La primacía de los Gonzaga.
El auge económico de los Gonzaga comenzó a finales del siglo XIII por una estrategia de compra de bienes inmobiliarios en la ciudad y de extensos latifundios en el condado, todo ello acompañado de sendos apoyos políticos. Los Gonzaga fueron los aliados más leales de los Bonacolsi, hasta el 16 de agosto de 1328, cuando, con el apoyo de los Della Scala de Verona, Ludovico Gonzaga y sus hijos derrocaron en pocas horas el Señorío de Rinaldo Bonacolsi.
Pocos años después, con su título de Capitanes del Pueblo y su investidura como vicarios del emperador, los Gonzaga secuestraron todas las propiedades de los Bonacolsi, incluyendo la prestigiosa residencia de Palazzo del Capitano, que fue inmediatamente ampliada y reestructurada, acometiendo nuevos trabajos de decoración. Para dar mayor visibilidad a su nueva situación, los Gonzaga hicieron construir en poco tiempo, en el interior de la iglesia de San Francesco, una gran capilla funeraria que se mantuvo en funcionamiento hasta 1484. Los cuerpos de los príncipes y de sus esposas reposaban en tumbas monumentales de mármol, rodeadas de frescos que decoraban los arcos y las paredes de la capilla. Estos murales conservados sólo parcialmente, todavía dan una idea de la considerable inversión de dinero que debió emplear el comanditario y del trabajo del artista para llevarlos a cabo.
El gran cuadro del Morone (más de tres metros de ancho) muestra una vista detallada de la plaza frente al palacio de los Gonzaga tal como era entonces y con un numeroso grupo de figuras en pleno combate. Esta pintura se inscribe en la misma tradición que los ciclos narrativos pintados en Venecia por Vittore Carpaccio y Gentile Bellini.
El autor de estos frescos, originario de Módena, fue el discípulo más conocido de Tommaso da Modena. Serafino fue llamado a Mantua hacia 1375 por el Capitán del Pueblo de la época, Ludovico Gonzaga.
El esfuerzo incesante por construir y decorar llevado a cabo por los Gonzaga en su residencia principal se extendió fuera de las murallas de la ciudad: se construyeron dos palacios (San Giorgio y el Palazzo Te, construido por Giulio Romano a principios del siglo XVI) y otras muchas residencias en los alrededores de Mantua o en los territorios dependientes. Gracias a los Gonzaga, la escuela humanista de Vittorino da Feltre formó a toda una generación de filósofos, humanistas, letrados y funcionarios de la corte. Entre los escritores que se beneficiaron del apoyo de los Gonzaga se puede citar a Bartolomeo Sacchi conocido como Platina, Castiglione y Tasso. La ciudad no poseía ninguna tradición propia en las artes visuales, pero los Gonzaga se basaron en las tradiciones «extranjeras», principalmente venecianas. En 1500, Mantua era una ciudad próspera de 25.000 habitantes. Su principal fuente de riqueza era la agricultura y la ganadería. La industria de la lana y la seda tuvieron su auge en la segunda mitad del siglo XV. La Corte empleaba a una buena parte de la población, especialmente en los trabajos relacionados con la construcción. Los primeros trabajos se centran en un conjunto de edificios llamados precisamente la Corte, que incluyen los dos antiguos palacios de la familia Bonacolsi (expulsada por los Gonzaga en 1328). Entre sus numerosas salas decoradas al fresco, la más sorprendente era la gran Sala del Pisanello, con temática artúrica caballeresca de la que quedan algunos fragmentos.
Construido en el siglo XII, el palacio fue restaurado por los Gonzaga después de la conspiración que los llevó al poder. La fachada está marcada por un fuerte cromatismo, debido a la utilización alterna de piedra de color claro y ladrillo en las ventanas y en los arcos, y mármol blanco, rosa y rojo en las columnas y pilastras del pórtico. Los balcones se utilizaban como logias, permitiendo a los nobles asistir cómodamente a las representaciones teatrales, torneos, ceremonias religiosas e incluso ejecuciones. En el interior, en las paredes de la Sala de Pisanello, numerosos jinetes vestidos con armaduras, compiten en un torneo grandioso lleno de movimiento.
Pisanello, entre gótico internacional y humanismo
Antonio Pisano, llamado Pisanello (c.1395-1455), uno de los artistas mas célebres de las primeras décadas del siglo XV en Italia, utilizó en la sala que lleva su nombre en el Palacio Ducal de Mantua, todos los elementos del ciclo bretón que cuentan la epopeya del Rey Arturo. En las paredes figuran inscritos en refinados caracteres góticos los extraños nombres de los famosos caballeros de la Mesa Redonda. Durante las primeras décadas del siglo XV, historias como ésta fueron muy populares en Italia y eran muy conocidas en Mantua, donde constituían el paradigma perfecto del comportamiento caballeresco y un agradable entretenimiento para la corte. Los Gonzaga eran mercenarios intrépidos a sueldo de las grandes potencias italianas. Su riqueza y su prestigio estaban basados en el arte de la guerra. Actualmente, la lectura de los frescos se hace difícil a causa de su estado fragmentario, pero sobre todo porque no fueron completados por el artista y sus colaboradores, ya que en algunos muros sólo se aprecia la sinopia (dibujo preparatorio).
Las figuras pintadas por Pisanello no se funden con el paisaje, aparentemente el artista no trataba de definir una cualidad tridimensional. Sus personajes parecen evolucionar en diferentes planos, de acuerdo con un modo de composición típico de los tapices borgoñones contemporáneos muy apreciados por los príncipes y que costaban verdaderas fortunas.
En aquella época, el estilo más popular en la corte de Mantua era el gótico internacional muy presente en Italia, desde Milán a Pavía y Ferrara, hasta Roma y Nápoles. Entre los objetos mas valiosos se podían encontrar tapices tejidos con hilos de oro, piezas de orfebrería, esmaltes y manuscritos finamente iluminados. El gusto por este tipo de objetos suntuosos encontraba sus modelos entre lo que se fabricaba en Francia y más concretamente en la Borgoña, región que extendía su influencia hasta los Países Bajos, España y Alemania. Las artes conferían prestigio – tanto a la ciudad como a la dinastía que la gobernaba. En este contexto, el ciclo decorativo creado por Pisanello fue sin duda visto como una de las primeras manifestaciones de fasto y revalorización cultural de la dinastía de los Gonzaga. En el transcurso del período que vio la probable realización de los frescos, tuvo lugar un episodio crucial en la historia de esta familia: la concesión de un título nobiliario. Con ocasión de su visita a Mantua el emperador Segismundo hizo marqués a Gianfrancesco Gonzaga (1433) título extensible a sus herederos, no sin antes y como era usual, haberle entregado el nuevo marqués una gran suma de dinero. Esta alianza se vio reforzada por el matrimonio del heredero Ludovico con una sobrina del emperador, Barbara de Brandenburgo.
Ludovico Gonzaga, marqués de Mantua
Al igual que otros príncipes condottieros Ludovico Gonzaga (marqués de Mantua 1444-1478) era a la vez un guerrero y un erudito. Educado en la escuela del humanista de Vittorino da Feltre, había estudiado a los autores griegos y latinos, aprendiendo además los rudimentos de las matemáticas y la práctica del dibujo. A finales de la década de 1450, el Papa Pío II Piccolomini eligió la ciudad de Mantua como sede de la Dieta, que se llevó a cabo desde mayo de 1459 hasta enero 1460. El marqués tuvo que hacer frente a la organización de un evento que iba a hacer de la corte de los Gonzaga uno de los centros más importantes de Italia, como eran Ferrara, Florencia y Roma. Por ello, a partir de 1458 puso en marcha y dirigió una importante reestructuración de Mantua, de acuerdo con los principios del Renacimiento. Comenzó por la reconstrucción del castillo de San Jorge, convertido en la nueva residencia urbana de su familia y su corte. Para adaptar la vieja arquitectura gótica a sus necesidades personales y al gusto de la época, Ludovico recurrió a los arquitectos florentinos Antonio Manetti, Luca Fancelli y Francesco Laurana, y a un ingeniero, Giovanni da Padova. Más tarde, en la época del Concilio, se asegura la colaboración de León Battista Alberti quien llegó a la ciudad como secretario apostólico. A este arquitecto humanista se le deben los proyectos para la iglesia de San Sebastiano y la reconstrucción de Sant ‘Andrea. A finales de la década de 1450 el gusto de la corte de Mantua se decantó hacia lo «moderno», de acuerdo con el significado que le da Filarete. Hacia 1458, Ludovico llamó al pintor Andrea Mantegna quien lo representó junto a su esposa Bárbara de Brandeburgo como modelo de «pater familias» en los frescos de una sala del castillo de San Giorgio, llamada «Camara de los Esposos».
Al marqués Ludovico, sentado, le acompaña su esposa Bárbara de Brandeburgo y a su izquierda su hijo Gianfrancesco, quien pone una mano en el hombro de su hermano menor Ludovico. El personaje en negro es, o un tutor – pero no el de Ludovico, Vitorino da Feltre, quien había muerto en 1446 – o un humanista que residía en el castillo. Mantegna muestra al marqués y su familia con poses distendidas, como lo indica la conversación que entabla con uno de sus mensajeros o sirvientes, sin duda acerca de la carta que tiene en sus manos. Esta imagen convincente que Mantegna supo dar de una corte afable y accesible, influyó favorablemente en toda la historia posterior de la familia Gonzaga.
Se puede considerar a Ludovico como el artífice de la modernización de la ciudad y de llevar a su más alto nivel el poder de su familia. Este príncipe sabio, a la vez gran guerrero y mecenas, supo contener la moderada ambición de algunos miembros de su familia, y acogiendo a Mantua algunas de las mentes más brillantes de su tiempo. Su nieto Francesco II, casado con Isabella d’Este, hizo de su corte uno de los centros artísticos y humanistas más importantes de la época. En 1530 Federico II recibió el título de duque de manos Carlos V y adquirió el marquesado de Monferrato. Con la muerte en 1626 del duque Ferdinando, terminó la época dorada del pequeño Estado de los Gonzaga. A raíz de un problema de sucesión que enfrentó Francia con los Habsburgo, finalmente el ducado pasó a manos de Carlos I de Gonzaga, duque de Nevers y Rethel, descendiente de una rama menor de los Gonzaga de Mantua.
La escuela humanista de Vittorino da Feltre: la casa Giocosa
A orillas del Mincio que se ensancha a modo de lago en Mantua, fue en torno a los palacios señoriales que lo bordean donde aparecieron los primeros signos del humanismo naciente, un movimiento cultural que iba a transformar profundamente la cultura política y social de Italia. A través de la búsqueda en todas las bibliotecas europeas de códices antiguos olvidados, de la traducción de textos clásicos, el estudio de monedas antiguas y los vestigios arqueológicos, artistas y escritores contribuyeron, durante las primeras décadas del siglo XV, a sentar las bases de un redescubrimiento de la cultura griega y romana, en sus diversas manifestaciones: el arte y la literatura, la ciencia y la tecnología, el derecho, e incluso la medicina y la astrología. Vitorino da Feltre (1378-1446), tutor de los hijos del marqués Gianfrancesco Gonzaga y de otros jóvenes cortesanos, fue uno de los principales artífices de este enfoque innovador de la Antigüedad. Llegado a Mantua en 1423 a la edad de cuarenta y cinco años, permaneció en aquella ciudad hasta su muerte en 1446. En su escuela, llamada Casa Giocosa (La casa de la alegría), situada entre la Catedral y el Palazzo del Capitano, se alternaba el estudio de los autores clásicos con el juego y el ejercicio, inspirado en la filosofía griega basada en el equilibrio entre el bienestar del cuerpo y la mente. Este modelo educativo atrajo a la ciudad de los Gonzaga herederos de varias dinastías vecinas, como Federico da Montefeltro, futuro duque de Urbino, lo que dio a Mantua prestigio cultural y político. En una medalla de Pisanello, se puede ver a Vittorino da Feltre de perfil, siguiendo modelos antiguos, con la inscripción que lo designa como gran matemático y padre de todas las humanidades. Fue justamente un alumno de Vittorino da Feltre, Ludovico Gonzaga (1412-1478) – también representado, como su padre Gianfrancesco y su hermana Cecilia, en una medalla conmemorativa de Pisanello realizada a finales de la década 1440 – quien dio un empuje verdaderamente clásico a la pequeña ciudad que gobernaba.
En en la personalidad de Vittorino da Feltre, destaca ante todo la preocupación humana: «omnia humanitatis pater», como figura grabado en el reverso de la medalla donde Pisanello ha representado la efigie del Maestro. Uno de sus estudiantes y biógrafo escribió que «la humanidad era su familia». Más allá de un cierto giro retórico, es probablemente aquí, en este ideal educativo universalmente humano, donde la importancia del humanismo renacentista se expresa mejor. La educación humanista que caracterizó Europa entre los siglos XVI y XVIII, ya se puede encontrar en Italia en el siglo XV, en la convergencia entre la literatura ético-política y la acción práctica de los nuevos maestros. Se trataba de satisfacer las necesidades y los ideales de las ciudades-estado en su proceso de transformación. Esta forma de aprendizaje, centrado en los Studia Humanitatis, se relaciona con el concepto de ciudadanía que caracteriza este período.
Gianfrancesco Gonzaga, marqués de Mantua y condottiero, confió a Vittorino da Feltre su biblioteca y la educación de sus hijos en la escuela mantuana que dirigió el humanista. El también condottiero y erudito, Federico da Montefeltro había estudiado con Ludovico Gonzaga, durante los dos años que pasó como rehén en Mantua; allí aprendió las ciencias y las artes militares junto con la lengua latina. Años más tarde Federico de Urbino decia, «hay una gran ventaja para un capitán de armas conocer la lengua latina en comparación con los que la ignoran; porque gran parte de sus hazañas se llevan a cabo imitando a los antiguos y a los modernos».
Alberti en Mantua: arquitectura «all’antica»
A mediados del siglo XV, Florencia era el modelo obligado para cualquier intervención arquitectónica y urbanística innovadora. El Papa Pío II Piccolomini en su visita a Mantua en 1459, llevaba en su séquito a un intelectual florentino, arquitecto de renombre y conocedor de la Antigüedad, cosas que despertaban gran interés en aquella época: León Battista Alberti (Génova 1404 – Roma 1472), ansioso de gloria y trabajando ya para la corte de los Malatesta en Rímini y para los Este en Ferrara, fue sin duda un honor para él añadir un nuevo nombre a la lista de sus patrocinadores de prestigio. Al año siguiente, Alberti escribía a Mantua manifestando que había completado los proyectos para la iglesia de San Sebastiano, para la rehabilitación de la iglesia romana de San Lorenzo y para otras iniciativas más pequeñas, incluyendo un monumento a Virgilio. Un mes más tarde ya se empezaba la excavación para los cimientos de la iglesia de San Sebastiano. Sin embargo, debido a algunos malentendidos y errores en la ejecución, la gran iglesia en forma de cruz griega no se completaría hasta unas décadas más tarde. Alberti nunca realizó largas estancias en Mantua, prefiriendo residir en Florencia y especialmente en Roma, donde podía continuar su estudio de los textos clásicos, especialmente Vitruvio. Con estos conocimientos y sus minuciosas investigaciones sobre las antiguas ruinas, Alberti se convirtió en lo que podríamos llamar un «consultor» de arquitectura para los príncipes de la época. Sus proyectos, profundamente innovadores, eran confiados a maestros de obras locales encargados de interpretar y adaptar las directrices elaboradas por Alberti a los contextos específicos, en los cuales debían inscribirse los edificios.
Pasando por alto las «restauraciones» modernas conocidas, como la adición de escalones laterales en 1923, lo que vemos hoy se debe a Alberti. San Sebastiano es la única iglesia prácticamente terminada en vida del arquitecto, con tres fases de trabajos, en 1460, 1463 y 1470, dirigidos principalmente por el florentino Luca Fancelli, a veces en presencia del propio arquitecto. La iglesia tiene la particularidad de ser probablemente la primera iglesia renacentista con planta de cruz griega. También se supone que el proyecto presentaba por primera vez una fachada clásica.
Alberti hizo breves estancias en Mantua en 1463, 1465 y 1470, años en los que el arquitecto florentino presentó al marqués Ludovico su proyecto para la iglesia de San Andrés, cuya reconstrucción se llevó a cabo en 1472, año de la muerte de Alberti. La importancia de la iglesia en el contexto de Mantua se explica sobre todo por la presencia de la reliquia de la Sangre de Cristo, principal objeto de culto y devoción local. Para poder mostrar en un tiempo razonable la novedad revolucionaria de la intervención arquitectónica, el primer elemento completado fue la majestuosa fachada que combina la tipología de templo y de arco de triunfo con un lenguaje monumental inspirado en la Antigüedad. La idea del arco de triunfo ya fue utilizada por Alberti en el Templo Malatestiano; aquí el arco es más estrecho (con tres plantas en los laterales, como en el Arco de Trajano en Ancona) y rematado por un frontón triangular. A esta forma de templo, los antiguos lo llamaban «etrusco sagrado». El vestíbulo cuenta con bóvedas de casetones tomadas de la arquitectura romana, al igual que la gran nave central inspirada en la Basílica de Majencio de Roma. La idea más notable consiste en retomar la organización de la fachada en el interior de la iglesia, a ambos lados de la nave, alternando grandes capillas (que se corresponden con el centro del arco) y pequeñas capillas (que corresponden a los lados del arco). En cuanto al volumen interior de la iglesia, con su admirable bóveda, es verdaderamente impresionante por su amplitud y simplicidad. Se trata del mayor logro de Alberti, quien en este edificio reanuda de una manera perfectamente original la grandeza monumental de la Antigüedad.
Aunque su construcción se prolongó hasta el siglo XVII, Sant’Andrea es el prototipo de las grandes iglesias basilicales del Renacimiento basadas en modelos antiguos. El motivo del arco de triunfo en la fachada se encuentra también en el interior, acompasando majestuosamente las paredes laterales de la nave central; poderosos arcos de medio punto decorados con caserones cubren todo el espacio.