gran transición del Gótico al Renacimiento, la continuidad entre el delicado estilo gótico – que dio forma a finales del Trecento al equilibrio espacial de la Loggia dei Priori (llamada mas tarde Loggia dei Lanzi) – y el nuevo lenguaje humanista, dará lugar, a partir de modelos autónomos, a un estilo clásico diferente, como una alternativa al clasicismo romano.
Centros artísticos del Quattrocento
A principios del siglo XV, Italia se encuentra cada vez más involucrada con los grandes movimientos que animan el panorama político en Occidente. Al final del Gran Cisma, los Papas abandonan definitivamente Avignon, vuelven a Roma y favorecen el más importante desarrollo artístico del siglo mediante los trabajos que emprenden para la restauración de la Ciudad Eterna. La creación de los Estados de la Iglesia, provoca un reagrupamiento de las potencias de la península y se crean centros de cultura artística para colmar sus necesidades de representación. Alrededor de Roma, tanto en el Norte como en el Sur, las ciudades o las repúblicas van ganando poder y buscan su equilibrio mediante la negociación. En Milán, el condotiero Francesco Sforza hereda las posesiones de los Visconti. Ferrara construye alrededor de Leonello de Este y luego de su hermano Borso, uno de las centros artísticos más originales del siglo XV, creando incluso su propia Escuela de pintura. Nápoles ve como se consolida la casa de Aragón con Alfonso el Magnánimo, después del fallido intento de reconquista liderado por René d’Anjou. Mientras tanto, Venecia extiende su imperio hasta Creta y Chipre, recogiendo el legado de Siena. Finalmente, las dos repúblicas de Florencia y de Siena, con su enemistad irreconciliable, comparten el corazón de Italia. Aunque una sea guelfa y la otra gibelina, ellas constituyen los dos primeros de los grandes centros de comercio y de las finanzas, donde se desarrolla, capitaneado por las grandes familias, el patrocinio de un mecenazgo diferente al de las cortes principescas. Se asocia el apogeo artístico de Florencia con los Médicis. Por otro lado, los capitanes de aventura (los condottieri) llevan los asuntos militares y toman el poder por largo tiempo, como la figura tiránica de Malatesta, señor de Rimini, o la de Federico da Montefeltro, príncipe erudito, que hace de su corte de Urbino, un gran centro cultural y artístico. Si la rebelión de Volterra y la Conjura de los Pazzi terminarán en un baño de sangre, la diplomacia se impone para dirigir los asuntos de Estado.
Famoso decorador de arcones, sus escenas son bellas ilustraciones de temas corteses. Pesellino fue alumno de Filippo Lippi. En Florencia, la figura de David es el símbolo de los ideales republicanos.
El paisaje monumental de Florencia tiene su origen en el siglo XIV (el Trecento). En el interior de sus murallas, van a construirse las iglesias de las dos principales órdenes mendicantes (franciscanos y dominicos), Santa Croce y Santa Maria Novella, respectivamente; además de la orgullosa y austera fortaleza del Palazzo Vecchio y el Palacio del Podestà (Bargello) ambos construidos en un estilo similar. Al siglo de Dante y Giotto, se le atribuye también la Loggia dei Lanzi, cuyos poderosos arcos y pilares tallados cuidadosamente, caracterizan la comuna gótica en su apogeo, y el Or’ San Michele, notable por la amplitud de su volúmenes. En cuanto a la catedral, «la iglesia más bella y más noble de la Toscana», con Arnolfo di Cambio como director del proyecto, se impone ya entre los tejados de Florencia, pero espera la construcción de su cúpula por Brunelleschi. Los hombres del Quattrocento van pronto a adornar de una manera maravillosa todo este urbanismo del siglo XIV. En esa Florencia tan hermosa, la arquitectura civil elaborará un modelo de edificio geométrico y racional, abandonando la idea de fortaleza que hasta entonces tenía el edificio civil.
El llamado Codex Rustici es una especia de guía ilustrada de Florencia. Fue escrito por el mercader florentino Marco di Bartolomeo Rustici alrededor de 1450.
Esta escena, representa un juego muy popular en Florencia, y tiene lugar en un marco muy representativo de la arquitectura florentina del Quattrocento: a la izquierda, vemos un palacio con su típico almohadillado, en el centro, la muralla con una de las puertas que dan acceso a la ciudad y, a la derecha, podemos ver una típica vivienda florentina.
La unión del arte y la ciencia
Es en Florencia donde se desarrolla este poderoso movimiento que combina las artes y las ciencias. Los hombres son educados desde muy jóvenes a estas disciplinas. Cuando el niño alcanza la edad de once años, sus profesores le hacen descubrir las Fábulas de Esopo o los textos de Dante, pero ante todo, le enseñan las matemáticas para uso comercial. En una época donde los recipientes destinados al transporte de las mercancías no eran uniformes, se debía aprender a calcular rápidamente su volumen y contenido. No hay que extrañarse si un pintor como Piero della Francesca escribió su Tratado de Geometria enseñando a los mercaderes el modo de resolver estos cálculos. Es a través de la regla de tres que los hombres del Renacimiento deben calcular la cuestión de las proporciones en su vida diaria. La regla de tres también se conoce como la Regla de Oro que todo comerciante debe conocer. Por otro lado, el valor que se da al estudio de las técnicas de medición y, por lo tanto, a los conceptos geométricos, permite a los hombres del Quattrocento abordar las obras de arte, sobre todo las pinturas, desarrollando una atención particular a la estructura de las formas, al volumen y a la superficie de los cuerpos. La Santísima Trinidad que Masaccio pintó en Santa María Novella es la primera gran obra que se rige por las reglas de la perspectiva matemática formulada por Brunelleschi. Esta audacia se verá reforzada por la substitución de personajes con graciosas y delicadas curvas de estilo gótico internacional en vigor hasta entonces, por poderosas figuras con formas esculturales simples.
La mirada del espectador sigue las líneas rectas; y las líneas paralelas que van en la misma dirección parecen converger en el horizonte en un solo y mismo punto. El talento del pintor consiste en la aplicación de este principio, evitando cualquier arbitrariedad o rigidez, para dar una imagen verosímil del espacio y creando efectos de trampantojo.
Ahora, el sentido de lo natural y de lo real, tal como lo podemos ver en las miniaturas y en los dibujos del Trecento, se desarrolla de forma sistemática, comprendido como un modo de percepción exacta. La naturaleza y el hombre que la Antigüedad ha representado, se transforman ahora en objetos visuales con un enfoque científico. El artista manifiesta nuevas exigencias queriendo reproducir el mundo que le rodea tal como el ojo lo ve. Inventa a este efecto la composición con perspectiva lineal, en la que se basa todo el arte del Renacimiento. El pintor sugiere la profundidad, restituyendo la disminución progresiva de los objetos en función de su distancia y situando las figuras en diferentes planos, llegando a transmitir la ilusión del espacio real.
Los comitentes
Las grandes obras del Quattrocento, y sobre todo las pinturas, se realizan bajo encargo: se trata de grandes obras elaboradas para los príncipes, las comunas o las órdenes mendicantes y con programas iconográficos religiosos o profanos. Se realizan grandes retablos para satisfacer a una demanda cada vez más creciente, a menudo emanando de ricos mercaderes que quieren consagrar una capilla a su familia. La intervención del comitente es primordial para comprender la iconografía de los frescos y los retablos, quien a menudo se hace representar y a veces acompañado del pintor. El mercader florentino Giovanni Rucellai poseía en su palacio numerosas obras encargadas a los más grandes maestros de la Toscana, como Filippo Lippi, Verrocchio, Pollaiuolo y Paolo Uccello. Rucellai gastaba enormes sumas en la construcción y decoración de las capillas de las iglesias. El encargo de un retablo para una iglesia o de un fresco para una capilla, cumple con las motivaciones del mecenas: el gusto por las imágenes, la virtud cívica y una cierta piedad, pero también el deseo de inmortalidad. En virtud del dinero que destina a la obra deseada, el mecenas influye en el proyecto del pintor, del arquitecto o del escultor. Sólo los pequeños cuadros de devoción privada y los muebles, como los cofres de bodas (los llamados cassoni) realizados en serie por los talleres de artistas la mayor parte desconocidos o con necesidad de trabajo, escapan a estos requisitos. La obra de arte es ante todo una transacción comercial, con un contrato debidamente firmado por ambas partes, donde el artista se compromete a seguir las directrices que contiene. Así, el patrón tiene una idea muy clara del trabajo que quiere conseguir del artista, y con mucha frecuencia mantiene un contacto estrecho con el pintor o el escultor durante el desarrollo de los trabajos.
Se trata de un tríptico encargado por el Gremio de los Tejedores (Linaioli). El modelo de madera para el tabernáculo fue diseñado por Ghiberti. El contrato para pintar el tabernáculo decía «por dentro y por fuera, de colores, oro, azul y plata, del mejor que se pueda encontrar». El encargo a Fra Angelico del 2 de julio de 1443 estipulaba: «por la suma de ciento noventa florines de oro para el conjunto y la ejecución, o por cualquier cantidad inferior a esta que su conciencia le dictaría de reclamar.»
A principios del Quattrocento, los contratos ejecutados en Florencia requieren la utilización de colores de gran calidad, en particular el más caro, el azul ultramar. Elaborado a partir de polvo de lapislázuli importado de Oriente, el azul ultramar era un producto apreciado por su intensidad y estabilidad, muy superior al azul extraído del bicarbonato de cobre. Se utilizaba para resaltar un personaje o una escena, un gesto o un objeto importante en una pintura o en un fresco. El azul ultramar se suele especificar en los contratos en numero de florines por onza. La disminución del oro y de colores caros a medida que avanza el siglo XV, pierde importancia para los maestros florentinos y marca un cambio significativo en la evolución del arte del Renacimiento y de la historia de los comportamientos ostentosos. Poco a poco, los paisajes sustituyen al oro y al azul ultramar como fondo del cuadro. El mecenas se vuelve exigente con los artistas para pintar las montañas y llanuras, castillos y ciudades, ríos y aves. Ya sea comerciante o príncipe, el hombre del Quattrocento compra más el prestigio o la habilidad del pintor, que el oro o los colores caros. Hacia finales del siglo XV, cuando el duque de Milán está buscando artistas para decorar la Cartuja de Pavía, su representante en Florencia le sugiere los cuatro artistas cuya fama era la que más brillaba: Botticelli, Filippino Lippi, Perugino y Ghirlandaio. Todos, dice, «han trabajado para Lorenzo el Magnífico y no podríamos decir cual de ellos es el mejor». De esa manera, los mecenas provocan una especia de competición entre los artistas, distinguiéndoles tanto por la calidad de su obra como por su propio temperamento o modo de vida.
La Epifanía era uno de los temas preferidos de los mecenas a quienes les encanta mostrar su devoción a Jesús, nacido en la pobreza. El comitente, de cabellos blancos y mirando al espectador, es Gaspare di Zanobi del Lama, de la Corporación de los Cambistas de la que forman parte los Médicis. En 1475, Botticelli convierte esta Adoración de los Magos en un homenaje a los Médicis y a sus allegados. En esta escena, que tiene más de reunión política que de evento sagrado, Botticelli también se representa con su autorretrato (en el extremo derecho vestido de amarillo y mirando al espectador).
Durante el Quattrocento, se van abandonando el oro y los materiales preciosos acordando mayor importancia al talento del pintor. Utilizado a menudo por el Angelico como en este caso, el oro desaparecerá paulatinamente de los cuadros siendo reemplazado por paisajes.
La mayoría de las obras que marcan la historia de la arquitectura y la pintura del Quattrocento, son obras religiosas. Se construyen o se renuevan muchas iglesias a petición de un donante secular. Cosme de Médicis es el promotor de San Lorenzo, San Marcos, la Abadía florentina y el noviciado de Santa Croce en Florencia. Las familias mas modestas hacen erigir altares o capillas, como el de Santa Maria degli Angioli y la Capilla Pazzi por Brunelleschi. De donaciones análogas proceden los frescos de la Capilla Brancacci pintados por Masolino y Masaccio en Florencia, o la Leyenda de la Vera Cruz de Piero della Francesca en Arezzo. En cuanto a las pinturas, ellas deben cumplir funciones específicas de conformidad con los requisitos relativos a las imágenes sagradas: educar a la gente para preservar la memoria religiosa, mediante la exposición a los ojos de los fieles los misterios de la Historia Sagrada con el propósito de mover a devoción. El trabajo del pintor consiste en representar esos episodios sagrados, aunque a veces el arte del Quattrocento también es profano.
En el centro de este fresco que ilustra dos episodios de la vida de san Pedro, Filippino Lippi ha querido homenajear a su maestro Botticelli, deslizándo su retrato en medio de un grupo de personas. El Quattrocento ha consagrado la vocación del artista, consciente él mismo de ser al origen del Renacimiento.
Los artistas del siglo XV, se hallan a menudo asociados en compañías o en comunidades de taller, gozan de una gran estima y ostentan un cierto orgullo de casta. Todos son conscientes de vivir una gran época de creación artística, como lo demuestra Leon Battista Alberti dedicando en estos términos su Tratado de pintura de 1435 a Brunelleschi:
«Pero cuando tras el largo exilio, en que fuimos vejados nosotros los Alberti, llegué a nuestra patria, la más ornada por encima de las otras, comprendí que en muchos, pero primero en ti, Filippo (Brunelleschi), y en nuestro amigo el escultor Donato (Donatello), y en otros como Nencio y Luca y Masaccio, había un ingenio encomiable en nada menor al que había sido antiguo y famoso en estas artes. Por tanto, he intentado con avidez en nuestra industria y diligencia, no menos que en beneficio de la naturaleza y de los tiempos, poder conseguir una alabanza que sea virtud. Confieso que a los antiguos, teniendo como tenían abundancia de que ampararse e imitar, les era menos difícil alcanzar el conocimiento de las supremas artes, las cuales hoy a nosotros nos es fatigosísimo; pero es por ello por lo que nuestro nombre debe ser más grande, si nosotros sin protectores, sin ejemplo alguno, encontramos artes y ciencias inauditas y nunca vistas.»