La pintura de Siena en el Quattrocento
Durante el Quattrocento la escuela de Siena se basaba más en su propia tradición gloriosa que en las innovaciones que aportaba Florencia. Sin embargo, este cierre – aunque parcial – no significaba que no estaban al corriente de la nueva figuración, y menos aún que tuvieran prejuicios o sintieran hostilidad hacia esas innovaciones. De hecho, las acogieron positivamente en la medida en que pudieran ser compatibles con la tradición. Sobre este fenómeno, podemos retomar la famosa definición de Roberto Longhi que habla de «la sombra del Renacimiento», es decir, los modelos góticos a la sombra de los modelos renacentistas.
De hecho, solo se integraron del nuevo estilo florentino los aspectos formales más obvios (los esquemas compositivos y las soluciones adoptadas para la perspectiva) sin profundizar en los fundamentos teóricos ni en las consecuencias de mayor y más compleja envergadura. En 1420, la ciudad contaba solo con 20.000 habitantes, una población dos veces menor que la que tenía antes de la peste negra. Restaurada, la República de Siena rendía culto a los años gloriosos de los Nueve y, por extensión, a la obra de los hermanos Lorenzetti y Simone Martini – de la misma manera que los sermones de Bernardino de Siena se referían a una era perdida y a la simplicidad del primitivo ideal franciscano . El primer retablo pintado por Sassetta, que combina innovación y arcaísmo deliberado, encarna ese momento, una mezcla de esperanza y de nostalgia. El lado conservador que tenían los encargos locales persistió hasta los años cincuenta, y el cambio se produjo sobre todo gracias al papa humanista Pío II Piccolomini, originario de Siena. Si éste privilegió el estilo innovador de Matteo di Giovanni y Il Vecchietta, no rechazó sin embargo a los pintores más tradicionalistas como Sano di Pietro y Giovanni di Paolo. Si bien Sassetta continúa adoptando el estilo de los grandes retablos y frescos ejecutados un siglo atrás, es en las obras de dimensiones más pequeñas donde su arte se expresa en toda su plenitud. Se trata de obras de gran dulzura y de carácter íntimo cuyos colores de sutil intensidad y figuras casi diáfanas se recortan contra un fondo de complejas arquitecturas.
Sassetta fue uno de los pintores narrativos más encantadores del siglo XV, y aunque solo se trate de un fragmento, esta pintura es una de sus obras más populares. Evoca la refinada tendencia cortesana de Gentile da Fabriano respecto a los detalles que han sido trabajados con minuciosidad, como en las telas y los metales. Destaca también la gracia de las figuras que se caracterizan por sus ojos brillantes y por sus cabezas con tocados muy elaborados y rostros de labios finos. Durante toda su vida artística Sassetta y Giovanni di Paolo vivirán marcados por su encuentro con Gentile.
La segunda floración: Sassetta
Stefano di Giovanni da Cortona, llamado Sassetta (Cortona 1400 – Siena 1450), uno de los maestros de la escuela de Siena, fue influenciado, al igual que otros pintores de esta escuela, por el estilo gótico internacional, así como por la nueva cultura que se elaboraba entonces en Florencia orientada hacia la perspectiva y el naturalismo. Su obra – esencialmente retablos, hoy desmembrados y conservados en distintos museos – tiene las cualidades tradicionales del estilo gótico, es decir, una línea elegante, fondos dorados y un ambiente piadoso y poético. Algunos detalles, como la preocupación por la perspectiva, sin embargo, revelan la influencia florentina y sitúan a Sassetta en la transición entre el estilo gótico y el renacentista. Probablemente Sassetta conocía, por haber crecido en Cortona, el ciclo de frescos perdido de Ambrogio Lorenzetti. Cuando llegó a Siena siendo un adolescente, fue probablemente alumno de Benedetto di Bindo y emergió como pintor en la década de 1420, en plena renovación de la ciudad.
Sobre esta bella tablita, a menudo se ha enfatizado sobre algunos paralelismos con la pintura de Masaccio, especialmente en lo que se refiere a la anatomía del mendigo desnudo.
El Retablo del Arte de la Lana
El Retablo del Arte de la Lana en su totalidad (tabla central y predela) se realizó entre 1423 y 1426 para la fiesta del Corpus Christi. Defendía la doctrina de la transubstanciación – tema central del Concilio de Siena (1423-1424) -, según la cual durante la Eucaristía, el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. Lo poco que hoy queda del conjunto, basta para comprobar que en esa época Sassetta ya había completamente asimilado, en un estilo muy personal, una cultura figurativa tan variada y tan alta que superaba todo lo que podía proporcionar el medio artístico sienés de los primeros años del siglo XV. En El milagro del Sacramento un monje incrédulo cae de espaldas al instante en que la hostia se transforma en sangre; un demonio le extirpa el alma de la boca. A primera vista, los gestos de sus hermanos carmelitas en estado de shock y que recuerda el movimiento de los títeres puede parecer ingenuo, pero en realidad, son extraordinariamente conmovedores y sorprendentes. La complejidad de la arquitectura con sus líneas convergentes, podría sugerir que Sassetta ya estaba familiarizado con la perspectiva florentina, pero también es probable que no. Aquí, como en otras obras, su composición se parece más a un juego con el espacio que a un sistema. El placer que toma Sassetta en realizar esta composición se refleja en las hornacinas creadas para los retablos dorados, en el muro que se hunde hacia el fondo y en el arco en el que el monje ha sido inmovilizado; y cómo contrasta el azul y rojo de los laicos con el blanco y negro de los carmelitas. Estos pequeños paneles, fueron fuertemente influenciados por la predela de la «Virgen de los Carmelitas» de Pietro Lorenzetti.
En Santo Tomás de Aquino en oración, la figura se reduce al mínimo: una columna negra coronada por una forma ovoide aureolada. El verdadero elemento emocional es el contexto en el que evoluciona el personaje, que se yuxtapone como interior y como exterior e invita a la mirada no solo a penetrar en el jardín sino también en la biblioteca monástica. Los escritos de santo Tomás de Aquino habían sentado las bases de la liturgia del Corpus Christi; aquí, arrodillado ante el retablo de la Virgen recibe la inspiración divina. Da la espalda a todo lo terrenal – a la belleza de la naturaleza, al agua del pozo y a los libros sobre los pupitres – para poder abrazar la soledad de su devoción y sumergirse en el silencio de un universo despoblado.
El otro Renacimiento
En 1425, mientras Sassetta está a punto de completar su políptico, llega a la ciudad de Siena un pintor sumamente dotado. Se trata de Gentile da Fabriano (h. 1370-1427) quien viene justo de dar a conocer en Florencia su magnífica Adoración de los Magos. Esta obra que constituye el punto culminante del gótico internacional. En cada elemento del retablo, y de manera aún más llamativa en las cabezas de los caballos y la procesión que recorre el paisaje, Gentile se inspira en la tradición sienesa superándola en su intensidad descriptiva. Sassetta y Giovanni di Paolo debieron quedar marcados de por vida por su encuentro con el artista florentino. Al año siguiente de la llegada de este último a Siena, el maestro florentino Filippo Lippi también estuvo allí; y poco después, Sassetta descubrió los frescos de Masaccio y Masolino en la Capilla Brancacci en Florencia, viniendo a unirse a la cohorte de «deslumbrados», como los llama Longhi. A partir de este período, Sassetta tendría que negociar un giro difícil y encontrar un delicado equilibrio entre el humanismo austero y heroico de un Masaccio y el lenguaje más dulce de un Masolino; pero también entre el esplendor del Trecento sienés y el estilo elegante y cortesano de un Gentile. La Virgen de las Nieves retablo comisionado a Sassetta en 1430 para la catedral de Siena, eleva al pintor al rango de figura clave de la pintura italiana. Aparece como el mayor de un grupo de grandes pintores nacidos en Umbría, que incluye, entre otros, Fra Angelico y Piero della Francesca: como ellos, Sassetta es un apasionado de la luz y la atmósfera, y con ganas de encontrar una alternativa a la linealidad florentina. Ambos fueron influenciados por Masaccio, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a sacrificar la belleza del color puro sobre un fondo de oro. De forma deliberada ambos pintores eligieron hacer revivir la tradición de los maestros de principios del Trecento y presentar una nueva síntesis. El gran retablo de Sassetta abre así una vía diferente al implacable camino trazado por Vasari, hacia otro Renacimiento.
Aunque cada figura se destaca con claridad y esté modelada con una convicción digna de Masaccio, persisten las cualidades propias de la tradición sienesa: calidez, refinamiento, fantasía, encanto.
Si El viaje de los Reyes Magos de Sassetta es posterior a la Virgen de las Nieves, ello indica probablement que el impacto de Masaccio comenzaba a desvanecerse y que sus figuras perdían su ascendencia. De alguna manera, el estilo de Sassetta es aún más cortesano, más « precioso » que el de Gentile. En su procesión se ha integrado una colección de animales típica del gótico internacional: un mono sentado en sacos bordados, un perro que olfatea una pista, dos camellos negros. Todos los personajes llevan extravagantes vestidos de época, especialmente el paje y el bufón. La comitiva se mueve a través de un paisaje de invierno maravillosamente tranquilo y desierto. Dirigidos por la estrella colgada en la colina blanca, los caballeros avanzan por un camino de piedras y llegan a las puertas de Jerusalén – que se asemejan a la Puerta Camollia Siena. Este panel que muestra a los tres sabios en su camino hacia Belén, fue inicialmente la parte superior de una pequeña Adoración de los Magos, ahora en el Palazzo Chigi Saracini en Siena.
El Retablo de san Francisco
En 1437, Sassetta recibe el encargo más monumental y prestigioso de todo el siglo XV sienés, un retablo de doble cara para la Iglesia de San Francisco en Borgo San Sepulcro. Le llevó siete años finalizarlo. Desafortunadamente, como tantas otras obras de este periodo, este retablo fue desmembrado a largo de los siglos. Una cara del políptico, la que representa a la Virgen, estaba a la vista de los fieles; pero solo podían ver la otra cara, la que representaba a san Francisco, los monjes de la orden franciscana cuando se reunían en el coro. Después de extensos trabajos de investigación, la reconstitución del retablo demuestra que ambos lados del políptico se componía de 48 imágenes principales. El anverso se centraba en la figura de la Virgen y el reverso, concebido como un icono hagiográfico, representaba a san Francisco rodeado de episodios de su propia vida. Se trataba del altar más monumental y más valioso que hubiera sido pintado jamás en Siena, después de la Maestà de Duccio. Lo que transparenta a través de sus escenas narrativas, es el movimiento ascendente que hace eco al estado de levitación en el que Francisco se ha representado en la parte central. La arquitectura gótica y sus esbeltas proporciones probablemente sirvieron de modelo para las composiciones de Sassetta. En su relato de la vida de san Francisco, estos motivos se utilizan continuamente: los personajes están sólidamente anclados en el suelo, las arquitecturas son exageradamente verticales y en la parte superior de cada escena la mirada se pierde en un vacío despoblado de imágenes.
Esta imagen combina dos episodios en una sola composición vertical. A la izquierda, Francisco desmonta de su caballo para dar su capa a un pobre caballero. A la derecha, lo vemos de nuevo, en la cama, soñando con «un gran y hermoso palacio adornado con la señal de la cruz.» Un camino se hunde en el paisaje boscoso y conduce a una pequeña ciudad fortificada pintada en tonos grises, donde distinguimos la silueta de un campesino que conduce su asno hasta la puerta fortificada. El degradado de color da el espacio una profundidad hasta entonces inigualable. Sassetta consigue de forma sorprendente hacernos pasar, no solo de la tierra al cielo y del amarillo a un azul más sostenido, sino también del día a la noche.
A partir de 1350, había comenzado a circular una historia de la vida de san Francisco, muy distinta a la escrita por san Buenaventura y que inspiró los frescos de Asís: se trata de la obra anónima I Fioretti (Florecillas) escrita en lengua toscana, donde se relatan los episodios de la vida de san Francisco como si fuera un cuento popular, en un tono encantador y hasta en clave humorística, como en las aventuras de un bufón jocosamente ridículo. Francisco se hacía llamar el Giullare di Dio (el juglar de Dios). Las Florecillas inspiraron a Sassetta uno de los episodios más conmovedores del retablo. Se trata de El lobo de Gubbio que refleja el espíritu del relato y el humor y el encanto del artista.
La ciudad de Gubbio, en Umbría, fue devastada por un lobo que devoraba a sus habitantes, y Francisco fue llamado a intervenir entre él y la población. La parte superior de la imagen es una gran extensión de espacio vacío, como si Sassetta hubiera sustituido los fondos dorados de las antiguas pinturas de Siena por un nuevo infinito, una profundidad azul pálido.
La imagen central del políptico, El éxtasis de san Francisco, muestra al santo levitando sobre un horizonte curvo, los brazos extendidos hasta tocar el borde del marco con los dedos. Francisco es representado como un hombre sabio. Su rostro forma un círculo casi perfecto centrado en sus enormes ojos almendrados, sus arrugas profundas inundadas de luz, irradiando bondad.San Buenaventura evoca a Francisco «rezando durante la noche, con los brazos extendidos en una pose que forma una cruz, el cuerpo en levitación por encima de la tierra».
Francisco y sus compañeros piden al Papa que su voto de pobreza sea reconocido y expresan su temor de ser perseguidos por herejía.Sassetta pone en escena una comedia social que le lleva a yuxtaponer la tonsura de los frailes y los capelos cardenalicios. En este espacio estrecho consigue representar a toda una sociedad, evocada principalmente por fragmentos de rostros – una cara de medio perfil o una mirada de reojo detrás de una columna.
El encargo para el Retablo de San Francisco fue hecho a Sassetta, pero los documentos muestran que en 1430 se había encomendado su ejecución a Antonio Anghiari primer maestro Piero della Francesca, que sin embargo no lo llevó a cabo. La obra es admirable gracias al cuidado meticuloso con que el pintor relata los episodios sagrados y construye claramente sus contextos. La luz cristalina bañando los colores extendidos en pinceladas densas y traslúcidas, sólo se atenúan en los ropajes y en las figuras, a la vez frágiles y monumentales, pero al mismo tiempo conservan una delicadeza y refinamiento que revelan una fase «neogótica» al final de la carrera del artista. La influencia de esta obra en Piero della Francesca fue demostrada magistralmente por Longhi.
El panel de Sassetta evoca sin duda el relato mitológico del encuentro de París con las Tres Gracias. Sin embargo, aquí Francisco debe elegir, no entre la sabiduría, la belleza y la riqueza, sino entre la obediencia (en rojo), la pobreza (en marrón) y la castidad (en blanco). Estas figuras de jóvenes sobrepasan en altura a la figura de Francisco quien modestamente, da un paso hacia adelante con los brazos extendidos, y entrega a la Pobreza el anillo de desposada. Ofreciendo un maravilloso ejemplo de narración continua Sassetta representa luego a las tres jóvenes elevándose hacia el cielo.
La predela del Éxtasis de San Francisco fue dedicada a un discípulo del santo, el beato Rainiero, cuyas reliquias se guardaban a los pies del retablo. Para estos pequeños paneles, Sassetta adoptó una construcción espacial más simple, que recuerda el Retablo del Beato Agustino Novello que Simone Martini había realizado un siglo antes. Raniero es otro hacedor de milagros que emerge de una nube para liberar a los noventa pobres encarcelados por deudas que le habían escrito desde sus celdas de una prisión florentina (El beato Raniero libera a los pobres de una prisión Florencia). Pero mientras Simone Martini había buscado un nuevo realismo urbano, Sassetta resume la arquitectura en dos planos, uno de color gris y otro verde – las paredes desnudas de la cárcel, a través de las cuales los pobres logran escapar. En primer plano, la figura arrodillada que da gracias al Señor por esta intervención milagrosa sirve de contrapunto a la avalancha de fugitivos que desaparecen a la izquierda. Sassetta dedicó más de cinco años de su vida al Retablo de San Francisco, y cuando lo terminó rebasaba ya la cincuentena. Entre sus asistentes, se encuentran algunos de los artistas más brillantes de la nueva generación, entre los que destaca el Vecchietta. En 1447, a Sassetta se le encargo pintar al fresco la Coronación de la Virgen en la puerta Romana de Siena, pero un accidente en el andamio le produjo una discapacidad severa que le causó la muerte en 1450. La obra quedó inacabada.
La Virgen de las Nieves y el Retablo de san Francisco de Sassetta, el panel de la Creación y las escenas de la Vida de san Juan Bautista de Giovanni di Paolo, el ciclo dedicado a san Antonio y el Nacimiento de la Virgen del Maestro de la Observancia constituyen una segunda floración de pintura sienesa casi tan resplandeciente como la primera. Sin embargo, puesto que estas obras han sido desmanteladas y dispersadas por toda Europa y los Estados Unidos y que en Siena solo quedan muy pocas pinturas realizadas durante esos treinta años, hay que desplegar un considerable esfuerzo de imaginación para considerarlas en su conjunto. Si se pudieran reunir en la pequeña ciudad todas las tablas conservadas actualmente en Chicago, Chantilly, Berlín o Boston (luego multiplicarlas al menos por siete) ello nos daría una idea de la importancia de los talleres sieneses del Quattrocento.